Walkidia Batista de Marte
En cierta ocasión, hablaba con un amigo psicólogo acerca del miedo escénico. Me preguntaba por qué algunas personas se avergonzaban de pararse delante de la congregación. Su respuesta me dejó con muchos signos de interrogación en la cabeza. Él dijo: “Eso también es orgullo”. Fue como dejar caer un alfiler en un salón y escuchar el más grande estruendo. ¿Cómo puede ser eso orgullo? Pensé que él diría simplemente “baja estima” o que es “una persona muy humilde de corazón que reconoce de dónde Dios lo sacó y que no se siente digna de hablar o simplemente estar delante de un público”. No sé, algo así esperaba escuchar.
Al ver mi cara de asombro, él dijo: “Ese temor no es más que miedo a cometer algún error y que su reputación quede mal parada”. Ahí sí quedé en shock. Ya hasta me parecía un análisis exagerado, pero me movió a investigar más sobre el tema. Para mi sorpresa, fuentes no cristianas detallan bastante bien las características del orgulloso, corroborando con esto.
Leyendo la definición en el Diccionario de la Real Academia Española, encontramos esto:
Orgullo: Arrogancia, vanidad, exceso de estimación propia, que a veces es disimulable por nacer de causas nobles y virtuosas.
¿Exceso de estimación propia? Quiere decir que cuando obramos guiados por el veneno de este gran mal, estamos teniendo un más alto concepto del que debemos tener acerca de nosotros mismos.
Basado en el privilegio y la autoridad que Dios me ha dado, le advierto a cada uno de ustedes lo siguiente: ninguno se crea mejor de lo que realmente es. Sean realistas al evaluarse a ustedes mismos, háganlo según la medida de fe que Dios les haya dado. Rm 12, 3.
Inmediatamente me dije (pensando en episodios claros de orgullo que había presenciado en otros, pero también en mí misma): El orgullo es una hierba mala y crece sigilosamente, y ahoga las virtudes que pudiéramos tener, impidiendo que demos el fruto de arrepentimiento que Dios espera de nosotras.
Según Jerry Bridges en su libro Pecados Respetables (uno de mis libros favoritos), el orgullo es una forma sutil de pecar, y lo peor de todo es que muchas veces no lo consideramos un pecado.
¿Quiénes somos?
Pecadores, quienes necesitamos siempre y a cada instante de la gracia y la obra constante de Dios en nosotros. Dios nos hizo nación santa, es cierto. Somos pueblo privilegiado y adquirido por Dios, tenemos al más Grande, al Todopoderoso, por tanto, eso no nos debe llevar a creer que podemos usar esa gracia para enorgullecernos y accionar conforme a ese sentimiento pecaminoso. No hay forma de que el orgullo reine en nosotros, si constantemente meditamos en nuestra condición ante Dios, de dónde Él nos ha sacado y de nuestro propósito en la tierra que El mismo nos ha entregado.
Reflexionando con una amiga, le comentaba que creo que la raíz de todo pecado es el orgullo. Ella no pudo traer mejor ejemplo a la conversación que el de Satanás. Él quiso igualarse a Dios. Su orgullo lo hizo perder todo el esplendor del que gozaba y quedar arrastrándose por el suelo hasta ser totalmente destruido. En Is 14 y Ez 28 podemos ver esto claramente. La razón de la caída de Satanás fue su orgullo. El ángel, al parecer el más hermoso de todos, no se sentía satisfecho de servir a Dios, sino que quería ser como El. Esto hizo que Dios lo echara de Su presencia, no porque temía por Su trono, sino porque el Santo, Santo, Santo, no convive con el pecado.
Sí, el orgullo es un pecado y El mismo en sí se hace acompañar de la murmuración, chisme, enojo, ira, envidia, celo, egoísmo, pleitos, divisiones, falta de perdón, jactancia, etc. Si seguimos, la lista es bastante larga. Si analizamos un poco esto, confirmaremos que nunca encontraremos a alguien orgulloso que no actúe con algunas de estas obras de la carne mencionadas, aunque sea en su mente, aunque no lo exprese. ¿Te identificas? Yo sí. Por eso me gustaría que viéramos juntas que dice la palabra de Dios de esto.
- 1. El orgullo entorpece nuestra relación con Dios, pues Dios mira de lejos al altivo. ¿Has reflexionado en lo que dice el Sal 138, 6? Aunque el Señor es grande, se ocupa de los humildes, pero se mantiene distante de los orgullosos. ¿Te imaginas que el Creador de todo (el Rey de reyes, Dios, más grande de lo que podemos pensar o entender, el Señor de señores) no nos atienda cuando le llamemos o busquemos? Solo de pensarlo, tiemblo; pero aún más cuando recuerdo las veces en que he dejado que el orgullo controle mi vida en determinado momento. Seamos honestas: responderle groseramente al que está detrás tocando bocina cuando apenas ha cambiado la luz verde del semáforo y tienes 5 carros delante de ti, da cierto placer momentáneo, ¿verdad? Pero al final, ¿Qué es? Léelo conmigo en St 1, 13-18
- 2. Sentimos orgullo por tantas cosas y ante diferentes situaciones de la vida cotidiana. Debo aclarar que hay un tipo de orgullo que se siente por la satisfacción de haber completado algo, haber hecho el bien, esa alegría de ver a otros (sobre todo seres queridos), lograr algo importante para ellos; esa satisfacción no maliciosa, no es el tema que estamos tocando en este articulo; no. Me refiero al orgullo que nos lleva a la autojustificación, a las excusas (que al final son mentiras) que siempre decimos interna o externamente para “aprobar x ó y” pecado en nosotros.
Nosotros como cristianos pecamos. Aclarando que un verdadero cristiano no practica el pecado, sino que sostiene una lucha constante con el mal, con la ayuda del Espíritu Santo.
La Palabra de Dios nos aconseja: … vestíos de humildad (St 4, 6; 1P 5, 5). La humildad nos ayuda a descansar y a vivir la vida abundante que Dios ha preparado para nosotros Sus hijos, pues solo siendo humildes podemos confiar en Dios. Veremos la bondad de Dios en esta tierra, sí, abrazados de la humildad.
- 3. Hay una forma de combatir el orgullo y cualquier otro pecado y es postrándonos a los pies de Cristo, reconociendo nuestra falta y aceptando que necesitamos Su intervención divina específica. El orgullo es una mochila demasiado pesada de cargar. Claro, lo sabemos cuándo nos vamos a la cama y recordamos nuestro día y reflexionamos en el estrés que generó el mantenernos cada segundo alerta y pendiente de nuestra reputación, y de asegurarnos que con cada persona que nos encontramos o interactuamos, le dejamos saber claro “quienes somos”.
Por eso debemos rogarle a Él para que ponga en nosotras un espíritu manso y humilde, como El mismo dijo: … aprended de mí… y hallareis descanso (Mt 11, 29). En Él hallaremos descanso de esa carga pesada.
- 4. Dios nos ha hecho libres. Libres para ahora poder tomar el manubrio de la puerta de salida que nos brinda el Espíritu Santo ante cada tentación o prueba, abrir esa puerta y salir por ella para dar gloria al nombre de Dios, y no por la puerta que nuestra propia concupiscencia nos muestra. Nuestra puerta produce una satisfacción pasajera, más Dios, a través de Su Espíritu obrando en nosotros, produce una satisfacción eterna. ¿Cuál puerta tomarás?
Es mi oración que este artículo te ayude a entender el significado del orgullo, qué tanto desagrada a Dios y cuánto daño nos hace como humanos, como cristianos, entorpeciendo nuestras relaciones, sobre todo nuestra relación con Dios. El orgullo nos impide glorificar a Dios, pues el orgulloso pretende quitarle la gloria al Señor en todo lo que hace.
Fuente: elatelierfb.com