Juan Luis Selma
Convertirse, recuperar la identidad, sacar lo mejor de uno, es labor parecida a la del agricultor
El sábado estuve en el campo de unos amigos, aprovechamos para podar una parra y un viejo manzano que estaba tan abandonado, invadido por una hiedra que lo asfixiaba, que apenas se adivinaba lo que era. Tuvimos que emplearnos a fondo con el hacha y la podadera, se llevó más de un golpe, pero en primavera florecerá y dará unas manzanas espléndidas. Habrá recuperado su ser. La vida nos va llenando de aditamentos, se nos pegan muchas cosas −sobre todo lo cómodo y lo fácil−, nos cansamos de luchar, nos desanimamos. Vamos abandonando los ideales, los sueños, los principios ante los obstáculos, cuesta ser constantes en el esfuerzo. Dejamos las cosas para mañana, después nos justificamos diciendo que no hay que exagerar, y poco a poco, vamos perdiendo el norte, la identidad. Nos pasa lo del viejo manzano, ya no se sabe lo que somos, sobrevivimos a duras penas.
Nos dice Jesús: “El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está al llegar; convertíos y creed en el Evangelio”. La primera predicación es la llamada a la conversión. El diccionario de la RAE dice que convertir es: “hacer que alguien o algo se transforme en algo distinto de lo que era”. Esto no es exactamente lo que nos pide el Maestro, convertirse es más bien redescubrir lo que somos, abandonar los disfraces, los mimetismos que tanto nos gustan y ser lo que somos. Recuperar nuestra identidad y grandeza. Nos gustaría que la sociedad fuera más justa, que los gobernantes buscaran el bien común, que se cuidara la naturaleza. Queremos que respeten nuestra libertad, que nos traten con amor… todo esto está muy bien. Pues comencemos por el principio, por nosotros mismos.
Una señora conversando con su amiga le decía que estaba contenta, veía a su marido mejor: más cariñoso y cercano; a su hijo más centrado y responsable; incluso la niña era menos contestona… entonces le dijo la amiga: “desengáñate, la que estás cambiando eres tú, por eso lo ves todo mejor”. Las dos tenían razón, la mejoría de uno crea un clímax que hace mejores a los demás: miramos con comprensión, con cariño, damos buen ejemplo y esto hace crecer.
Convertirse, recuperar la propia identidad, sacar lo mejor de uno mismo, es labor parecida a la del agricultor. Necesita trabajo, esfuerzo, lucha. Y también ayuda, solos no podemos. El consejo de un experto, el ánimo de un ser querido, la compañía del amigo ayuda mucho. Para un cristiano la oración y la frecuencia de los sacramentos, especialmente la confesión y la eucaristía son imprescindibles. También el buen ejemplo ayuda: si otros lo consiguen, también yo.
Podemos crear algo similar a las reservas: ambientes adecuados para salvar “al lince”. Reductos de humanidad, de grandeza y belleza donde guarecer la especie más vulnerable y desprotegida: la humana. Y ese entorno es la familia. En ella aprendemos a querer, a convivir, a darnos a los demás. Es una escuela de humanidad donde se nos enseña a compartir, a tener en cuenta las necesidades del otro, a corregir nuestros egoísmos. Un ambiente formativo donde se quitan las malas hierbas, se poda y se abona, se está atento a las plagas que pueden acabar con la plantita. No todo es bonito, suave, agradable. Hay que luchar contra las malas pasiones, contra las tendencias egoístas y torcidas que se nos cuelan.
Estamos un poco hartos del covid-19, tensos y quizás desesperados. Es un buen momento para poner buena cara, para “hacer de tripas corazón”, para agudizar el ingenio y buscar soluciones. Para vivir la contrariedad con grandeza, para aportar. Tiempo de acompañar a los que lo pasan mal, de olvidarnos de nosotros y pensar en los enfermos, los parados, los que están solos. Momento de apoyarnos en Dios, del que sacamos la fuerza.
Tiempo de renovarnos, de cambiar, de mirar hacia arriba. “Para crecer también es fundamental ser capaces de dejar atrás el pasado” (Mariolina Ceriotti). Tiempo de inconformistas que saben que pueden dar más, que pueden ser más auténticos, humanos, de dejar atrás las malas experiencias, de perdonar y de pedir perdón.
Juan Luis Selma, en eldiadecordoba.es