Ernesto Juliá
Un cristiano sin Fe y sin Razón, sin Dogma y sin Moral cristianos, nada tiene que transmitir al mundo que cualquier otro hombre con un poco de sentimiento no pueda hacer
Hemos vivido en la Iglesia con un cierto temblor de espíritu estos días de Navidad. Hemos leído: “El pueblo que habita en tinieblas ha visto una gran Luz”. ¿La ha visto de verdad? ¿Hemos transmitido los creyentes en Cristo, Dios y hombre verdadero, esa Luz del Cielo que nos habla del amor de Dios, de arrepentirnos de nuestros pecados, de convertirnos en verdaderos hijos de Dios en Cristo? ¿Hemos abierto los ojos para acercarnos al Niño y a la Vida Eterna, el Cielo; y así no alejarnos nunca de Él, que sería el infierno?
Este es, en mi opinión, el fondo del problema cuando se debate sobre los intelectuales cristianos o cristianos intelectuales, como prefieren algunos.
El debate está abierto, y en mi opinión seguirá abierto en la medida en que los cristianos creyentes seamos conscientes de una cuestión de fondo: la dificultad y, a la vez, la necesidad de no separar las dos formas de conocimiento que todo ser humano tiene: la Fe y la Razón. Si las separamos dividimos al hombre y a los hombres; cada parte se quedará con su verdad, que no será nunca la Verdad.
Esta es una cuestión siempre abierta en el panorama de pensamiento de un intelectual cristiano, o si se prefiere, de un cristiano intelectual, que sea consciente de que Dios ha dejado la creación en nuestras manos, y nos ha dado los instrumentos y las indicaciones para que podamos vivir ese maravilloso encargo.
Las indicaciones son los mandamientos de la ley de Dios −ley natural− y el mandamiento nuevo de Jesucristo −que nos amemos los unos a los otros como Él nos ha amado y nos ama; ambos son la base de la Moral. Y los instrumentos son la Fe y la Razón, alimentadas en y con los Sacramentos, y sostenidas en las verdades de la Fe. Así el cristiano que piense, sea más o menos intelectual, se moverá a razonar y hacer lo posible con su vida, para iluminar la vida de las personas, de la sociedad, de las naciones, de los pueblos con la Verdad de la Fe y de la Razón que Jesucristo ha dado al hombre y al mundo: “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida”.
Esta fue y sigue siendo la ímproba tarea que los cristianos −más o menos intelectuales− hemos desarrollado a lo largo de los siglos. Y digo cristianos y no Iglesia, para evitar que por Iglesia muchos entiendan solamente al papa, a obispos, a sacerdotes, a religiosos, a monjas, etc., cuando la tarea de alumbrar el mundo con la luz de Dios, la luz de Cristo, es misión que el Señor nos ha encomendado a todos −hombres y mujeres; laicos y sacerdotes; seglares y religiosos; jóvenes y mayores; casados y solteros−, los que creemos que Jesucristo es Dios, Hijo de Dios, Dios y hombre verdadero.
Y he escrito “alumbrar” el mundo, no simplemente dialogar con el mundo. Los cristianos hemos evangelizado todas las culturas con las que nos hemos encontrado y lo hemos hecho leyéndoles el Evangelio eterno de Jesucristo y abriendo su cultura a la luz y a las enseñanzas de Jesucristo. Si se pretende leer el Evangelio y mirar “al futuro con espíritu moderno y abrirlo a la cultura moderna” como algunos eclesiásticos y seglares “intelectuales” desean, no se conseguiría otra cosa que su “cristianismo” desapareciera de la faz de la tierra, como hemos podido constatar en buena parte del Occidente desarrollado.
Un cristiano sin Fe y sin Razón, sin Dogma y sin Moral cristianos, nada tiene que transmitir al mundo que cualquier otro hombre con un poco de sentimiento no pueda hacer. Y en subrayar este punto me parece que coinciden los diversos participantes en el intercambio de ideas, más que debate, que se ha abierto.
Torralba señala: “lo que falta es que la maduración en la fe vaya acompañada de la correspondiente profundización existencial e intelectual, es decir, ayudar a los jóvenes a vivir y a pensar por si mismo”.
Brugarolas, hablando de los intelectuales de los primeros siglos, reconoce que “eran conscientes de poseer la única riqueza estrictamente necesaria para construir una cultura cristiana: la fe que fecunda la inteligencia y la caridad, el amor en vertical hacia Dios del que nace el amor horizontal hacia los hombres”.
¿Puede un cristiano intelectual dimitir de su misión, por aquello del “espíritu del siglo” o porque eso de la “moral cristiana” ya no se lleva? Puede, sin duda, pero no debe: dejaría de ser intelectual cristiano, y dejaría de actuar como cristiano.
Por desgracia, esa superficial falta de fe lleva a hablar, en algunos ambientes de la Iglesia, de la conveniencia de separar la “pastoral” de la “doctrina”. La pastoral se convierte entonces en un entretenimiento sin compromiso alguno, en el que todos somos “hermanos” y pretendemos llevarnos bien. Se alimentan algunos sentimientos en el orden social: los pobres, los migrantes, los discapacitados, etc.; y se deja vacía la inteligencia, que ya no se dirige a un Dios Uno y Trino, y no oye hablar de los Misterio de la Fe, ni de la Moral, que son la luz de un mundo en tinieblas.
Arana recoge un hecho que ilustra muy bien esta falta de Fe y de Razón que hace prácticamente imposible la acción de los cristianos intelectuales en la sociedad:
“Un colega mío, catedrático de filosofía de universidad, se ofreció a impartir clases en una catequesis de Confirmación. Muy pronto el responsable de la misma lo llamó a capítulo. “Pero, ¿qué me dicen que estás enseñando a los chavales?” “Pues… los misterios de la Fe: Trinidad, Encarnación, Redención”. “No, no, ¡qué barbaridad! Lo que tienes que enseñarles es que Jesús los ama…”. “Pero, padre, ¿se da cuenta usted que estos chicos ya saben resolver integrales y estudian biología molecular?” Imposible fue que entrara en razón. Mi amigo tuvo que dimitir de su cometido.
Un cristiano intelectual, un cristiano cualquiera, sabe que nadie es “cualquiera” ante Dios, y sabe también con meridiana claridad que la Fe y la Razón dan un sentido pleno a nuestro vivir
La historia del hombre no es construir una ciudad terrena definitiva y eterna, que el tiempo acabaría convirtiendo en ruinas, en polvo del desierto; y así lo recuerda Javier Paredes: “El fin de la historia −lo he escrito muchas veces y no he enseñado cosa distinta a mis alumnos durante cuarenta años− es que el hombre sea plenamente hombre, que vuelva a Dios, que sea santo”.
Ya no son pocos los que se dan cuenta de que todas las ideologías −comunismo, liberalismo ateo, consumismo, ideología de género, etc.−, que han pretendido dar un sentido al vivir del hombre, apartándolo de Dios, de Cristo, han fracasado rotundamente, y han dejado, están dejando, además de millones de muertos entre asesinatos políticos, mártires, abortos, suicidios, un vacío inmenso en el espíritu del hombre. Por desgracia, no pocos pretenden colmar ese vacío derramando su vivir en puro desorden sexual: lgtbi.
En este contexto, anclados en la fe, −la Doctrina- el cristiano que piensa y profundiza en el contenido de la doctrina, dogma y moral, que la Iglesia ha anunciado en nombre de Cristo a lo largo de los siglos, abrirá su alma al anhelo de vivir en la tierra con esa perspectiva, y anunciar la Pastoral en nombre del Señor, no solo persona a persona, sino también en el ámbito de su profesión, en su trabajo, en su familia, en la sociedad, incluso también en el actuar de la función de gobierno del Estado, que debe mirar siempre al bien común del pueblo.
Y también sabe ese cristiano que piensa, y que conoce, aunque solo sea un poco de la historia de la Iglesia, que el cristianismo ha influido en todas las culturas con las que se ha encontrado; y lo ha hecho, no a base de encuentros con intelectuales de esas culturas, como si se tratara de un enfrentamiento entre culturas; sino hablando con quienes le rodeaban, con amigos, familiares, compañeros de profesión, etc., etc., en una labor callada y paso a paso, llevándoles con el trato personal a descubrir las semillas divinas que Dios Creador ha depositado en lo hondo de cada criatura suya, y que la Fe en Cristo, Dios y hombre verdadero, va ayudando a descubrir, a revitalizar, hasta llegar a una verdadera unión entre Fe y Razón, fundamento de la cultura del occidente cristiano, como con tanta claridad señaló en su momento Christopher Dawson.
El cristiano intelectual no impone nunca la Fe: la Proclama, y la Predica, porque sabe que todo hombre está viviendo a la espera de Jesucristo; y sabe también que la Luz sobrenatural del Cielo que trae Cristo puede iluminar a todo ser humano a descubrir las luces naturales que, unidas a las sobrenatural, le ayudan a descubrir el sentido de su vivir.
Convencido, como todo cristiano, de que el hombre no es un ser autónomo que se “construye” a sí mismo, sino un ser creado que se realiza plenamente en la relación unitiva con su Creador, Ricardo Calleja para su atención muy especialmente en esta tarea de los cristianos intelectualmente cristianos, sin mencionar posibles encuentros, diálogos, con las ideologías reinantes, sencillamente porque las “ideologías” no quieren dialogar con nadie: se encierran en síi mismas para proclamar su “verdad”. El cristiano anuncia la Verdad.
Escribe Calleja: “Junto a las verdades naturales y reveladas, existe otro tipo de verdades que son cristianas en un sentido específico: las verdades desveladas. Estas no requieren la fe personal, pues por sí mismas son asequibles a la razón y a la experiencia humana. Pero sólo están “disponibles” a la humanidad una vez que han sido reveladas y mientras configuran la experiencia humana”.
“Me refiero fundamentalmente −aunque no solo− a la vivencia cristiana del alma humana: La visión radical de la libertad y la responsabilidad personales que implica la noción de pecado, frente al fatum trágico; la posibilidad de dar sentido al sufrimiento; la misericordia de Dios y la llamada a la compasión, que no se disuelven en un sentimentalismo optimista, porque no se contraponen a la verdad y la justicia; la posibilidad del perdón divino y la invitación a perdonar, que permiten volver a empezar, y da lugar a tantos relatos de redención; etc. La luz que Jesucristo arrojó sobre la existencia humana ha dado lugar a una cultura inédita y fecunda, en el pensamiento, en las artes, en la música, en la narrativa, y en la vida personal, familiar y social. “Cristo, el nuevo Adán −dice el Concilio Vaticano II− manifiesta plenamente al propio hombre y le descubre la sublimidad de su vocación”.
El intelectual cristiano quizá llegue a cerrar el horizonte de su misión en alcanzar una “cultura cristiana”. El cristiano intelectual no caerá en ese error, porque sabe que su Fe, el dogma y la moral cristiana, son verdadera luz para todo hombre, −y, por tanto, para toda cultura que el hombre pueda llegar a crear y a establecer−; y para cada hombre, en su caminar en la tierra con Dios, con Cristo, hasta el Cielo.
“Lo que falta es que la maduración en la fe vaya acompañada de la correspondiente profundización existencial e intelectual, es decir, ayudar a los jóvenes a vivir y a pensar por sí mismos. Esperar que la catequesis de primera comunión sirva para toda la vida sería como pretender que un ingeniero pueda manejarse sabiendo poco más que la tabla de multiplicar” (Torralba).
Cristiano intelectual, y después, intelectual cristiano; porque la misión de la Iglesia no es la de construir una ciudad terrena, ni un orden social–político-económico determinado; sino la de hacer posible, con la Doctrina y la Pastoral, con las Verdades de Fe, y las normas de la Moral, que la Fe se una a la Razón, e ilumine el caminar histórico del hombre en cualquier cultura que se encuentre, a la que con su vida y sus palabras, purificará de cualquier afirmación contraria a la Ley de Dios, contraria a la Verdad, la liberará del ateísmo, y le mostrará el camino de su vivir al recordarle el Bien de la Moral que rechaza abortos, eutanasias, desordenes sexuales desde la homosexualidad hasta el incesto, adulterio, y demás variantes de las lgtbiq… Le llevará a descubrir que “la Verdad os hará libres”, con esa Libertad, don precioso que sólo el hombre ha podido recibir de un Dios Creador, Padre, Amor.
Un buen ejemplo de la labor de un cristiano intelectual que da testimonio de su Fe, y prepara la presencia de un intelectual cristiano es esta carta que recoge Paredes, y que ha recibido un profesor amigo suyo.
“Estimado profesor: Quería felicitarle estas fiestas, ahora que no tengo ninguna asignatura pendiente con usted, para que la sinceridad no se confunda con peloteo, me abrió los ojos respecto a la Iglesia y hasta me estoy pensando el sacerdocio, en fin, que estas fechas las pase rodeado de su familia y amigos, y que el año que viene sea mejor”.
“Cristianos intelectuales” y “Intelectuales cristianos”; apoyándose mutuamente en la gran misión cristiana que mira al Cielo y a la tierra, sin separarlos nunca.
Ernesto Juliá, en religion.elconfidencialdigital.com