1/28/21

La oración con las Sagradas Escrituras

El Papa ayer en la Audiencia General

Hoy quisiera detenerme sobre la oración que podemos hacer a partir de un pasaje de la Biblia. Las palabras de la Sagrada Escritura no han sido escritas para quedarse atrapadas en el papiro, en el pergamino o en el papel, sino para ser acogidas por una persona que reza, haciéndolas brotar en su corazón. La palabra de Dios va al corazón. El Catecismo afirma: «A la lectura de la sagrada Escritura debe acompañar la oración −la Biblia no puede ser leída como una novela− para que se realice el diálogo de Dios con el hombre» (n. 2653). Así te lleva la oración, porque es un diálogo con Dios. Ese versículo de la Biblia fue escrito también para mí, hace siglos, para traerme una palabra de Dios. Ha sido escrito para cada uno de nosotros. A todos los creyentes les sucede esta experiencia: una pasaje de la Escritura, escuchado ya muchas veces, un día de repente me habla e ilumina una situación que estoy viviendo. Pero es necesario que yo, ese día, esté ahí, en la cita con esa Palabra, esté ahí, escuchando la Palabra. Todos los días Dios pasa y lanza una semilla en el terreno de nuestra vida. No sabemos si hoy encontrará suelo árido, zarzas, o tierra buena, que hará crecer esa semilla (cfr. Mc 4,3-9). Depende de nosotros, de nuestra oración, del corazón abierto con el que nos acercamos a las Escrituras para que se conviertan para nosotros en Palabra viva de Dios. Dios pasa, continuamente, a través de la Escritura. Y repito lo que dije la semana pasada, que decía san Agustín: “Tengo miedo del Señor cuando pasa”. ¿Miedo a qué? A que yo no le escuche, a que no me dé cuenta de que es el Señor.

A través de la oración se da como una nueva encarnación del Verbo. Y somos nosotros los “sagrarios” donde las palabras de Dios quieren ser acogidas y custodiadas, para poder visitar el mundo. Por eso es necesario acercarse a la Biblia sin segundas intenciones, sin instrumentalizarla. El creyente no busca en las Sagradas Escrituras el apoyo para su propia visión filosófica o moral, sino porque espera en un encuentro; sabe que esas palabras han sido escritas por el Espíritu Santo y que por tanto con ese mismo Espíritu deben ser acogidas, ser comprendidas, para que se dé el encuentro.

A mí me molesta un poco cuando escucho cristianos que rezan versículos de la Biblia como papagayos. “Oh, sí, el Señor dice…, quiere…”. ¿Pero tú te has encontrado con el Señor en ese versículo? No es un problema solo de memoria: es un problema de la memoria del corazón, esa que te abre al encuentro con el Señor. Y esa palabra, ese versículo, te lleva al encuentro con el Señor.

Nosotros, por tanto, leemos las Escrituras para que ellas “nos lean a nosotros”. Y es una gracia poder reconocerse en ese o aquel personaje, en esa o aquella situación. La Biblia no está escrita para una humanidad genérica, sino para nosotros, para mí, para ti, para hombres y mujeres de carne y hueso, hombres y mujeres que tienen nombre y apellidos, como yo, como tú. Y la Palabra de Dios, impregnada del Espíritu Santo, cuando es acogida con un corazón abierto, no deja las cosas como antes, nunca, cambia algo. Y esa es la gracia y la fuerza de la Palabra de Dios.

La tradición cristiana es rica en experiencias y reflexiones sobre la oración con la Sagrada Escritura. En particular, se ha consolidado el método de la “lectio divina”, nacido en ambiente monástico, pero practicado también por cristianos que frecuentan las parroquias. Se trata ante todo de leer el pasaje bíblico con atención, es más, diría con “obediencia” al texto, para comprender lo que significa en sí mismo. Luego se entra en diálogo con la Escritura, de modo que esas palabras se conviertan en motivo de meditación y de oración: permaneciendo siempre unido al texto, empiezo a preguntarme “qué me dice a mí”. Es un paso delicado: no hay que caer en interpretaciones subjetivas, sino entrar en el surco vivo de la Tradición, que nos une a cada uno a la Sagrada Escritura. Y el último paso de la lectio divina es la contemplación. Aquí las palabras y los pensamientos dejan lugar al amor, como entre enamorados a los cuales a veces les basta con mirarse en silencio. El texto bíblico permanece, pero como un espejo, como una imagen que contemplar. Y así se tiene el diálogo.

A través de la oración, la Palabra de Dios viene a vivir en nosotros y nosotros vivimos en ella. La Palabra inspira buenos propósitos y sostiene la acción; nos da fuerza, nos da serenidad, e incluso cuando nos pone en crisis nos da paz. En los días “torcidos” y confusos, asegura al corazón un núcleo de confianza y de amor que lo protege de los ataques del maligno.

Así la Palabra de Dios se hace carne −me permito usar esta expresión: se hace carne− en los que la acogen en la oración. En algún texto antiguo aflora la intuición de que los cristianos se identifican tanto con la Palabra que, aunque quemaran todas las Biblias del mundo, se podría salvar el “calco” a través de la huella que ha dejado en la vida de los santos. Es una bonita expresión.

La vida cristiana es obra, a la vez, de obediencia y de creatividad. Un buen cristiano debe ser obediente, pero debe ser creativo. Obediente, porque escucha la Palabra de Dios; creativo, porque tiene el Espíritu Santo dentro que le impulsa a practicarla, a llevarla adelante. Jesús lo dice al final de un discurso suyo pronunciado en parábolas, con esta comparación: «Así, todo escriba que se ha hecho discípulo del Reino de los Cielos es semejante al dueño de una casa que saca de sus arcas −del corazón− lo nuevo y lo viejo» (Mt 13,52). Las Sagradas Escrituras son un tesoro inagotable. Que el Señor nos conceda, a todos, sacar de ahí cada vez más, mediante la oración. Gracias.


Saludos

Saludo cordialmente a los fieles de lengua francesa. Os invito a leer y rezar cada día algún versículo de la Palabra de Dios, para dar fuerza, serenidad y paz a vuestra vida. ¡Dios os bendiga!

Saludo cordialmente a los fieles de lengua inglesa. Que el Espíritu Santo nos lleve a acoger cada vez más la Sagrada Escritura como lámpara que ilumina los pasos de nuestra vida diaria. Sobre vosotros y vuestras familias invoco la alegría y la paz del Señor. ¡Dios os bendiga!

Dirijo un cordial saludo a los fieles de lengua alemana. Elijamos cada mañana una frase de la Biblia como compañera de nuestra jornada. Nos ayudará a comprender mejor la voluntad de Dios y a vivirla. Que el Espírito Santo os guíe en vuestro camino.

Saludo cordialmente a los fieles de lengua española. Los animo a acercarse a la Palabra de Dios con obediencia y creatividad. En ella encontramos un tesoro inagotable al que podemos acceder todos los días mediante la oración, y ella nos irá trasformando y llenándonos de gran alegría. Que el Señor los bendiga.

De corazón, saludo a los oyentes de lengua portuguesa. ¡Que nada os impida vivir y crecer en la amistad del Señor Jesús, y manifestar a todos su gran bondad y misericordia! Descienda generosamente su bendición sobre vosotros y vuestras familias.

Saludo a los fieles de lengua árabe. La Biblia es un tesoro inagotable. Que el Señor nos conceda sacar de ahí cada vez más, mediante la oración. ¡El Señor os bendiga a todos y os proteja ‎siempre de todo mal‎‎‎‏!

Saludo cordialmente a los polacos. Hoy celebramos la memoria litúrgica de Santa Ángela de Mérici, fundadora de la Compañía de Santa Úrsula. De su espiritualidad han florecido numerosas Congregaciones de Ursulinas, presentes también en Polonia. Inspirada por la Palabra de Dios, Santa Ángela deseaba que las monjas, dedicadas sin reserva a Dios y a los pobres, asumiesen con valentía la labor educativo entre niños y jóvenes. Recomendaba: “Mantened el antiguo camino (…) y haced vida nueva!”. Con su ejemplo, espero que la lectura diaria de la Sagrada Escritura os ayude a manifestar con alegría vuestra fe. Os bendigo de corazón.

Dirijo un cordial saludo a los fieles de lengua italiana. Mañana se celebra la memoria litúrgica de Santo Tomás de Aquino, patrono de las escuelas católicas. Que su ejemplo aliente a todos, especialmente a los estudiantes, a ver en Jesús al único maestro de vida, y su doctrina os anime a fiaros de la sabiduría del corazón para cumplir vuestra misión.

Mi pensamiento va finalmente, come de costumbre, a los ancianos, jóvenes, enfermos y recién casados. Deseo que cada uno, en su propia condición, contribuya con generosidad a difundir la alegría de amar y servir a Jesús.