José Antonio García-Prieto Segura
“Nos has hecho, Señor, para Ti y nuestro corazón está inquieto mientras no descansa en Ti” (S. Agustín, Confes. I, 1, 1).
Con la fiesta de san Agustín que hemos celebrado el día 28, va cerrando sus puertas este mes de la JMJ 2023 de Lisboa, testigo del mega encuentro de jóvenes por encima del millón de participantes. “Juntos han hecho posible esta gran fiesta de la fe”, ha dicho el papa Francisco a su regreso de Portugal (Audiencia 9-VIII-23). Eso ha sido, en sustancia, el gran acontecimiento en Lisboa y Fátima.
Los Discursos de Francisco han sido numerosos, y me centraré en el dirigido a los universitarios, el 3 de agosto, por ser el que me ha inspirado el contenido y título de estas líneas, y en el que he percibido claramente la presencia de san Agustín, en frases claves, a las que enseguida me referiré. La rectora de la Universidad Católica de Lisboa, en su saludo de acogida al papa y a los participantes, dijo que “todos nos sentimos peregrinos”. Precisamente en el concepto y razón del peregrino, Francisco centró su discurso, afirmando que: “El peregrino deja de lado la rutina cotidiana y se pone en camino con un propósito, moviéndose ‘más allá de los confines’, hacia un horizonte de sentido. En el término ‘peregrino’ vemos reflejada la conducta humana, porque cada uno está llamado a confrontarse con grandes preguntas (...), que invitan a emprender un viaje, a superarse a sí mismos, a ir más allá. Es un proceso que un universitario comprende bien, porque así nace la ciencia. Y así crece también la búsqueda espiritual. Peregrino es caminar hacia una meta o buscar una meta.” (Discurso 3-VIII-23). Y como en este caminar no faltan desánimos e inquietudes, el papa vio oportuno apoyar esta experiencia del peregrino, en unas palabras del gran poeta portugués Pessoa, que “dijo, de un modo atribulado pero acertado, que ‘estar insatisfecho es ser hombre’ (O Quinto Império, en Mensagem)”.
Leer esas palabras del poeta luso y aflorarme súbita y espontáneamente la figura y genio de san Agustín, fue todo uno. En efecto, Pesoa testimonia la universal vivencia humana que ya tuvo san Agustín: la experiencia de hondas insatisfacciones vitales, que nos constituyen como humanos; esto, intuyó Agustín, se debe a que cada uno no se ha dado el ser a sí mismo, porque es como un regalo del Amor creador, que espera nuestra correspondencia. Y en el peregrinar terreno aparece ya la gran tensión vital de la libertad y el amor.
Francisco observa que Pesoa expresó esa insatisfacción “de un modo atribulado”; y la razón, a mi modo de ver, está en que Pesoa no fue más allá en la búsqueda del sentido de esas inquietudes o, si lo intentó, no llegó a encontrarlo. En cambio, como acabo de apuntar, San Agustín gracias a la luz de la fe, dio plenamente en la diana, al desvelar el “por qué” de nuestras insatisfacciones, razonando así: como cada persona es fruto del Amor divino, nuestro corazón está destinado a vivir en un intercambio de amor con quien es el mismo Amor. Y como los anhelos del corazón son inconmensurables, nada de esta tierra puede colmarlos plenamente. Es lo que expresó magistralmente con aquellas palabras al inicio de sus Confesiones: “nos has hecho, Señor, para Ti y nuestro corazón está inquieto mientras no descansa en Ti” (S. Agustín, Confes. I, 1, 1).
En la raíz de esas inquietudes del peregrino hay, pues, una íntima nostalgia del Amor que nos precede, y que al final del camino nos espera. La nostalgia es muy nuestra, pero originada en Dios-Amor. En nuestro ser laten un “antes” y un “después” de amor, que explican las inquietudes del corazón; pero si descubrimos su sentido -como san Agustín-, nos llenaremos de sosiego sabiendo que, un día, Quien las dio origen, las transformará en una alegría sin fin.
Francisco, prosiguiendo su discurso, usó dos expresiones que rezuman pensamiento agustiniano. Al referirse al “carácter incompleto que define nuestra condición de buscadores y peregrinos”, recordó que nos sucede esto porque, ”como dice Jesús, ‘estamos en el mundo, pero no somos del mundo’ (Jn 17,16). Estamos llamados a algo más, a un despegue sin el cual no hay vuelo. No nos alarmemos entonces, si nos encontramos interiormente sedientos, inquietos, incompletos, deseosos de sentido y de futuro, ¡com saudades do futuro!” (Discurso, 3-VIII-23) El papa usó esta expresión portuguesa que significa “con nostalgias de futuro”. Aunque no mencionó a San Agustín, aquí está latente de nuevo su espíritu; concretamente, en estas dos frases del papa:
“No nos alarmemos entonces, si nos encontramos interiormente sedientos”. Esta sed interior siempre estará viva por lo ya dicho: Dios ha sellado nuestro corazón con la sed divina de su Amor. San Agustín lo expresa, en latín, con solo tres palabras: “Deus sititsitiri”, cuya traducción precisa es: “Dios tiene sed de que tengamos sed de Él” (Quaest. 64, 4). Es una verdad para meditarse, sin más comentarios.
Por lo que mira a la otra frase: hablar de “nostalgias de futuro”, resulta un oxímoron, porque las nostalgias siempre hacen referencia a “un pasado”, al dolor de un amor perdido, que lo añora quien ha amado a “alguien, o a un algo queridos”, ya sea una persona, la patria chica, etc. Por tanto, hablar de nostalgias de futuro, solo tiene sentido si hay en nosotros algo que nos precede y constituye nuestro más íntimo ser: el Amor creador al que ya, con san Agustín, me he referido. Ese Amor que está en nuestro origen, y nos espera también al final de nuestra existencia terrena.
Todo lo anterior lo sabían muy bien el más de millón de jóvenes que han peregrinado a la JMJ de Lisboa, como también los cristianos que vivimos de fe. Ha sido “la gran fiesta de la fe”, que decía al principio con palabras del papa. Ahora, y siempre, la fiesta debe proseguir “por dentro”, iluminando lo ordinario y aparentemente sin brillo de cada jornada, porque permanece viva la fe que se abre a la esperanza; a una esperanza alegre, porque unidas estas dos virtudes, nos dicen y anticipan ya que, al final del camino, nos aguarda cara a cara el Amor de Dios.