Al recibirles este jueves en audiencia
Distinguidos representantes del Gran Rabinato de Israel,
Queridos delegados católicos:
Es para mí un gran placer darles la bienvenida, a la Delegación del Gran Rabinato de Israel, junto con los participantes católicos de la Comisión de la Santa Sede para las Relaciones Religiosas con los Judíos. El importante diálogo en el que están ustedes comprometidos es fruto de la histórica visita de mi venerado predecesor, el Papa Juan Pablo II, a Tierra Santa en marzo del año 2000. Fue se deseo entrar en diálogo con las instituciones religiosas judías en Israel, y su ánimo fue decisivo en la consecución de este objetivo. Al recibir a los dos Rabinos Jefes de Israel en enero de 2004, llamó a este diálogo un "signo de gran esperanza".
Durante estos siete años no sólo ha aumentado la amistad entre la Comisión y el Gran Rabinato, sino que ustedes han sido capaces de reflexionar en importantes temas que son relevantes tanto para las tradiciones judías como para las cristianas. Dado que reconocemos un rico patrimonio espiritual común, un diálogo basado en la comprensión mutua y el respeto es, como recomienda la Nostra Aetate (n. 4), necesario y posible.
Trabajando unidos ustedes han sido cada vez más conscientes de los valores comunes que etsán en nuestras respectivas tradiciones religiosas, estudiándolos durante los siete encuentros mantenidos tanto en Roma como en Jerusalén. Han reflexionado sobre la santidad de la vida, los valores de la familia, la justicia social y la conducta ética, la importancia de la Palabra de Dios expresada en las Sagradas Escrituras para la sociedad y la educación, la relación entre las autoridades civiles y religiosas y la libertad de religión y de conciencia. El las declaraciones comunes realizadas tras cada encuentro, los puntos de vista basados en nuestras respectivas convicciones religiosas han sido resaltados, mientras que se ha tomado conciencia de las diferencias de comprensión. La Iglesia reconoce que los comienzos de su fe se fundan en la histórica intervención divina en la vida del pueblo judío y aquí se funda nuestra relación única. El pueblo judío, que fue escogido como el pueblo elegido, comunica a la entera familia humana el conocimiento y la fidelidad al Dios uno, único y verdadero. Los cristianos reconocemos de buen grado que nuestras propias raíces se encuentran en la misma auto revelación de Dios, de la que se nutre la experiencia religiosa de los judíos.
Como ustedes saben, estoy preparando mi visita como peregrino a Tierra Santa. Mi intención es pedir especialmente el precioso don de la paz y la unidad tanto en la región como en toda la familia humana. Como recuerda el salmo 125, Dios protege a su pueblo: "Jerusalén de montes rodeada, así el Señor rodea a su pueblo desde ahora y por siempre". Ojalá que mi visita ayude a profundizar el diálogo de la Iglesia con el pueblo judío, de forma que judíos y cristianos y también musulmanes puedan vivir en paz y armonía en esta Tierra Santa.
Les agradezco por su visita y les renuevo mi compromiso personal de promover la visión establecida en la declaración Nostra aetate del Concilio Vaticano a las generaciones venideras.