Selección de textos del libro “Jesús de Nazaret”, de Josep Ratzinger - Benedicto XVI
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En todos los tiempos, el hombre no se ha preguntado sólo por su proveniencia originaria; más que la oscuridad de su origen, al hombre le preocupa lo impenetrable del futuro hacia el que se encamina. (Pág. 23)
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Jesús no aparece como un hombre genial con sus emociones, sus fracasos y sus éxitos, con lo que, como personaje de una época pasada, quedaría a una distancia insalvable de nosotros. Se presenta ante nosotros más bien como “el Hijo predilecto”. (Pág. 47)
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Jesús tiene que entrar en el drama de la existencia humana – esto forma parte del núcleo de su misión – recorrerla hasta el fondo, para encontrar así a la “oveja descarriada”, cargarla sobre sus hombros y devolverla al redil. (Pág. 50)
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El núcleo de toda tentación: apartar a Dios que, ante todo lo que parece más urgente en nuestra vida, pasa a ser algo secundario, o incluso superfluo y molesto. Poner orden en nuestro mundo por nosotros solos, sin Dios, contando únicamente con nuestras propias capacidades, reconocer como verdaderas sólo las realidades políticas y materiales, y dejar a Dios de lado como algo ilusorio, ésta es la tentación que nos amenaza de muchas maneras. (Pág. 52)
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Es propio de la tentación adoptar una apariencia moral. (Pág. 53)
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Cuando a Dios se le da una importancia secundaria, que se puede dejar de lado temporal o permanentemente, entonces fracasan precisamente estas cosas presuntamente más importantes. (Pág. 58)
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Si el corazón del hombre no es bueno, ninguna otra cosa puede llegar a ser buena. Y la bondad de corazón sólo puede venir de Aquel que es la bondad misma, el Bien. (Pág. 58)
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El tentador no es tan burdo como para proponernos directamente adorar al diablo. Sólo nos propone decidirnos por lo racional, preferir un mundo planificado y organizado, en el que Dios puede ocupar un lugar, pero como asunto privado, sin interferir en nuestros propósitos esenciales. (Pág. 67)
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¿Qué ha traído Jesús realmente, si no ha traído la paz al mundo, el bienestar para todos, un mundo mejor? ¿Qué ha traído? La respuesta es muy sencilla: a Dios. Ha traído a Dios. (Pág. 69)
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Ha traído a Dios: ahora conocemos su rostro, ahora podemos invocarlo. Ahora conocemos el camino que debemos seguir como hombres en este mundo. Jesús ha traído a Dios y, con El, la verdad sobre nuestro origen y nuestro destino; la fe, la esperanza y el amor. Sólo nuestra dureza de corazón nos hace pensar que esto es poco. (Pág. 70)
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El contenido central del “Evangelio” es que el Reino de Dios está cerca…..y se pide a los hombres una respuesta a este don: conversión y fe. (Pág. 74)
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Sin un “morir”, sin que naufrague lo que es sólo nuestro, no hay comunión con Dios ni redención. (Pág. 95)
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Las Bienaventuranzas son promesas en las que resplandece la nueva imagen del mundo y del hombre que Jesús inaugura, y en las que “se invierten los valores”. (Pág. 99)
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Las Bienaventuranzas expresan lo que significa ser discípulo. (Pág. 101)
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Las Bienaventuranzas son como una velada biografía interior de Jesús, como un retrato de su figura. (Pág. 102)
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Sólo el hombre reconciliado con Dios puede estar también reconciliado y en armonía consigo mismo, y sólo el hombre reconciliado con Dios y consigo mismo puede crear paz a su alrededor y en todo el mundo. (Pág. 114)
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Cuando el hombre pierde de vista a Dios fracasa la paz y predomina la violencia, con atrocidades antes impensables, como lo vemos hoy de manera sobradamente clara. (Pág. 114)
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Las invectivas no son condenas, no son expresión de odio, envidia o enemistad. No se trata de una condena, sino de una advertencia que quiere salvar. (Pág. 126)
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Las bienaventuranzas se oponen a nuestro gusto espontáneo por la vida, a nuestra hambre y sed de vida. Exigen conversión, un cambio de marcha interior respecto a la dirección que tomaríamos espontáneamente. (Pág. 128)
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La verdadera “moral” del cristianismo es el amor. Y éste, obviamente, se opone al egoísmo; es un salir de uno mismo, pero es precisamente de este modo como el hombre se encuentra consigo mismo. (Pág. 129)
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Puesto que ser hombre significa esencialmente relación con Dios, está claro que incluye el hablar con Dios y el escuchar a Dios. (Pág. 161)
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La oración no ha de ser una exhibición ante los hombres; requiere esa discreción que es esencial en una relación de amor. (Pág. 162)
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Toda la obra de Jesús brota de su oración, es su soporte. (Pág. 166)
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Nada puede llegar a ser correcto si no estamos en el recto orden con Dios. (Pág. 168)
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Lo verdaderamente importante en la oración no es esto o aquello, sino que Dios se nos quiere dar… La oración es un camino para purificar poco a poco nuestros deseos, corregirlos e ir sabiendo lo que necesitamos de verdad: a Dios y a su espíritu. (Pág. 171)
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Damos siempre demasiado poco si sólo damos lo material. (Pág. 240)
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Tenemos que aprender de nuevo, desde lo más íntimo, la valentía de la bondad; sólo lo conseguiremos si nosotros mismos nos hacemos “buenos” interiormente, si somos “prójimos” desde dentro y cada uno percibe qué tipo de servicios se necesita en mi entorno y en el radio más amplio de mi existencia, y como puedo prestarlo yo. (Pág. 240)
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Hay que recortar la autoexaltación del hombre y de las instituciones; todo lo que se ha vuelto demasiado grande debe volver de nuevo a la sencillez y a la pobreza del Señor mismo. (Pág. 308)
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Jesús no aparece como un hombre genial con sus emociones, sus fracasos y sus éxitos, con lo que, como personaje de una época pasada, quedaría a una distancia insalvable de nosotros. Se presenta ante nosotros más bien como “el Hijo predilecto”. (Pág. 47)
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Jesús tiene que entrar en el drama de la existencia humana – esto forma parte del núcleo de su misión – recorrerla hasta el fondo, para encontrar así a la “oveja descarriada”, cargarla sobre sus hombros y devolverla al redil. (Pág. 50)
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El núcleo de toda tentación: apartar a Dios que, ante todo lo que parece más urgente en nuestra vida, pasa a ser algo secundario, o incluso superfluo y molesto. Poner orden en nuestro mundo por nosotros solos, sin Dios, contando únicamente con nuestras propias capacidades, reconocer como verdaderas sólo las realidades políticas y materiales, y dejar a Dios de lado como algo ilusorio, ésta es la tentación que nos amenaza de muchas maneras. (Pág. 52)
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Es propio de la tentación adoptar una apariencia moral. (Pág. 53)
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Cuando a Dios se le da una importancia secundaria, que se puede dejar de lado temporal o permanentemente, entonces fracasan precisamente estas cosas presuntamente más importantes. (Pág. 58)
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Si el corazón del hombre no es bueno, ninguna otra cosa puede llegar a ser buena. Y la bondad de corazón sólo puede venir de Aquel que es la bondad misma, el Bien. (Pág. 58)
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El tentador no es tan burdo como para proponernos directamente adorar al diablo. Sólo nos propone decidirnos por lo racional, preferir un mundo planificado y organizado, en el que Dios puede ocupar un lugar, pero como asunto privado, sin interferir en nuestros propósitos esenciales. (Pág. 67)
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¿Qué ha traído Jesús realmente, si no ha traído la paz al mundo, el bienestar para todos, un mundo mejor? ¿Qué ha traído? La respuesta es muy sencilla: a Dios. Ha traído a Dios. (Pág. 69)
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Ha traído a Dios: ahora conocemos su rostro, ahora podemos invocarlo. Ahora conocemos el camino que debemos seguir como hombres en este mundo. Jesús ha traído a Dios y, con El, la verdad sobre nuestro origen y nuestro destino; la fe, la esperanza y el amor. Sólo nuestra dureza de corazón nos hace pensar que esto es poco. (Pág. 70)
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El contenido central del “Evangelio” es que el Reino de Dios está cerca…..y se pide a los hombres una respuesta a este don: conversión y fe. (Pág. 74)
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Sin un “morir”, sin que naufrague lo que es sólo nuestro, no hay comunión con Dios ni redención. (Pág. 95)
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Las Bienaventuranzas son promesas en las que resplandece la nueva imagen del mundo y del hombre que Jesús inaugura, y en las que “se invierten los valores”. (Pág. 99)
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Las Bienaventuranzas expresan lo que significa ser discípulo. (Pág. 101)
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Las Bienaventuranzas son como una velada biografía interior de Jesús, como un retrato de su figura. (Pág. 102)
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Sólo el hombre reconciliado con Dios puede estar también reconciliado y en armonía consigo mismo, y sólo el hombre reconciliado con Dios y consigo mismo puede crear paz a su alrededor y en todo el mundo. (Pág. 114)
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Cuando el hombre pierde de vista a Dios fracasa la paz y predomina la violencia, con atrocidades antes impensables, como lo vemos hoy de manera sobradamente clara. (Pág. 114)
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Las invectivas no son condenas, no son expresión de odio, envidia o enemistad. No se trata de una condena, sino de una advertencia que quiere salvar. (Pág. 126)
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Las bienaventuranzas se oponen a nuestro gusto espontáneo por la vida, a nuestra hambre y sed de vida. Exigen conversión, un cambio de marcha interior respecto a la dirección que tomaríamos espontáneamente. (Pág. 128)
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La verdadera “moral” del cristianismo es el amor. Y éste, obviamente, se opone al egoísmo; es un salir de uno mismo, pero es precisamente de este modo como el hombre se encuentra consigo mismo. (Pág. 129)
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Puesto que ser hombre significa esencialmente relación con Dios, está claro que incluye el hablar con Dios y el escuchar a Dios. (Pág. 161)
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La oración no ha de ser una exhibición ante los hombres; requiere esa discreción que es esencial en una relación de amor. (Pág. 162)
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Toda la obra de Jesús brota de su oración, es su soporte. (Pág. 166)
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Nada puede llegar a ser correcto si no estamos en el recto orden con Dios. (Pág. 168)
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Lo verdaderamente importante en la oración no es esto o aquello, sino que Dios se nos quiere dar… La oración es un camino para purificar poco a poco nuestros deseos, corregirlos e ir sabiendo lo que necesitamos de verdad: a Dios y a su espíritu. (Pág. 171)
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Damos siempre demasiado poco si sólo damos lo material. (Pág. 240)
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Tenemos que aprender de nuevo, desde lo más íntimo, la valentía de la bondad; sólo lo conseguiremos si nosotros mismos nos hacemos “buenos” interiormente, si somos “prójimos” desde dentro y cada uno percibe qué tipo de servicios se necesita en mi entorno y en el radio más amplio de mi existencia, y como puedo prestarlo yo. (Pág. 240)
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Hay que recortar la autoexaltación del hombre y de las instituciones; todo lo que se ha vuelto demasiado grande debe volver de nuevo a la sencillez y a la pobreza del Señor mismo. (Pág. 308)