9/07/10

LA PERFECCIÓN DE LA PERSONA


CURSO SOBRE LAS VIRTUDES ( Tomás Trigo )

El curso se compone de 7 capítulos:


Se trata de un estudio amplio y documentado de las virtudes: primero, desde un punto de vista general; y después, de cada una en particular, siguiendo un orden lógico de exposición.
Está orientado a quienes desean profundizar en la teoría de las virtudes a través del pensamiento clásico, sobre todo de Aristóteles y Santo Tomás, y de las aportaciones más importantes del pensamiento actual.
Puede ser útil para los profesores de Ética y Teología Moral. Pero es accesible también para cualquier lector interesado en el conocimiento y la práctica de las virtudes en la vida moral.
Para profundizar en la teoría de las virtudes y en cada una de ellas, se puede entrar en la página web del autor: “Virtudes y valores”: www.unav.es/tmoral/virtudesyvalores.

INTRODUCCIÓN

La persona tiene el poder de decir libremente que sí al bien que en cada momento se le presenta, que constituye una llamada de Dios en el devenir temporal de su existencia.
Ese “sí” es la realización concreta del amor al bien, que se expresa en acciones buenas. Con ese “sí”, la persona se identifica una y otra vez con el bien para el que está hecha. Con el “sí” a cada acción buena, se hace buena con el bien que ama.
La elección constante de acciones buenas genera el crecimiento interior, que se articula en el conjunto de las virtudes.
Las virtudes, a su vez, al perfeccionar las dimensiones operativas del ser humano (el conocimiento, la voluntad y la afectividad) potencian cada vez más la libertad de la persona. Así como el ejercicio físico bien orientado fortalece los músculos y aumenta la potencia y la habilidad que la persona tiene a su libre disposición, así las virtudes incrementan la capacidad de la persona para conocer, amar y realizar el bien.
La reflexión sobre las virtudes ayuda a comprender cómo se va desarrollando la persona, desde la inmadurez inicial –física, intelectual y moral-, que le es natural, hasta la plenitud de desarrollo de sus diversas dimensiones.
Las virtudes son fruto del ejercicio continuo de la propia libertad en el camino hacia Dios, que ya ahora introduce a la persona en su intimidad, en ese juego de naturaleza, gracia y libertad.
Gracias a las virtudes, la persona conoce cada vez mejor el bien, y se desarrolla cada vez más su potencia y habilidad para realizarlo por amor.
El amor, realizado en cada acción concreta que reclama la libertad, hace que la persona crezca por dentro, cada vez más, con el bien que ama y ejerce paso a paso. Crece en la libertad de los hijos de Dios, que es crecer en santidad.
En este curso, después de una introducción histórica sobre el concepto de virtud en la tradición filosófica y teológica (Capítulo 1), se estudia la naturaleza de las virtudes en general y los diversos tipos de virtudes (Capítulo 2). Nada puede entenderse, sin embargo, en la vida del cristiano, si no se conoce su inserción ontológica y moral en Cristo. De ahí que sea necesario estudiar con especial atención las virtudes sobrenaturales y los dones del Espíritu Santo (Capítulo 3).
Para entender la estructura interna de ese organismo unitario que es el ser moral humano, y la articulación entre las diversas dimensiones de su crecimiento interior, es buen camino considerar el orden natural de la acción. Las virtudes son perfeccionamiento de cada una de esas dimensiones del sujeto que actúa. Por eso, si queremos encontrar su sentido interno, debemos acudir al orden en que van entrando en juego.
El primer paso es saber qué es lo bueno. Y ese buen juicio no está dado de entrada, sino que necesita un crecimiento, tanto humano como sobrenatural, que se adquiere con las virtudes y dones intelectuales, y requiere además la ayuda de las demás virtudes (Capítulo 4).
Pero no basta con “saber” lo que es bueno, porque el bien no sale solo. Es necesario que ese bien sea alcanzable, adecuado a las fuerzas del sujeto. En caso contrario, ni siquiera se ve como posible, y la voluntad no puede querer lo imposible, ni Dios se lo reclama. Para pasar del “querría” al “quiero” es necesario reforzar la libertad con las virtudes de la fortaleza y la esperanza (Capítulo 5).
La realización efectiva del bien se ejecuta, sin embargo, en el acto libre de amor, gracias a las virtudes del amor-justicia y de la caridad (Capítulo 6).
Ahora bien, no es el alma “sola” quien ama, sino la entera persona de carne y espíritu; de ahí la importancia del dominio sobre sí mismo que concede la virtud de la templanza, progresiva integración de la unidad de alma-cuerpo, verdadera “personalización” del cuerpo, indispensable madurez de la persona de carne (Capítulo 7).
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