7/18/11

El festín del Papa Benedicto

Monseñor Jesús Sanz Montes


Hablar del “festín del Papa Benedicto” no es el título de una novela ni la sugerencia de un tema musical o cinematográfico. Hablamos de sus homilías, de sus encíclicas, de sus libros, de sus viajes apostólicos, de su sabio y bello modo de comunicar la hermosura de la fe y la indómita dignidad y libertad del cristianismo. Pero también podemos hablar de ese festín. ¿De qué se trata?
Ha sucedido en Roma en los días pasados, con motivo del ya recordado y encomendado en nuestras oraciones jubileo sacerdotal del Santo Padre. Han pasado sesenta años desde que el cardenal Faulhaber le impusiese las manos al nuevo sacerdote, mientras una pequeña alondra se elevó desde el altar mayor de la catedral y de pronto entonó un breve trino gozoso y juguetón. Lo ha recordado el cardenal Sodano, Decano del Colegio Cardenalicio, en el saludo que le dirigió al Papa Benedicto XVI durante un almuerzo celebrado en su honor.
Decía bromeando el cardenal Sodano, que los purpurados posiblemente no serían capaces de entonar un canto como aquella improvisada alondra hizo sesenta años atrás. Y se preguntaba qué podrían ofrecerle en su lugar. Recordaba que pocos Papas han llegado a celebrar su sexagésimo aniversario sacerdotal, y cómo el único caso cercano era el del Papa León XIII, cuando cumplía los 87 años de vida. En aquella ocasión los cardenales le quisieron regalar un reloj de péndulo con la inscripción latina “horas tibi sonet nisi serenas” (que este reloj te marque solamente horas serenas).
También le han deseado a Benedicto XVI horas serenas sus hermanos cardenales, como no puede ser de otra manera, pero han preferido obsequiarle con algo bien distinto: un importante donativo para los pobres de Roma: tanto los indigentes romanos, como los numerosos inmigrantes y refugiados que malviven en la Ciudad Eterna. Y con ese mismo espíritu, y por el mismo motivo del cumpleaños sacerdotal del Papa, han querido invitar a comer a 200 pobres de Roma en el día de la fiesta de San Pedro. Algunos de ellos, conmovidos, han escrito unas letritas al Santo Padre dándole las gracias: “A Su Santidad el Papa, que es Padre: quiero agradecerle el almuerzo que nos ha ofrecido a mí y a mi familia, deseando su felicidad, serenidad y crecimiento cristiano. Con devoción y respeto. Claudio”.
Y el Papa, vivamente emocionado les dijo: “Os agradezco el donativo porque así nuestro estar juntos se amplía a los pobres de Roma. No estamos sólo nosotros comiendo aquí; están con nosotros los pobres que necesitan nuestra ayuda y nuestra asistencia, nuestro amor, que se realiza concretamente en la posibilidad de comer, de vivir bien; en la medida de nuestras posibilidades, queremos actuar en este sentido. Y para mí es una señal importante que en esta hora solemne no estamos sólo nosotros, sino que están con nosotros los pobres de Roma, que son amados particularmente por el Señor”.
Realmente, qué hermoso festín, qué maravilloso modo de hacer fiesta sin que quede todo entre moquetas impolutas, manteles preciosos y viandas suculentas, sino que como ocurrió en el festín del Evangelio, pudieran ser invitados cuantos en los cruces de los caminos fueron encontrados, buenos y malos. Sólo es necesario traer el traje de fiesta, ese que nos hace reconocibles ante la misericordia de Dios por encima de nuestras sedas o nuestros harapos. El festín del Papa, el banquete de Dios tiene que ver con cada uno de nosotros y con los pobres que tenemos más a nuestra vera. En las bodas de la vida, ellos y nosotros estamos invitados por el mismísimo Dios.