MENSAJE PARA LA JORNADA MUNDIAL DEL TURISMO 2011
Del Consejo Pontificio para la Pastoral de Migrantes e Itinerantes
El 27 de septiembre se celebra la Jornada Mundial del Turismo, promovida por la Organización Mundial del Turismo (OMT), y contando ya desde su primera edición en 1980 con la adhesión de la Santa Sede.
El tema de este año, Turismo y acercamiento de las culturas, quiere subrayar la importancia que los viajes tienen en el encuentro entre las diversas culturas del mundo, especialmente en estos tiempos en los que más de novecientos millones de personas realizan desplazamientos internacionales, favorecidos por los modernos medios de comunicación y el abaratamiento de los costes.
De este modo, el turismo se nos presenta como "actividad que derriba las barreras que separan a las culturas y fomenta la tolerancia, el respeto y la mutua comprensión. En nuestro mundo, a menudo dividido, estos valores representan los cimientos de un futuro más pacífico".1
Partiendo de un concepto amplio de cultura que abarca, además de la historia o del patrimonio artístico y etnográfico, los estilos de vida, las relaciones, las creencias y los valores, afirmamos no sólo la existencia de la diversidad cultural, sino que, en la línea del Magisterio de la Iglesia, la valoramos como un hecho positivo. Por ello, "es necesario hacer que las personas no sólo acepten la existencia de la cultura del otro - como afirma Benedicto XVI -, sino que también deseen enriquecerse gracias a ella",2 acogiendo lo que ésta tiene de bueno, de verdadero y de bello.
Y para alcanzar este objetivo, el turismo nos brinda todas sus posibilidades. El Código Ético Mundial para el Turismo afirma al respecto que "si se lleva a cabo con la apertura de espíritu necesaria, es un factor insustituible de autoeducación, tolerancia mutua y aprendizaje de las legítimas diferencias entre pueblos y culturas y de su diversidad".3 Éste, por su misma naturaleza, puede favorecer tanto el encuentro como el diálogo, ya que pone en contacto con otros lugares, otras tradiciones, otras maneras de vivir, otras formas de ver el mundo y de concebir su historia. Por todo ello, el turismo es ciertamente una ocasión privilegiada.
Pero para dialogar, la primera condición que se exige es la de saber escuchar, querer ser interpelados por el otro, querer descubrir el mensaje que encierra cada monumento, cada manifestación cultural, desde el respeto, sin prejuicios ni exclusiones, evitando lecturas superficiales o sesgadas. Así, es tan importante el "saber acoger" como el "saber viajar". Ello implica que las actividades turísticas se deben organizar desde el respeto a las peculiaridades, leyes y costumbres de los países receptores, por lo que los turistas deberán recabar información, desde antes de su salida, sobre las características del lugar que van a visitar. Pero también las comunidades receptoras y los agentes profesionales deberán conocer las formas de vida y las expectativas de los turistas que los visitan.4
Partiendo del hecho de que toda cultura encierra en sí misma ciertos límites, el encuentro con culturas diferentes permite un enriquecimiento de la propia realidad. En este sentido se manifestaba el beato Juan Pablo II cuando afirmaba que "la ‘diferencia’, que algunos consideran tan amenazadora, puede llegar a ser, mediante un diálogo respetuoso, la fuente de una comprensión más profunda del misterio de la existencia humana".5
Un objetivo de nuestra pastoral del turismo será ciertamente educar y preparar a los cristianos de modo que ese encuentro de culturas que se puede producir en sus viajes no sea una oportunidad perdida, sino que sirva ciertamente como un enriquecimiento personal, que le ayude a conocer al otro, al tiempo que se conoce a sí mismo.
En este diálogo que se produce fruto del acercamiento de las culturas, la Iglesia tiene mucho que aportar. "También en el campo cultural - señala Benedicto XVI -el cristianismo ha de ofrecer a todos la fuerza de renovación y de elevación más poderosa, es decir, el amor de Dios que se hace amor humano".6 Es inmenso el patrimonio cultural, entendido en el sentido amplio al que anteriormente hemos hecho referencia, que surge de la experiencia de fe, del encuentro entre la cultura y el Evangelio, fruto de la profunda vivencia religiosa de la comunidad cristiana. Ciertamente, estas obras de arte y de memoria histórica tienen un enorme potencial evangelizador, en cuanto que se insertan en la via pulchritudinis, el camino de la belleza, que es "una senda privilegiada y fascinante para acercarse al misterio de Dios".7
Debe ser un objetivo prioritario de nuestra pastoral del turismo mostrar el verdadero significado de todo este acervo cultural, nacido al calor de la fe y para gloria de Dios. En esta línea, aún resuenan las palabras del beato Juan Pablo II dirigidas a los agentes de pastoral del turismo: "Ayudando a los visitantes a remontarse hasta las fuentes de la fe que hizo surgir estos edificios, contribuís a que formen la mirada - que es también un despertar del alma frente a las realidades del espíritu -, a la vez que hacéis visible la Iglesia de piedras vivas que forman las comunidades cristianas".8 Es por ello importante que presentemos este patrimonio en su autenticidad, mostrándolo en su verdadera naturaleza religiosa, insertándolo en el contexto litúrgico en el que nació y para el que nació.
Porque somos conscientes de que la Iglesia "existe para evangelizar",9 debemos preguntarnos constantemente: ¿cómo acoger a las personas en los lugares sagrados de modo que esto les ayude a conocer y amar más al Señor?, ¿cómo facilitar un encuentro entre Dios y cada una de las personas que allí acuden? Hay que subrayar, en primer lugar, la importancia de una acogida adecuada, "que tenga en cuenta lo específico de cada grupo y de cada persona, las expectativas de los corazones y sus auténticas necesidades espirituales",10 y que se manifiesta en diversidad de elementos: desde los sencillos detalles hasta la disponibilidad personal a la escucha, pasando por el acompañamiento durante el tiempo que dure la presencia.
Al respecto, y con el objetivo de favorecer este diálogo intercultural y aprovechar nuestro patrimonio cultural al servicio de la evangelización, es conveniente adoptar una serie de iniciativas pastorales concretas. Todas ellas deben integrarse en un programa amplio de interpretación que, junto a información de tipo histórico-cultural, muestre de forma clara y accesible el original y profundo significado religioso de dichas manifestaciones culturales, usando para ello medios actuales y atractivos, y aprovechando los recursos personales y tecnológicos que están a nuestra disposición.
Entre dichas propuestas concretas se encuentra la elaboración de recorridos turísticos que ofrezcan la visita a los lugares más importantes del patrimonio religioso-cultural de la diócesis. Junto a ello se debe favorecer un amplio horario de apertura, al tiempo que disponer de una estructura de acogida adecuada. En esta línea aparece importante la formación espiritual y cultural de las guías turísticas, al tiempo que se puede valorar la posibilidad de crear organizaciones de guías católicas. Y junto a ello, la elaboración de "publicaciones locales en forma de folletos turísticos, de páginas web o de revistas especializadas en el patrimonio, con el intento pedagógico de evidenciar el alma, la inspiración y el mensaje de las obras, y con un análisis científico dirigido a la comprensión profunda de la obra".11
No podemos conformarnos con concebir la visita turística como una simple pre-evangelización, sino que debe servirnos de plataforma para realizar el anuncio claro y explícito de Jesucristo.
Aprovecho la ocasión para anunciar oficialmente la celebración del VII Congreso Mundial de Pastoral del Turismo, que tendrá lugar, D.m., en Cancún (México) la semana del 23 al 27 de abril de 2012. Dicho evento, organizado por nuestro Pontificio Consejo en colaboración con la Conferencia Episcopal Mexicana y la prelatura de Cancún-Chetumal, será ciertamente una importante oportunidad para seguir profundizando en las propuestas concretas que la pastoral del turismo requiere para los tiempos presentes.
+ Antonio Maria Vegliò
Presidente
+ Joseph Kalathiparambil
Secretario