2/28/14

La utopía mira al futuro, la memoria mira al pasado y el presente se discierne

El Papa a los miembros de la Asamblea Plenaria de la Comisión Pontificia para América Latina


¡Buenos días! Agradezco al Cardenal Ouellet sus palabras y a ustedes todos, el trabajo que han hecho todos estos días. “Transmisión de la fe, emergencia educativa”.
“Transmisión de la fe” lo escuchamos varias veces, no nos hace tanto ruido la palabra. Sabemos que es una obligación hoy día cómo se transmite la fe, que ya fue tema propuesto para el anterior Sínodo que terminó en la evangelización.
Emergencia educativa es una expresión recientemente acuñada por ustedes, por los que prepararon esto. Y me gusta porque esto crea un espacio antropológico, una visión antropológica de la evangelización una base antropológica, ¿no? O sea, hay una emergencia educativa para la transmisión de la fe. Es como tratar el tema de la catequesis a la juventud desde una perspectiva, diríamos, de teología fundamental. Es decir, bueno, cuáles son los presupuestos antropológicos que hay hoy día en la transmisión de la fe, que hacen que para la juventud de América Latina esto sea emergencia educativa ¿no?
Y por eso creo que hay que ser repetitivo y volver a las grandes pautas de la educación, y la primera pauta de la educación es que educar, lo hemos dicho en la misma comisión, alguna vez lo hemos dicho, que no es solamente transmitir conocimientos, ¿no? transmitir contenidos, sino que implica otras dimensiones: O sea transmitir contenidos, hábitos y valoraciones, y los tres juntos.
Para poder transmitir la fe hay que crear el hábito de una conducta hay que crear la recepción de valores que la preparen y la hagan crecer. Hay que crear contenidos básicos. Si solamente queremos transmitir la fe con contenidos será una cosa superficial o ideológica, que no va a tener raíces. La transmisión tiene que ser de contenidos, con valores, valoraciones y hábitos, hábitos de conducta, ¿no? Los antiguos propósitos de nuestros confesores cuando éramos chicos, ¿no? “Bueno, en esta semana vos hacé esto, esto y esto” y nos iban creando un hábito de conducta, ¿no? Y no sólo el contenido, sino lo valores. O sea que en ese marco de la transmisión de la fe tiene que moverse, ¿no? Tres pilares ¿no?
Otra cosa que es importante para la juventud, transmitirle a la juventud y a los chicos también ¿no?, pero sobre todo a la juventud, es el buen manejo de la utopía. Nosotros en América Latina hemos tenido experiencia de un manejo no del todo equilibrado de la utopía, y que en algún lugar, en algunos lugares, no en todos, en algún momento nos desbordó, y al menos el caso de Argentina, podemos decir ¡Cuántos muchachos de la Acción Católica, por una mala educación de la utopía terminaron en la guerrilla de los años 70! ¿No?
Saber manejar la utopía, o sea, saber conducir. Manejar es una mala palabra. ¡Saber conducir y ayudar a crecer la utopía de un joven es una riqueza! ¡Un joven sin utopías es un viejo adelantado ¿no? envejeció antes de tiempo! ¿No? O sea, ¿cómo hago para que esta ilusión que tiene el chico, esta utopía, lo lleve al encuentro con Jesucristo? Es todo un paso que hay que ir haciendo. Me atrevo a sugerir lo siguiente: una utopía en un joven crece bien si está acompañada de memoria y de discernimiento. La utopía mira al futuro, la memoria mira al pasado y el presente se discierne.
El joven tiene que recibir la memoria y plantar, arraigar su utopía en esa memoria. Discernir en el presente su utopía, los signos de los tiempos, y así ya la utopía ya va adelante pero muy arraigada en la memoria, en la historia que ha recibido, discernida en el presente, maestros de discernimiento necesitamos para los jóvenes, y ya proyectada hacia el futuro. Entonces la emergencia educativa ya tiene un cauce allí para moverse desde lo más propio del joven que es la utopía.
De ahí la insistencia, que por ahí me escuchan a mí, del encuentro de los viejos y los jóvenes, ¿no? El icono de la Presentación de Jesús en el Templo, ¿no? O sea, el encuentro de los jóvenes con los abuelos es clave. Me decían algunos obispos de algunos países en crisis que donde hay una grande desocupación de jóvenes, que parte de la solución de los jóvenes está en que le dan de comer los abuelos. O sea, se vuelven a encontrar con los abuelos: Los abuelos tienen la pensión y salen de la casa de reposo, vuelven a la familia y además le traen esa memoria, ese encuentro.
Yo me acuerdo de una película que vi hace 25 años, más o menos de Fury Shaw, este japonés, este famoso director japonés, que es muy sencilla, una familia, dos chicos, papá y mamá. Papá y mamá se iban a hacer una gira por los Estados Unidos y les dejaron los chicos a la abuela. Chicos japoneses de coca-cola, hot-dog, o sea, de una cultura de ese tipo, ¿no? Y todo el film está en cómo esos chicos empiezan a escuchar lo que les cuenta la abuela, de la memoria de su pueblo. Cuando los padres vuelven, los desubicados son los padres, fuera de la memoria. Los chicos la habían recibido de los abuelos. Este fenómeno del encuentro de los chicos y los abuelos ha conservado la fe en los países del Este durante toda la época comunista, porque los padres no podrían ir a la Iglesia. Y me decían, (me estoy confundiendo… pero en estos días estuvieron, no se si los obispos búlgaros o de Albania, los que estuvieron ahí), me decían que las iglesias de ellos están llenos de viejos y de jóvenes. Los papás no van porque nunca se encontraron con Jesús ¿no? El encuentro de los chicos con los abuelos es clave para recibir la memoria de un pueblo y el discernimiento en el presente. Maestros de discernimiento, consejeros espirituales. Y aquí es importante para la transmisión de la fe de los jóvenes, el apostolado cuerpo a cuerpo. O sea, el discernimiento en el presente no se puede hacer sin un buen confesor, un buen director espiritual que se anime a aburrirse horas y horas escuchando a los jóvenes. Entonces, memoria del pasado discernimiento del presente, utopía del futuro. En ese esquema va creciendo la fe de un joven.
Tercero que diría como emergencia educativa es esta transmisión de la fe y también de la cultura, es el problema de la cultura del descarte. Hoy día, por la economía que se ha implantado en el mundo, bueno, en el centro está el dios dinero y no la persona humana, y todo lo demás se ordena, y lo que no cabe en ese orden, se descarta, ¿no? Y se descartan los chicos que sobran, que molestan o que no conviene que vengan. Los obispos españoles me decían recién la cantidad de abortos, ¡el número! ¡Yo me quedé helado! ¿no? Ellos tienen ahí los censos de eso, más o menos…
Se descartan los viejos, ¿no? tienden a descartar. En algunos países de América Latina hay eutanasia encubierta, ¡hay eutanasia encubierta! Porque las obras sociales pagan hasta acá, no más, y los pobres viejitos, ¡como puedan! Recuerdo haber visitado un hogar de ancianos en Buenos Aires, del Estado, donde estaban las camas llenas, y como no había más camas, ponían colchones en el suelo, y estaban los viejitos ahí… ¡¿un país no puede comprar una cama?! ¡Eso indica otra cosa! ¿No?... pero son material de descarte: sábanas sucias, con todo tipo de suciedad, sin servilletas, los viejitos comían ahí, se limpiaban la boca con la sábana… eso lo vi yo, no me lo contó nadie. Son material de descarte, pero eso se nos mete adentro…
Y acá caigo en lo de los jóvenes: Hoy día como molesta a este sistema económico mundial la cantidad de jóvenes que hay que darle fuente de trabajo, el porcentaje alto de desocupación de los jóvenes. Si estamos teniendo una generación de jóvenes que no tienen la experiencia de la dignidad. No que no comen, porque le dan de comer los abuelos, o la parroquia, o la sociedad de fomento, o el Ejército de la salvación, o el club del barrio… el pan lo come, pero no la dignidad de ganarse el pan y llevarlo a casa. Hoy día los jóvenes entran en esta gama de material de descarte. Entonces, dentro de la cultura del descarte, miremos a los jóvenes que nos necesitan más que nunca. No sólo por esa utopía que tiene, porque el joven está sin trabajo, tiene anestesiada la utopía, la estuvo a punto de perder. No sólo por él, sino por la urgencia de transmitir la fe a una juventud que hoy día es material de descarte también.
Y dentro de este ítem de material de descarte, el avance de la droga sobre la juventud. No es solamente un problema de vicio. Las adicciones son muchas, como todo cambio de época, se dan fenómenos raros entre los cuales está la proliferación de las adicciones, ¿no? La ludopatía ha llegado a niveles sumamente altos, pero la droga es el instrumento de muerte de los jóvenes. Hay todo un armamento mundial de droga que está destruyendo esta banda, esta generación de jóvenes que están destinados al descarte.
Esto es lo que se me ocurrió decir, compartir, ¿no? Primero como estructura educativa, transmitir contenidos, hábitos y valoraciones. Segundo la utopía del joven, relacionarla y armonizarla con la memoria y el discernimiento. Tercero la cultura del descarte como uno de los fenómenos más graves que está sufriendo nuestra juventud, sobretodo por el uso que de esa juventud puede hacer y está haciendo la droga para destruirla. Estamos descartando nuestros jóvenes.
¿El futuro cuál es? Sale por una obligación: la Traditio fidei es también Traditio spe y la tenemos que dar.
La pregunta final que quisiera dejarles es: Cuando la utopía cae en el desencanto, ¿cuál es nuestro aporte? La utopía de un joven entusiasta, hoy día está resbalando hacia el desencanto. Jóvenes desencantados a los cuales hay que darles fe y esperanza.
Les agradezco de todo corazón el trabajo de ustedes, de estos días, para salir al frente de esta emergencia educativa, y bueno, ¡sigan adelante! ¡Necesitamos ayudarnos en esto, en todo esto, en las conclusiones de ustedes y todo lo que podemos hacer! ¡Muchas gracias!

Acompañar y no condenar a quien experimenta la derrota del amor

El Papa en en la homilí­a de hoy viernes


Al comentar el Evangelio del día, se ha detenido sobre la belleza del matrimonio y ha advertido que es necesario acompañar, no condenar, a cuantos experimentan la derrota del propio amor. Por tanto, ha explicado, Cristo es el Esposo de la Iglesia y no se puede comprender la una sin el otro.
Francisco ha indicado que los doctores de la ley buscan poner trampas a Jesús para "quitarle autoridad moral". Y así ha tomado referencia del Evangelio de hoy para ofrecer una catequesis sobre la belleza del matrimonio. Los fariseos, ha observado, se presentan donde Jesús con el problema del divorcio. Su estilo es siempre el mismo "la casuística", "¿es lícito esto o no?"
Asimismo ha afirmado que "siempre el pequeño caso. Y esta es la trampa: detrás de la casuística, detrás del pensamiento casuístico, siempre hay una trampa. ¡Siempre! Contra la gente, contra nosotros y contra Dios ¡siempre! '¿pero es lícito hacer esto? ¿Repudiar a la propia mujer?' Y Jesús responde, preguntándoles qué decía la ley y explicando porque Moisés ha hecho así esa ley. Pero no se para ahí: de la casuística va al centro del problema y aquí va precisamente a los días de la Creación. Es tan bonita esa referencia del Señor: ¡Desde el inicio de la Creación, Dios les hizo hombre y mujer, por esto el hombre dejará a su padre y a su madre y se unirá a su mujer y los dos se convertirán en una sola carne. Así ya no son dos, sino una sola carne'".
El Papa ha continuado destacando que el Señor "se refiere a la obra maestra de la Creación", que son precisamente el hombre y la mujer. Y Dios, ha dicho, "no quería el hombre solo, lo quería" con su "compañera de camino". Es un momento poético cuando Adán se encuentra con Eva, ha reflexionado el Papa: "es el inicio del amor: ir juntos como una sola carne". El Señor, ha afirmado Francisco, "siempre toma el pensamiento casuístico y lo lleva al inicio de la revelación". Por otro lado, ha explicado, "este trabajo del Señor no termina ahí, en los días de la Creación, porque el Señor ha elegido este icono para explicar el amor que Él tiene hacia su pueblo". Hasta el punto que "cuando el pueblo no es fiel Él habla con palabras de amor", ha señalado el Santo Padre.
Y se ha detenido al respecto así: "El Señor toma este amor de la obra maestra de la Creación para explicar el amor que tiene por su pueblo. Y un paso más: cuando Pablo necesita explicar el misterio de Cristo, lo hace también en relación, en referencia a su Esposa: porque Cristo está casado, Cristo estaba casado, se había casado con la Iglesia, con su pueblo. Como el Padre se había casado con el Pueblo de Israel, Cristo se casó con su pueblo. Esta es la historia de amor, ¡esta es la historia de la obra maestra de la Creación! Y delante de este recorrido de amor, de este icono, la casuística cae y se convierte en dolor. Pero cuando este deja al padre y a la madre para unirse a una mujer, hacerse una sola carne e ir adelante y este amor falla, porque muchas veces falla, debemos sentir el dolor del fracaso, acompañar a esas personas que han tenido este fracaso en el amor. ¡No condenar! ¡Caminar con ellos! Y no hacer casuística con su situación".
A continuación Francisco ha reflexionado que cuando uno lee esto "piensa a este diseño de amor, este camino de amor del matrimonio cristiano, que Dios ha bendecido en la obra maestra de su Creación". Una "bendición que nunca se ha quitado. ¡Ni siquiera el pecado original la ha destruido!", ha advertido el Pontífice. Por ello cuando alguien piensa en esto "ve qué bonito es el amor, qué bonito es el matrimonio, qué bonita es la familia, qué bonito es este camino y cuánto amor también nosotros, cuanta cercanía debemos tener para los hermanos y las hermanas que en la vida han tenido la desgracia de una fracaso en el amor".
Haciendo referencia a San Pablo, el Santo Padre ha subrayado la belleza "del amor que Cristo tiene por su esposa, ¡la Iglesia!": "¡También aquí debemos estar atentos que no falle el amor! Hablar de un Cristo demasiado soltero: ¡Cristo se casó con la Iglesia! Y no se puede entender a Cristo sin la Iglesia y no se puede entender a la Iglesia sin Cristo. Esto es el gran misterio de la obra maestra de la Creación. Que el Señor nos de a todos nosotros la gracia de entenderlo y también la gracia de no caer nunca en estas actitudes casuísticas de los fariseos, de los doctores de la ley".

2/27/14

'La incoherencia del cristiano hace mucho mal'

El Papa en la homilía de hoy en Santa Marta


Ha tomado como referencia la confirmación que ha administrado durante la misa. Quien recibe este sacramento --ha afirmado el Papa-- manifiesta su deseo de ser cristiano. Ser cristiano significa dar testimonio de Jesucristo: es una persona que "piensa como cristiano, siente como cristiano y actúa como cristiano. Y esta es la coherencia de vida de un cristiano". Francisco ha observado que uno puede decir también que tiene fe "pero si falta una de estas cosas, no está el cristiano", "hay algo que no va, hay una cierta incoherencia". Y los cristianos, "que viven ordinariamente, comúnmente en la incoherencia, hacen mucho mal".
Francisco lo ha explicado así: "hemos escuchado al apóstol Santiago que dice a algunos incoherentes, que se retienen cristianos, pero se aprovechan de sus trabajadores, y dice así: 'eh aquí, el salario de los trabajadores que han cosechado en vuestras tierras y que vosotros no habéis pagado grita, y las protestas de los cosechadores han llegado a los oídos del Señor Omnipotente'. Es fuerte el Señor. Si uno oye esto, puede pensar: '¡pero esto lo ha dicho un comunista!' No, no, ¡lo ha dicho el apóstol Santiago! Es palabra del Señor. Es la incoherencia. Y cuando no hay la coherencia cristiana y se vive con esta incoherencia, se hace escándalo. Y los cristianos que no son coherentes dan escándalo".
El Papa ha continuado afirmando que "Jesús habla muy fuerte del escándalo: 'quien escandalice a uno sólo de estos pequeños que creen en mí, uno sólo de estos hermanos, hermanas que tienen fe, más le vale que le cuelguen al cuello una de esas piedras de molino que mueven los asnos, y le hundan en lo profundo del mar'. Un cristiano incoherente hace mucho mal y el escándalo mata, ha advertido el Pontífice. Y así ha señalado que "muchas veces hemos escuchado: 'Pero padre, yo creo en Dios, pero no en la Iglesia, porque vosotros cristianos decís una cosa y hacéis otra". Y también: 'yo creo en Dios, pero en vosotros no". Y esto sucede por la incoherencia, ha indicado Francisco.

Y ha proseguido: "si tú te encuentras delante --imaginemos-- de un ateo y te dice que no cree en Dios, tú puedes leerle toda la biblioteca, donde se dice que Dios existe y también probar que Dios existe, y él no tendrá fe. Pero si delante de este ateo tú das testimonio de coherencia de vida cristiana algo comenzará a trabajar en su corazón. Será precisamente tu testimonio lo que le traerá esta inquietud sobre la cuál trabaja el Espíritu Santo. Es una gracia que todos nosotros, toda la Iglesia debe pedir: 'Señor, que seamos coherentes'".

Por tanto, concluye el Papa, es necesario rezar "porque para vivir en la coherencia cristiana es necesaria la oración, porque la coherencia cristiana es un don de Dios y debemos pedirlo": "Señor, ¡qué yo sea coherente! Señor, que yo no escandalice nunca que yo sea una persona que piense como cristiano, que sienta como cristiano, que actúe como cristiano".
Para finalizar, Francisco ha pedido que cuando caigamos por nuestra debilidad, pidamos perdón: "todos somos pecadores, todos, pero todos tenemos la capacidad de pedir perdón. ¡Y Él no se cansa nunca de perdonar! Tener la humildad de pedir perdón: 'Señor, no he sido coherente aquí.¡Perdón!' Ir adelante en la vida con la coherencia cristiana, con el testimonio del que cree en Jesucristo, que sabe que es pecador, pero que tiene la valentía de pedir perdón cuando se equivoca y que tiene mucho miedo de escandalizar. El Señor nos de esta gracia a todos nosotros".

Abundancia de Luz

Mons. Javier Echevarría, prelado del Opus Dei

(Publicado en el periódico italiano Avvenire)

«Llegamos a ser plenamente humanos cuando somos más que humanos, cuando le permitimos a Dios que nos lleve más allá de nosotros mismos para alcanzar nuestro ser más verdadero. Allí está el manantial de la acción evangelizadora. Porque, si alguien ha acogido ese amor que le devuelve el sentido de la vida, ¿cómo puede contener el deseo de comunicarlo a otros?». Con estas palabras de Evangelii gaudium (n. 8), el papa Francisco evoca nuestra divinización, esa elevación que se nos concede como Don de Dios. En Cristo descubrimos quién es la persona humana y la grandeza de su vocación (cf. Gaudium et spes, 22). Francisco nos invita a «salir de la propia comodidad y atreverse a llegar a todas las periferias que necesitan la luz del Evangelio» (EG 20).
La “salida” a la que nos invita el papa, expresa lo que se ha denominado tradicionalmente en la Iglesia con los términos “apostolado” y “evangelización”: labor que se caracteriza, entre otras cosas, por un absoluto respeto de la libertad, y se aleja de la acepción negativa −que ha tomado principalmente en el siglo XX− el vocablo “proselitismo”. Lo señala el papa en el n. 14 al afirmar que «la Iglesia no crece por proselitismo sino “por atracción”».
En la enseñanza de Cristo hay una evidente exclusión de cualquier actitud que no respete la libertad de los demás e ignore la dignidad de la persona. Dios quiere ser amado de verdad, lo que presupone una elección libre. Toda vocación es una historia de amor y un encuentro de dos libertades: la llamada de Dios y la respuesta del hombre.
La clave que define una actitud auténticamente cristiana está en el Amor. El papa Francisco emplea palabras y tiene gestos evangélicos que lo manifiestan: “invito” (EG 3, 18, 33, 108), “insisto” (EG 3); habla del “corazón rebosante” (EG 5) y anima a entrar “en ese río de alegría” (EG 5) que es la comunidad cristiana.
“Entrar”. Jesucristo increpó duramente a los escribas y fariseos: «Ni vosotros entráis, ni dejáis entrar a los que quieren entrar» (Mt 23,13). Dejar entrar, permitir que se entre, invitar a entrar: esa fuerza que atrae es −decía san Josemaría− “abundancia de luz”, simpatía humana, oración y sacrificio personal, presencia de Cristo en el cristiano: «Amor verdadero es salir de sí mismo, entregarse» (Es Cristo que pasa, 43). Este es el sentido del apostolado cristiano, el sentido original del término proselitismo, como tradicionalmente se entendió en la Iglesia, tomado del hebraísmo.
El apostolado de persona a persona supone dedicar tiempo al prójimo y no tiene otra fuerza que la de la oración, de la paciencia caritativa, de la comprensión, de la amistad, del amor por la libertad. El “sígueme” de Cristo, lejos de forzar, respeta la libertad de cada uno. Lo manifiesta de modo tristemente elocuente el diálogo con el joven rico. ¿Y hoy? Francisco señala que «cuando más necesitamos un dinamismo misionero que lleve sal y luz al mundo, muchos laicos sienten el temor de que alguien les invite a realizar alguna tarea apostólica, y tratan de escapar de cualquier compromiso que les pueda quitar su tiempo libre» (EG 81).
El apostolado −el celo santo por las almas− es dar testimonio de la luz, como dice san Juan (1,7), dar abundancia de luz, sin la más mínima sombra de imposición, con suma delicadeza, pues Dios solo quiere amor y, por esto, actúa con mansedumbre: con vigor y benignidad (cf. Sab 8,1). En su Mensaje para la XX Jornada mundial de oración por las vocaciones (2 de febrero de 1983), Juan Pablo II afirmaba: «No debe existir ningún temor en proponer directamente a una persona joven o menos joven la llamada del Señor. Es un acto de estima y confianza. Puede ser un momento de luz y de gracia». Se vence la posible timidez, que podría denotar una falta de fe y de humildad, con la luz de Cristo que transmite cada cristiano.
En las antípodas de un proselitismo malentendido que no respeta la persona, se encuentra un apostolado concebido como atracción, es decir, la propuesta, transparente y respetuosa, de una dedicación generosa −justo a la que se refiere el papa− que engloba un testimonio plenamente consciente de la libertad y dignidad de la persona, y hace que el corazón del cristiano participe del amor divino y humano de Jesús. Un corazón que no puede contener sus deseos de comunicar la alegría del Evangelio.

Comentario a la Liturgia dominical - Octavo domingo del Tiempo Ordinario - Ciclo A

P. Antonio Rivero, L.C. 

Textos: Isaías 49, 14-15; 1 Corintios 4, 1-5; Mateo 6, 24-34


Idea principal: el seguidor de Cristo tiene que vivir confiado en las manos de la Providenciade Dios. No nos soltemos de su mano.

Resumen del mensaje: Si Dios es nuestro Padre cariñoso, entonces no debemos estar preocupados por las cosas temporales, sino ocupados en el hoy, tratando de cumplir con amor la voluntad de Dios Padre y poniendo nuestras preocupaciones en el corazón tierno de ese Padre Dios Providente, como hacen los pájaros del cielo y las flores del campo. Somos peregrinos con destino a la eternidad. De su mano llegaremos seguros.
Puntos de la idea principal:
En primer lugar, veamos a Cristo totalmente en las manos de su Padre celestial. ¿Le faltó alguna vez el cariño del Padre? Le hizo nacer en un pesebre. Le llevó a Egipto cuando Herodes le amenazaba. Volvió a su tierra de Nazaret y vivía tranquilo del trabajo de su padre José, y por eso fue llamado “hijo del carpintero”. Cuando salió a su apostolado, nunca la faltó una piedra para reclinar su cabeza, ni un pedazo de pan para llevarse a la boca, gracias a amigos que tenía en diversos poblados. Su Padre Providente le concedió unos colaboradores –los primeros apóstoles- para que le ayudasen en su misión de predicar, curar y servir a la humanidad. Tampoco le ahorró sufrimientos, porque en el plan de Dios son necesarios para manifestar el amor auténtico que tenía por cada hombre y mujer.
En segundo lugar, veamos a tantos hombres y mujeres soltados de la mano de Dios Providente y preocupados por los bienes temporales hasta el punto de ser esclavos de los mismos. Preocupados por el dinero. Preocupados por el trabajo. Preocupados por la salud. Preocupados por la fama. Preocupados por el futuro de sus hijos. Preocupados por la supervivencia y los seguros de vida. Preocupados por las vacaciones. Preocupados por los “hobbies” deportivos y culturales. ¿Y Dios y su Reino, y la familia y su salvación, y la comunidad y el apostolado, y los valores morales? “Si Dios cuida tanto de las flores de la tierra que, apenas nacen y son vistas, ya mueren, ¿despreciará a los hombres que ha creado, no para un tiempo limitado, sino para que vivan eternamente?” (San Juan Crisóstomo).
Finalmente, ¿sigue siendo válida esta llamada a la confianza en Dios Providente en nuestro mundo de hoy? Dios no ha enmendado ni corregido la plana: o Dios o el dinero; o Dios o la fama; o Dios o los placeres; o Dios o el vestido; o Dios o la comida. Naturalmente que hay que comer y vestirse, y buscar cómo dar de comer y de vestir a los nuestros, pero sin agobio. No es una invitación a la ociosidad, a la irresponsabilidad, sino a evitar la angustia, el excesivo afán de tener y poseer. A cada día le bastan sus propios disgustos, y no vale la pena adelantar las angustias que pensamos que nos sucederán mañana. Cristo nos invita a buscar lo esencial en esta vida y a poner cada cosa en su lugar, venciendo la tentación consumística. No levantemos altares al dinero, al placer, a la comida. Que el corazón y lasmanos queden libre, para servir a Dios y a su Reino. Dios es el absoluto. El resto es relativo. Nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en Dios (San Agustín).
Para reflexionar: ¿Qué me agobia? ¿Qué me produce estrés? Son paganos los que buscan esas cosas materiales con obsesión. Nosotros somos peregrinos. Atesoremos para el cielo, pues confiamos en Dios Providente.

2/26/14

Proteger y promover la familia

Felipe Arizmendi Esquivel

(Obispo de San Cristóbal de Las Casas)


VER
Algunos que se consideran defensores de los derechos humanos en Chiapas, solicitan que los legisladores estatales cambien nuestras leyes para que haya lo que llaman un “matrimonio igualitario”; es decir, que las parejas del mismo sexo que quieran convivir sexualmente, sean consideradas como un verdadero matrimonio, con derechos iguales al formado por un hombre y una mujer, con capacidad legal para adoptar niños.
El Papa Francisco, con sumo interés por el bien de la sociedad, ha convocado a reuniones de todo tipo, para analizar la situación actual de la familia y señalar pautas hacia una mejor pastoral de nuestra parte. Nos envió un cuestionario, con muchas preguntas, para conocer mejor la realidad mundial sobre este asunto. Escuchó en días pasados a todos los cardenales del mundo, en un consistorio extraordinario. Ya convocó a un sínodo también extraordinario en este año, y en el próximo será el ordinario, sobre el mismo tema. Se ve que le preocupa mucho la familia y quiere que todos en la Iglesia hagamos lo que nos corresponde para protegerla y promoverla.
PENSAR
En días pasados, el Papa recordó a los cardenales la postura tradicional de la Iglesia: “El Creador ha bendecido desde el principio al hombre y a la mujer para que fueran fecundos y se multiplicaran sobre la tierra; así, la familia representa en el mundo como un reflejo de Dios, uno y trino.
Nuestra reflexión tendrá siempre presente la belleza de la familia y del matrimonio, la grandeza de esta realidad humana, tan sencilla y a la vez tan rica, llena de alegrías y esperanzas, de fatigas y sufrimientos, como toda la vida. Hoy, la familia es despreciada, es maltratada, y lo que se nos pide es reconocer lo bello, auténtico y bueno que es formar una familia, ser familia hoy; lo indispensable que es esto para la vida del mundo, para el futuro de la humanidad. Se nos pide que realcemos el plan luminoso de Dios sobre la familia, y ayudemos a los cónyuges a vivirlo con alegría en su vida, acompañándoles en sus muchas dificultades. Y también una pastoral inteligente, valiente y llena de amor” (22-II-2014).
La Iglesia no es enemiga de la libertad, porque Dios no lo es. Si dos personas del mismo sexo quieren cohabitar, no hace falta cambiar las leyes para que se les considere un matrimonio igual que los otros. El plan de Dios para el bien de la humanidad no incluye las uniones conyugales de homosexuales, sino que las rechaza; sin embargo, Dios respeta la libertad de quienes así quieran vivir, pues El no nos hizo esclavos de su plan, de su voluntad. Dios nos hizo libres hasta para pecar, para equivocarnos, para considerar un bien lo que objetivamente es un desorden. Respeta la libertad de Caín, de los asesinos, de los narcotraficantes, pero les advierte que ése no es el camino de la felicidad; tarde o temprano cosecharán los frutos del desacato a sus indicaciones. Los libertinajes siempre han existido, nunca para bien. La mayoría de los delincuentes proceden de hogares no bien establecidos, por ausencia de un padre trabajador y honesto, o por falta de armonía familiar. La familia bien formada, donde hay amor, respeto y ayuda mutua, es la mejor protectora de la paz social. Destruir la familia es dañar a la sociedad.
ACTUAR
Respetuosamente exhorto a los legisladores que defiendan y promuevan la familia como Dios la estableció, como la misma naturaleza la determina, física y psíquicamente, entre un hombre y una mujer, mayores de edad, conscientes de su compromiso de amarse en forma estable y definitiva, abiertos a la vida de nuevos seres. Que diputados y senadores no sean destructores de la sociedad; que no se dejen contagiar por corrientes dizque modernas, que aceleran el deterioro social. Y procure usted hablar con el legislador a quien le dio el voto, para que tome en cuenta esta defensa.
Invito a los hermanos presbiterianos, bautistas, mormones, nazarenos y cristianos en general, a que unamos esfuerzos para proteger y cuidar la familia, que es el mayor bien de nuestro pueblo. Y hay que empezar por valorar la propia, viviendo en armonía, en diálogo, en perdón, en gratitud, en fidelidad.

La 'unción de los enfermos' no es un tabú

El Papa hoy en la Audiencia General


Queridos hermanos y hermanas, buen día
Hoy las previsiones meteorológicas decían 'lluvia' y ustedes vinieron lo mismo. Tienen mucho coraje. ¡Felicitaciones!
Quisiera hablar hoy del sacramento de la unción de los enfermos que nos permite tocar con la mano la compasión de Dios por el hombre. En el pasado se lo llamaba 'extremaunción', porque se entendía como confort espiritual en el momento de la muerte. Hablar en cambio de 'unción de los enfermos', nos ayuda a ampliar la mirada a la experiencia de la enfermedad y del sufrimiento, en el horizonte de la misericordia de Dios.
Hay una imagen bíblica que expresa en toda su profundidad el misterio que aparece en la unción de los enfermos. Es la parábola del buen samaritano en el Evangelio de Lucas. Cada vez que celebramos tal sacramento, el Señor Jesús en la persona del sacerdote, se vuelve cercano a quien sufre o está gravemente enfermo o es anciano.
Dice la parábola, que el buen samaritano se hace cargo del hombre enfermo, poniendo sobre sus heridas, aceite y vino. El aceite nos hace pensar al que es bendecido por el obispo cada año en la misa crismal del jueves santo, justamente teniendo en vista la unción de los enfermos. El vino en cambio es signo del amor y de la gracia de Cristo que nacen del don de su vida por nosotros, y expresan en toda su riqueza en la vida sacramental de la Iglesia.
Y al final la persona que sufre es confiada a un posadero para que pueda seguir cuidándolo sin ahorrar gastos. Ahora, ¿quién es este posadero? La Iglesia y la comunidad cristiana, somos nosotros a quienes cada día el Señor Jesús confía a quienes están afligidos en el cuerpo y en el espíritu para que podamos seguir poniendo sobre ellos y sin medida, toda su misericordia de salvación.
Este mandato es reiterado de manera explícita y precisa en la carta de Santiago. Se recomienda que quien está enfermo llame a los presbíteros de la Iglesia, para que ellos recen por él ungiéndolo con aceite en nombre del Señor, y la oración hecha con fe salvará al enfermo. El Señor lo aliviará y si cometió pecados le serán perdonados. Se trata por lo tanto de una praxis que se usaba ya en el tiempo de los apóstoles. Jesús, de hecho, le enseñó a sus discípulos a que tuvieran su misma predilección por los que sufren y les transmitió su capacidad y la tarea de seguir dando en su nombre y según su corazón, alivio y paz, a través de la gracia especial de tal sacramento.
Esto, entretanto, no tiene que hacernos caer en la búsqueda obsesiva del milagro o de la presunción de poder obtener siempre y de todos modos la curación. Pero la seguridad de la cercanía de Jesús al enfermo, también al anciano, porque cada anciano o persona con más de 65 años puede recibir este sacramento. Es Jesús que se acerca.
Pero cuando hay un enfermo y se piensa: 'llamemos al cura, al sacerdote'. 'No, no lo llamemos, trae mala suerte, o el enfermo se va a asustar'. Por qué, porque se tiene un poco la idea que cuando hay un enfermo y viene el sacerdote, después llegan las pompas fúnebres, y eso no es verdad.
El sacerdote, viene para ayudar al enfermo o al anciano, por esto es tan importante la visita del sacerdote a los enfermos. Llamarlo para que a un enfermo le dé la bendición, lo bendiga, porque es Jesús que llega, para darle ánimo, fuerza, esperanza y para ayudarlo. Y también para perdonar los pecados y esto es hermoso.
No piensen que esto es un tabú, porque siempre es lindo saber que en el momento del dolor y de la enfermedad nosotros no estamos solos. El sacerdote y quienes están durante la unción de los enfermos representan de hecho a toda la comunidad cristiana, que como un único corazón, con Jesús se acerca entorno a quien sufre y a sus familiares, alimentando en ellos la fe y la esperanza y apoyándolos con la oración y el calor fraterno. Pero el confort más grande viene del hecho que quien se vuelve presente en el sacramento es el mismo Señor Jesús, que nos toma por la mano y nos acaricia como hacía Él con los enfermos. Y nos recuerda que le pertenecemos y que ni siquiera el mal y la muerte nos podrán separar de Él.
Tengamos esta costumbre de llamar al sacerdote para nuestros enfermos, no digo para los resfriados de tres o cuatro días, pero cuando se trata de una enfermedad seria, para que el sacerdote venga a darle también a nuestros ancianos este sacramento, este confort, esta fuerza de Jesús para ir adelante. Hagámoslo. Gracias.

2/25/14

Impregnar la cultura con el Evangelio

R. Valdés 


San Josemaría predicó incansablemente que todos los bautizados están llamados a la santidad, y que esta se puede alcanzar en el ejercicio de cualquier trabajo honesto. La profesión, al colocarnos en un determinado lugar dentro de la comunidad humana, supera el ámbito privado y alcanza una dimensión social. Los cristianos están llamados a demostrar, con hechos, que se pueden desarrollar trabajos productivos que, al mismo tiempo, ayuden a las personas del entorno laboral a perfeccionarse
Hace poco más de un año, el Prelado del Opus Dei señalaba que el Año de la fe era una oportunidad inmejorable para dar un fuerte impulso a la nueva evangelización que necesita el mundo, comenzando por nuestra mejora diaria[1]. En esta serie de artículos sobre la nueva evangelización hemos considerado la importancia de transmitir nuestra fe de un modo más incisivo, dando un testimonio de alegría cristiana en nuestra vida de familia y en nuestro trabajo, para así salir al encuentro de las almas y ofrecerles la luz y fortaleza que necesitan[2].
La invitación a la nueva evangelización no es solo una reacción ante un cierto oscurecimiento de las raíces cristianas. Es algo que va mucho más allá: «el Evangelio, este mensaje de salvación, tiene dos objetivos que se encuentran relacionados: el primero, suscitar la fe, y esta es la evangelización; el segundo, transformar el mundo según el diseño de Dios (…). Pero no son dos cosas separadas: se trata de una única misión: ¡llevar el Evangelio con el testimonio de nuestra vida transforma el mundo!»[3]. Es algo, pues, que está ínsito en la vocación cristiana: «Esta es tu tarea de ciudadano cristiano: contribuir a que el amor y la libertad de Cristo presidan todas las manifestaciones de la vida moderna: la cultura y la economía, el trabajo y el descanso, la vida de familia y la convivencia social»[4].

Transformar el mundo

La fe vivida con coherencia transforma el mundo. Por eso, la nueva evangelización no se reduce a llegar a los individuos uno a uno, sino que tiene también la misión de «alcanzar y transformar con la fuerza del Evangelio los criterios de juicio, los valores determinantes, los puntos de interés, las líneas de pensamiento, las fuentes inspiradoras y los modelos de vida de la humanidad»[5]. Esta tarea, en definitiva, aspira a cambiar y elevar la cultura de cada civilización.
            A lo largo de la historia, el Evangelio ha ejercido su influjo en las sociedades donde era anunciado. Lo vemos ya en los primeros siglos, cuando los cristianos enriquecieron el patrimonio filosófico y jurídico de la antigüedad clásica. La verdad de la dignidad humana se abrió paso al cobijo de la llamada a la filiación divina, dirigida a todos por igual: «todos sois hijos de Dios por medio de la fe en Cristo Jesús (…). Ya no hay diferencia entre judío y griego, ni entre esclavo y libre, ni entre varón y mujer, ya que todos vosotros sois uno solo en Cristo Jesús»[6]. A la luz de la Revelación, el trabajo se fue comprendiendo como realidad humana fundamental, pues –como gustaba recordar a san Josemaría– el hombre fue creado por Dios ut operaretur[7]: para cultivar la tierra, es decir, para trabajar.
El arte, el derecho, el desarrollo de las ciencias… atestiguan una verdadera evangelización de la creatividad y la inteligencia humanas. «La fuerza y la influencia soberanas del espíritu cristiano habían penetrado en las leyes, en las instituciones, en las costumbres de los pueblos y en la organización del Estado»[8], hasta llegar a conformar «un tejido cultural unitario, ampliamente aceptado en su referencia al contenido de la fe y a los valores inspirados por ella»[9].

Un mensaje capaz de configurar la cultura

No obstante, hoy podría dar la impresión de que ese “tejido cultural” inspirado por el cristianismo en algunos ambientes se ha deteriorado. Lejos de desanimarnos, esta situación se convierte en una llamada a la responsabilidad personal de cada bautizado de frente al mundo: «No podemos dejar que la sal se vuelva sosa y la luz permanezca oculta»[10].
Al contemplar la suerte de algunos de sus contemporáneos, que buscan acallar –con la seguridad material, el hedonismo o la frivolidad– el espíritu que busca respuestas definitivas sobre la vida y vocación del ser humano, el cristiano no puede sino sentirse impulsado a compartir su fe. Debe de volver a proponer esa luz que da unidad a los afanes diarios de los hombres y mujeres: «Y es que la característica propia de la luz de la fe es la capacidad de iluminar toda la existencia del hombre. (…) La fe nace del encuentro con el Dios vivo, que nos llama y nos revela su amor, un amor que nos precede y en el que nos podemos apoyar para estar seguros y construir la vida. Transformados por este amor, recibimos ojos nuevos, experimentamos que en él hay una gran promesa de plenitud y se nos abre la mirada al futuro. La fe, que recibimos de Dios como don sobrenatural, se presenta como luz en el sendero, que orienta nuestro camino en el tiempo»[11]. El mensaje cristiano no es un consuelo ilusorio para las penas de esta vida, sino una fuerza que transforma la existencia personal y colectiva, y que, en consecuencia, se materializa en los estilos de vida, las instituciones, las expresiones artísticas: en definitiva, se hace cultura.
Es ciertamente amplio el concepto de “cultura”. Designa la manifestación del pensamiento y de la acción humana, más allá de lo que nos otorga la mera naturaleza. Cuaja en comportamientos, actitudes y opiniones que se difunden entre los hombres y mujeres, y que muchas veces son presupuestos para la vida ordinaria. En este sentido, la cultura nos acompaña durante toda nuestra existencia, y configura el modo en que crecemos y percibimos la realidad. No nos condiciona absolutamente, pues es la persona quien, con su libertad, asimila o rechaza lo que recibe, a la vez que contribuye al crecimiento o al cambio de una cultura.
La cultura es algo característico del hombre. La Palabra de Dios está viva en los miembros de una sociedad cuando la cultura refleja los valores del Evangelio, que «con las riquezas de lo alto fecunda como desde sus entrañas las cualidades espirituales y las tradiciones de cada pueblo y de cada edad, las consolida, perfecciona y restaura en Cristo. Así, la Iglesia, cumpliendo su misión propia, contribuye, por lo mismo, a la cultura humana y la impulsa, y con su actividad, incluida la litúrgica, educa al hombre en la libertad interior»[12].
La cultura, siendo fruto de la libertad de los hombres, está sujeta a evoluciones y cambios. Esto implica que la evangelización de este campo es una tarea que se realiza en cada época y en distintos contextos. Se requiere pues, una gran capacidad de discernimiento, que llevará a valorar la justa la diversidad, siempre que no sea incompatible con la fe en Cristo. En ocasiones, será necesario purificar los valores y modos de comportamiento imperantes; para esto, es importante cuidar la propia formación cristiana, que permita confrontar la cultura y las modas imperantes con la Palabra de Dios, siguiendo el consejo de san Pablo: «No extingáis el Espíritu, ni despreciéis las profecías; sino examinad todas las cosas, retened lo bueno y apartaos de toda clase de mal»[13].
En cualquier caso, no sería lógico que, al constatar un cierto ambiente adverso, los cristianos nos retrajéramos del mundo de la cultura. Al contrario, las dificultades serán señal clara de la urgencia que tiene de recibir la Buena Nueva. En este sentido, el Papa Francisco invita a fomentar una cultura del encuentro: «Esta es una propuesta: cultura de la cercanía. El aislamiento y la cerrazón en uno mismo o en los propios intereses jamás son el camino para devolver esperanza y obrar una renovación, sino que es la cercanía, la cultura del encuentro. El aislamiento, no; cercanía, sí. Cultura del enfrentamiento, no; cultura del encuentro, sí»[14]. En este encuentro sabremos rescatar lo positivo de cada postura, y reconoceremos que, en un ambiente de aparente desilusión o cinismo, en las almas se esconde el afán de algo más. Es verdad que hay quienes no son capaces de ver a Cristo que pasa, como los discípulos de Emaús, cuyos «ojos eran incapaces de reconocerle»[15]. Sin embargo, hemos de mantener el diálogo, siguiendo el ejemplo de Cristo, que: «comparte su camino, escucha su lectura de la realidad, su desilusión, y dialoga con ellos; precisamente de este modo reenciende en su corazón la esperanza, abre nuevos horizontes que estaban ya presentes, pero que sólo el encuentro con el Resucitado permite reconocer»[16].
Se trata, en definitiva, de demostrar que los valores evangélicos están a favor de la causa del hombre, que lo conducirán a su felicidad personal y al progreso de la civilización. Al mismo tiempo, en ninguna iniciativa se busca imponer o programar modos de vida desde arriba; son más bien propuestas a las que se invita a adherirse con libertad. Son aspectos sobre el apostolado de la cultura que conviene no perder de vista en una sociedad caracterizada por la pluralidad.

El ámbito del arte y las humanidades

Existen manifestaciones de las culturas de los pueblos que tradicionalmente se consideran como la realización más elevada de su genio, y que se expresan en la literatura, el teatro, el cine, la música, etc. Por este motivo, las obras de estas disciplinas encuentran un lugar especial dentro del patrimonio cultural de una sociedad. Es un campo, por lo tanto, especialmente relevante para la tarea de la nueva evangelización.
Entre la labor artística y la fe existe una natural sintonía, pues ambos tratan sobre las cuestiones humanas fundamentales, que dan sentido al día a día de las personas. Así se dirigía el beato Juan Pablo II a los artistas: «Toda forma auténtica de arte es, a su modo, una vía de acceso a la realidad más profunda del hombre y del mundo. Por ello, constituye un acercamiento muy válido al horizonte de la fe, donde la vicisitud humana encuentra su interpretación completa. Este es el motivo por el que la plenitud evangélica de la verdad suscitó desde el principio el interés de los artistas, particularmente sensibles a todas las manifestaciones de la íntima belleza de la realidad»[17].
Ante las posiciones ideológicas que pudieran considerar la fe como un freno para la tarea artística o humanística, los cristianos podemos demostrar que el Evangelio es una fuerza luminosa que continúa fecundando estos campos. Las exigencias intelectuales y morales del mensaje cristiano no constituyen un límite para el artista, sino una invitación a que se supere a sí mismo, a mirar a la Belleza. Así, el trabajo artístico hecho con perfección –y, de este modo, santificado– se convierte en un testimonio objetivo del impulso inspirador de la fe, que lleva al artista a plasmar en su obra las verdades más profundas, que son las que hombres y mujeres buscan contemplar.
Estas manifestaciones de la cultura, por lo tanto, no son indiferentes para la fe ni tampoco para los cristianos. No deben de faltar quienes se dediquen profesionalmente al arte y a las humanidades, a pesar de desenvolverse en ambientes que privilegian las profesiones técnicas. Y será lógico que estos reciban el apoyo de sus demás hermanos en la fe. También porque se beneficiarán de su labor, para cultivar el propio espíritu, pues el arte, la historia, la filosofía contribuyen al desarrollo integral de todas las personas. La cultura es de todos y, de modo especial, de los cristianos: no deben de dejar de influir en aquellas obras que son puntos de referencia para los pueblos, y que aportan el sustrato sobre el que se apoya la civilización.
Los modos de contribuir a la evangelización en este ámbito son muy variados. Sin duda, ocupa un puesto singular el apostolado personal con los artistas. También cabe promover iniciativas de impacto cultural, que sigan un enfoque de acuerdo con los valores del Evangelio. En todos los casos, para que estas iniciativas sean eficaces habrá que acompañarlas de la oración, que lleva a ponerlas con confianza en las manos del Señor: «todos los valores humanos que te atraen con una fuerza enorme -amistad, arte, ciencia, filosofía, teología, deporte, naturaleza, cultura, almas...-, todo eso deposítalo en la esperanza: en la esperanza de Cristo»[18]. De este modo, transformaremos el mundo, llevándolo a Dios.

Buscar… y encontrar

Rafael María de Balbín

Cuando una persona busca sinceramente la verdad, acaba encontrando el objeto, ya presentido, de su búsqueda, pero no es tarea cómoda buscarla sinceramente sin contentarse con sus imitaciones
El deseo de conocer la verdad está inserto en la naturaleza humana, como ya afirmaba Aristóteles al comienzo de su Metafísica. Pero no se trata de buscar por buscar, como si la misma búsqueda fuera un fin, un juego de ingenio más o menos vacío. Se busca para encontrar. Algún autor de nuestra época ha definido la tarea de la inteligencia como una búsqueda sin término. Esto es verdad en un sentido (siempre podemos conocer más y mejor), y en otro sentido no lo es (ya que nuestra búsqueda logra sustanciosos hallazgos).
Esto también se realiza al ir comprendiendo los contenidos de la Revelación divina. “La luz de la fe en Jesús ilumina también el camino de todos los que buscan a Dios, y constituye la aportación propia del cristianismo al diálogo con los seguidores de las diversas religiones. La Carta a los Hebreos nos habla del testimonio de los justos que, antes de la alianza con Abrahán, ya buscaban a Dios con fe. De Henoc se dice que «se le acreditó que había complacido a Dios» (Hb 11,5), algo imposible sin la fe, porque «el que se acerca a Dios debe creer que existe y que recompensa a quienes lo buscan» (Hb 11,6)” (Papa Francisco, Enc. Lumen fidei, n. 35).
Cuando una persona busca sinceramente la verdad, acaba encontrando el objeto, ya presentido, de su búsqueda. “El hombre religioso intenta reconocer los signos de Dios en las experiencias cotidianas de su vida, en el ciclo de las estaciones, en la fecundidad de la tierra y en todo el movimiento del cosmos. Dios es luminoso, y se deja encontrar por aquellos que lo buscan con sincero corazón” (idem).
No es tarea cómoda buscar sinceramente la verdad, sin contentarse con sus imitaciones. “Imagen de esta búsqueda son los Magos, guiados por la estrella hasta Belén (cf. Mt 2,1-12). Para ellos, la luz de Dios se ha hecho camino, como estrella que guía por una senda de descubrimientos. La estrella habla así de la paciencia de Dios con nuestros ojos, que deben habituarse a su esplendor. El hombre religioso está en camino y ha de estar dispuesto a dejarse guiar, a salir de sí, para encontrar al Dios que sorprende siempre” (…) “No hay ninguna experiencia humana, ningún itinerario del hombre hacia Dios, que no pueda ser integrado, iluminado y purificado por esta luz. Cuanto más se sumerge el cristiano en la aureola de la luz de Cristo, tanto más es capaz de entender y acompañar el camino de los hombres hacia Dios” (idem).
Buscar la verdad, con todas sus consecuencias, requiere valentía. Hay que seguir buscando, y encontrando, y volviendo a buscar. La búsqueda de la verdad excluye el apoltronamiento. “Al configurarse como vía, la fe concierne también a la vida de los hombres que, aunque no crean, desean creer y no dejan de buscar. En la medida en que se abren al amor con corazón sincero y se ponen en marcha con aquella luz que consiguen alcanzar, viven ya, sin saberlo, en la senda hacia la fe. Intentan vivir como si Dios existiese, a veces porque reconocen su importancia para encontrar orientación segura en la vida común, y otras veces porque experimentan el deseo de luz en la oscuridad, pero también, intuyendo, a la vista de la grandeza y la belleza de la vida, que ésta sería todavía mayor con la presencia de Dios” (idem).
Las verdades de la fe nos invitan fuertemente a conocer más a fondo, a no darlas por sabidas. “Al tratarse de una luz, la fe nos invita a adentrarnos en ella, a explorar cada vez más los horizontes que ilumina, para conocer mejor lo que amamos. De este deseo nace la teología cristiana. Por tanto, la teología es imposible sin la fe y forma parte del movimiento mismo de la fe, que busca la inteligencia más profunda de la autorrevelación de Dios, cuyo culmen es el misterio de Cristo” (idem, n. 36).
Pero el conocimiento en profundidad de la verdad tiene un carácter dialogal, requiere de interlocutores. Y la teología no es una excepción: “la teología no consiste sólo en un esfuerzo de la razón por escrutar y conocer, como en las ciencias experimentales. Dios no se puede reducir a un objeto. Él es Sujeto que se deja conocer y se manifiesta en la relación de persona a persona. La fe recta orienta la razón a abrirse a la luz que viene de Dios, para que, guiada por el amor a la verdad, pueda conocer a Dios más profundamente” (idem).
Buscar y encontrar, pero no como un juego vano, sino como empeño vital. “Los grandes doctores y teólogos medievales han indicado que la teología, como ciencia de la fe, es una participación en el conocimiento que Dios tiene de sí mismo. La teología, por tanto, no es solamente palabra sobre Dios, sino ante todo acogida y búsqueda de una inteligencia más profunda de esa palabra que Dios nos dirige, palabra que Dios pronuncia sobre sí mismo, porque es un diálogo eterno de comunión, y admite al hombre dentro de este diálogo” (idem).