2/03/14

Presentación del Señor y bendición de los cirios

Homilía del Papa en la Jornada de la Vida Consagrada


La fiesta de la Presentación de Jesús al templo es llamada también la fiesta del encuentro: en la liturgia, al inicio se dice que Jesús va al encuentro a su pueblo, es el encuentro entre Jesús y su pueblo. Cuando María y José llevaron a su niño al templo de Jerusalén fue el primer encuentro entre Jesús y su pueblo, representado por dos ancianos, Simeón y Ana.
Esto fue también un encuentro en el interior de la historia del pueblo, un encuentro entre los jóvenes y los ancianos: los jóvenes eran María y José, con el recién nacido; y los ancianos eran Simeón y Ana, dos personajes que frecuentaban siempre el Templo.
Observemos lo que el evangelista Luca nos dice sobre ellos y como los describe. De la Virgen y de san José repite cuatro veces que querían hacer lo que prescribía la ley del Señor.
Se toca, casi se percibe que los padres de Jesús ¡tenían la alegría de observar los preceptos del Señor! Son dos esposos nuevos, han apenas tenido a su hijo y están animados del deseo de cumplir lo que estaba indicado.
Esto no es un hecho exterior, no es para sentirse en orden, no. Es un deseo fuerte y profundo, lleno de alegría. Es lo que dice el salmo: “En la via de tus enseñanzas está mi alegría... Tú ley es mi delicia”.
¿Y qué dice san Lucas de los ancianos? Subraya más de una vez que estaban guiados por el Espíritu Santo. De Simeón afirma que era un hombre justo y piadoso, que esperaba la consolación de Israel, y que “el Espíritu Santo estaba con él”. Dice que el “Espíritu Santo le había anunciado” que antes de morir habría visto a Cristo, el Mesías; y en fin, que se dirigió al templo “movido por el Espíritu”.
De Ana dice que era una profetisa, o sea inspirada por Dios y que estaba siempre en el templo “sirviendo a Dios con ayunos y oraciones”. O sea, estos dos ancianos están llenos de vida, llenos de vida porque están animados por el Espíritu Santo, dóciles a su acción, sensibles a sus llamadas.
Y es el encuentro entre la sagrada familia y estos dos representantes del pueblo santo de Dios. Al centro está Jesús. Es Él que mueve todo, que atrae a unos y a otros al tempo, que es la casa de su Padre.
Es un encuentro entre los jóvenes llenos de alegría por observar la ley del Señor y los ancianos llenos de alegría por la acción del Espíritu Santo. Es un singular encuentro entre la observancia y la profecía, en la que los jóvenes son los observadores y los ancianos los profetas.
En realidad si reflexionamos bien, la observancia de la ley está animada por el mismo Espíritu, y la profecía se mueve en el camino trazado por la ley. ¿Quién más que María está llena del Espíritu Santo? ¿Quién más que ella es dócil a su acción?
A la luz de esta escena evangélica miramos a la vida consagrada como un encuentro con Cristo: es Él que viene hacia nosotros, traído por María José, y somos nosotros que vamos hacia Él, guiados por el Espíritu Santo. Pero al centro está Él, Él mueve todo, Él nos llama al templo, a la Iglesia, donde podemos encontrarlo, reconocerlo, acogerlo, abrazarlo.
Jesús viene a encontrarlos en la Iglesia a través el carisma fundacional de un instituto: ¡es lindo considerar así a nuestra vocación! Nuestro encuentro con Cristo ha tomado forma en la Iglesia mediante el carisma de un testimonio o de una testimonio. Esto siempre nos deja atónitos y nos lleva a agradecer.
Y también en la vida consagrada se vive el encuentro entre jóvenes y los ancianos, entre observancia y profecía. ¡No las veamos como dos realidades contrapuestas! Dejemos más bien que el Espíritu Santo las anime a ambas, y el signo de esto es la alegría de estar guiados por el Espíritu, nunca rígidos, nunca cerrados, siempre abiertos a la voz de Dios que habla, que abre, que conduce, que invita a ir hacia el horizonte.
Les hace bien a los ancianos comunicar la sabiduría a los jóvenes, y les hace bien a los jóvenes recoger este patrimonio de experiencia y sabiduría y llevarlo adelante, no para cuidarlo en un museo, pero para llevarlo adelante enfrentando los desafíos que la vida nos presenta, llevarlo adelante por el bien de las respectivas familias religiosas y de toda la Iglesia.
La gracia de este misterio del encuentro, nos ilumine y nos conforte en nuestro camino. Amén.