P. Antonio Rivero, L.C.
Ciclo A - Textos: Isaías 58, 7-10; 1 Corintios 2, 1-5; Mateo 5, 13-16
Idea principal: el cristiano seguidor de Cristo debe ser sal y luz.
Resumen del mensaje: Jesús sigue haciendo el retrato y la fisonomía de sus discípulos y seguidores en el famoso Sermón de la Montaña (Mateo, capítulos 5-7). Además de las bienaventuranzas, que nos marcaban el camino de la auténtica felicidad (domingo pasado), hoy Jesús usa dos imágenes expresivas: quien lleve el nombre de cristiano debe ser sal y luzen este mundo (evangelio).
Puntos de la idea principal:
En primer lugar, Jesús nos dice que somos y debemos ser sal, no azúcar. ¿Qué hace la sal? Da sabor a las comidas, es aderezo. Impide la corrupción de los alimentos; es conservante, por ser ácido. Derrite el hielo en las carreteras para evitar los accidentes de tráfico. La sal de bicarbonato es un antiácido para el estómago. La sal también remueve la herrumbre acumulada en las chimeneas, evitando posibles incendios peligrosos. Los colores pueden ser restaurados con el auxilio de un paño humedecido en una solución con sal y agua. La sal mantiene lejos la polilla de las alfombras nuevas de lana. El secreto es limpiar el piso con una solución concentrada de sal y agua caliente antes de poner la alfombra. Todo un símbolo de lo que debe ser el cristiano. Así fue Jesús: con la sal de su palabra iba dando sabor a todas las situaciones humanas –alegres y dolorosas-; iba preservando los valores humanos y morales con su mensaje divino, para que no se pudrieran. Y la segunda imagen: también el cristiano tiene que ser luz, porque llevamos en el alma y en la conciencia el resplandor de Cristo resucitado. Somos cristianos de Pascua. Cristo con su Pascua disipó las tinieblas del demonio, que parecía haber triunfado en ese Viernes Santo. En nuestras pupilas brilla la luz del cirio pascual. En nuestros labios resuena el “Lumen Christi”. Nuestras manos sostienen la vela que se alimenta de ese cirio pascual que es Cristo. Desafiamos a Nietzsche, pues sí tenemos rostros de resucitados.
En segundo lugar, que Dios nos libre de ser cristianos insípidos y apagados. Con la sal, daremos sabor a nuestra vida cristiana y también curaremos las heridas de nuestros hermanos (primera lectura), no con palabras rimbombantes, sino con la palabra y bálsamo del crucificado (segunda lectura) y preservaremos nuestro mundo de la opresión e injusticia (primera lectura) y de la mundanidad. Con la sal –dice el Crisóstomo- podemos volver a su sabor quienes se tornaron insípidos, pero con la sal en su medida; mucha sal estropea la comida. Con la luz de la fe en Cristo iluminamos nuestro interior e iluminamos nuestro ambiente, allá donde estamos. Fe que nos ilumina desde dentro, como trata de expresarlo la iconografía oriental. Con ella vivimos en este mundo para no tropezar, sí, pero con los ojos puestos en la eternidad. Por la luz de la fe vemos con claridad cuál es el camino que nos conduce al cielo. Ya no somos “un pueblo que anda en tinieblas”, sino que tiene “la luz de la vida”.
Finalmente, cuidemos de no estropear la sal echándole otras sustancias edulcorantes, como pueden ser nuestros gustos personales y los condimentos picantes de este mundo. Cuidemos nuestra luz, que es participación de la de Cristo, para que no alumbremos con la minúscula luz de nuestras tontas vanidades o deslumbremos con nuestros saberes enciclopédicos y culturales mundanos (segunda lectura).
Para reflexionar: ¿Soy sal o azúcar; soso o salado? ¿Soy luz u oscuridad con mi mal ejemplo?