El Papa en la Audiencia General
“Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
“Señor, si quieres, puedes purificarme!” (Lc 5, 12): Es la petición que hemos escuchado dirigir a Jesús por un leproso. Este hombre no pide solamente ser sanado, sino ser “purificado”, es decir, resanado integralmente, en el cuerpo y en el corazón. De hecho, la lepra era considerada una forma de maldición de Dios, de impureza profunda. El leproso tenía que estar lejos de todos, no podía acceder al templo ni a ningún servicio divino. Lejos de Dios y lejos de los hombres. Triste vida hacía esta gente.
A pesar de eso, ese leproso no se resigna ni a la enfermedad ni a las disposiciones que hacen de él un excluido. Para llegar a Jesús, no temió infringir la ley y entrar en la ciudad, cosa que no tenía que hacer, que era prohibido, y cuando lo encontró “se postró ante él y le rogó: ‘Señor, si quieres, puedes purificarme’”.
¡Todo lo que este hombre considerado impuro hace y dice es expresión de su fe! Reconoce el poder de Jesús: está seguro que tiene el poder de sanarlo o que todo depende de su voluntad. Esta fe es la fuerza que le han permitido romper toda convicción y buscar el encuentro con Jesús, arrodillándose delante de Él y llamarlo ‘Señor’.
La súplica del leproso muestra que cuando nos presentamos a Jesús no es necesario hacer largos discursos. Bastan pocas palabras, siempre y cuando estén acompañadas por la plena confianza en su omnipotencia y en su bondad. Confiarse a la voluntad de Dios significa de hecho entrar en su infinita misericordia.
Aquí hago una confidencia personal: por la noche, antes de ir a la cama, rezo esta breve oración: “Señor si quieres puedes purificarme” y rezo cinco Padre Nuestro, uno por cada llaga de Jesús, porque Jesús nos ha purificado con las llagas. Esto lo hago yo, y lo pueden hacer también todos en su casa. Y decir: “Señor, si quieres puedes purificarme”. Pensar en las llagas de Jesús y decir un Padre Nuestro por cada una. Y Jesús nos escucha siempre.
Jesús es profundamente tocado por este hombre. El Evangelio de Marcos subraya que “Jesús, conmovido, extendió la mano y lo tocó, diciendo: ‘Lo quiero, queda purificado’”(1,41). El gesto de Jesús acompaña sus palabras y hace más explícita la enseñanza. Contra la disposición de la Ley de Moisés, que prohibía acercarse a un leproso (cfr Lv 13,45-46), Jesús, contra la prescripción, extiende la mano e incluso lo toca.
¡Cuántas veces encontramos a un pobre que viene a nuestro encuentro! Podemos ser incluso generosos, podemos tener compasión, pero normalmente no lo tocamos. Le damos una moneda, pero evitamos tocar la mano, la tiramos ahí. ¡Y olvidamos que eso es el cuerpo de Cristo! Jesús nos enseña a no tener miedo de tocar al pobre y excluido, porque Él está en ellos.
Tocar al pobre puede purificarnos de la hipocresía e inquietarnos por su condición. Tocar a los excluidos. Hoy me acompañan aquí estos chicos. Muchos piensan de ellos que sería mejor que se hubieran quedado en su tierra, pero allí sufrían mucho. Son nuestros refugiados. Pero muchos les consideran excluidos. Por favor, son nuestros hermanos. El cristiano no excluye a nadie, da sitio a todos, deja venir a todos.
Después de haber sanado al leproso, Jesús le pide que no hable con nadie, pero le dice: “Ve a presentarte al sacerdote y entrega por tu purificación la ofrenda que ordenó Moisés, para que les sirva de testimonio” (v. 14).
Esta disposición de Jesús muestra al menos tres cosas. La primera: la gracia que actúa en nosotros no busca el sensacionalismo. Normalmente esta se mueve con discreción y sin clamor. Para medicar nuestras heridas y guiarnos en el camino de la santidad, esta trabaja modelando con paciencia nuestro corazón sobre el Corazón del Señor, para asumir cada vez más los pensamientos y los sentimientos.
La segunda: haciendo verificar oficialmente la sanación a los sacerdotes y celebrando un sacrificio expiatorio, el leproso es readmitido en la comunidad de los creyentes y en la vida social. Su reintegro contempla la sanación. ¡Como él mismo había suplicado, ahora está completamente purificado! Finalmente, presentándose a los sacerdotes el leproso les da testimonio sobre Jesús y su autoridad mesiánica. La fuerza de la compasión con la que Jesús ha sanado al leproso ha llevado la fe de este hombre a abrirse a la misión. Era un excluido ahora es uno de nosotros.
Pensemos en nosotros, en nuestras miserias. Cada uno tiene la propia, pensemos con sinceridad. ¡Cuántas veces las cubrimos con la hipocresía de las “buenas maneras”! Y precisamente entonces es necesario estar solos, ponerse de rodillas delante de Dios y rezar: “Señor, si quieres, puedes purificarme”. Y es necesario hacerlo, hacerlo antes de ir a la cama, todas las noches. Y ahora hacemos esta bonita oración: ‘Señor si quieres, puedes purificarme’. Todos juntos, tres veces, todos: ‘Señor, si quieres, puedes purificarme. Señor, si quieres, puedes purificarme. Señor, si quieres, puedes purificarme’.Gracias”.