SERGIO MORA
El papa Francisco celebró este sábado la santa misa en la segunda ciudad de Armenia, Gyumri, apenas llegado desde el memorial de Tzitzernakaberd, en las afueras de la capital Ereván, donde abrió el segundo día de su visita apostólica recordando al millón y medio de armenios exterminados durante el imperio otomano.
Ahora en la segunda ciudad, la cual durante el dominio soviético tuvo el nombre de Lininakan, en honor al dictador Lenín, y que en 1988 sufrió un devastador terremoto, el Santo Padre celebró la ‘Misa votiva de la Misericordia de Dios’, según el rito latino, en italiano y armenio. Estuvo presente a la misa el catholicós Karekim II.
“Después de la terrible devastación del terremoto, estamos hoy aquí para dar gracias a Dios por todo lo que ha sido reconstruido” señaló el Papa en su homilía, invitando a construir la propia vida cristiana en tres bases estables.
La primera, la gracia de la memoria de lo que el Señor ha hecho en nosotros y por nosotros: “nos ha elegido, amado, llamado y perdonado”, pero también “otra memoria que se ha de custodiar: la memoria del pueblo”, la vuestra “muy antigua y valiosa”.
“En vuestras voces resuenan –dijo el Papa refiriéndose a la memoria– la de los santos sabios del pasado; en vuestras palabras se oye el eco del que ha creado vuestro alfabeto con el fin de anunciar la Palabra de Dios; en vuestros cantos se mezclan los llantos y las alegrías de vuestra historia. Pensando en todo esto, podéis reconocer sin duda la presencia de Dios: él no os ha dejado solos. Incluso en medio de tremendas dificultades” y de “las primicias de vuestra fe, de todos los que han dado testimonio, aun a costa de la sangre, de que el amor de Dios vale más que la vida”.
La segunda base es la fe, que “es también la esperanza para vuestro futuro”, y rechazar “la tentación de considerarla como algo del pasado”, de manera que “el encuentro con la ternura del Señor ilumine el corazón de alegría” más fuerte que el dolor, transformándose en paz.
El Pontífice invitó especialmente a los jóvenes a no tener miedo de dar el propio ‘sí’, “para dar continuación a la gran historia de evangelización, que la Iglesia y el mundo necesitan en esta época difícil, pero que es también tiempo de misericordia”.
La tercera base es el amor misericordioso: la vida del discípulo de Jesús se basa en esta roca, porque “estamos llamados ante todo a construir y reconstruir, sin desfallecer, caminos de comunión, a construir puentes de unión y superar las barreras que separan”.
“Se necesitan cristianos –añadió el Santo Padre– que no se dejen abatir por el cansancio y no se desanimen ante la adversidad, sino que estén disponibles y abiertos, dispuestos a servir” además de “sociedades más justas, en las que cada uno tenga una vida digna y ante todo un trabajo justamente retribuido”.
“Nadie como Gregorio de Narek, palabra y voz de Armenia ha sabido penetrar en el abismo de miseria que puede anidar en el corazón humano” recordó Francisco, y señaló que él “nos enseña que lo más importante es reconocerse necesitados de misericordia y después, frente a la miseria y las heridas que vemos, no encerrarnos en nosotros mismos, sino abrirnos con sinceridad y confianza al Señor”.
El Papa concluyó invocando con las palabras del santo armenio, el don de no cansarse nunca de amar: Espíritu Santo «Concédenos la gracia de animarnos a la caridad y a las buenas obras […] Espíritu de mansedumbre, de compasión, de amor al hombre y de misericordia, […] tú que eres todo misericordia, […] ten piedad de nosotros, Señor Dios nuestro, según tu gran misericordia» (Himno de Pentecostés).