10/31/17

Un buen pastor siempre es cercano

El Papa en Santa Marta


En la sinagoga, un sábado, Jesús encuentra a una mujer que andaba encorvada, sin poderse enderezar, una enfermedad de la columna que, desde hace 18 años, la obligaba a estar así. Y el evangelista (Lc 13,10-17) emplea cinco verbos para describir lo que hace Jesús: la vio, la llamó, le dijo, impuso las manos sobre ella y la curó. Cinco verbos de cercanía, porque un buen pastor siempre es cercano. En la parábola del buen pastor está cerca de la oveja perdida, deja a las otras y va a buscarla. No puede estar lejos de su pueblo.
En cambio, los clericales, doctores de la Ley, los fariseos, los saduceos, vivían separados del pueblo, regañándole continuamente. Esos no eran buenos pastores, estaban encerrados en su grupo y no se interesaban por el pueblo. Quizá les importaba, cuando acababa el servicio religioso, ir a ver cuánto dinero había en la colecta. Pero no eran cercanos a la gente. En cambio, Jesús es cercano, y su cercanía viene de lo que Jesús siente en su corazón: Jesús se conmovió, dice otro pasaje del Evangelio. Por eso, Jesús siempre estaba allí con esa gente descartada por aquel grupito clerical: estaban allí los pobres, los enfermos, los pecadores, los leprosos…, todos estaban allí, porque Jesús tenía esa capacidad de conmoverse ante la enfermedad, era un buen pastor. Un buen pastor se acerca y tiene capacidad de conmoverse. Y yo diría que el tercer rasgo de un buen pastor es no avergonzarse de la carne, tocar la carne herida, como hizo Jesús con esta mujer: tocó, impuso las manos, tocó a leprosos, tocó a pecadores.
Un buen pastor no dice: Bueno, sí, está bien… Sí, sí, estoy cerca de ti en el Espíritu —¡eso es distancia!—, sino que hace lo que hizo Dios Padre: acercarse, por compasión, por misericordia, en la carne de su Hijo. El gran pastor, el Padre, nos ha enseñado cómo hace el buen pastor: se abajó, se vació, se anonadó, tomó la condición de siervo. Pero esos otros, los que siguen la senda del clericalismo, ¿a quién se acercan? Se acercan siempre o al poder de turno o al dinero. Y son malos pastores. Solo piensan en trepar en el poder, ser amigos del poder y lo apañan todo, o piensan en sus bolsillos. Esos son los hipócritas, capaces de lo que sea, pero no le importa el pueblo a esa gente. Y cuando Jesús les dice ese “bonito” adjetivo que utiliza tantas veces con ellos, hipócritas, se ofenden: No, no, nosotros seguimos la ley. Y cuando el pueblo de Dios ve que los malos pastores son regañados se pone contento, y eso es pecado, sí, pero han sufrido tanto… que “gozan” un poco. El buen pastor es Jesús que ve, llama, habla, toca y cura. Es el Padre que se hace carne en su Hijo, por compasión.
Es una gracia para el pueblo de Dios tener buenos pastores, pastores como Jesús, que no se avergüenzan de tocar la carne herida, que saben que de eso —no solo ellos, sino todos— seremos juzgados: estuve hambriento, estuve en la cárcel, estuve enfermo… Los criterios del protocolo final son los criterios de la cercanía, los criterios de esa cercanía total, para tocar, compartir la situación del pueblo de Dios. No olvidemos esto: el buen pastor siempre se hace cercano a la gente, siempre, como Dios nuestro Padre se hizo cercano a nosotros, en Jesucristo hecho carne.

10/30/17

Se buscan santos de copas, ¿eres uno de ellos?

Ser cristiano es (…) dejarse divinizar por Él. No es tanto lo que yo hago, sino lo que Él hace en mí si le dejo entrar
Y a los que descubren esto les cambia la vida; los llamamos “santos de copas”
Pero, ¿quiénes son los Santos de copas?
“Con santos de copas queremos referirnos al cristiano por el que el mundo clama: Cristianos que no llevan cruces vistas colgando del cuello, pero que aman sirviendo hasta que duele. Que no llevan el Evangelio en la boca, sino inyectado en vena; que no menosprecian las diversiones y placeres del mundo, sino que son los que más los disfrutan. Cristianos que no juzgan a los equivocados, sino que se arrodillan a sus pies para aliviarles y sanar sus heridas. Santos de copas son los que no llevan cara de sufrimiento, sino que se muestran escandalosamente alegres. Los que no buscan a Dios en las sacristías y acciones evangelizadoras, sino en su puesto de trabajo y en las fiestas, con una copa en la mano. Dios −el Padre, Cristo y el Espíritu− es alguien que ocupa el centro de sus vidas”.
Así los describe José Pedro Manglano en el libro Santos de copas.
Más que en hacer, el santo de copas se deja hacer
Son muchos los que piensan que ser cristiano es hacer cosas buenas por Dios y los demás. Los que ponen el acento en la lucha personal, en propósitos que cumplir para erradicar los defectos, o en virtudes que conquistar a base de un esfuerzo infatigable. Pero ser cristiano no es eso. Ser cristiano es seguir a Cristo; es sinónimo de experimentar un encuentro personal con Él. Es caer en la cuenta de que para Dios soy alguien único e irrepetible, soy su Hijo. Dios me ama con locura y sale a mi encuentro una y otra vez. Ser cristiano es dejarse divinizar por Él. No es tanto lo que yo hago, sino lo que Él hace en mí si le dejo entrar. Y a los que descubren esto les cambia la vida; los llamamos “santos de copas”.

Juan Pablo II también se dirigió a ellos

Así abría su pontificado
Juan Pablo II abría su pontificado precisamente dirigiéndose a los jóvenes con estas palabras: “¡No tengáis miedo a abrir de par en par las puertas a Cristo!”. ”La Iglesia, más que ‘reformadores’, tiene necesidad de santos, porque los santos son los auténticos y más fecundos reformadores”. Estos son los santos de copas.
Un recordatorio: dar la vida por Cristo merece la pena
Se recorrió el mundo para hablar con los jóvenes y confiarles su preocupación por la Iglesia y la sociedad, y pedirles su ayuda para llevar entre todos el mundo a Dios. “Queridos amigos, también hoy creer en Jesús, seguir a Jesús siguiendo las huellas de Pedro, de Tomás, de los primeros Apóstoles y testigos, conlleva una opción por Él y, no pocas veces, es como un nuevo martirio: el martirio de quien, hoy como ayer, es llamado a ir contra corriente para seguir al divino Maestro, para seguir “al Cordero a dondequiera que vaya”. Quizás a vosotros no se os pedirá la sangre, pero sí ciertamente la fidelidad a Cristo. Una fidelidad que se ha de vivir en las situaciones de cada día”.
“Es Jesús a quién buscáis cuando soñáis la felicidad”
Y encendió los corazones de los santos de copas apelando al deseo más íntimo y profundo que todos llevamos dentro, la felicidad:
“En realidad, es a Jesús a quien buscáis cuando soñáis la felicidad. Es Él quien os espera cuando no os satisface nada de lo que encontráis. Es la belleza que tanto os atrae; quien os provoca con esa sed de radicalidad que no os permite dejaros llevar del conformismo. Es Jesús quien os empuja a dejar las máscaras que falsean la vida. Es Él quien os lee en el corazón las decisiones más auténticas que otros querrían sofocar. El que suscita en vosotros el deseo de hacer de vuestra vida algo grande. La voluntad de seguir un ideal, el rechazo a dejaros atrapar por la mediocridad, la valentía de comprometeros con humildad y perseverancia para mejoraros a vosotros mismos y a la sociedad, haciéndola más humana y fraterna viene de Él”.
“Queridos amigos, en vosotros veo a los ‘centinelas de la mañana’ en este amanecer del tercer milenio. (Vigilia de oración en la JMJ en Torvergata, Roma 2000).

Y Francisco sigue con este legado

Los santos de copas son personas normales, como nosotros
También han sido muchas las ocasiones y expresiones que el Papa Francisco ha utilizado a lo largo de su pontificado para animar a los jóvenes a seguir a Cristo, a vivir la fe con radicalidad, y a no dejarse llevar de las modas pasajeras del momento, del individualismo, del utilitarismo, de la cultura del descarte en la que vivimos sumergidos.
”El cristiano tiene la mirada en el Cielo y los pies en el mundo”. “Los santos no son superhombres, ni nacieron perfectos. Son como nosotros, como cada uno de nosotros, son personas que antes de alcanzar la gloria del cielo vivieron una vida normal, con alegría y dolores, fatigas y esperanzas”.
Una de sus intenciones por las que rezar
En abril de 2017 nos lo volvía a recordar proponiéndolo como su intención para rezar ese mes: “Sé que ustedes los jóvenes no quieren vivir en la ilusión de una libertad que se deja arrastrar por la moda del momento, que apuntan alto. ¿Es así o me equivoco? No dejen que otros sean los protagonistas del cambio. Ustedes los jóvenes son los que tienen el futuro. Les pido que lo construyan, que se metan en el trabajo por un mundo mejor. Es un reto, sí, ¡Es un reto! ¿Lo aceptan? Pidan conmigo por los jóvenes, para que sepan responder con generosidad a su propia vocación y movilizarse por las grandes causas del mundo”.
Tema recurrente en las JMJ y sus encuentros con los jóvenes
  • No vivimos para vegetar: “Queridos jóvenes, no vinimos a este mundo a ‘vegetar’, a pasarla cómodamente, a hacer de la vida un sofá que nos adormezca, al contrario, hemos venido a otra cosa, a dejar una huella”.
  • Jóvenes-sofá: “Existe una peligrosa parálisis para los jóvenes que muchas veces es difícil de identificar: me gusta llamarla la parálisis que nace cuando se confunde ‘felicidad’ con un ‘sofá’. Sí, creer que para ser feliz necesitamos un buen sofá. Un sofá que nos ayude a estar cómodos, tranquilos, bien seguros. Un sofá −como los que hay ahora modernos con masajes adormecedores incluidos− que nos garantiza horas de tranquilidad para trasladarnos al mundo de los videojuegos y pasar horas frente a la computadora”.
  • Jesús es el Señor del “siempre más allá”: “Amigos, Jesús es el Señor del riesgo, es el Señor del siempre «más allá». Jesús no es el Señor del confort, de la seguridad y de la comodidad. Para seguir a Jesús, hay que tener una cuota de valentía, hay que animarse a cambiar el sofá por un par de zapatos que te ayuden a caminar por caminos nunca soñados y menos pensados, por caminos que abran nuevos horizontes, capaces de contagiar alegría, esa alegría que nace del amor de Dios, la alegría que deja en tu corazón cada gesto, cada actitud de misericordia”.
  • Dios te invita a soñar: “Dios quiere algo de ti, te espera a ti. Viene a romper nuestras clausuras, viene a abrir las puertas de nuestras vidas, de nuestras visiones, de nuestras miradas. Dios viene a abrir todo aquello que te encierra. Te está invitando a soñar, te quiere hacer ver que el mundo contigo puede ser distinto. Eso sí, si tú no pones lo mejor de ti, el mundo no será distinto. Es un reto”.
¿Te atreves a asumir este reto? ¿Te atreves a ser un santo de copas? 

10/29/17

“Sin amor, la vida como la fe permanecen estériles”

El Papa en el Ángelus


Queridos hermanos y hermanas, buenos días!
Este domingo, la liturgia nos presenta un pasaje evangélico breve, pero muy importante. (cf. Mt 22, 34-40).
El evangelista Mateo cuenta que los fariseos se reúnen para poner a Jesús a prueba. Uno de ellos, un doctor de la Ley de Moisés, le pregunta: “Maestro, ¿en la ley, cuál es el mandamiento mayor? (v. 36). Es una pregunta insidiosa, porque en la Ley de Moisés, se mencionan más de 600 preceptos. ¿Cómo distinguir entre ellos el más grande mandamiento?.
Pero Jesús no duda y responde: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, y con toda tu mente” y añade: Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (vv. 37.39).
Esta respuesta De Jesús no es evidente por que en los múltiples efectos de la ley judía, los más importantes eran los Diez mandamientos, comunicados directamente por Dios a Moisés, como condición de pacto de Alianza con el pueblo.
Pero Jesús quiere hacer comprender que sin el amor de Dios y del prójimo, no hay verdadera fidelidad a esta Alianza con el Señor. Puedes hacer muchas buenas cosas,  observar muchos preceptos, pero si no tienes amor no sirve para nada.
Otro texto del Libro del Éxodo, llamado “Código de la Alianza”, lo confirma. Dice que no podemos estar en Alianza con el Señor y maltratar a quienes gozan de su protección. Y ¿Quiénes son aquellos que gozan de su protección?. La Biblia lo dice: la viuda, el huérfano, el extranjero, es decir las personas más solas y sin defensa (cf. Ex 22, 20-21).
Respondiendo a los fariseos que le habían interrogado, busca ayudarles a poner su religiosidad en orden, a restablecer aquello que cuenta verdaderamente y lo que es menos importante. Jesús dice: “De estos dos mandamientos dependen toda la Ley y los Profetas” (Mt 22, 40), estos son los más importantes y los otros dependen de ellos.
Y Jesús ha vivido su vida justamente así: predicando y haciendo lo que verdaderamente cuenta y que es esencial, es decir el amor. El amor da impulso y fecundidad a la vida y al camino de fe: sin el amor, la vida como la fe son estériles.
Lo que Jesús propone en esta página evangélica es un ideal maravilloso, que corresponde al deseo más auténtico de nuestro corazón. Hemos sido creados para amar y para ser amados. Dios, que es Amor, nos ha creado para hacernos  participar de su vida, para ser amados por Él y para amarle y para amar como Él a las demás personas. He aquí el “sueño” de Dios para el hombre.
Y para realizarlo, tenemos necesidad de su gracia, tenemos necesidad de recibir en nosotros la capacidad de amar que viene de Dios mismo. Jesús se ofrece en nosotros en la eucaristía justamente para esto. En ella, recibimos a Jesús en la expresión máxima de su amor, cuando se ofrece al Padre para nuestra salvación.
Que la Santísima Virgen nos ayude a acoger en nuestra vida el “gran mandamiento” del amor de Dios y del prójimo. En efecto aunque le conozcamos desde pequeños, nunca hemos terminado de convertirnos a esto y de ponerlo en práctica en las diferentes situaciones en las cuales nos encontremos.

“Persona y comunidad son los fundamentos de Europa”

Quinto gran discurso del Papa sobre Europa

 Eminencias, Excelencias,
Distinguidas autoridades,
Señoras y Señores,
Me complace participar en este momento en el que concluye el diálogo (RE)Thinking Europe. Una contribución cristiana al futuro del proyecto europeo, promovido por las Comisiones Episcopales de la Comunidad Europea (COMECE). Saludo particularmente al Presidente, su Eminencia el Cardenal Reinhard Marx, así como al  Honorable Antonio Tajani, Presidente del Parlamento Europeo, y les agradezco las amables palabras que me acaban de dirigir. Me gustaría expresar a cada uno de vosotros un gran aprecio por la gran cantidad de personas que han intervenido durante este importante círculo de discusión.
El Diálogo de estos días ha brindado la oportunidad de reflexionar ampliamente sobre el futuro de Europa desde diferentes ángulos, gracias a la presencia entre ustedes de diversas personalidades eclesiales, políticas, académicas o simplemente provenientes de la sociedad civil. Los jóvenes han podido proponer sus expectativas y sus esperanzas, en confrontación con sus mayores, que a su vez, han tenido la ocasión de ofrecer su rico equipaje de reflexiones y experiencias. Es significativo que este encuentro haya querido ser ante todo un diálogo en el espíritu de una discusión libre y abierta, permitiendo enriquecerse recíprocamente y de aclarar el camino del futuro de Europa, es decir el camino que todos juntos, estamos llamados a recorrer para superar la crisis que atravesamos y para afrontar los desafíos que nos esperan.
Hablar de una contribución cristiana en el futuro del continente significa primero y ante todo interrogarse sobre nuestro papel  como cristianos hoy, sobre estas magníficas tierras modeladas a lo largo de los siglos por la fe. ¿Cuál es nuestra responsabilidad en un momento en el que el rostro de Europa se caracteriza cada vez más por una pluralidad de culturas y de religiones, mientras que para muchos, el cristianismo es percibido como un elemento del pasado, lejano y extraño?.

Persona y comunidad

Al declive de la civilización antigua, mientras que el esplendor de Roma se convirtió en ruinas que podemos admirar hoy todavía en la ciudad, mientras que nuevos pueblos ejercían una presión en las fronteras del antiguo Imperio, un joven ha hecho resonar la voz del Salmista: “¿Quién ama la vida y desea los días donde el verá la felicidad?” (Benito, Regla, Prólogo, 14 Cf. Salmo 33,13). Proponiendo esta interrogación en el Prólogo de su Regla, San Benito ha sometido a la atención de sus contemporáneos y a la nuestra una concepción del hombre radicalmente diferente del que había caracterizado el clasicismo greco romano, y más diferente todavía a la violencia que había caracterizado las invasiones bárbaras. El hombre ya no es simplemente un civis, un ciudadano dotado de privilegios a consumir en la ociosidad; ya no es un miles, servidor combatiendo del poder reinante; sobre todo, el ya no es un servus, objeto de cambio desprovisto de libertad destinado únicamente al trabajo y al laboreo.
San Benito no mira la condición social, ni la riqueza, ni el poder que tenemos. Apela a la naturaleza común del ser humano, que, sea cual sea su condición, ama la vida y desea días felices. Para Benito no hay roles, hay personas. Nombres, no adjetivos. He aquí uno de los valores fundamentales que el cristianismo ha aportado: el sentido de la persona, creada a imagen de Dios. A partir de este principio, se construirán los monasterios, que se convertirán al mismo tiempo en cuna del renacimiento humano, cultural, religioso y también económico de continente.
La primera y puede ser la mayor contribución que los cristianos pueden ofrecer a la Europa de hoy, es la de recordarle, que no es un conjunto de números o de instituciones, sino que está hecho de personas. Lamentablemente observamos como a menudo cualquier debate se reduce fácilmente a una discusión de números. No hay ciudadanos, hay votos. No hay migrantes, hay cuotas. No hay trabajadores, hay indicadores económicos. No hay pobres, hay umbrales de pobreza. El carácter concreto de la persona humana se reduce a un principio abstracto, más cómodo y más suave. Entendemos el motivo: las personas tienen rostro, nos obligan a una responsabilidad real, activa “personal”; las cifras nos ocupan con razonamientos, cierto útiles e importantes, pero siempre serán sin alma. Nos ofrece la excusa para la desconexión porque nunca tocan en la carne.
Reconocer que el otro es sobre todo una persona significa valorar lo que me une a él. El hecho de ser personas nos une a los otros, nos hace ser comunidad. Entonces, la segunda contribución que los cristianos pueden ofrecer al futuro de Europa es el redescubrimiento del sentido de pertenencia a una comunidad. No es una casualidad si los padres fundadores del proyecto europeo han escogido precisamente esta palabra para identificar el nuevo sujeto político que se constituyó. La comunidad es el mayor antídoto contra los individualismos que caracterizan nuestro tiempo, contra esta tendencia, ahora extendida en occidente, de considerar y vivir en soledad. Se comprende mal el concepto de libertad, interpretándolo casi como si se tratara del deber de estar solos, liberados de todos los lazos y como consecuencia hemos construido una sociedad desarraigada, privada del sentido de pertenencia y de herencia.
Los cristianos reconocen que su identidad es primeramente relacional. Están insertados como miembros de un cuerpo, la Iglesia (cf.1 Co 12,12), en la cual cada uno, con su propia identidad y particularidad, participa libremente en la edificación común. De manera análoga, esta unión se encuentra también en el dominio de las relaciones interpersonales y de la sociedad civil. Delante del otro, cada uno descubre sus cualidades y sus defectos; sus puntos fuertes y sus debilidades: en otros términos, descubre su rostro, comprendida su identidad.
La familia, en tanto que primera comunidad, permanece siendo el lugar fundamental de este descubrimiento. La diversidad es exaltada y al mismo tiempo se comprende en la unidad. La familia es la unión armoniosa de las diferencias entre el hombre y la mujer, que es tanto más auténtica y profunda como procreadora, capaz de abrirse a la vida y a los otros. Del mismo modo, una comunidad civil es viva si sabe estar abierta si sabe acoger la diversidad y los talentos de cada uno y al mismo tiempo si sabe engendrar nuevas vidas, lo mismo que el desarrollo, el trabajo y la innovación de la cultura.
Persona y comunidad son, por lo tanto, los fundamentos de Europa que, como cristianos, queremos y podemos contribuir a construir. Las piedras de este edificio se llaman: diálogo, inclusión, solidaridad, desarrollo y paz.


Un lugar de diálogo

Hoy toda Europa, desde el Atlántico hasta los Urales, del Polo Norte al mar Mediterráneo, no puede perder la oportunidad de ser ante todo un lugar de diálogo, a la vez sincero y constructivo, en el cuál todos los protagonistas tienen una misma dignidad. Estamos llamados a edificar una Europa donde podamos encontrarnos e intercambiar a todos los niveles, en cierto sentido como lo era el ágora antiguo. De hecho tal era el lugar de la polis. No únicamente un espacio de intercambio económico, sino el corazón neurálgico de la política, sede donde se elaboraban las leyes para bienestar de todos; lugar donde se enfrentaba al templo de manera que la dimensión horizontal de la vida cotidiana no faltara nunca la respiración trascendente que hace mirar más allá de lo que es efímero, pasajero y provisional.
Esto lleva a tomar en cuenta el papel positivo y constructivo de la religión en general en la edificación de la sociedad. Pienso por ejemplo a la contribución del diálogo interreligioso para favorecer el conocimiento recíproco entre cristianos y musulmanes en Europa. Por desgracia un cierto prejuicio laicista, todavía en voga, no es capaz de percibir el valor positivo para la sociedad del papel público y objetivo de la religión, prefiriendo relegarla a una esfera puramente privada y sentimental. Se instaura así el predominio de un cierto pensamiento único (La dittatura del pensiero único. Meditazione mattutina nella cappella della Domus Sanctae Marthae, 10 de abril de 2014), bastante extendida en todas las reuniones internacionales, que ve en la afirmación de una identidad religiosa un peligro en si misma y para su propia hegemonía, finalizando así por favorecer una oposición artificial entre el derecho y la libertad religiosa y de otros derechos fundamentales.
Favorecer el diálogo – todo diálogo -, es una responsabilidad fundamental de la política, y, por desgracia, observamos muy a menudo como se transforma más bien en lugar de enfrentamientos entre dos fuerzas opuestas. La voz del diálogo es reemplazada por los gritos de las reivindicaciones. En muchos lugares  se tiene el sentimiento de que el bien común ya no es el objetivo principal a alcanzar y muchos ciudadanos perciben este desinterés. Así encuentran un terreno fértil, en muchos países las formaciones extremistas  y populistas que hacen de la protesta el corazón de su mensaje  político, sin ofrecer la alternativa de un proyecto político constructivo. El diálogo es reemplazado o por una oposición estéril, que puede incluso poner en peligro la convivencia civil, o bien por una hegemonía del poder político que aprisiona e impide una verdadera vida democrática. En un caso, se destruyen los puentes y en el otro, se construyen muros.
Los cristianos están llamados a favorecer el diálogo político, especialmente allí donde está amenazado y donde la confrontación parece prevalecer. Los cristianos están llamados a restaurar la dignidad a la política, entendida como el mayor servicio al bien común y no como una carga de poder. Esto requiere también una formación adecuada, porque la política no es “el arte de la improvisación”, sino más bien una alta expresión de abnegación y de dedicación personal en favor de la comunidad. Ser dirigente exige estudios, preparación y experiencia.

Un dominio inclusivo

Una de las responsabilidades comunes de los dirigentes, es la de favorecer una Europa que sea una comunidad inclusiva, liberada de una mala comprensión de fondo: inclusión no es sinónimo de aplanamiento indiferenciado. Al contrario, es  auténticamente inclusivo cuando se sabe valorar las diferencias, asumiéndolas como patrimonio común y enriqueciéndolas. En esta perspectiva, los migrantes son un recurso en lugar de un peso. Los cristianos están llamados a meditar seriamente la afirmación de Jesús: “Era extranjero, y me acogiste” (Mt 25, 35). Sobre todo ante el drama de los desplazados y de los refugiados, no podemos olvidar el hecho que estamos delante de personas, que no puedes ser elegidas o rechazadas según la buena voluntad, siguiendo las lógicas políticas, económicas, incluso religiosas.
Sin embargo no está en oposición con el derecho de cada autoridad a manejar el tema de la migración “con la virtud propia del gobierno, es decir la prudencia” (Conferencia de prensa sobre el vuelo de regreso de Colombia, 10 de septiembre de 2017, L´Obsservatore Romano, ed. En lengua francesa, n. 38, jueves 21 de septiembre  de 2017, p. 13), que debe tener en cuenta tanto la necesidad de tener un corazón abierto como la posibilidad de integrar plenamente, a nivel social, económico y político, a aquellos que llegan al país. No podemos pensar que el fenómeno migratorio sea un proceso sin discernimiento y sin reglas, pero tampoco podemos erigir muros de indiferencia o de miedo. Por su parte, los propios migrantes no deben descuidar el grave deber de conocer, de respetar y de asimilar también la cultura lo mismo que las tradiciones de la nación que los acoge.

Un espacio de solidaridad

Trabajar para una comunidad inclusiva significa edificar un espacio de solidaridad. Ser una comunidad implica, en efecto, que nos sostenemos mutuamente y por lo tanto no puede haber solo algunos que llevan el peso  y hacen sacrificios extraordinarios, mientras que los otros permanecen refugiados en la defensa de posiciones privilegiadas. Una Unión Europea que, afrontando sus crisis, no redescubra el sentido de ser una única comunidad que se sostiene y se ayuda –  y no un conjunto de pequeños grupos de interés – perdería no solo uno de los retos más importantes de su historia, sino también una de las mayores oportunidades para su futuro.
La solidaridad, que en la perspectiva cristiana encuentra su razón de ser en el precepto del amor (cf. Mt 22, 37-40), solo puede ser la savia vital de una comunidad viva y madura. Con el otro principio cardinal de subsidiariedad, no se trata solo de las relaciones con los estados y las Regiones de Europa. Ser una comunidad solidaria significa  tener la solicitud por los más débiles de la sociedad, hacia los pobres, hacia todos aquellos que son rechazados por los sistemas económicos y sociales, a comenzar por las personas mayores y por los parados. Pero la solidaridad exige igualmente que se recupere la colaboración y el apoyo recíproco entre las generaciones.
Desde los años sesenta del siglo pasado, asistimos a un conflicto  de generaciones sin precedentes. Al transmitir a las nuevas generaciones los ideales que han hecho grande a Europa, podemos decir de manera hiperbólica que a la tradición se ha preferido la traición. Al rechazar lo que provenía de los padres ha logrado así el momento de una esterilidad dramática. No solo porque en Europa se hacen pocos niños – nuestro invierno demográfico – y que los que han sido privados del derecho a nacer son muy numerosos, sino también porque nos descubrimos incapaces de transmitir a los jóvenes los instrumentos materiales y culturales para afrontar el futuro. Europa vive una clase de déficit de memoria. Volver a ser una comunidad solidaria significa volver a redescubrir el valor de su propio pasado, para enriquecer el presente y transmitir a la posteridad un futuro de esperanza.
Muchos de los jóvenes se encuentran al contrario desamparados de cara a la ausencia de raíces y de perspectivas, están desarraigados  “sacudidos y meneados a la deriva por todas las corrientes de ideas” (Ef. 4, 14); a veces igualmente “prisioneros” de adultos posesivos que tienen dificultades para asumir sus deberes. Es grave, la tarea de educar no solamente ofreciendo un conjunto de conocimientos técnicos y científicos, sino sobre todo actuando “para promover la persona humana en su perfección, lo mismo que para asegurar el bien de la sociedad terrestre  y la construcción de un mundo siempre más humano” (Concilio Ecuménico Vaticano II, Decl. Gravissimum educationis, 28 de octubre  de 1965, n. 3). Esto exige el compromiso de toda la sociedad. La educación es una tarea común, que demanda la participación activa concomitante de los padres, de la escuela y de las universidades, de las instituciones religiosas y de la sociedad civil. Sin educación, la cultura no se forma y el tejido vital de las comunidades se reseca.

Una fuente de desarrollo

La Europa que se redescubre comunidad será seguramente una fuente de desarrollo para ella misma y para el mundo entero. Desarrollo se entiende en el sentido que el Beato Pablo VI ha dado a esta palabra: “Para ser auténtico, debe de ser integral, es decir promover todo hombre y todo el hombre. Como lo ha subrayado fuertemente un eminente experto: “No aceptamos separar lo económico de lo humano, el desarrollo de las civilizaciones donde se inscribe. Lo que cuenta para nosotros, es el hombre, cada hombre, cada grupo de hombres, hasta la humanidad entera” “Pablo VI, Carta. Enc.Populorum progessio, 26 de marzo de 1967, n. 14).
Ciertamente, el trabajo, que es un factor esencial para la dignidad y la maduración de la persona, contribuye al desarrollo del hombre. Requiere trabajo y debe tener condiciones adecuadas de trabajo. A lo largo del siglo pasado, no han faltado ejemplos elocuentes de emprendedores cristianos que han comprendido cómo el éxito de sus iniciativas dependía sobre todo de la posibilidad de ofrecer oportunidades de empleo  y de condiciones dignas de trabajo. Es necesario volver a partir del espíritu de estas iniciativas, que son también el mejor antídoto contra los desequilibrios provocados por una globalización sin alma, una globalización “esférica”, que, está más atenta al provecho que a las persona, ha creado bolsas difusas de pobreza, de paro, de explotación y de malestar social.
Será oportuno redescubrir igualmente la necesidad del carácter concreto del trabajo, sobre todo para los jóvenes. Hoy muchos tienden a huir de los trabajos en los sectores antes cruciales, considerados como penosos y poco remunerados, olvidando que estos son indispensables en el desarrollo humano. ¿Qué seríamos nosotros, sin el compromiso de personas que, por el trabajo contribuyen a nuestra subsistencia cotidiana?. ¿Qué seríamos nosotros sin el trabajo paciente e inventivo de aquellos que confeccionan la ropa que nosotros llevamos o construyen las casas en las que nosotros vivimos?. Muchos profesionales considerados hoy  como de segunda categoría son fundamentales. Lo son desde el punto de vista social, pero lo son sobre todo por la satisfacción que los trabajadores reciben de poder ser útiles para ellos mismos y para los otros a través de su compromiso cotidiano.
Es lo mismo para los gobernantes de crear las condiciones económicas que favorezcan una sana empresa y niveles adecuados de empleo. Es especialmente responsabilidad de la política de reactivar un círculo virtuoso que, a partir de inversiones en favor de la familia y de la educación, permita el desarrollo armonioso y pacífico de toda la comunidad civil.

Una promesa de paz

Finalmente, el compromiso cristiano en Europa debe constituir una promesa de paz. Este fue el pensamiento principal que animó a los signatarios de los Tratados de Roma. Después de dos guerras mundiales y de atroces violencias de pueblos contra pueblos, llegó el tiempo de afirmar el derecho a la paz (cf. Discurso a los estudiantes y al mundo académico, Boloña, 1 de octubre de 2017, n. 3). Es un derecho. Sin embargo, todavía hoy vemos cómo la paz es un bien frágil y cómo las lógicas particulares y nacionales corren el riesgo de hacer vanos los sueños valientes de los fundadores de Europa (cf. Ibid.).
Sin embargo, ser artesanos de la paz  (cf. Mt 5, 9) no solo significa trabajar  para evitar las tensiones internas, trabajar para poner fin a los numerosos conflictos que ensangrientan el mundo o bien aliviar al que sufre. Ser artesano de paz significa hacerse promotor de una cultura de paz. Esto exige el amor a la verdad, sin la cual no puede haber relaciones humanas auténticas, la búsqueda de la justicia, sin la cual la opresión es la norma predominante en cualquier comunidad.
La paz exige pura creatividad. La Unión Europea mantendrá la fe en su compromiso por la paz en la medida donde ella no pierda la esperanza y sabrá renovarse para responder a las necesidades  y a las expectativas de sus ciudadanos. Hace cien años, precisamente en estos días, comenzaba la batalla de Caporetto, una de las más dramáticas de la Gran guerra. Fue el punto culminante de la guerra de desgaste  que fue el primer conflicto mundial, que tuvo el triste record de segar innumerables víctimas para conquistas ridículas. Después de estos acontecimientos, aprendemos que si nos escondemos detrás de nuestras propias posiciones se termina por sucumbir. No es el momento de construir trincheras, sino más bien de tener el coraje de trabajar para perseguir plenamente el sueño de los Padres fundadores de una Europa unida y unánime, una comunidad de pueblo deseoso de compartir un destino de desarrollo y de paz.

Ser el alma de Europa

Eminencias, Excelencias,
Ilustres anfitriones,
El autor de la carta a Diognetus afirma que “lo que el alma es para el cuerpo, los cristianos lo son en el mundo” (Carta a Diognetus, VI). En este tiempo, están llamados a dar un alma a Europa, a despertar su conciencia, no para ocupar los espacios  – eso sería proselitismo – sino para animar los procesos (cf. Exhrt. Ap. Evangelii gaudium,n. 223) que crean nuevos dinamismos en la sociedad. Es precisamente lo que ha hecho que San Benito haya ido proclamado, no por casualidad, patrón de Europa por Pablo VI: No se ha preocupado de ocupar los espacios de un mundo desorientado y confuso. Sostenido por la fe, él ha mirado más allá y desde una pequeña cueva de Subiaco ha dado a luz  a un movimiento contagioso e irresistible que ha rediseñado el rostro de Europa. Él que ha sido “mensajero de paz, artesano de unión, maestro de civilizaciones” (Pablo VI, Carta. Ap. Pacis Nuntius, 24de octubre de 1964), nos muestra a nosotros también cristianos de hoy como de la fe brota una esperanza gozosa, capaz de cambiar el mundo.
¡Gracias!
Que el Señor nos bendiga a todos, bendiga nuestro trabajo, bendiga nuestros pueblos, nuestras familias, nuestros jóvenes, nuestras personas mayores, que bendiga a Europa.
Que Dios todopoderoso os bendiga, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.
Gracias, muchas gracias.

10/28/17

‘El porqué de cada trabajo cambia el modo de trabajar’


El prelado del Opus Dei, Mons. Fernando Ocáriz, ha participado en un congreso sobre el trabajo celebrado en la Pontificia Universidad de la Santa Cruz (Roma). Recogemos algunas frases de su intervención oral, pronunciadas durante el coloquio académico que duró una hora.
El congreso interdisciplinario sobre el trabajo se organizó en la Pontificia Universidad de la Santa Cruz (Roma) con ocasión de los 500 años de la Reforma protestante.
Monseñor Ocáriz, gran Canciller y ex profesor de la Universidad, comenzó sus reflexiones a partir de la pregunta: ¿Qué significa verdaderamente santificar el trabajo?“En el contexto de la santificación de la vida ordinaria −dijo−, el trabajo ocupa un lugar muy importante; no solo por el tiempo que le dedicamos, que es mucho, sino por las consecuencias que supone para la persona y para los demás. Trabajo y familia son, junto a la relación con Dios, columnas en donde se apoya −como se lee en la narración del Génesis− el designio de Dios para la humanidad”.
Tomando pie de una escena de la película There be dragons, en la que un personaje representa a san Josemaría en el momento de la fundación del Opus Dei, el prelado ha explicado cómo el Señor hizo ver al fundador el valor santificador del trabajo: “En ese momento de la película se le muestra escribiendo las palabras todos y todo. Todos llamados a la santidad; todas las realidades humanas honradas, todos los trabajos pueden y deben ser camino, medio de santidad, de encuentro con Jesucristo. Santificar el trabajo, cualquier trabajo honesto, es hacerlo por Dios y por los demás, lo que exige hacerlo bien. El trabajo procede del amor y lleva al Amor en todas las circunstancias de la vida”.
Santificar el trabajo, cualquier trabajo honesto,
es hacerlo por Dios y por los demás,
lo que exige hacerlo bien
También, al hilo de unas palabras de san Josemaría (“Pon un motivo sobrenatural a tu ordinaria labor profesional, y habrás santificado el trabajo”), comentó que “no se trata de añadir un detalle piadoso. Se trata de la finalidad: el porqué y para qué se trabaja, que determina el mismo modo de trabajar. ¿Y cuál es este motivo sobrenatural? Es el amor a Dios y el servicio a los otros”.
Varios de sus comentarios se refirieron a un vídeo sobre el trabajo y san Josemaría que se había proyectado previamente:


Luego se dio paso a una extendida ronda de comentarios y preguntas de los asistentes al congreso. Por ejemplo, un profesor universitario citó una conversación con un colega luterano sobre si la santificación del trabajo es algo puramente personal de relación con Dios o si, por otra parte, cambia verdaderamente el trabajo.
Cuando san Josemaría comenzaba a trabajar, decía a Cristo −con palabras o sin palabras−: ‘vamos a hacer esto entre los dos’
Mons. Ocáriz comentó: “Algo se hace santo en la medida en que es ofrecido a Dios. Las cosas de este mundo son ya de Dios, pero a través de nuestra libertad adquieren una dimensión nueva. Con nuestra libertad el trabajo mismo, incluso su materialidad, puede hacerse santo, más de Dios”.
Asimismo, ha recordado que “cuando san Josemaría comenzaba a trabajar, decía a Cristo —con palabras o sin palabras—: ‘vamos a hacer esto entre los dos’. Toda realidad cristiana es siempre en Cristo; no hay otro camino para llegar a Dios”.
Finalmente, una participante preguntó cómo descubrir ese algo divino que se encuentra en todo al que se refiere el fundador del Opus Dei, cuando las labores son tan diversas como ser profesora universitaria y madre de familia. “Descubrir en todo una expresión del amor de Dios por nosotros: en las personas, en las circunstancias, en la materialidad de las tareas, en las contrariedades. San Juan escribe, haciendo como un resumen de la experiencia de los Apóstoles en su trato con Cristo: ‘Nosotros hemos conocido y creído el amor de Dios por nosotros’. Descubrir el quid divinum es ver a los demás como criaturas que Dios ama; ver, también en las dificultades que no comprendemos, el amor escondido de Dios”.

Fuente: opusdei.es.

10/27/17

La conversión

El Papa ayer en Santa Marta


En el Evangelio de hoy (Lc 12,49-53) nos dice Jesús: He venido a prender fuego en el mundo, ¡y ojalá estuviera ya ardiendo! Ese es el fuego que Jesús trae a la tierra, un fuego que te pide un cambio: cambiar el modo de pensar, cambiar el modo de sentir. Tu corazón, que era mundano, pagano, se vuelve ahora cristiano con la fuerza de Cristo: ¡cambiar, eso es la conversión! Y cambiar también en el modo de obrar: ¡tus obras deben cambiar!
Jesús nos llama a cambiar la vida, a cambiar de camino, nos llama a la conversión. Una conversión que lo involucra todo, cuerpo y alma, todo. Es un cambio, pero no un cambio que se hace con un disfraz: es un cambio que hace el Espíritu Santo, por dentro. Y yo debo poner de mi parte para que el Espíritu Santo pueda actuar, y eso significa lucha, luchar.
Eso comporta luchar contra el mal, también en nuestro corazón; una lucha que no te da tranquilidad, pero te da paz. No hay, no debe haber cristianos tranquilos, que no luchan; esos no son cristianos, son tibios. La tranquilidad para dormir puedes conseguirla también con una pastilla, pero no hay pastillas para la paz interior. Solo el Espíritu Santo puede dar esa paz del alma, que da fortaleza a los cristianos. Y nosotros tenemos que ayudar al Espíritu Santo, dejando sitio en nuestro corazón.
Y en esto nos ayuda mucho el examen de conciencia de todos los días, para luchar contra las enfermedades del espíritu, esas que siembra el enemigo y que son enfermedades de mundanidad. La lucha, que ha traído Jesús contra el diablo, contra el mal, no es algo antiguo, es algo muy moderno, es cosa de hoy, de todos los días, para que el fuego que Jesús vino a traernos esté en nuestro corazón. Por eso debemos dejarlo entrar, y preguntarnos cada día: ¿cómo he pasado de la mundanidad, del pecado, a la gracia? ¿He dejado sitio al Espíritu Santo para que pueda actuar?
Las dificultades en nuestra vida no se resuelven aguando la verdad. La verdad es esta: Jesús ha traído fuego y lucha; ¿qué hago yo?
Y para la conversión hace falta un corazón generoso y fiel: generosidad, que viene siempre del amor, y fidelidad, fidelidad a la Palabra de Dios.

“¡En el mundo del trabajo, la comunión debe ganar a la competición!”

Vídeo mensaje del Papa en la 48ª Semana Social de los Católicos Italianos

Queridos hermanos y hermanas:
Saludo cordialmente a todos vosotros que participáis en la 48ª Semana Social de los Católicos Italianos, convocada en Cagliari. Saludo fraternalmente al cardenal Gualtiero Bassetti, presidente de la Conferencia Episcopal Italiana, a los obispos presentes, al arzobispo Filippo Santoro, a los miembros del Comité Científico y Organizador, a los delegados de las diócesis italianas, a los representantes de movimientos y asociaciones relacionados con el trabajo y a todos los invitados.
Os reunís bajo la protección y con el ejemplo del beato Giuseppe Toniolo, que en 1907 promovió la Semana Social en Italia. Vivió su testimonio de laico en todas las dimensiones de la vida: espiritual, familiar, profesional, social y política. Para inspirar vuestros trabajos, os propongo una enseñanza suya. “Nosotros, los creyentes- escribía- sentimos, en el fondo del alma […] que el que salvará definitivamente la sociedad actual no será un diplomático, un erudito, un héroe, sino un santo, más bien una sociedad de santos” (Del ensayo Indirizzi e concetti sociali). Haced vuestra esta “memoria de la fundación”: Nos santificamos trabajando para los demás, prolongando así en la historia el acto creador de Dios.
En las Escrituras encontramos muchos personajes definidos por su trabajo: el sembrador, el segador, los viñadores, los administradores, los pescadores, los pastores, los carpinteros, como San José. De la Palabra de Dios emerge un mundo en el que se trabaja. La Palabra de Dios, Jesús, no se encarnó en un emperador o en un rey, sino que “se despojó a sí mismo, asumiendo la condición de siervo” (Fil 2,7) para compartir nuestra historia humana, incluyendo los sacrificios que el trabajo requiere , hasta el punto de ser conocido como carpintero o hijo de un carpintero (cf. Mc 6,3; Mt 13,55). Pero hay más. El Señor llama durante el trabajo, como fue el caso de los pescadores a los que invita a ser pescadores de hombres (Mc 1.16 a 18; Mt 4.18 a 20). También los talentos recibidos podemos leerlos como dones y habilidades para dedicarlos al mundo laboral a fin de construir comunidades, comunidades solidarias y para ayudar a quien atraviesa por dificultades.
El tema de esta Semana Social es “El trabajo que queremos: libre, creativo, participativo y solidario”. Así quise definir el trabajo humano en la Exhortación Apostólica Evangelii gaudium(n. 192). Gracias por elegir el tema del trabajo. “Sin trabajo no hay dignidad”: lo repito a menudo, me acuerdo precisamente en Cagliari en 2013, y en mayo pasado en Génova. Pero no todos los trabajos son “trabajos dignos”. Hay trabajos que humillan la dignidad de las personas, los que alimentan las guerras con la construcción de armas, los que rebajan el valor del cuerpo con el tráfico sexual y la explotación de los niños. También ofenden la dignidad del trabajador, el trabajo en negro, el gestionado por la contratación ilegal, los trabajos que discriminan a las mujeres y no incluyen a aquellos que tienen una discapacidad. Asimismo el trabajo precario es una herida abierta para muchos trabajadores, que viven con el temor de perder sus trabajos. He escuchado esta angustia muchas veces: la angustia de perder el propio trabajo; la angustia de la persona que tiene un trabajo de septiembre a junio y no sabe si lo tendrá el próximo septiembre. La precariedad total. Esto es inmoral. Esto mata: mata la dignidad, mata la salud, mata a la familia, mata a la sociedad. El trabajo negro y el trabajo precario matan. A esto hay que añadir la preocupación por los trabajos peligrosos e insalubres que cada año causan cientos de muertes e inválidos en Italia.
La dignidad del trabajo es una condición para crear un buen trabajo: Por lo tanto, es necesario defenderla y promoverla. Con la encíclica Rerum Novarum (1891) del Papa León XIII, nacía la Doctrina Social de la Iglesia para defender a los trabajadores de la explotación, para combatir el trabajo infantil, las jornadas de trabajo de 12 horas, las condiciones higiénicas insuficientes de las fábricas.
Pienso también en los parados que buscan trabajo y no lo encuentran, en los desanimados que ya no tienen fuerzas para buscarlo , en los subempleados, que trabajan sólo unas pocas horas al mes sin llegar a superar la línea de pobreza. Les digo: No perdáis la confianza. Se lo digo también a los que viven en las áreas del sur de Italia con más problemas. La Iglesia trabaja por una economía al servicio de la persona, que reduce las desigualdades y tiene como fin el trabajo para todos.
La crisis económica mundial comenzó como una crisis financiera y luego se convirtió en una crisis económica y laboral. La crisis laboral es una crisis ambiental y social al mismo tiempo (véase Ene. Laudato si ‘, 13). El sistema económico está dirigido al consumo, sin preocuparse por la dignidad del trabajo y la protección del medio ambiente. Pero esto es algo así como ir en bicicleta con las ruedas desinfladas: ¡es peligroso! La dignidad y la protección se mortifican cuando se considera al trabajador como una línea del presupuesto, cuando se ignora el grito de los descartados. No escapan a esta lógica las administraciones públicas, cuando firman contratos con el criterio del descuento más grande sin tener en cuenta la dignidad del trabajo ni la responsabilidad ambiental y fiscal de las empresas. Creyendo lograr ahorro y eficiencia, terminan traicionando su propia misión social al servicio de la comunidad.
Entre muchas dificultades no faltan, sin embargo, signos de esperanza. Las muchas buenas prácticas que habéis recopilado son como el bosque que crece sin ruido, y nos enseñan dos virtudes: servir a las personas que lo necesitan y   formar comunidades donde la comunión prevalezca sobre la competición. Competición : está es la enfermedad de la meritocracia … Es hermoso ver que la innovación social también surge del encuentro y de las relaciones, y que no todos los bienes son mercancías: por ejemplo, la confianza, la autoestima, la amistad, el amor.
Que nada se anteponga al bien de la persona y al cuidado de la casa común, a menudo desfigurada por un modelo de desarrollo que ha producido una deuda ecológica grave. La innovación tecnológica debe estar guiada por la conciencia y los principios de subsidiariedad y solidaridad. El robot debe seguir siendo un medio y no convertirse en el ídolo de una economía en las manos de los poderosos: tendrá que estar al servicio de la persona y de sus necesidades humanas.
El Evangelio nos enseña que el Señor es también justo con los trabajadores de la última hora, sin perjuicio de lo que es “justo” para los trabajadores de la primera hora (cf. Mt 20,1 -16). La diferencia entre el primer y el último trabajador no merma la remuneración que todos necesitan para vivir. Este es el “principio de bondad” gracias al cual, también hoy en día, se consigue que no le falta nada a nadie y que fertilicen los procesos de trabajo, la vida de las empresas, las comunidades de trabajadores. La tarea del empresario es entregar los talentos a sus colaboradores, llamados a su vez, a no enterrar lo que han recibido, sino a sacarle partido al servicio de los demás. ¡En el mundo del trabajo, la comunión debe ganar a la competición!
Quiero desearos que seáis una “levadura social” para la sociedad italiana y que viváis una fuerte experiencia sinodal. Veo con interés que tocaréis problemas muy importantes, tales como la reducción de la brecha entre la escuela y el mundo laboral, la cuestión del trabajo femenino, el llamado trabajo de cuidados, el trabajo de las personas con discapacidad y el trabajo de los migrantes, que serán acogidos realmente cuando puedan integrarse en actividades laborales. Ojalá vuestras reflexiones y debates se traduzcan en hechos y en un compromiso renovado al servicio de la sociedad italiana.
Aseguro a la gran asamblea de la Semana Social de Cagliari mi recuerdo en la oración y, mientras os pido que recéis por mí y por mi servicio a Iglesia, os envío de todo corazón la bendición apostólica.

10/26/17

El buen y el mal ejemplo

Hay mucha literatura sobre los efectos que produce en el aula la presencia de otros compañeros diferentes, mejores o peores, y es interesante observar la diversidad de posibilidades en que se puede traducir esa influencia. Una diversidad y unos efectos que pueden observarse fuera de la escuela: en la vida familiar, la empresa, los vecinos o amigos.
El modelo más invocado a lo largo de siglos, curiosamente, es el de la "manzana podrida" (bad apple en inglés). El ejemplo clásico es el de un alumno indisciplinado o poco estudioso que perjudica a sus compañeros y molesta al profesor, o que corrompe a otros con sus malas ideas o costumbres, o que desune a los demás malmetiendo a unos contra otros.
¿Cómo debe ser un ambiente para que las influencias sean positivas? Unos señalan como decisivo el hecho de que haya un entorno positivo general que sea homogéneo. Aseguran que los estudiantes mejoran cuando están rodeados de otros con similares características. Según este modelo, los que tienen menor rendimiento se sienten más apoyados si están rodeados de estudiantes de un nivel similar, y lo mismo sucede con los que tienen rendimientos más elevados.
Otros aseguran que es mejor que haya una cierta heterogeneidad en el aula, donde la presencia de estudiantes con niveles diversos resulta positiva para unos y para otros. Otros consideran que la presencia de estudiantes brillantes es importante como referencia y estímulo para los demás. Y no faltan quienes aseguran lo contrario y afirman que los estudiantes menos dotados se ven perjudicados por la presencia de compañeros que logran buenos resultados con poco esfuerzo, porque eso les lleva a comparaciones odiosas y desesperanzadoras.
Cuando leo estas interpretaciones tan diversas sobre las dinámicas de influencia en el aula, o fuera de ella, veo que todas tienen sus razones y sus objeciones, su cara y su cruz, su parte de verdad y su simplismo.
Está muy bien, sin duda, educar en un ambiente cuidado, estimulante y positivo. Pero también hay que aprender a manejarse cuando el ambiente no es así, pues la educación debe preparar también para eso. Los hijos, o los alumnos, van a presenciar en su vida muchos malos ejemplos, y quizá desde bastante antes de lo que creemos, y alguien les debe preparar para eso. Ellos mismos harán muchas cosas mal, y deben haber sido educados para salir adelante a pesar de no haberse dado buen ejemplo a sí mismos.
Es importante el buen ejemplo, sin duda. Pero quizá es más importante que cada uno nos entrenemos en aprender de los buenos ejemplos, y también de los malos. A veces los malos ejemplos pueden llegar a resultarnos más útiles, al ver a dónde nos llevan. Quizá esté ahí uno de los grandes retos de la educación. No puede decirse que la educación ideal sea la que se desarrolla en un ambiente perfecto, libre de malos ejemplos, suponiendo que eso puede lograrse.
Tampoco nadie defendería como ideal educativo lo contrario, la exposición permanente al mal ejemplo. Parece claro que no se trata de un tema sencillo ni obvio.
Quizá la clave es que cada uno debe educarse aprendiendo a discernir el buen y el mal ejemplo, sin clasificaciones demasiado simplistas, sabiendo formarse juicios cada vez más maduros y más personales, pues al final se trata de formar personas autónomas, que encuentren su propio camino descubriendo en las vidas de los demás, y en la propia, lo que desarrolla y lo que malogra su naturaleza.

10/25/17

“No existe ninguna persona a la que Dios niegue su gracia”

El Papa en la Audiencia General

Queridos hermanos y hermanas: ¡buenos días!
Esta es la última catequesis sobre el tema de la esperanza cristiana, que nos ha acompañado desde el comienzo de este año litúrgico. Y terminaré hablando del paraíso, como meta de nuestra esperanza.
“Paraíso” es una de las últimas palabras pronunciadas por Jesús en la cruz y está dirigida al buen ladrón. Observemos un momento esa escena. En la cruz, Jesús no está solo. Junto a él, a la derecha y a la izquierda, hay dos delincuentes. Tal vez, pasando ante aquellas tres cruces izadas en el Gólgota, alguien lanzó un suspiro de alivio, pensando que finalmente se hacía justicia condenando a muerte a gente así.
Al lado de Jesús también hay un reo confeso: uno que reconoce que ha merecido ese terrible suplicio. Lo llamamos el “buen ladrón”, que, al contrario del otro, dice: Nosotros recibimos lo que hemos merecido por nuestros hechos (cf. Lc 23,41).
En el Calvario, en ese viernes trágico y santo, Jesús llega  al extremo de su encarnación, de su solidaridad con nosotros, pecadores. Allí se cumple  lo que el profeta Isaías había dicho del Siervo doliente: “Fue contado entre los malhechores” (53:12; Lc 22:37).
Es allí, en el Calvario, donde Jesús tiene la última cita con un pecador, para abrirle, también a él, las puertas de su Reino. Esto es interesante: es la única vez que la palabra “paraíso” aparece en los evangelios. Jesús se lo promete un “pobre diablo” que en el madero de la cruz tuvo el valor de hacerle la más humilde de las peticiones: “Acuérdate de mí cuando entres en tu reino” (Lc 23,42). No tenía buenas obras que ofrecerle, no tenía nada, pero confíaba en Jesús,  al que reconoce como inocente, bueno, tan diferente de él (v. 41). Fue suficiente esa palabra de humilde arrepentimiento para tocar el corazón de Jesús.
El buen ladrón nos recuerda nuestra verdadera condición ante Dios: Que somos hijos suyos, que siente compasión por nosotros, que está desarmado cada vez que le manifestamos la  nostalgia de su amor. En las habitaciones de tantos hospitales o en las celdas de las prisiones este milagro se repite infinidad de veces: no hay nadie, por muy mal que haya vivido, al  que solo le quede la desesperación y le esté prohibida la gracia. Ante Dios todos nos presentamos con las manos vacías, un poco como el publicano de la parábola que se había puesto a rezar al fondo del templo (Lc 18:13). Y cada vez que un hombre, haciendo el último examen de conciencia de su vida, descubre que las faltas superan ampliamente las buenas obras, no debe desanimarse, sino confiar en la misericordia de Dios. ¡Y esto nos da esperanza, esto nos abre el corazón!.
Dios es Padre, y espera hasta el final nuestro regreso. Y al hijo pródigo que vuelve y comienza a confesar sus faltas, el padre le tapa la boca con un abrazo (véase Lc 15:20). ¡Este es Dios: nos ama así!.
El paraíso no es un lugar fabuloso, ni tampoco un jardín encantado. El Paraíso es el abrazo con Dios, Amor infinito, y entramos gracias a Jesús, que murió en la cruz por nosotros. Donde está Jesús, hay misericordia y felicidad; sin Él hay frío y tinieblas. En la hora de la muerte, el cristiano repite a Jesús: “Acuérdate de mí”. E incluso si no hubiera nadie que se acordase de nosotros, Jesús está allí, a nuestro lado. Quieres llevarnos al lugar más hermoso que existe. Quiere llevarnos allí con lo poco o lo tanto bueno que ha habido  en nuestras vidas, para que no se pierda nada de lo que ya había redimido. Y a la casa del Padre llevará también todo lo que en nosotros todavía necesita redimirse: las faltas y los errores de una vida entera. Esta es la meta de nuestra existencia: que todo se cumpla y sea transformado en amor.
Si creemos esto, la muerte deja de darnos miedo, y también podemos esperar en dejar este mundo con serenidad, con tanta confianza. El que ha conocido a Jesús ya no teme nada. Y también nosotros podremos repetir las palabras del anciano Simeón, bendecido por el encuentro con Cristo, después de una vida consumida en espera: “Deja ahora ,oh Señor, que tu siervo vaya en paz, conforme a tu palabra, porque mis ojos han visto tu salvación “(Lc 2,29-30).
Y en ese instante, por fin, ya no necesitaremos nada, no veremos borroso. No lloraremos más innecesariamente porque todo ha pasado; incluso las profecías, incluso el conocimiento. Pero el amor no, el amor permanece. Porque “la caridad no acaba nunca” (véase 1 Cor 13: 8).
Saludos en las diversas lenguas
Saludos en francés
Me alegra dar la bienvenida a los peregrinos francófonos de Suiza, Bélgica y Francia, en particular, a los peregrinos de Coutances, Bayeux-Lisieux y Saint-Flour, acompañados por sus obispos, así como a la capellanía tamil  de Francia. Estimados amigos, os invito a depositar toda vuestra confianza en la misericordia y en la ternura que Dios tiene para cada uno de vosotros. Él nunca abandona a sus hijos. ¡Dios os bendiga!
Saludos en inglés
Saludo a los peregrinos de lengua inglesa presentes en la audiencia de hoy, en particular  a los de Inglaterra, Noruega, India, Malasia, China, Indonesia, Japón, Filipinas, Canadá y Estados Unidos de América. Dirijo un saludo especial a los sacerdotes ortodoxos de la Metropolia de Nea Ionia de la Iglesia ortodoxa griega, encabezados por Su Eminencia el Metropolitano Gabriel. Sobre todos vosotros y sobre vuestras familias, invoco el gozo y la paz de nuestro Señor Jesucristo.
Saludos en alemán
Una cordial bienvenida a los peregrinos de lengua alemana, especialmente a los estudiantes de la Liebfrauen-Schule en Nottuln, así como a los de María-Ward-Schule en Bamberg, venidos  a Roma con motivo del 300 aniversario de su instituto y acompañados por Mons. Ludwig Schick. Jesús, nuestro hermano y maestro, nos anima a salir de nuestras casas para hacer el bien, y él logra lo que nosotros no  podemos hacer. El Señor os bendiga así como  a vuestra familias.
Saludos en español
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, en particular a los venidos de España y Latinoamérica. Los animo a poner siempre la confianza en el Señor, pidiendo que en el último momento de nuestra vida también se acuerde de nosotros y abra para nosotros las puertas del paraíso.
Que Dios los bendiga.
 Saludos en portugués
Dirijo un cordial saludo a los peregrinos de lengua portuguesa, especialmente a los varios  grupos de Brasil,  y en particular a los fieles de la archidiócesis de Natal con su pastor y a los de la arquidiócesis de Londrina, invitando a todos a permanecer fieles a Cristo Jesús como los Dirijo un saludo especial a todos los peregrinos de la lengua portuguesa, en particular  a los fieles de Roraima, acompañados por su pastor y a los diferentes grupos de Brasil. Queridos amigos, la fe en la vida eterna nos empuja a no tener miedo de los retos de esta vida presente, fortalecidos por la esperanza de la victoria de Cristo sobre la muerte. ¡Dios os bendiga!
Saludos en árabe
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua árabe, especialmente a los procedentes de Iraq, Jordania y Tierra Santa. El Paraíso es la meta  y el objetivo de nuestra existencia. Es el don que Dios nos ofrece, no por nuestros méritos, sino por la inmensidad de su misericordia y de su amor infinito; es el abrazo del Padre que nos espera  para concedernos su perdón y restaurar  nuestra dignidad que hemos perdido por nuestros pecados y porque nos hemos alejado de Él. ¡El Señor os bendiga y os proteja siempre del maligno!
Saludos en polaco
Doy una cordial  bienvenida a los peregrinos polacos. Queridos hermanos y hermanas, concluyendo hoy nuestras reflexiones sobre la esperanza cristiana, dirijamos la mirada al cielo, donde – con los brazos abiertos – nos espera nuestro Padre Celestial. Nos presentará Jesús  misericordioso que, desde la cruz, continúa prometiendo el paraíso a cada pecador arrepentido. A Él le pedimos con esperanza: “Jesús, acuérdate de nosotros …”.
¡Os bendigo de todo corazón así como a  vuestros  seres queridos!

Saludos en italiano
¡Una cordial bienvenida a los peregrinos de habla italiana!
Me complace saludar a  las Siervas de María Ministras de los Enfermos y a los Padres Eudistas. La peregrinación a las tumbas de los Apóstoles sea una oportunidad para crecer en el amor de Dios y que vuestras comunidades se conviertan en un lugar donde se experimenta la comunión y el servicio.
Saludo a las asociaciones y a los grupos parroquiales, especialmente a los fieles de Santa Lucía y San Apolinar  en Frisia y del Sagrado Corazón de Jesús en San Ferdinando di Puglia, a los  voluntarios del hospital de Caserta y al Movimiento del Mensaje de Fátima.
Finalmente, me gustaría extender mi saludo a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados. Al final de octubre, me gustaría recomendar la oración del Santo Rosario. Esta oración mariana sea para vosotros, queridos jóvenes, una oportunidad para penetrar más profundamente el misterio de Cristo que actúa en vuestra  vida;  queridos enfermos, amad el Rosario, para que dé consuelo y sentido a vuestros sufrimientos. Que se convierta para vosotros, queridos recién casados en , una ocasión privilegiada para experimentar esa intimidad espiritual con Dios que construye una nueva familia.