10/27/17

La conversión

El Papa ayer en Santa Marta


En el Evangelio de hoy (Lc 12,49-53) nos dice Jesús: He venido a prender fuego en el mundo, ¡y ojalá estuviera ya ardiendo! Ese es el fuego que Jesús trae a la tierra, un fuego que te pide un cambio: cambiar el modo de pensar, cambiar el modo de sentir. Tu corazón, que era mundano, pagano, se vuelve ahora cristiano con la fuerza de Cristo: ¡cambiar, eso es la conversión! Y cambiar también en el modo de obrar: ¡tus obras deben cambiar!
Jesús nos llama a cambiar la vida, a cambiar de camino, nos llama a la conversión. Una conversión que lo involucra todo, cuerpo y alma, todo. Es un cambio, pero no un cambio que se hace con un disfraz: es un cambio que hace el Espíritu Santo, por dentro. Y yo debo poner de mi parte para que el Espíritu Santo pueda actuar, y eso significa lucha, luchar.
Eso comporta luchar contra el mal, también en nuestro corazón; una lucha que no te da tranquilidad, pero te da paz. No hay, no debe haber cristianos tranquilos, que no luchan; esos no son cristianos, son tibios. La tranquilidad para dormir puedes conseguirla también con una pastilla, pero no hay pastillas para la paz interior. Solo el Espíritu Santo puede dar esa paz del alma, que da fortaleza a los cristianos. Y nosotros tenemos que ayudar al Espíritu Santo, dejando sitio en nuestro corazón.
Y en esto nos ayuda mucho el examen de conciencia de todos los días, para luchar contra las enfermedades del espíritu, esas que siembra el enemigo y que son enfermedades de mundanidad. La lucha, que ha traído Jesús contra el diablo, contra el mal, no es algo antiguo, es algo muy moderno, es cosa de hoy, de todos los días, para que el fuego que Jesús vino a traernos esté en nuestro corazón. Por eso debemos dejarlo entrar, y preguntarnos cada día: ¿cómo he pasado de la mundanidad, del pecado, a la gracia? ¿He dejado sitio al Espíritu Santo para que pueda actuar?
Las dificultades en nuestra vida no se resuelven aguando la verdad. La verdad es esta: Jesús ha traído fuego y lucha; ¿qué hago yo?
Y para la conversión hace falta un corazón generoso y fiel: generosidad, que viene siempre del amor, y fidelidad, fidelidad a la Palabra de Dios.