El Papa ayer en Santa Marta
Por segundo día consecutivo la Liturgia nos hace reflexionar sobre el Libro de Jonás (3,1-10) y la misericordia de Dios que abre nuestros corazones y vence todo. Si hubiera que resumir la vida del profeta, se podría decir que era un terco que quiere enseñar a Dios cómo se deben hacer las cosas. El último capítulo se narrará en la celebración de mañana, pero la historia la conocemos. El Señor pide a Jonás que convierta la ciudad de Nínive: la primera vez el profeta huye, rehusando hacerlo; la segunda vez lo hace, y le sale bien, pero se indigna, se enfada ante el perdón que el Señor concede a la población que, con el corazón abierto, se mostró arrepentida. Jonás era un obstinado, y más que eso era rígido, estaba enfermo de rigidez, tenía el “alma almidonada”.
Los testarudos de alma, los rígidos, no comprenden qué es la misericordia de Dios. Son como Jonás: Tenemos que predicar esto, y que esos sean castigados porque han cometido el mal y deben ir al infierno… Los rígidos no saben ensanchar su corazón como el Señor. Los rígidos son pusilánimes, con su pequeño corazón cerrado, apegados a una justicia desnuda. Y olvidan que la justicia de Dios se hizo carne en su Hijo, se hizo misericordia, se hizo perdón; que el corazón de Dios está siempre abierto al perdón. Y lo que olvidan los testarudos es precisamente que la omnipotencia de Dios se hace ver, se manifiesta sobre todo en su misericordia y en el perdón.
No es fácil entender la misericordia de Dios, no es fácil. Hace falta mucha oración para comprenderla porque es una gracia. Estamos acostumbrados al “me lo has hecho; te la devolveré”; a esa justicia “del que la hace la paga”. Pero Jesús pagó por nosotros y sigue pagando.
Dios habría podido abandonar al profeta Jonás a su terquedad y a su rigidez; en cambio, fue a hablarle y a convencerlo, lo salvó, como hizo con la gente de Nínive: es el Dios de la paciencia, es el Dios que sabe acariciar, que sabe ensanchar los corazones.
Es el mensaje de este libro profético, un diálogo entre la profecía, la penitencia, la misericordia y la pusilanimidad o la testarudez. Pero siempre vence la misericordia de Dios, porque su omnipotencia se manifiesta precisamente en la misericordia. Me permito aconsejaros hoy tomar la Biblia y leer este Libro de Jonás –es pequeñísimo, son tres páginas–, y ver cómo actúa el Señor, cómo es la misericordia del Señor, cómo el Señor transforma nuestros corazones. Y dar gracias al Señor por ser tan misericordioso.