El Papa en Santa Marta
En la sinagoga, un sábado, Jesús encuentra a una mujer que andaba encorvada, sin poderse enderezar, una enfermedad de la columna que, desde hace 18 años, la obligaba a estar así. Y el evangelista (Lc 13,10-17) emplea cinco verbos para describir lo que hace Jesús: la vio, la llamó, le dijo, impuso las manos sobre ella y la curó. Cinco verbos de cercanía, porque un buen pastor siempre es cercano. En la parábola del buen pastor está cerca de la oveja perdida, deja a las otras y va a buscarla. No puede estar lejos de su pueblo.
En cambio, los clericales, doctores de la Ley, los fariseos, los saduceos, vivían separados del pueblo, regañándole continuamente. Esos no eran buenos pastores, estaban encerrados en su grupo y no se interesaban por el pueblo. Quizá les importaba, cuando acababa el servicio religioso, ir a ver cuánto dinero había en la colecta. Pero no eran cercanos a la gente. En cambio, Jesús es cercano, y su cercanía viene de lo que Jesús siente en su corazón: Jesús se conmovió, dice otro pasaje del Evangelio. Por eso, Jesús siempre estaba allí con esa gente descartada por aquel grupito clerical: estaban allí los pobres, los enfermos, los pecadores, los leprosos…, todos estaban allí, porque Jesús tenía esa capacidad de conmoverse ante la enfermedad, era un buen pastor. Un buen pastor se acerca y tiene capacidad de conmoverse. Y yo diría que el tercer rasgo de un buen pastor es no avergonzarse de la carne, tocar la carne herida, como hizo Jesús con esta mujer: tocó, impuso las manos, tocó a leprosos, tocó a pecadores.
Un buen pastor no dice: Bueno, sí, está bien… Sí, sí, estoy cerca de ti en el Espíritu —¡eso es distancia!—, sino que hace lo que hizo Dios Padre: acercarse, por compasión, por misericordia, en la carne de su Hijo. El gran pastor, el Padre, nos ha enseñado cómo hace el buen pastor: se abajó, se vació, se anonadó, tomó la condición de siervo. Pero esos otros, los que siguen la senda del clericalismo, ¿a quién se acercan? Se acercan siempre o al poder de turno o al dinero. Y son malos pastores. Solo piensan en trepar en el poder, ser amigos del poder y lo apañan todo, o piensan en sus bolsillos. Esos son los hipócritas, capaces de lo que sea, pero no le importa el pueblo a esa gente. Y cuando Jesús les dice ese “bonito” adjetivo que utiliza tantas veces con ellos, hipócritas, se ofenden: No, no, nosotros seguimos la ley. Y cuando el pueblo de Dios ve que los malos pastores son regañados se pone contento, y eso es pecado, sí, pero han sufrido tanto… que “gozan” un poco. El buen pastor es Jesús que ve, llama, habla, toca y cura. Es el Padre que se hace carne en su Hijo, por compasión.
Es una gracia para el pueblo de Dios tener buenos pastores, pastores como Jesús, que no se avergüenzan de tocar la carne herida, que saben que de eso —no solo ellos, sino todos— seremos juzgados: estuve hambriento, estuve en la cárcel, estuve enfermo… Los criterios del protocolo final son los criterios de la cercanía, los criterios de esa cercanía total, para tocar, compartir la situación del pueblo de Dios. No olvidemos esto: el buen pastor siempre se hace cercano a la gente, siempre, como Dios nuestro Padre se hizo cercano a nosotros, en Jesucristo hecho carne.