El Papa ayer en Santa Marta
Cuando se iba cumpliendo el tiempo de ser llevado al cielo, Jesús tomó la decisión de ir a Jerusalén (Lc 9,51). Jesús va de camino con sus discípulos a Jerusalén. Así comienza el Evangelio de hoy, tomado de San Lucas (9,51-56), que quiere decir que se acerca el momento de la pasión y de la cruz, ante el que Jesús hace dos cosas: toma la firme decisión de ponerse en camino, aceptando la voluntad del Padre y yendo adelante, y luego, eso mismo se lo anuncia a sus discípulos.
Jesús solo una vez se permitió pedir al Padre que alejara un poco esa cruz: Padre –en el Huerto de los Olivos–, si es posible, aparta de mí este cáliz. Pero no se haga mi voluntad sino la tuya (Lc 22,42). Obediente; lo que el Padre quiera. Decidido y obediente, y nada más. Y así, hasta el final. El Señor entra en paciencia…, ¡entra en paciencia! Es un ejemplo de camino: no solo morir sufriendo en la cruz, sino caminar con paciencia.
Pero ante esa decisión, ante el camino hacia Jerusalén y hacia la cruz, los discípulos no siguen a su Maestro. Lo cuentan varias páginas de los Evangelios. Unas veces, los discípulos no entienden lo que quería decir el Señor, o no querían entender, porque tenían miedo; otras veces escondían la verdad o se distraían, haciendo cosas alienantes; o bien, como se lee en el Evangelio de hoy, buscaban una excusa –¿quieres que mandemos bajar fuego del cielo que acabe con ellos?–, para no pensar en lo que le espera al Señor.
Y Jesús se queda solo. No se siente acompañado en esta decisión, porque ninguno entendía el misterio de Jesús. ¡La soledad de Jesús en el camino a Jerusalén: solo! Y eso, hasta el final. Pensemos luego en el abandono de los discípulos, en la traición de Pedro… ¡Solo! El Evangelio nos dice que solamente se le apareció un ángel del cielo para confortarlo en el Huerto de los Olivos (cfr. Lc 22,43). Solo esa compañía. ¡Solo!
Vale la pena tomarse un poco de tiempo para pensar en Jesús, que tanto nos amó, que caminó solo hacia la cruz con la incomprensión de los suyos. Pensar, ver, agradecer a Jesús, obediente y valiente, y tener una charla con él. ¿Cuántas veces intento hacer muchas cosas, pero no te miro a Ti, que hiciste todo eso por mí, que entraste en paciencia –el hombre paciente, Dios paciente–, que con tanta paciencia perdonas mis pecados, mis fracasos? Y hablar así con Jesús. Él siempre está decidido a seguir adelante, a dar la cara, y, por eso, darle las gracias. Tomemos hoy un poco de tiempo, pocos minutos –cinco, diez, quince– delante del Crucificado quizá, o con la imaginación ver a Jesús caminar decididamente hacia Jerusalén, y pedirle la gracia de tener la valentía de seguirle de cerca.