Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral
La celebración del Día Mundial de la Vista XXX promovido por la Organización Mundial de la Salud, la Agencia Internacional para la Prevención de la Ceguera y la Unión Mundial de Ciegos, que tiene lugar el 12 de octubre de 2017, me brinda la ocasión de dirigir un saludo fraterno y cordial a todos aquellos que en el mundo están comprometidos en la lucha contra la ceguera.
Se estima que las enfermedades oculares son actualmente responsables de 39 millones de invidentes y de 246 millones con hipovisión: esta última cifra se duplica si se toman en consideración las personas cuya hipovisión se debe a la falta de gafas. No podemos permanecer indiferentes a los problemas de la vista: 4 casos de ceguera sobre 5 son previsibles o curables, el 90% de las personas con discapacidad visual se concentra en los países más pobres del hemisferio sur, donde uno de cada dos niños muere dentro del año en que se volvió invidente.[1]
Hoy en día, gracias a los avances de la medicina, la ceguera y la hipovisión pueden considerarse como enfermedades infecciosas: con tratamientos adecuados y puntuales, pasan a ser, en gran parte, prevenibles o curables. El origen de la acción – dice Bonhoeffer – no es el pensamiento, sino la disponibilidad a la responsabilidad. Este es el significado más profundo del Día Mundial de la Vista: los temas “Universal Eye Health” y “Make visión count” quieren despertar la conciencia de la opinión pública, subrayar la necesidad de cuidados oftalmólogos de calidad para todos, hacer que se entienda la importancia de la vista.
Sí, ver bien es a menudo la premisa para vivir. La vida de las personas ciegas o con hipovisión, especialmente si está unida a condiciones de pobreza, puede desembocar en a la marginación y poner en peligro la vida misma. Hace falta intervenir sobre los factores que más afectan a las causas de la ceguera y entre los cuales se encuentran la falta de profesionales capacitados, la dificultad para acceder a una atención adecuada, así como el cambio climático, que interfiriendo negativamente en el ecosistema del planeta, daña la salud, especialmente la de los pueblos más pobres de la tierra.
La Iglesia, siguiendo el ejemplo de Jesús, se ha puesto siempre, con amorosa atención, al servicio de los enfermos y de los invidentes, creando estructuras terapéuticas y, más recientemente, colaborando en las iniciativas promovidas por instituciones públicas y privadas, nacionales e internacionales.
La Asamblea Mundial de la Salud, en su resolución 66.4 en 2013, lanzó el Global Action Plan 2014-19 “Universal Eye Health” pidiendo a las naciones del mundo que todas las personas tuvieran acceso a los servicios necesarios de promoción, prevención, tratamiento y rehabilitación en el campo de la salud ocular, sin tener que sufrir por ello de un empobrecimiento insostenible.
En plena conformidad con la invitación evangélica y con las exigencias del Global Action Plan, el Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral ha organizado en el Vaticano en el mes de noviembre 2017 una conferencia internacional sobre el tema: “Hacer frente a las disparidades mundiales en materia de salud” . El trabajo relativo al cuidado de la vista se refleja plenamente en esta reflexión sobre la distribución equitativa de los recursos sanitarios. Además de dar dignidad a la persona, devolver la vista a una persona con hipovisión o a una ciega es una de las intervenciones más eficaces, en cuanto a la relación entre costes y beneficios, en los gastos sanitarios. Aunque hay avances importantes en el tratamiento de las enfermedades infecciosas que causan ceguera (tracoma, oncocercosis, lepra, etc.), el aumento de la edad media de la población mundial está dando lugar, al mismo tiempo, a un aumento de la incidencia de las enfermedades oculares degenerativas asociadas a la edad (cataratas, glaucoma, maculopatía, etc.). Es necesario proclamar el “derecho a la vista” como derecho universal, vinculándolo a un “deber ético” preciso y concreto: crear las condiciones previas para que esto suceda. La participación de los gobiernos de los países pobres y la formación del personal local debe ir de la mano con la creación de estructuras sanitarias descentralizadas y el intercambio de protocolos de asistencia basados en las mejores prácticas internacionales.
Para esta tarea, la Iglesia pide la ayuda y la participación de la red de hospitales católicos del mundo y la experiencia de las más importantes organizaciones no gubernamentales que se ocupan de la ceguera.
Por lo tanto, el desafío está abierto: sabemos que los resultados alentadores obtenidos hasta ahora se enfrentan con las nuevas emergencias sanitarias relacionadas con la pobreza, la migración y el envejecimiento. Todos estamos llamados a asumir una nueva responsabilidad: luchar contra la ceguera evitable, confiando en la ayuda y la ternura de nuestro Dios.
“Guárdame como la pupila de los ojos, escóndeme a la sombra de tus alas” (Sal 17, 8).
Ciudad del Vaticano,
12 de octubre de 2017
Cardenal Peter Kodwo Appiah Turkson