Mons. Felipe Arizmendi Esquivel
Obispo Emérito de San Cristóbal de Las Casas
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Los obispos mexicanos estamos reunidos en una de las dos asambleas ordinarias que tenemos cada año, para analizar diversas situaciones del país y acompañar a nuestro pueblo en la construcción de la dignidad humana y de la paz, a partir de nuestra fe en Cristo Redentor y Resucitado. Son cuatro los ejes temáticos que abordamos: jóvenes, protección de menores, formación del clero y migrantes.
Nos importan los jóvenes, porque son más del 25% de la población y son no sólo el futuro, sino el presente. Nos angustia el fenómeno creciente del suicidio entre ellos, aún desde la adolescencia; nos duele verlos navegando sin rumbo en su soledad y expuestos a la ambivalencia del celular; no cuentan con una familia estable y armónica; son jaloneados por bandas de criminales y narcotraficantes; son pocos en nuestros grupos juveniles. El reciente Sínodo y la correspondiente exhortación del Papa “Cristo vive” nos urgen a atenderlos como requieren.
No importa afinar nuestras estrategias para proteger a los menores y a las personas vulnerables, y así evitar cualquier caso de pederastia, no sólo por parte del clero, sino por muchas personas de la sociedad, incluso de la propia familia. Ya hemos tomado decisiones eficaces, y ya no se infravalora su gravedad. Estamos analizando qué más hacer para erradicar esta plaga y lograr tolerancia cero.
Nos importa la formación del clero, desde los Seminarios, no sólo ante el relativismo moral que llevó a la pederastia, sino ante los retos del cambio de época que vivimos. Anhelamos que sean sacerdotes consagrados plenamente a Jesús y entregados de corazón al servicio del pueblo. La mayoría son excelentes, pero nuestro pueblo se queja de los malos tratos de algunos, de un clericalismo que concentra el poder religioso, de falta de entusiasmo misionero.
Nos importan las crecientes olas de migrantes, que a todos nos han rebasado. Tenemos cerca de cien casas en todo el territorio nacional, para atenderlos, pero estamos desbordados. El Papa ha enviado una buena cantidad para apoyar esta pastoral, pero lo más valioso es la generosidad de nuestro pueblo, aunque no faltan sectores que los desprecian y explotan.
PENSAR
Hace un año, aprobamos un Proyecto Global de Pastoral (PGP), en la perspectiva del año 2031, a los 500 años de las apariciones de la Virgen de Guadalupe, y del año 2033, a los dos mil años de la muerte redentora de Jesucristo. En esta asamblea episcopal, queremos proponer caminos para poner más en marcha esta intuición, alentando y fortaleciendo la pastoral que se lleva a cabo en diócesis, provincias eclesiásticas, parroquias y movimientos eclesiales.
En dicho PGP, nos comprometimos a una pastoral juvenil más renovada: “Los Obispos reconocemos que, en los adolescentes y jóvenes, nuestro país y la Iglesia de México, tienen una gran riqueza y una gran esperanza. Valoramos la importancia de su presencia y la fuerza de su entusiasmo en estos momentos históricos de la humanidad y de nuestro país. Queremos expresar nuestro compromiso con cercanía, confianza y diálogo mutuo, para reconocerlos como protagonistas de una transformación social y sujetos de una nueva etapa en la evangelización en nuestras comunidades juveniles, desde un proyecto de vida, orientado hacia su propia santidad. Sabemos que muchos jóvenes de México expresan su respeto por los valores evangélicos y un gran deseo de conocer más profundamente a Cristo; que aprecian el acompañamiento cercano de sus pastores y que participan con alegría y un gran entusiasmo, pidiendo ser tomados en cuenta con responsabilidades dentro de la Iglesia” (188).
Sobre la protección a menores, expresamos: “Vivimos con mucho dolor y tristeza el sufrimiento de las víctimas del abuso sexual de menores y de sus familiares por parte de presbíteros. La Iglesia es la primera institución que ha de promover el respeto por la ley para que, en estas situaciones tan deplorables, las personas que han cometido estas transgresiones, sean llevadas hasta las autoridades correspondientes. Como Iglesia hemos de comprometernos cada vez más para vigilar y erradicar este mal: atendiendo los daños de los afectados y de sus familiares en todos los aspectos; fortaleciendo la cultura de la denuncia de estos delitos; siendo más cuidadosos en la idoneidad y la formación para los candidatos al sacerdocio. Ante esta situación, uno de los desafíos más importantes de nuestro ministerio episcopal ha de ser el acompañamiento y la formación permanente de los presbíteros” (71).
En cuanto a la formación del clero, dijimos: “Entre todas las instituciones diocesanas, el Obispo considere la primera el seminario y lo haga objeto de las atenciones más intensas y asiduas de su ministerio pastoral, porque del seminario dependen en gran parte la continuidad y la fecundidad del ministerio sacerdotal de la Iglesia. Nos alegra el trabajo eficaz y perseverante de la Organización de Seminarios de México que a lo largo de estos años ha acompañado los diversos seminarios de nuestro país. También consideramos que es necesario realizar un profundo análisis de la realidad de esta institución: de las personas que están al frente de ellas, de los programas de formación integral para que estén de acuerdo con las exigencias de nuestro tiempo, las estructuras, no sólo materiales, sino de disciplina y de las dimensiones de su formación, haciendo énfasis en la dimensión social de la fe y en su compromiso con los más pobres. Es necesario fortalecer la convicción de que toda la Iglesia es responsable de sus sacerdotes y de las vocaciones y que es necesario recordemos, como Pueblo de Dios, que la mies es mucha, y los obreros pocos. Rueguen, pues, al Dueño de la mies que envíe obreros a su mies (Lc 10,2)” (73).
Y sobre la pastoral hacia los migrantes: “Recibir con caridad, acompañar, defender los derechos e integrar a los hermanos y hermanas migrantes que transiten o deseen permanecer con nosotros” (176 f). “Abrir más espacios para una Iglesia Pueblo, una Iglesia incluyente donde se acoja con misericordia a indigentes y migrantes” (179 c). “Abrir más espacios para una Iglesia Pueblo, una Iglesia incluyente donde se acoja con misericordia a: esposos vueltos a casar, homosexuales, madres solteras, ancianos, indigentes y migrantes, entre otros” (186 c).
ACTUAR
Que el Espíritu Santo nos ilumine, para que estos compromisos no se queden en el papel, sino que todos cuantos somos la Iglesia asumamos estas opciones y las pongamos en práctica.