Rubén Pereda
La lectura de ‘Fundamentación de la teoría de la formación’, de Romano Guardini es una propuesta válida para todos aquellos que estén interesados en la formación, ya sea como tarea profesional, ya sea como un elemento más de su horizonte vital
Entre los grandes pensadores cristianos del siglo XX brilla con luz propia Romano Guardini (1885-1968): la profundidad y originalidad de su pensamiento se combina con una amplitud de intereses que hacen de él un referente en multitud de ámbitos. Son bien conocidos, por ejemplo, La esencia del cristianismo, El Señor o El espíritu de la liturgia, escritos del Guardini teólogo que abren perspectivas novedosas en el ámbito de la teología fundamental, la cristología o la liturgia.
Sin embargo, no hay que olvidar que Romano Guardini fue, ante todo, un sacerdote y un educador: profesor universitario de reconocido prestigio, dedicó lo mejor de sus energías a la formación de una juventud sometida a los vaivenes del periodo de entreguerras en Alemania. La experiencia adquirida en los años −décadas− que dedicó a la formación de los jóvenes, combinada con la capacidad analítica y la profundidad de un pensador sistemático apoyado en una fe honda y sincera, y enriquecida por un conocimiento preciso de los problemas de la modernidad se plasmó en diferentes escritos que versan sobre un mismo tema: la formación integral del hombre y, en especial, la formación de la juventud.
Algunos de estos textos ya habían sido publicados en castellano: así, las Cartas sobre la formación de sí mismo, Tres escritos sobre la universidad o Las Etapas de la Vida.
Recientemente se ha añadido un título más a estos, traducido por Sergio Sánchez-Migallón: Fundamentación de la teoría de la formación, tal vez de lectura algo más densa, pero con un valor innegable para comprender qué es una formación cristiana y, a partir de ahí, desarrollar una actividad educadora y formativa coherente y, sobre todo, a salvo de distracciones −metodológicas, ideológicas o, en cualquier caso, impuestas por factores externos− que oscurecen su verdadero sentido. Afortunadamente, el estudio introductorio de Rafael Fayos Febrer facilita la lectura y ofrece el contexto y las claves adecuadas para seguir el hilo de la exposición de Guardini.
Punto de partida
El punto de partida del ensayo es la disolución de “la unidad de la imagen del mundo medieval”: para Guardini resulta evidente que el pensamiento y el saber se han fragmentado, con inmediatas consecuencias en el obrar; lo que se ha perdido, en sus palabras, es “la naturalidad con la que el pensar y el obrar pasaban de una esfera a otra”, e indica una serie de ejemplos que hoy en día también se pueden constatar: “de la fe sobrenatural a la cultura natural, de lo ético a lo estético, de lo filosófico a lo político”. Efectivamente, cada vez resulta más difícil ver encarnada la fe en el ámbito cultural, o encontrar manifestaciones artísticas contemporáneas que trasluzcan una ética sólida y bien fundamentada (por no hablar del paso entre las verdades imperecederas y su escaso reflejo en la vida política, que es tal vez uno de los espectáculos más descorazonadores del presente).
Esta situación, que ha empeorado con el paso del tiempo, puede enfrentarse de muchas maneras. A vuelapluma, podría ser por medio de la revivificación de modelos del pasado; o mediante la imposición de normas rígidas para reflejar la fe, la ética y la filosofía; incluso a través de la renuncia a dar este paso entre esferas. La propuesta de Guardini va más allá, y se plantea cómo lograr, en la persona concreta que tiene fe, ética y filosofía, que se dé ese paso a las diferentes esferas de la vida. A este proceso lo llama formación, y consiste, en última instancia, en dotar al individuo de una vida interior rica, sólida, que abarque todos los aspectos de su vida y que, por tanto, se manifieste paulatinamente. Obviamente, se trata de la tarea de una vida, pues “lo que constituye el ser de mi esencia no lo soy de antemano, sino que lo voy llegando a ser en el transcurso del tiempo”.
En consecuencia, Guardini nos hace mirar con detenimiento a la persona, reconocer que su libertad es el punto de partida de cualquier proceso de formación, y que es precisamente la libertad. La libertad es, para el autor, “autopertenencia”, y se experimenta en la elección y, sobre todo, en “la expresión de la esencia: […] aquel proceso en el que puedo, de manera inalterable, libre y auténtica, expresar en acto y configuración de ser mi ser esencial más íntimo”. Precisamente por ser autoposesión, la libertad implica responsabilidad, que es el fundamento de lo moral.
Proceso personal
Otro de los elementos fundamentales de esta propuesta formativa es “el impulso de hacerse a sí mismo”, determinado por la libertad, y que consiste en “realizar cada vez más íntegramente la expresión de la esencia interior”. Libertad y formación, según Guardini, están estrechamente unidas: la persona se autoposee y se hace a sí misma. En este proceso, la existencia de Dios −y lo que de este hecho se deriva− ocupa un lugar principal: “es una comedia grotesca suponer que Dios existe y a la vez actuar pedagógicamente como si no existiera”, es decir, “si Dios ha entrado en la historia, si Cristo es el Hijo de Dios, si de Él proviene el nuevo orden de realidad y de valores de la gracia, entonces todo esto vale también para el mundo de la formación”. El fin de la formación, aquello a lo que se dirige el impulso de hacerse a sí mismo, se encuentra en Cristo.
El ensayo de Guardini desarrolla brevemente las consecuencias de esta tesis, y trata de aplicarlas al mundo de su tiempo. Dado que no hemos cambiado tanto, y que los fundamentos siguen siendo los mismos, su lectura continúa siendo una propuesta válida para todos aquellos que estén interesados en la formación, ya sea como tarea profesional, ya sea como un elemento más de su horizonte vital, ya sea, sobre todo, como la tarea que todo ser humano tiene respecto de sí mismo: formarse para expresar con la mayor plenitud lo que es: hijo de Dios en el Hijo.
Rubén Pereda, en omnesmag.com