Homilía del Papa
Las mujeres pensaban encontrar el cuerpo para ser ungido, en cambio encontraron una tumba vacía. Habían ido a llorar a un muerto, en cambio escucharon un anuncio de vida. Por eso, dice el Evangelio, aquellas mujeres “estaban llenas de temor y asombro” (Mc 16,8), llenas de miedo, espantadas y llenas de asombro. Asombro: en este caso es un miedo mezclado con alegría, que sorprende su corazón al ver la gran piedra del sepulcro removida y dentro un joven con una túnica blanca. Es la maravilla de escuchar esas palabras: “No os asustéis. ¿Buscáis a Jesús el Nazareno, el crucificado? No está aquí. Ha resucitado” (v. 6). Y luego esa invitación: “El va por delante de vosotros a Galilea. Allí lo veréis” (v. 7). También nosotros acogemos esa invitación, la invitación pascual: vayamos a Galilea, donde nos precede el Señor Resucitado. Pero, ¿qué significa “ir a Galilea”?
Ir a Galilea significa, en primer lugar, recomenzar. Para los discípulos es volver al lugar donde por primera vez el Señor les buscó y les llamó a seguirlo. Es el lugar del primer encuentro y el lugar del primer amor. Desde aquel momento, dejadas las redes, siguieron a Jesús, escuchando su predicación y asistiendo a los prodigios que realizaba. Sin embargo, aun estando siempre con Él, no lo comprendieron a fondo, a menudo malinterpretaban sus palabras y ante la cruz huyeron, dejándolo solo. A pesar de ese fracaso, el Señor Resucitado se presenta como Aquel que, una vez más, les precede en Galilea; les precede, o sea va delante de ellos. Les llama y les reclama a seguirlo, sin cansarse nunca. El Resucitado les está diciendo: “Recomencemos desde donde habíamos iniciado. Recomencemos. Os quiero nuevamente conmigo, a pesar y por encima de todos los fracasos”. En esa Galilea aprendemos el asombro del amor infinito del Señor, que traza senderos nuevos dentro de las sendas de nuestras derrotas. Y así es el Señor: traza senderos nuevos dentro de las sendas de nuestras derrotas. Él es así y nos invita a Galilea para hacer eso.
Este es el primer anuncio de Pascua que quería entregaros: es posible recomenzar siempre, porque siempre hay una vida nueva que Dios es capaz de hacer recomenzar en nosotros más allá de todos nuestros fracasos. Hasta de los escombros de nuestro corazón –cada uno sabe, conoce los escombros de su corazón–, Dios puede construir una obra de arte, incluso con los fragmentos ruinosos de nuestra humanidad Dios prepara una historia nueva. Él nos precede siempre: en la cruz del sufrimiento, de la desolación y de la muerte, así como en la gloria de una vida que resurge, de una historia que cambia, de una esperanza que renace. Y en estos meses oscuros de pandemia oímos al Señor resucitado que nos invita a recomenzar, a no perder nunca la esperanza.
Ir a Galilea, en segundo lugar, significa recorrer vías nuevas. Es moverse en la dirección contraria al sepulcro. Las mujeres buscan a Jesús en la tumba, es decir, van a recordar lo que han vivido con Él y que ahora está perdido para siempre. Van a reavivar su tristeza. Es la imagen de una fe que se ha vuelto conmemoración de un hecho bonito pero acabado, solo para recordar. Muchos –también nosotros– viven la “fe de los recuerdos”, como si Jesús fuese un personaje del pasado, un amigo de juventud ya lejano, un hecho sucedido hace mucho tiempo, cuando de niño iba a la catequesis. Una fe hecha de rutinas, de cosas del pasado, de bonitos recuerdos de la infancia, que ya no me toca, ya no me interpela. Ir a Galilea, en cambio, significa aprender que la fe, para ser viva, debe volver al camino. Debe reavivar cada día el inicio del camino, el asombro del primer encuentro. Y luego fiarse, sin la presunción de saber ya todo, sino con la humildad de quien se deja sorprender por las vías de Dios. Nos asustan las sorpresas de Dios; en general tenemos miedo de que Dios nos sorprenda. Y hoy el Señor nos invita a dejarnos sorprender. Vamos a Galilea para descubrir que Dios no se puede colocar entre los recuerdos de la infancia sino que está vivo, siempre sorprende. Resucitado, nunca deja de sorprendernos.
Este es el segundo anuncio de Pascua: la fe no es un repertorio del pasado, Jesús no es un personaje superado. Está vivo, aquí y ahora. Camina contigo cada día, en la situación que estás viviendo, en la prueba que estás atravesando, en los sueños que llevas dentro. Abre vías nuevas donde te parece que no las hay, te empuja a ir contracorriente respecto al lamento y a lo “ya visto”. Aunque todo te parezca perdido, por favor ábrete con asombro a su novedad: te sorprenderá.
Ir a Galilea significa, además, ir a las fronteras. Porque Galilea es el lugar más distante: en aquella región compleja y variada habitan los que están más alejados de la pureza ritual de Jerusalén. Sin embargo, Jesús comenzó su misión desde allí, dirigiendo el anuncio a quienes llevan la vida cotidiana con dificultad, dirigiendo el anuncio a los excluidos, a los frágiles, a los pobres, para ser el rostro y la presencia de Dios, que va a buscar sin cansarse a quien está desanimado o perdido, que se traslada a los límites de la existencia porque a sus ojos nadie es último, ninguno excluido. Allí el Resucitado pide a los suyos que vayan, también hoy nos pide que vayamos a Galilea, a esa “Galilea” real. Es el lugar de la vida cotidiana, son las calles que recorremos cada día, son los rincones de nuestras ciudades donde el Señor nos precede y se hace presente, precisamente en la vida de quienes pasan y comparten con nosotros el tiempo, el hogar, el trabajo, los esfuerzos y las esperanzas. En Galilea aprendemos que podemos encontrar al Resucitado en el rostro de nuestros hermanos, en el entusiasmo de los que sueñan y en la resignación de los desanimados, en las sonrisas de los que se alegran y en las lágrimas de los que sufren, especialmente en los pobres y marginados. Nos asombrará cómo la grandeza de Dios se revela en la pequeñez, cómo su belleza brilla en los sencillos y en los pobres.
Así pues, este es el tercer anuncio de Pascua: Jesús, el Resucitado, nos ama sin límites y visita todas nuestras situaciones de vida. Ha plantado su presencia en el corazón del mundo y nos invita también a nosotros a superar las barreras, vencer los prejuicios, acercarnos a quien está a nuestro lado cada día, para descubrir la gracia de la cotidianidad. Reconozcámoslo presente en nuestras Galileas, en la vida de todos los días. Con Él, la vida cambiará. Porque más allá de todas las derrotas, el mal y la violencia, por encima de todo sufrimiento y de la muerte, el Resucitado vive y el Resucitado conduce la historia.
Hermana, hermano, si en esta noche llevas en tu corazón una hora oscura, un día que aún no ha amanecido, una luz enterrada, un sueño roto, ve, abre tu corazón con asombro al anuncio de la Pascua: “No temas, ha resucitado. Te espera en Galilea”. Tus expectativas no quedarán incumplidas, tus lágrimas se secarán, tus miedos serán superados por la esperanza. Porque, sabes, el Señor siempre te precede, siempre anda delante de ti. Y, con Él, la vida siempre recomienza.