José Ramón Ayllón
La educación ha sido siempre problemática, y quizá hoy más que nunca. José Ramón Ayllón nos propone 10 claves que pretenden aportar un poco de luz y algunas soluciones, desde la experiencia de un profesor que puede decir el siguiente axioma: "El que no haya sufrido como yo, que no me dé consejos".
1. El misterio de la condición humana
Lo primero que nos plantea la educación es una gran interrogación sobre sí misma: ¿qué es educar? Sabemos que se trata de una acción compleja que se ejerce sobre el ser humano para ayudarle precisamente a ser humano. Pero eso exige que seamos capaces de responder a la gran pregunta previa: ¿quién es el hombre? La permanente dificultad de la tarea educativa deriva, en primer lugar, del desconocimiento que tenemos de nosotros mismos.
La disparidad de visiones de la vida y de modelos educativos es un hecho, pero también es un hecho la naturaleza humana, y su lectura correcta será la garantía de que dichos modelos son auténticos. El ser humano es un peculiar animal de naturaleza racional, social, moral y sentimental. En consecuencia, su educación será el desarrollo lógico de esos rasgos constitutivos.
2. Los sentimientos
El arte de educar requiere amor por parte de los padres y afecto por parte de los profesores. Sin embargo, por un olvido histórico de esta dimensión sentimental, la educación -en la familia y en la escuela- ha pecado de severidad y autoritarismo.
Los romanos recordaban su paso por las aulas como unos años perdidos en reiteraciones y torpes balbuceos, puntualizados por crueles castigos. Griegos y romanos no ignoraron el laberinto sentimental que nos constituye, pero lo redujeron a un problema de dominio de sí, según el ideal estoico. Hoy sabemos que la excelencia educativa es imposible sin atención a los sentimientos. Una atención que –más allá de la disciplina estoica– podríamos resumir en "exigir con afecto".
3. La familia
Entre los rasgos esenciales de la familia figuran la comunidad de vida, los lazos de sangre, una unión basada en el amor, con tres fines fundamentales y de máxima importancia: proporcionar a sus miembros bienes necesarios para su vida, criar y educar a los hijos, y ser "célula-madre" de la sociedad.
Sin familia, la especie humana no es viable, ni siquiera biológicamente. Un niño, una anciana, un hombre enfermo, no se valen por sí mismos y necesitan un hogar donde poder vivir, amar y ser amados, alimentados, cuidados. El hombre es un ser social y, por consiguiente, familiar; precisamente porque nace, crece y muere necesitado. Además, todo hombre es siempre hijo, y esa condición es tan radical e irrefutable como el hecho de ser varón o mujer.
4. La autoridad
Decir que toda educación requiere autoridad es casi una afirmación de perogrullo, aunque conviene matizar que autoridad no es el autoritarismo de la violencia física o la humillación, sino el prestigio capaz de garantizar un orden básico. Para lograr una buena formación humana se precisa fundamentalmente y en primer lugar una información moral sobre lo que está bien y lo que está mal, para que la norma de conducta no sea la ausencia de toda norma, el todo vale.
En el magnífico ensayo Los límites de la educación, Mercedes Ruiz Paz explica que la autoridad supone transmitir la obligatoriedad de unas pautas y valores fundamentales, de unos criterios que ayudarán a construir personalidades equilibradas, capaces de obrar con libertad responsable. De lo contrario, nos daríamos de bruces con el incómodo panorama que la misma autora describe: "La moderna pedagogía nos ha enseñado, con una didáctica demoledora, cómo la tolerancia ilimitada, la permisividad extrema y, en definitiva, la educación sin límites garantizan la educación en y para la impunidad".
Decir que toda educación requiere autoridad es casi una afirmación de perogrullo, aunque conviene matizar que autoridad no es el autoritarismo de la violencia física o la humillación, sino el prestigio capaz de garantizar un orden básico. Para lograr una buena formación humana se precisa fundamentalmente y en primer lugar una información moral sobre lo que está bien y lo que está mal, para que la norma de conducta no sea la ausencia de toda norma, el todo vale.
En el magnífico ensayo Los límites de la educación, Mercedes Ruiz Paz explica que la autoridad supone transmitir la obligatoriedad de unas pautas y valores fundamentales, de unos criterios que ayudarán a construir personalidades equilibradas, capaces de obrar con libertad responsable. De lo contrario, nos daríamos de bruces con el incómodo panorama que la misma autora describe: "La moderna pedagogía nos ha enseñado, con una didáctica demoledora, cómo la tolerancia ilimitada, la permisividad extrema y, en definitiva, la educación sin límites garantizan la educación en y para la impunidad".
5. El arte de escuchar
Para educar hay que escuchar. ¿A quiénes? A los que van a ser educados. ¿Por qué? Porque no son muebles, sino seres humanos, inteligentes y libres, protagonistas de su propia educación.
Escuchar es un arte porque a veces no es sencillo saber cuándo y de qué manera debemos hacerlo, ni cómo hemos de proceder a continuación. Como criterio general, podemos admitir que el diálogo educativo ha de presuponer buscar y aceptar siempre la verdad. De ahí que la necesidad de escuchar no equivalga a una educación por consenso, pues el mutuo acuerdo no crea el bien ni la verdad.
Hay cuestiones que no se pueden discutir y pactar, es decir, no son negociables. Un profesor ha de escuchar a sus alumnos, pero el contenido de su asignatura no lo deciden entre todos. Un médico debe escuchar a sus pacientes, pero su diagnóstico no lo pacta con ellos, como tampoco el juez pacta su sentencia con el acusado.
Para educar hay que escuchar. ¿A quiénes? A los que van a ser educados. ¿Por qué? Porque no son muebles, sino seres humanos, inteligentes y libres, protagonistas de su propia educación.
Escuchar es un arte porque a veces no es sencillo saber cuándo y de qué manera debemos hacerlo, ni cómo hemos de proceder a continuación. Como criterio general, podemos admitir que el diálogo educativo ha de presuponer buscar y aceptar siempre la verdad. De ahí que la necesidad de escuchar no equivalga a una educación por consenso, pues el mutuo acuerdo no crea el bien ni la verdad.
Hay cuestiones que no se pueden discutir y pactar, es decir, no son negociables. Un profesor ha de escuchar a sus alumnos, pero el contenido de su asignatura no lo deciden entre todos. Un médico debe escuchar a sus pacientes, pero su diagnóstico no lo pacta con ellos, como tampoco el juez pacta su sentencia con el acusado.
6. La conciencia moral
La educación de la conciencia es ingrediente fundamental de la buena educación, pues educar es –en esencia– enseñar a distinguir el bien y el mal. Los animales no tienen conciencia, pero el ser humano es animal racional, y esta característica le permite poseer la capacidad de emitir juicios técnicos, estéticos, morales... La conciencia moral es precisamente la que juzga la bondad de los actos propios o ajenos: no el bien o el mal que nos permite afirmar que eres buen dibujante o mal tenista, sino buena persona o mala persona.
Nuestras propias acciones nos afectan de muy distinta forma: lavarse la cara sólo afecta a la exterioridad de la cara, pero robar, matar o mentir nos afecta en profundidad. Esas acciones que afectan al núcleo de la persona son las que sopesa la conciencia. Si la razón no impone su ley, se impone la ley de la selva, la sinrazón. Y entonces no vivimos como seres humanos, sino como monos con pantalones. Ésa parece la alternativa: conciencia o selva.
7. Los medios de comunicación
Con sus cuatro ramificaciones en forma de prensa, radio, televisión e internet, los medios de comunicación producen una catarata constante de noticias que se transmiten por todo el mundo con velocidad de vértigo. Por eso, las empresas informativas son mucho más que un servicio público o un buen negocio, pues nos sumergen en su marea de noticias hasta llenar cada poro y cada fisura de nuestra conciencia.
Esa urgencia informativa, además de marear a la sufrida audiencia, relativiza cualquier importancia objetiva porque concede el mismo tiempo a lo grave y a lo trivial: al magnicidio y al parto de cuatrillizos, a los saltos de la ciencia y a los del atleta, al Apocalipsis y al dolor de cabeza. Enseñar a cribar y a poner en su sitio esa avalancha de noticias es uno de los cometidos de toda educación de calidad.
8. La gestión del placer
Por ser animal racional, el ser humano tiende por naturaleza al placer: un resorte con tal protagonismo en nuestra conducta, que ya los griegos pensaron que la buena educación podía resumirse en enseñar al niño y al joven qué hacer frente a él. En concreto, explicarles qué placeres son positivos y en qué medida, qué placeres son peligrosos y deben evitarse, y al mismo tiempo educar su voluntad para llevar las riendas de la propia vida sin dejarse arrastrar por el hedonismo.
Esa enseñanza apunta a una virtud absolutamente necesaria para el crecimiento educativo: el dominio de sí. Pero al sistema capitalista le interesa que estemos abducidos por el consumo, por un estilo de vida permisivo e indulgente que impide la madurez personal y suele generar una de las mayores hipotecas vitales que se pueden padecer.
Sabemos perfectamente que el gran peligro de algunos placeres estriba en su posibilidad real de crear adicción, hasta el punto de dar origen a dos de los tres negocios más lucrativos del mundo: la explotación comercial de la droga y del sexo. Una posibilidad cada vez más cercana y asequible al mundo de los jóvenes.
9. El esfuerzo necesario
La necesidad de esforzarse no perdona a nadie. Shakespeare nos dice que lloramos al nacer por la tristeza de emprender la estúpida comedia de la vida. Para José Antonio Marina, la cara enfurruñada de un recién nacido pone de manifiesto su extrañeza por encontrarse de repente en el mundo. Ha sido expulsado de una burbuja confortable, del pequeño y cálido mar donde ha flotado nueve meses, y ahora tiene que hacerse cargo de un mundo duro y sin filtros protectores.
Para manejarse en la vida real, ese ser hermosamente torpe necesitará el esfuerzo constante del aprendizaje: muchos meses para echar a andar, aprender a vestirse, atarse los zapatos y coger al vuelo una pelota. Por fortuna, sus imprecisos ensayos y tanteos quedarán grabados en su memoria muscular, y cada nuevo movimiento será corregido y afinado desde la última posición ganada. Diez años más tarde, esa patosa criatura podrá dominar varios idiomas y ganar –si es niña– una medalla olímpica en gimnasia rítmica.
Ningún profesional de la enseñanza desconoce la incidencia educativa de los hábitos. Al igual que una golondrina no hace verano, un acto aislado no constituye un modo de ser. Pero su repetición bien puede lograrlo. Por eso se ha dicho que quien siembra actos recoge hábitos, y quien siembra hábitos cosecha su propio carácter.
10. El sentido común
El sentido común viene a ser un tipo de sabiduría práctica, capaz de englobar e integrar las nueve claves que hemos desarrollado desde el inicio de este artículo. Sería imposible recoger por escrito las innumerables soluciones educativas del buen sentido, pero un buen día encontré su resumen perfecto en la red, como un tesoro a la deriva informática. Lo firmaba Teresa de Calcuta, y decía lo que sigue:
El día más bello: hoy.
La cosa más fácil: equivocarse.
El obstáculo más grande: el miedo.
La raíz de todos los males: el egoísmo.
La distracción más bella: el trabajo.
La peor derrota: el desaliento.
Los mejores maestros: los niños.
La primera necesidad: comunicarse.
La mayor felicidad: ser útil a los demás.
El regalo más bello: el perdón.
Lo más imprescindible: el hogar.
El arma más eficaz: la sonrisa.
El mejor remedio: el optimismo.
La fuerza más poderosa: la fe.
Los seres más necesitados: los padres.
Lo más hermoso de todo: el amor.