Benedicto XVI, cuatro años después de su elección, sigue confundiendo a sus enemigos y encantado a sus admiradores con un pontificado más brillante que cualquier expectativa.
Parecen cercanos aquellos días, en la primavera de 2005, cuando su predecesor nos entristeció con su marcha, y al mismo tiempo nos levantaba el ánimo con la dignidad de su muerte, recordándonos que sólo en la fe la humanidad puede ver más allá de la frontera inevitable. Y después llegó el momento de la sucesión, la aparición de la figura resuelta del cardenal Joseph Ratzinger, que recibía el testigo de San Pedro en un período de duda y de un miedo creciente, nunca visto hasta ahora.
Benedicto era, según el análisis de los medios de comunicación, un "tapa agujeros", un paso atrás, un "reaccionario", un oscurantista. Pero lo que se ha hecho después evidente ya estaba implícito en sus magistrales escritos de las décadas anteriores: una inteligencia suprema en una personalidad vivaz, un hombre que en su vida ha visto la humanidad resbalar entre un gran bien y un mal aún mayor, y que busca reconciliar lo que ha visto con la verdad que ha heredado.
Una de las muchas paradojas de ser Papa en el mundo moderno es que hay que hablar a través de un megáfono controlado por los enemigos. Juan Pablo II fue un actor que se comunicó desarmando con su carisma y con la fascinación de los que tenían el megáfono. La estrategia de Benedicto es una decidida subversión de los códigos culturales de quienes se oponen a prácticamente todo lo que la Iglesia Católica y su líder en este momento representan.
Desde el principio, el Papa Benedicto ha sometido a examen la cultura de la época y con sus primeras encíclicas ha afrontado los dos problemas más acuciantes de nuestro tiempo: la desaparición del lenguaje público del amor y la esperanza. "En un mundo donde el nombre de Dios a veces se asocia con la venganza o incluso con el deber de odiar y con la violencia... yo quiero hablar en mi primera encíclica del amor que nos tiene Dios y que a su vez debemos compartir con los demás", escribió en Deus Caritas Est. Dios es amor, no odio.
Este sutil y brillante Papa ha tenido que luchar para ser escuchado en un clima mediático caracterizado por el sabotaje y la distracción. Los medios de comunicación han tratado de distorsionar o reducir sus declaraciones para encorsetarlo en los prejuicios que han marcado su elección. Pero Benedicto, de los episodios de Ratisbona y la Sapienza, así como de los más recientes intentos de mitificar sus afirmaciones sobre la sexualidad humana y la controversia sobre los preservativos y la lucha contra el SIDA, ha emergido como un hombre lleno de coraje y de gracia. Su mensaje se ha mantenido intacto y su posición se ha fortalecido más allá de los noticiarios.
Benedicto da rigor intelectual al corazón de la cristiandad en la plaza pública, explicando y aclarando las conexiones y desconexiones fundamentales entre el cristianismo y la cultura moderna. Benedicto es un experto en hacer ver el significado esencial de las prescripciones católicas y lograr, a pesar del ruido de los medios de comunicación, educar a generaciones de jóvenes que, como ha identificado correctamente, están hambrientos de algo que transforme el laicismo inoculado de una cultura que vende sensaciones y libertad, pero nada que pueda acercarse al tipo de satisfacción que desean ardientemente.
El Papa Benedicto es un hombre que no puede agotarse en un esquema. Tiene fama de teólogo tradicionalista, pero culturalmente es un "modernista". A veces se equivoca, como en su crítica del fenómeno Harry Potter, al parecer por sugerencia de una sola persona que probablemente no realizó una cuidadosa lectura de los libros en cuestión.
Tales intervenciones ocasionales sirven para reforzar a los medios de comunicación en la caricatura del Papa, cuando en realidad son debilidades inevitables en un hombre que está en la novena década. En realidad es el más moderno y radical de los Papas. Cuando habla, lo hace como jefe de la Iglesia Católica Romana, pero su preocupación es el alma de la sociedad. Tiene de frente una época marcada por una crisis de identidad y trata de mostrar la salida. Su proyecto es restituir a la cultura occidental un concepto integral de la razón, la "re-separación" de lo metafísico de lo físico. El "golpe" de los años sesenta, que pretendía imponer el racionalismo científico como la luz que habría guiado este tiempo, ni siquiera ha convencido a sus partidarios, que, alarmados por la apatía y falta de interés entre sus hijos, ahora piden a grandes voces que se les reafirme como neo-ateos, como Richard Dawkins y Christopher Hitchens.
La idea de que "Dios ha muerto" se ha convertido en una noticia de ayer. Las sociedades modernas tratan de ir más allá de las formas de reducción de la razón, hacia algo que reconozca mejor la experiencia humana y no sólo la cabeza. En un momento en que las ideologías de la "libertad" de los años sesenta rompen en las rocas de la realidad y en que los que las proponían están empezando a comprender que, después de todo, no tienen respuesta a los dilemas fundamentales de la humanidad, cuando estamos arrastrados a lo que mi amigo Magdi Cristiano Allam ha llamado "el suicidio de nuestra civilización", esperamos y rezamos para que Benedicto permanezca con nosotros durante el próximo decenio crítico, comunicando la antigua verdad a través del megáfono de sus enemigos.
John Waters