11/30/09

“Necesitamos una esperanza fiable”


El Papa, con motivo del Ángelus del día 29



¡Queridos hermanos y hermanas!
Este domingo iniciamos, por la gracia de Dios, un nuevo Año litúrgico, que se abre naturalmente con el Adviento, tiempo de preparación a la Natividad del Señor. El Concilio Vaticano II, en la Constitución sobre la liturgia, afirma que la Iglesia “en el ciclo anual presenta todo el misterio de Cristo, desde la Encarnación y la Natividad hasta la Ascensión, el día de Pentecostés y la espera de la bienaventurada esperanza y del retorno del Señor”. De esta manera, “recordando los misterios de la Redención, abre a los fieles las riquezas de las acciones salvíficas y de los méritos de su Señor, de manera que están presentes de alguna manera en todos los tiempos, para que los fieles puedan acercarse a ellas y llenarse de la gracia de la salvación” (Sacrosantum Concilium, 102). El Concilio insiste en el hecho de que el centro de la liturgia es Cristo, como el sol en torno al cual, como los planetas, rotan la Bienaventurada Virgen María –la más cercana- y los mártires y los demás santos que “en el cielo cantan a Dios la alabanza perfecta e interceden por nosotros” (Ibidem, 104).
Ésta es la realidad del Año litúrgico vista, por así decirlo, “desde el lado de Dios”. ¿Y desde el lado –digamos- del hombre, de la historia y de la sociedad? ¿Qué importancia puede tener? La respuesta la sugiere propiamente el camino del Adviento, que hoy emprendemos. El mundo contemporáneo necesita sobre todo esperanza: la necesitan las poblaciones en vías de desarrollo, pero también las económicamente desarrolladas. Cada vez más advertimos que nos encontramos en una misma barca y debemos salvarnos todos juntos. Sobre todo nos damos cuenta viendo caer tantas falsas seguridades, de que necesitamos una esperanza fiable, y ésta se encuentra sólo en Cristo, quien, como dice la Carta a los Hebreos, “es el mismo ayer, hoy y siempre” (13,8). El Señor Jesús vino en el pasado, viene en el presente y vendrá en el futuro. Él abraza todas las dimensiones del tiempo, porque ha muerto y resucitado, es “el Vivo” y, compartiendo nuestra precariedad humana, permanece para siempre y nos ofrece la estabilidad misma de Dios. Es “carne” como nosotros y es “roca” como Dios. Quien anhela la libertad, la justicia y la paz puede volverse a levantar y alzar la cabeza, porque en Cristo la liberación está cerca (cf. Lc 21,28) –como leemos en el Evangelio de hoy. Podemos por tanto afirmar que Jesucristo no sólo mira a los cristianos, o sólo a los creyentes, sino a todos los hombres, porque Él, que es el centro de la fe, es también el fundamento de la esperanza. Es la esperanza que todo ser humano necesita constantemente.
Queridos hermanos y hermanas, la Virgen María encarna plenamente la humanidad que vive en la esperanza basada en la fe en el Dios vivo. Ella es la Virgen del Adviento: está bien arraigada en el presente, en el “hoy” de la salvación; en su corazón recoge todas las promesas pasadas; y se extienden al cumplimiento futuro. Introduzcámonos en su escuela, para entrar de verdad en este tiempo de gracia y acoger, con alegría y responsabilidad, la venida de Dios a nuestra historia personal y social.