El Jubileo de la Misericordia es una verdadera oportunidad para entrar en profundidad en el misterio de la bondad y del amor de Dios. En este tiempo de Cuaresma, la Iglesia nos invita a conocer cada vez más al Señor Jesús, y a vivir de manera coherente la fe con un estilo de vida que exprese la misericordia del Padre. Es un compromiso que estamos llamados a asumir para ofrecer a cuantos encontramos el signo concreto de la cercanía de Dios. Es decir, mi vida, mi actitud, el modo de ir por la vida, debe ser precisamente un signo concreto de que Dios está cerca. Pequeños gestos de amor, de ternura, de cuidado, que llevan a pensar que el Señor está con nosotros, que está cerca de nosotros. Y así se abre la puerta de la misericordia.
Hoy quisiera detenerme brevemente a reflexionar sobre el tema de esa palabra que he dicho: el tema del compromiso. ¿Qué es un compromiso? ¿Y qué significa comprometerse? Cuando me comprometo, quiere decir que asumo una responsabilidad, una obligación con alguien; y significa también el estilo, el comportamiento de fidelidad y de entrega, de atención particular con que saco adelante ese deber. Cada día se nos pide poner empeño en las cosas que hacemos: en la oración, en el trabajo, en el estudio, y también en el deporte, en las actividades libres… Comprometerse, en definitiva, quiere decir poner nuestra buena voluntad y nuestras fuerzas para mejorar la vida.
¿Y cómo se ha manifestado ese compromiso de Dios por nosotros? Es muy fácil comprobarlo en el Evangelio. En Jesús, Dios se comprometió de manera completa para devolver esperanza a los pobres, a quienes estaban privados de dignidad, a los extranjeros, a los enfermos, a los prisioneros, y a los pecadores, a los que acogía con bondad. En todo esto, Jesús era expresión viva de la misericordia del Padre. Me gustaría remarcar esto: Jesús acogía con bondad a los pecadores. Pensando a lo humano, el pecador sería un enemigo de Jesús, un enemigo de Dios… Pero Él se acercaba a ellos con bondad, los amaba y les cambiaba el corazón. Todos somos pecadores: ¡todos! Todos tenemos ante Dios alguna culpa. Pero no desconfiéis: Él se acerca precisamente para darnos el consuelo, la misericordia, el perdón. Ese es el compromiso de Dios, y por eso mandó a Jesús: para acercarse a nosotros, a todos, y abrir la puerta de su amor, de su corazón, de su misericordia. Y eso es muy bonito, muy bonito.
A partir del amor misericordioso con el que Jesús expresó el compromiso de Dios, también nosotros podemos y debemos corresponder a su amor con nuestro compromiso. Y eso, sobre todo en las situaciones de más necesidad, donde hay más sed de esperanza. Pienso −por ejemplo− en nuestro compromiso con las personas abandonadas, con los que tienen discapacidades muy grandes, con los enfermos más graves, con los moribundos, con los que no son capaces ni de expresar agradecimiento… En todas esas realidades llevamos la misericordia de Dios a través de un compromiso de vida, que es testimonio de nuestra fe en Cristo.
Llevar siempre esa caricia de Dios, porque así nos acarició Dios, con su misericordia. Llevarla a los demás, a los que lo necesitan, a los que tienen un sufrimiento en el corazón o están tristes: acercarse con esa caricia de Dios, que es la misma que él tuvo con nosotros.
Que este Jubileo pueda ayudar a nuestra mente y a nuestro corazón a tocar el compromiso de Dios por cada uno de nosotros y, gracias a eso, trasformar nuestra vida en un compromiso de misericordia con todos. Gracias.