2/23/16

No al cristianismo del ‘decir’ y no ‘hacer’


El Papa en Santa Marta



La vida cristiana es concreta; Dios es concreto. Pero hay muchos cristianos en apariencia, que hacen de la pertenencia a la Iglesia un estatus sin compromiso, una ocasión de prestigio en vez de una experiencia de servicio a los más pobres.
En las lecturas de la Misa de hoy, del profeta Isaías (1,10.16-20) y de Mateo (23,1-12), podemos ver de nuevo la dialéctica evangélica entre “el decir y el hacer”. Las palabras de Jesús desenmascaran la hipocresía de escribas y fariseos, invitando a los discípulos y a la muchedumbre a observar lo que ellos enseñan pero a no comportarse como ellos actúan. El Señor nos enseña el camino del “hacer”. Pero cuántas veces encontramos gente —incluso nosotros— en la Iglesia que dice: —¡Yo soy muy católico! —Ah sí, ¿y qué haces? Cuántos padres se llaman católicos, pero nunca tienen tiempo para hablar con sus hijos, para jugar con ellos, para escucharles. O cuántos hijos tienen a sus padres en una residencia, pero siempre están tan ocupados que no pueden ir a verlos, y los dejan abandonados. —¡Pero yo soy muy católico! Y pertenezco a tal asociación. Esa es la religión del “decir”: digo que soy así, pero hago lo mundano.
Esto del “decir y no hacer” es un engaño. Las palabras de Isaías indican lo que Dios prefiere: Cesad de obrar mal, aprended a obrar bien (...) Enderezad al oprimido; defended al huérfano, proteged a la viuda. Y demuestran también otra cosa, la infinita misericordia de Dios que dice a la humanidad: Venid y discutamos. Aunque vuestros pecados sean como púrpura, blanquearán como nieve. La misericordia del Señor sale al encuentro de los que tienen el valor de discutir con Él, pero discutir sobre la verdad, sobre lo que hago o no hago, para corregirme. Y ese es el gran amor del Señor, en esta dialéctica entre “el decir y el hacer”. Ser cristiano significa “hacer”: hacer la voluntad de Dios. Y el último día —que a todos nos llegará—, ese día, ¿qué nos preguntará el Señor? ¿Acaso nos dirá: qué habéis “dicho” de mí? ¡No! Nos preguntará por lo que hemos “hecho”. Lo encontramos en el capítulo 25 del Evangelio de San Mateo sobre el juicio final, cuando Dios pedirá cuentas al hombre acerca de lo que ha hecho con los hambrientos, los sedientos, los encarcelados, los extranjeros… Esa es la vida cristiana. En cambio, el “solo decir” nos lleva a la vanidad, a disimular ser cristiano. ¡Pero no, así no se es cristiano!
Que el Señor nos dé esta sabiduría de entender bien dónde está la diferencia entre “el decir y el hacer”, que nos enseñe el camino del “hacer” y nos ayude a ir por ese camino, porque el camino del “decir” nos lleva a donde estaban esos doctores de la ley, aquellos clérigos a los que les gustaba vestirse y aparecer precisamente como si fuesen una majestad. ¡Y esa no es la realidad del Evangelio! Que el Señor nos enseñe ese camino.