2/05/16

Lanza tus redes - V Domingo Ordinario

ENRIQUE DÍAZ DÍAZ

Isaías 6, 1-2. 3-8: “Aquí estoy, Señor, envíame”
Salmo 137: “Cuando te invocamos, Señor, nos escuchaste”
I Corintios 15, 1-11: “Esto es lo que hemos predicado y lo que ustedes han creído”
San Lucas 5, 1-11: “Dejándolo todo, lo siguieron”

¿Qué hacer frente al fracaso? Cuando una persona supera el fracaso, muestra la verdadera grandeza de su corazón. Hay quienes se rebelan, insultan y culpan a otros de las propias fallas. Hay quienes caen en depresiones y se dejan llevar por el abandono. No faltan los que se ahogan en el alcohol o en la droga, quienes se entregan a los excesos y a los vicios queriendo olvidar los propios fracasos. Tenemos que reconocer que personas muy buenas han caído en las redes del narcotráfico acosadas por el hambre y la desesperación. Desgraciadamente también encontramos, sobre todo en los últimos tiempos, el suicidio como una de las puertas de escape.
Huida, miedo, pesimismo, son las respuestas individuales y colectivas. Parecería que nuestros sistemas están fracasando, que cada día producen más pobres, que el narcotráfico y la violencia lo invaden todo. Las respuestas del sistema son cada día más pobres y unilaterales. Van produciendo más excluidos; hay menos ricos pero con más riqueza, crece el número de pobres y se abre más la brecha entre los poderosos y los que nada tienen. Muchos afirman que nuestro universo está a punto de derrumbarse. ¿Qué hacer frente a la catástrofe? ¿Esconder la cabeza y hacer como que no pasa nada? ¿Mirar solamente el bien personal? Ya el Papa Francisco nos previene diciéndonos que el pesimismo es una grave tentación.
Ciertamente se han intentado muchos caminos y, al igual que Pedro, hoy podríamos exclamar: “Maestro, hemos trabajado toda la noche y no hemos pescado nada”. Pero no podemos quedarnos con los brazos cruzados, ni esperar que el gobierno todo lo solucione, ni dejarnos llevar por la rabia y la desesperación hasta acabar de destruir este mundo en que vivimos. La peor solución es no hacer nada. ¿Qué estamos haciendo frente al fracaso de tantos sistemas? ¿Qué nos proponemos nosotros como cristianos?
Como si Cristo ignorara la fatiga de estar toda la noche en el lago pescando sin lograr nada, en la madrugada llega ordenando remar mar adentro y lanzar nuevamente las redes. ¿Sabrá, Cristo, del cansancio? ¿Sabrá del fracaso? Claro que lo sabe, pero de lo que no sabe es de la derrota, de lo que no sabe es de darse por vencido. El que venció a la muerte y al pecado, no puede darse nunca por vencido. Y así, desde el inicio, lanza a sus discípulos a luchar nuevamente, a insistir, a redoblar esfuerzos. Y algo diferente tiene este mandato. No es un nuevo intento del que tercamente se golpea contra el aguijón. Tiene ahora nuevos significados: es en su nombre, es desde el pequeño, es en su compañía y es para dar vida. Lo que alguien decía: “urge ir más allá de unos remedios, urge emprender iniciativas que creen espacios nuevos, con otros parámetros, con otras maneras de entender la vida”. Cristo les propone ser pescadores de hombres: no se puede pescar porque sí, nada más por el producto, lo que importa es el hombre, la mujer, el niño que tiene que alimentarse; lo que importa es la vida.
Esta es la invitación de Jesús: no tanto ver qué pasa con los pobres, sino cómo construimos una nueva sociedad con una cultura que incluya a todos. Propone un camino diferente, con una economía diferente. Lo especial de Jesús es que quiere construir desde lo pequeño, desde abajo, con los pobres, con los marginados, con los que se reconocen pecadores. Todos están llamados a construir el Reino, pero para ello Pedro ha tenido que reconocerse “pecador” e indigno; Isaías se confiesa “hombre de labios impuros, que habito en medio de un pueblo de labios impuros”; y Pablo se presenta: “a mí, que soy como un aborto, porque perseguí a la Iglesia de Dios y por eso soy el último de los apóstoles e indigno de llamarme apóstol”. Antes de iniciar el proyecto de Jesús, se han reconocido impotentes, pequeños y pecadores.
Esta es la invitación y el estilo de trabajar de Jesús: opta por la vida pero desde los pequeños y pecadores. Pedro, Isaías y Pablo, para asumir el proyecto, se han tenido que desnudar de toda ambición y ¡vaya si les ha costado! Se han caído, cada uno a su manera, de su caballo, para intentar caminar al estilo de Jesús. Pero lo han entendido y con tenacidad y sin desmayar construyen el Reino; no los han doblegado las dificultades, no han dejado que las cosas marchen por sí solas. Con la presencia y la palabra de Dios, se han fortalecido y han buscado la construcción de ese nuevo Reino.
“No temas”, termina diciendo Jesús a Pedro. Se necesita no tener miedo, se necesita aventurarse y buscar nuevos caminos como hoy nos los propone Jesús. No bastan las excusas de cuánto hemos trabajado y cuántas veces hemos fracasado. La palabra de Jesús es imperiosa y nos ordena intentarlo una vez más. Ahora nos lanzamos en su nombre, con su palabra y a su estilo. Él va en el mismo barco con nosotros, no tengamos miedo. Muchos pequeños apóstoles con la palabra de Dios y sus débiles esfuerzos, han hecho mucho más que otros que solamente nos dedicamos a quejarnos, a criticar sistemas o a invocar nuevas teologías o nuevas economías. Es necesario trabajar, en comunión con Dios y en comunidad con los hermanos, donde todos sean respetados y tenidos en cuenta, donde todos se sientan amados y reconocidos como Hijos de Dios.
¿Qué tenemos que dejar nosotros para poder seguir a Jesús? Pedro y sus amigos dejaron sus redes que era todo lo que poseían y se enamoraron del camino de Jesús, ¿qué estamos haciendo nosotros? Como Iglesia, ¿nos sentimos derrotados por los problemas o estamos enamorados del camino de Jesús? Es cierto hay críticas y problemas pero escuchemos la voz de Jesús que nos invita: “Lanza tus redes”.
Padre Misericordioso, que tu amor incansable cuide y proteja siempre a estos hijos tuyos, que han puesto en tu gracia toda su esperanza. Que el fracaso no nos lleve nunca a dejar de luchar y que la Resurrección de tu Hijo sea el ejemplo y el modelo de toda nuestra vida. Amén.