SERGIO MORA
El papa Francisco abrió este lunes en el Vaticano, los trabajos de la 69° asamblea plenaria de la Conferencia Episcopal Italiana (CEI), que se prolongarán hasta el 19 de mayo. Quien esperaba un discurso relacionado a los problemas nacionales habrá quedado desilusionado, porque el Papa no abordó el tema de la nueva ley sobre uniones civiles, ni habló sobre la recepción de los inmigrantes, sino que les recordó cómo debe ser el perfil de un buen sacerdote. O sea, un hombre de paz siempre disponible. Nunca un burócrata o un funcionario anónimo, que no se escandaliza cuando el las personas son frágiles. Y citando las estructuras y los bienes económicos invitó a “mantener solamente lo que sirve para la experiencia de fe y de caridad del pueblo de Dios”.
Después de la oración inicial y del canto del Veni Creator, el Pontífice ha partido de la premisa que “sin el Espíritu Santo no existe posibilidad de vida buena ni de reforma” e invitó a mirar el rostro “de uno de los tantos párrocos que se consumen en nuestras comunidades” para entender qué le da sabor su la vida, por qué se empeña en el servicio, y cuál es la razón última de su donación.
A los obispos reunidos en el Aula Nueva del Sínodo señaló la figura de “Moisés que se acercó al fuego y dejó que las llamas quemaran su ambición de carrera y poder”. Descalzo, sin escandalizarse por las fragilidades humanas, consciente de ser como el paralítico curado, distante de la frialdad del rigorista, con el aceite de la esperanza y de la consolación se vuelve próximo de todos y dispuesto a compartir el abandono y el sufrimiento.
“Así nuestro sacerdote no es un burócrata o un anónimo funcionario de la institución; no está consagrado a un rol de empleado, no está movido por los criterios de la eficiencia”. Además “sabe que el amor es todo. No busca seguridades terrenas o títulos honoríficos que llevan a confiar en el hombre; no pide nada para sí en el ministerio que vaya más allá de su real necesidad, ni está preocupado de atar a sí a las personas que le han sido confiadas”.
“Su estilo de vida –prosigue el Santo Padre– simple y esencial, siempre disponible, lo vuelve creíble a los ojos de la gente y lo acerca a los humildes, en una caridad pastoral que los vuelve libres y solidarios”.
Tiene que ser un siervo que se ha vuelto rico por frecuentar a los pobres, “un hombre de paz y de reconciliación, un signo y un instrumento de la ternura de Dios, atento a difundir el bien con la misma pasión con la cual los otros se ocupan de sus intereses”.
Para entender por quién de empeña un presbitero, parte, señala el Santo Padre, de la “participación que tiene en la Iglesia, de una comunidad concreta con la cual comparte el camino”. Y esta pertenencia “es la sal de la vida del presbítero”. Y en esta época pobre de amistad social “nuestra primera tarea es construir comunidad”.
También es fundamental vivir el sacerdocio, no de manera ocasional o por una colaboración instrumental, sino libre de narcisismos y de los celos clericales, que haga crecer la estima, el apoyo, la benevolencia recíproca y la fraternidad concreta.
En la reflexión sobre la renovación del clero el Papa les ha señalado la gestión de las estructuras de los bienes económicos: “En una visión evangélica eviten de volverse pesados en una pastoral de conservación que se vuelve obstáculo a la apertura a la perenne novedad del Espíritu. Mantengan solamente lo que pueda servir para la experiencia de fe y de caridad del pueblo de Dios”.
Y sobre la razón última del donarse señaló que quienes quieren calcular todo son los más infelices. Porque el buen presbítero “con sus límites, es uno que se juega hasta el fondo” y se ofrece con gratuidad, humildad y alegría”.
El Santo Padre concluyó señalando que la triple pertenencia es al Señor, a la Iglesia y al Reino. Y que con ellos reza “a la Virgen Santa para que lleven el servicio que les fue confiado y con el cual participan al misterio de la Madre Iglesia”.