Carta pastoral de Mons. Carlos Osoro
Hacemos memoria de un amigo fuerte de Dios, cuya santidad dejó una huella tan profunda en Madrid que ha traspasado fronteras. El trabajo realizado, las relaciones mantenidas con quienes se encontraba y con quienes venían en su ayuda, convirtieron su casa y sus campos en un lugar de encuentro; en una casa común en la que quien llegaba no se sentía forastero, advenedizo o un estorbo, sino que percibía que era de su familia. Hizo verdad lo que muchos siglos después con palabras muy bellas nos dice el Concilio Vaticano II: «Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo».
San Isidro, su esposa y su hijo dieron testimonio de generosidad, entrega, misericordia y justicia; vivieron pendientes de las necesidades de los demás, tuvieron siempre abiertas las puertas a todos. Su vida perfiló de una manera singular quién es el ser humano y qué está llamado a ser en esa imponente obra de la creación. La vida de san Isidro es una manifestación clara y sabia de que Dios ha creado todo por amor, que ha hecho un mundo bueno, ordenado y que tiene un fin. ¡Con qué hondura, según la tradición, manifiesta san Isidro en su vida que todo lo que existe, por muy pequeño que sea, tiene un autor que es Dios mismo! Precisamente por eso, el ser humano, que ha sido creado a su imagen y semejanza, tiene necesidad de vivir abierto a Dios y a los demás, tiene necesidad de relación con Él y con los otros. Y no de cualquier apertura o relación, sino de la misma que Dios tiene con todo y que nosotros tenemos por gracia.
San Isidro es amigo de Dios por la fuerza que en su vida tiene la acción del Espíritu Santo. En su persona se revela Pentecostés. Entre otras cosas por su conocimiento vivo de Jesucristo, que le hacía vivir en tono pascual y que se manifiesta en estas realidades: a) Supo vivir teniendo las puertas de su vida totalmente abiertas para que todos pudieran entrar; b) Precisamente por ello, nunca tuvo miedos, sabía que estos llegan a la vida cuando queremos guardar algo por nuestras fuerzas. Él todo lo ponía para que lo guardase Jesucristo, de ahí su generosidad y caridad absoluta con todos los que se acercaban a su vida; c) Jesucristo y el Espíritu Santo le daban un modo de entender la vida que tenía y daba paz, la que tiene un rostro que es Cristo; d) Su vida estaba llena de alegría que contagiaba a quienes vivieron con él, una alegría que no venía de sí mismo, sino de saberse salvado, querido, ayudado, conformado por Jesucristo; e) Y todo lo anterior le hizo vivir como discípulo misionero; su trabajo, su tarea, su familia, todas sus relaciones, los vivía como alguien que se sabía enviado por Cristo para regalar la Buena Noticia.
Os invito a contemplar a este amigo fuerte de Dios que es san Isidro en cinco dimensiones de su existencia:
- 1. Como amigo fuerte de Dios, san Isidro nada vive, hace o construye sin experimentar y hacer experimentar a quienes viven a su lado que somos criaturas de Dios. De alguna manera su vida enlaza con lo que el Papa Francisco nos dice en la encíclica Laudato si, recordando el Cántico de las criaturas de san Francisco: «Alabado seas, mi Señor, por la hermana nuestra madre tierra, la cual nos sustenta, y gobierna y produce diversos frutos con coloridas flores y hierba». ¡Qué hondura alcanza descubrir a hombres como san Isidro, quien nos dice con su vida que el auténtico desarrollo humano supone el respeto a la persona humana en su conexión con todo lo creado! Acoge la vida de Dios que siempre nos impulsa a darnos y a no guardarnos.
- 2. Como amigo fuerte de Dios, san Isidro crea fraternidad y compromiso en el cuidado de todo lo que existe. Lo manifiesta en el cuidado de sus campos, en la caridad expresada en toda su vida. El fruto de la tierra que él cultivaba era para el hombre. ¡Qué profundidad tiene para nosotros descubrir que todo lo que existe y creó Dios tiene parentesco! Llamados siempre a buscar el bienestar de todos, llamados siempre a comportarnos como Dios mismo, que cuando creó lo que existe vio que todo era bueno y todo lo puso al servicio de los hombres.
- 3. Como amigo fuerte de Dios, san Isidro buscaba siempre la justicia, no su beneficio, su placer o su propio enriquecimiento. Supo compartir todo lo que tenía. Para él todos los hombres eran hermanos, de tal modo que el egoísmo inmisericorde nunca habitó en su corazón. Como buen labrador, ¡cómo le preocupaban el clima, el agua, las plantas, los árboles, los animales! Pero era una preocupación y ocupación por el daño que se podía hacer a las personas, especialmente a los pobres y débiles, si no se cuidaba lo creado.
- 4. Como amigo fuerte de Dios, san Isidro quiso vivir desde la verdadera imagen que Dios ha dado al hombre. No valen imágenes falsas construidas desde ideologías, filosofías o antropologías que no reconocen todas las dimensiones del ser humano. Cuando no se respetan todas las dimensiones, aunque existan personas que no quieran vivir desde ellas, se instauran dictaduras de diversa naturaleza, que son el mayor deterioro ecológico que existe. San Isidro nos muestra la identidad más radical del ser humano, diciéndonos con ello que la dignidad humana se realiza, se manifiesta en su verdadero esplendor, en ser imagen de Dios. Nada ni nadie puede destruir esta imagen. Pero para dar dignidad al ser humano, hay que recurrir al origen y destino en Dios que tiene el hombre. Cada persona es mucho más que un simple individuo de una especie, un pueblo o una clase social.
- 5. Como amigo fuerte de Dios, san Isidro supo que tenemos el deber de comportarnos entendiendo que la libertad no puede ser exclusivamente un instrumento para ponernos al servicio de nuestros fines particulares, sean los que sean. La libertad tiene que estar orientada al bien común. ¡Qué servicio a la humanidad hizo san Isidro al darnos con su vida un concepto de persona abierto a los demás, soñando fraternidad y paz, sabiendo que él es un regalo de alguien más grande, abrazado por Dios que le pide que él mismo abrace a quienes lo rodean. Este es san Isidro «presencia de Cristo en el mundo» que se convierte en parábola viva del «Dios con nosotros». El amigo fuerte de Dios es audaz y creativo. Es capaz, para que otros tengan esa misma amistad, de pensar nuevos objetivos, estilos y métodos. Tenemos una cultura inédita y se elabora en la ciudad, en nuestra ciudad de Madrid. Nuestra presencia en la misma requiere imaginar espacios de encuentro con Dios y con los hombres. San Isidro los hizo, ¿y tú?
Con gran afecto, os bendice,
+ Carlos, arzobispo de Madrid