Carta pastoral del obispo de Córdoba, Mons. Demetrio Fernández.
El Dios de los cristianos no es un Dios solitario, lejano y aburrido. El Dios de los cristianos, el que nos ha revelado Jesús es un Dios familia, comunidad, que se acerca hasta nosotros para introducirnos en su intimidad, que ha llegado hasta nosotros en su Hijo hecho hombre, en todo semejante a nosotros excepto en el pecado, y que nos ha dado su Espíritu Santo, que vive en nuestros corazones como en un templo.
Este domingo celebramos la fiesta de la Santísima Trinidad: Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, un solo y único Dios en tres personas. No se trata de ningún juego de palabras, sino de una realidad misteriosa que conjuga la unidad absoluta (monoteísmo) con la trinidad de personas, familia comunidad de amor. El Padre es el principio sin principio, el Hijo es reflejo del Padre, engendrado en la eternidad de la misma naturaleza. El Espíritu Santo es el Aliento del Padre y del Hijo, es el Amor que los abraza. Los tres coexisten desde toda la eternidad, sin comienzo y para siempre. El proyecto de Dios es hacernos a nosotros partícipes de esa felicidad, y para eso hemos sido creados.
La liturgia de este día y a lo largo de todo el año nos invita a contemplar este misterio tan sublime y tan cercano. Es el Dios que nos ha revelado Jesucristo, al que otras religiones se acercan, pero sin llegar a la profundidad de este misterio y sin descubrir toda su riqueza. Por eso, en Jesucristo la revelación de Dios ha llegado a su plenitud, y Dios ya no tiene más que decirnos, porque en su Hijo nos lo ha dicho todo. Para acercarnos a este misterio, no se trata de elucubrar mucho con nuestra mente, sino de contemplar con el corazón este círculo de amor del Padre amando a su Hijo en el Espíritu Santo, sintiéndonos incorporados a ese círculo de la intimidad de Dios como hijos, como hermanos, como templos donde los Tres habitan como huéspedes.
En esta fiesta la Iglesia nos propone el testimonio de las vocaciones contemplativas con el lema: “Contemplad el rostro dela misericordia”. Ellos y ellas han descubierto este misterio de Dios tan atrayente y se han sentido fascinados por él. Toda una vida para contemplar, alabar, interceder, dar gloria a Dios, reparar con amor ante el Amor que no es amado. ¿Qué hace en la Iglesia una comunidad contemplativa? ¿Qué provecho alcanza de ello la sociedad de nuestro tiempo? Los contemplativos responden a una vocación de Dios, que se convierte en profecía para todos: amar y buscar a Dios sobre todas las cosas, y son para la sociedad como oasis de paz y de silencio que invitan a encontrarse con Dios y restaurar nuestras fuerzas. Son los grandes bienhechores de la humanidad desde el silencio del claustro. Oremos por estas vocaciones, para que no nos falten y sirvan a la Iglesia y a los hombres de nuestro tiempo de reclamo al “Sólo Dios”, que tanto necesitamos.
Recibid mi afecto y mi bendición:
+ Demetrio Fernández, Obispo de Córdoba.