5/24/16

La misericordia, el dolor y la muerte

Víctor Fernández de Moya

Catequesis para toda la familia
Si observamos el cuadro “El Ángelus” del pintor Jean-François Millet, vemos a una pareja en medio de un llano de tierra árida, que ha detenido sus labores en el campo para rezar al oír las campanas de la iglesia cuya silueta se dibuja en el horizonte. Aparecen en penumbra, subrayando su actitud profundamente orante y de recogimiento. Décadas después de la muerte de Millet, otro artista -Salvador Dalí- se obsesionó con el cuadro, intuyendo que el lienzo ocultaba una realidad más honda al sentirse embargado por una profunda tristeza y una sensación misteriosa cada vez que lo observaba. Gracias a su insistencia y contactos consiguió que fuera examinado por rayos X, descubriéndose el secreto de la composición original: el boceto que había debajo revelaba que la forma del pequeño canasto que aparece a los pies de la pareja, era originalmente un féretro que parecía contener el cadáver de un bebé de pocos meses, dando un giro al impacto que el cuadro genera ahora en nosotros.
Un amigo de Millet terminaría confirmando que el pintor había eliminado al bebé motivado por la mala acogida que tuvo entre las primeras personas a quienes se lo enseñó. El pequeño féretro, el motivo de la oración de esos campesinos, terminó convertido en un cesto de patatas. Pero la aflicción sigue ahí, latente en el cuadro, en el paisaje, en el semblante de los campesinos y en su actitud. ¿Qué actitud se puede tener ante el sufrimiento de los inocentes, ante la muerte de un ser querido? La Iglesia a través de las obras de misericordia nos enseña la importancia de enterrar a los muertos y rogar a Dios por vivos y difuntos. Afrontar con serenidad y esperanza nuestras tribulaciones.
La realidad, como en la historia de la modificación del cuadro de Millet, nos recuerda la tentación de rechazar el dolor, de querer borrarlo, mirar hacia otro lado, taparlo, olvidarlo…
Sin embargo, también podemos intentar adentrarnos con delicadeza en la realidad del sufrimiento, ver más allá de ese cesto de patatas, la tristeza de unos padres ante la muerte de su propio hijo, que aparece reconciliada por una Fe limpia y sencilla que en lugar de desesperación y amargura es capaz de transmitir sosiego y paz, más allá del dolor y de la muerte. El sufrimiento de los inocentes siempre será un misterio, pero puede ser un misterio desgarrador que nos sumerja en la oscuridad del alma, o un misterio iluminado por el Amor que brota de la Cruz: «Porque tanto amó Dios al mundo, que le dio su Hijo unigénito, para que todo el que crea en Él no perezca, sino que tenga la vida eterna». El amor de Dios también pasó por el sufrimiento y la Cruz. En Él, que asumió todo sufrimiento, podemos encontrar un sentido a nuestro dolor. No es masoquismo ni es resignación. La Cruz es salvación. Por su pasión y resurrección venció al pecado y a la muerte, removió las raíces del mal y nos dio la esperanza de una vida eterna, en la que vencido todo sufrimiento, vivamos unidos permanentemente al Amor de Dios.