Carta dominical del arzobispo de Barcelona
«Se dice que hace tiempo, en un pequeño y lejano pueblo, había una casa abandonada. Un día, buscando refugiarse del sol, un perrito logró meterse por un agujero de una de las puertas de la casa. El perrito subió lentamente las viejas escaleras de madera y, al terminar de subirlas, se topó con una puerta semiabierta; lentamente se adentró en el cuarto. Para su sorpresa, se dio cuenta de que dentro de ese cuarto había mil perritos más, observándolo tan fijamente como él los observaba a ellos.
El perrito comenzó a mover la cola y a levantar sus orejas poco a poco. Los mil perritos hicieron lo mismo. Luego sonrió y ladró alegremente a uno de ellos. El perrito se quedó sorprendido al ver que los mil perritos también le sonreían y ladraban alegremente con él. Cuando el perrito salió del cuarto se quedó pensando para sí: “¡Qué lugar tan agradable! ¡Voy a venir muchas veces a visitarlo!”.
Tiempo después, otro perrito callejero entró en el mismo lugar, pero, a diferencia del primero, al ver a los otros mil perritos, se sintió amenazado, ya que creía que lo miraban de manera agresiva. Luego empezó a gruñir y, naturalmente, vio cómo los mil perritos le gruñían a él. Comenzó a ladrarles ferozmente y los otros mil perritos le ladraron también. Cuando este perrito salió de allí pensó: “¡Qué lugar tan horrible es éste! ¡Nunca más volveré a entrar aquí!”.
En la portada de aquella casa había un viejo letrero que decía: “La casa de los mil espejos”.»
¿Quién, al leer este hermosa fábula, no recuerda aquel dicho tan popular de que “nada es verdad ni es mentira; todo depende del cristal con que se mira”, que los cristianos hemos de mejorar con la rectitud de intención? Dicho de otro modo, si yo viera las cosas, las personas, y sobre todo los acontecimientos, con la mirada de Dios, con la perspectiva de Dios, ¡cómo cambiaría todo!
San Juan de la Cruz, uno de los místicos y poetas más emblemáticos de nuestra historia y de nuestra literatura, aún lo expresó de una forma más acertada desde la perspectiva de la fe cristiana: “Adonde no hay amor, ponga amor, y sacará amor.” Veamos las circunstancias que dieron pie a esta afirmación de nuestro santo.
Año 1591: Juan de la Cruz sufre el mayor de los desprecios por parte de sus compañeros de Orden. Él está plenamente inmerso en la reforma del Carmelo. Le quitan todos sus cargos y lo mandan a Jaén, donde vive en la mayor pobreza y austeridad. Desde Sevilla le llegan ecos de calumnias muy graves, propaladas por algunos frailes. ¿Reacción de muchas personas que conocían la entereza y las virtudes de Juan? Le mandan cartas conteniendo las expresiones más encendidas de afecto, acogida, comprensión y cariño. Y de pena por la injusticia que se está cometiendo con él. ¿Respuesta de Juan de la Cruz? Así contesta a una religiosa carmelita reformada: “De lo que a mí toca, hija, no le dé pena, que ninguna a mí me da. Dios sabe lo que nos conviene y ordena todas las cosas para nuestro bien. No piense otra cosa sino que todo lo ordena Dios. Y adonde no hay amor, ponga amor, y sacará amor”.
Dios es el que permite todo para nuestro bien, aunque no lo comprendamos muchas veces. Es Él quien nos estimula y nos invita a descubrir el querer de Dios, poniendo amor donde no hay amor.
Cristo ha vencido el mal. Y lo ha vencido haciendo el bien. “Pasó por la vida haciendo el bien”, que es la manera más eficaz y concreta de poner amor.
Nunca debemos olvidar que la realidad – las realidades – de la vida depende en buena medida de cómo la miramos y de cómo nos acercamos a ella. Tener una mirada positiva hacia las personas y hacia las cosas nos ayudará a disfrutar más de la realidad que si la miramos con ojos turbios, con tristeza, con resentimiento. El amor lleva al amor. La amargura, a la amargura. ¡Que Dios nos libre de caer en ella!
¡Feliz domingo a todos!
+ Juan José Omella Omella