12/31/20

Y habitó entre nosotros

 Rafael María de Balbín



El nacimiento del Niño Dios nos sitúa ante la inmensa bondad de un Dios que se compadece de nosotros, se inclina hacia nosotros y se hace uno de los nuestros

“Jesús nació en la humildad de un establo, de una familia pobre (cf Lucas 2, 6-7); unos sencillos pastores son los primeros testigos del acontecimiento. En esta pobreza se manifiesta la gloria del cielo (cf Lucas 2, 8-20). La Iglesia no se cansa de cantar la gloria de esta noche:


La Virgen da hoy a luz al Eterno / Y la tierra ofrece una gruta al Inaccesible.
Los ángeles y los pastores le alaban / Y los magos avanzan con la estrella.
Porque Tú has nacido para nosotros / Niño pequeño, ¡Dios eterno!
                                              

(Catecismo de la Iglesia Católica, n. 525).


La Encarnación y Nacimiento del Hijo de Dios está en el centro de la religión cristiana, ya que “una religión no es la Iglesia a la que uno va, sino el universo en que uno vive” (G.K. ChestertonEl amor o la fuerza del sino. Madrid, 1993, p. 293). En la Navidad no celebramos un acontecimiento místico o espiritual (tal como un fantasmagórico espíritu de la Navidad), sino tan material y sencillo como el nacimiento de un Niño, que, por ser a la vez Dios y hombre verdadero, traerá consigo para nosotros también muchos regalos místicos y espirituales. Un acontecimiento que nos llena de alegría: “La alegría, que era la pequeña publicidad del pagano, es el secreto gigantesco del cristiano (...). El paganismo era la cosa más grande del mundo, y el cristianismo fue todavía más grande, y desde entonces todo lo demás es pequeño en comparación” (Ibidem, p. 293-294).

El nacimiento de ese Niño divide la Historia, y diviniza al hombre: le abre perspectivas infinitas: “Una vez llegada la plenitud de los tiempos, sobrevino la Encarnación de Jesucristo, el Verbo divino, enviado por el Padre para darnos a conocer todo aquello que Dios ha querido comunicarnos y hacernos participar de la misma vida divina. Este rasgo −este progresivo acercamiento de Dios al hombre, esta gratuita apertura al hombre de la intimidad divina− caracteriza de modo propio y singular la religión proclamada por Jesucristo, y la distingue radicalmente de cualquier otra: el cristianismo, efectivamente, no es una búsqueda de Dios por el hombre, sino un descenso de la vida divina hasta el nivel del hombre (...). La religión cristiana es, pues, una irrupción de Dios en la vida del hombre” (Beato Álvaro del PortilloEscritos sobre el sacerdocio. Madrid, 1970, p. 105-106).

Es natural y corresponde a las mejores posibilidades del hombre el que éste busque a Dios, y así lo ha hecho, sin excepción, a lo largo de toda la historia de la humanidad. Y sin embargo es innegable que muchas veces ha sido una búsqueda a tientas y en la oscuridad, con tropiezos y perplejidades. El nacimiento del Niño Dios nos sitúa ante la inmensa bondad de un Dios que se compadece de nosotros, se inclina hacia nosotros y se hace uno de los nuestros. “Encontramos aquí el punto esencial por el que el cristianismo se diferencia de las otras religiones, en las que desde el principio se ha expresado la búsqueda de Dios por parte del hombre. El cristianismo comienza con la Encarnación del Verbo. Aquí no es sólo el hombre quien busca a Dios, sino que es Dios quien viene en Persona a hablar de sí al hombre y a mostrarle el camino por el cual es posible alcanzarlo” (Juan Pablo II. Carta Apost. Tertio Millennio adveniente, n. 6).

Nace el Niño Dios, y viene a hacernos a cada uno hijo de Dios; y por tanto a hermanarnos, con una dignidad que iguala a todos los hombres a un nivel más profundo y personal que las realizaciones socio-políticas: “La base del cristianismo y de la democracia es que el hombre es sagrado (...). El más difícil de todos los evangelios es que el cristianismo se identifica con la democracia; nada asusta tanto a los hombres como decir que todos ellos son hijos de Dios” (G.K. Chesterton, o.c., p. 294).

Jesucristo vino a darnos la libertad de los hijos de Dios, y nos señala el camino de la obediencia a sus mandamientos. Una obediencia filial, por fe y por amor: “En una verdadera tradición religiosa el hombre entiende dos cosas: la libertad y la obediencia. La primera significa saber qué quieres de verdad. La segunda significa en quien confías de verdad” (Ibidem).

A los que esperan

JUAN MANUEL DE PRADA



El Año Nuevo nos trae anhelos de cambio que, con frecuencia, se quedan en agua de borrajas. Y también nos trae la conciencia melancólica del lento acabamiento de nuestra pobre vida mortal. Este Año Nuevo, además, la promesa de nuevos horizontes y la remembranza del tiempo ido se tiñen de meditaciones sombrías, porque la plaga que padecemos nos augura un futuro espinoso y nos deja un saldo de pesadumbre, porque tal vez nos haya arrebatado algún ser querido, o nos haya dejado sin trabajo, o siquiera haya minado nuestras fatuas seguridades, confrontándonos con la fragilidad de nuestra pobre vida mortal. Pero estas reflexiones sobre la vida que viene y la vida que se va no deben oscurecer la reflexión sobre la vida que todos poseemos, que es precisamente la vida que nuestra época pretende que olvidemos, para mantenernos atrapados en el carrusel donde se agolpan en batiburrillo desquiciante los disfrutes vanos de la vida que viene y las angustias abismales de la vida que se va. A esta vida que todos poseemos se refería Pedro Antonio de Alarcón en una hermosa meditación de Año Nuevo, escrita hace más de siglo y medio, que conserva toda su vigencia, porque habla de una realidad imperecedera. Y por ello mismo le cedo hoy mi tribuna, para que siglo y medio después permita meditar también a las tres o cuatro lectoras que todavía me soportan:
«Figuraos que ayer, día 31 de diciembre, a eso de las once de la noche, volvisteis a la antigua maña de pensar en la brevedad de la existencia. Figuraos que además estabais tristes, porque habíais perdido para siempre alguna prenda adorada (la madre que rizaba vuestros cabellos cuando niño, o el padre que os explicó la naturaleza, o la mujer que iluminaba vuestra alma, o el amigo que hospedabais confiados en lo más íntimo del corazón). Figuraos, en fin, que aún eran los tiempos del romanticismo, en que se estilaba ir a llorar de noche a los cementerios, y que vos erais romántico y os dirigisteis allá a la vaga luz de los luceros…
»Pasemos por alto el frío que anoche haría a esa hora fuera de puertas, y supongamos que os sentasteis en una sepultura, en la sepultura querida, y que fijasteis los ojos en el cielo. […]
»El cielo, infinito y transparente; la tierra, oscura y limitada; la capital de los vivos, que dejasteis a vuestra espalda bailando y echando los años; la capital de los finados, tan inmóvil y silenciosa como si no la habitara nadie; la poca historia que habéis leído y la mucha poesía que tenéis en el alma…, todo se agolpó en aquel momento a vuestra imaginación, y empezasteis a pensar en cosas tan grandes y extraordinarias, que la lengua no tendría palabras para verterlas…
»Las almas de los muertos, encarnando en vuestra memoria (permitidme la frase), vagaban entre vos y el cielo, y lágrimas ardientes bañaban vuestras mejillas. Todo el amor, toda la caridad, toda la virtud que economizáis en el mundo, y la justicia que echáis de menos en la tierra, daban gritos por salir de vuestro corazón… Ello es que sollozabais sin saber por qué.
»—¡No han muerto, no —decíais—, ni los seres que lloro ni las virtudes que no practico! ¡No han muerto ni mi fe, ni mi entusiasmo, ni mis padres y maestros, ni mis amigos y mis amores! ¡No han muerto, no, mi inocencia, mi esperanza, mis creencias, mi alma, en fin! ¡Mentira y vanidad es cuanto ansié en la tierra: mentira y vanidad aquella vida; mentira y vanidad son el poder y las riquezas y los honores; pero mi alma, pero mi llanto, pero mi Dios no son ni vanidad ni mentira!
»Supongamos que en este momento dieron las doce los relojes de Madrid. ¡Era Año Nuevo! Pero los muertos no añadieron un guarismo a la losa de su sepultura, ni los astros brillaron más ni menos que el día de la Creación. Entonces dijisteis:
»—Para las tumbas y para el cielo, el tiempo no tiene medida. El alma carece de edad; y, mientras caen deshechos los ídolos de barro que erige la soberbia del hombre, el espíritu se purifica en el destierro para asistir al banquete de la Inmortalidad. El tiempo es el verdugo del que duda y el amigo del que espera.
»A lo que añado yo:
»—La división del tiempo significa miedo a la muerte. Para el alma no hay más siglos, ni más años, que una noche de miedo y un día de gloria y bienaventuranza. ¡Si hoy nos cercan las tinieblas, esperemos confiados la aurora del nuevo día!».
Feliz Año Nuevo y feliz aurora del nuevo día para todos los amigos de XLSemanal que esperan.

12/30/20

Día Internacional de la Paz - 1 de Enero

P. Antonio Rivero L. C.


Solemnidad de Santa María, Madre de DiosCiclo B

Textos: Nm 6, 22-27; Gal 4, 4-7: Lc 2, 16-21

Idea principal: Hoy celebramos la solemnidad de Santa María, Madre de Dios y el día internacional de la paz.

Síntesis del mensaje:  Fue el Papa Pablo VI quien trasladó al día 1 de enero la fiesta de la Maternidad divina de María, que antes caía el 11 de octubre. En efecto, antes de la reforma litúrgica realizada después del concilio Vaticano II, en el primer día del año se celebraba la memoria de la circuncisión de Jesús en el octavo día después de su nacimiento —como signo de sumisión a la ley, su inserción oficial en el pueblo elegido— y el domingo siguiente se celebraba la fiesta del nombre de Jesús.

Puntos de la idea principal:

En primer lugar, en este primer día del año ponemos a Santa María como intercesora, para que nos consiga la paz que necesitamos. Es el primer día del año y se lo dedicamos a Ella, a la Madre de Dios, a la Reina de la Paz, para que bendiga también todos nuestros esfuerzos y deseos de paz. La escena del Evangelio también nos trae sentimientos de paz.

Volvemos a Belén, al pesebre, a contemplar “a María, a José, y al niño acostado en el pesebre”. Nos unimos a los pastores en este momento de adoración, contemplando esta escena, sintiéndonos parte de ella, como aquella gente sencilla que supo ver en aquel niño a todo un Dios que venía a nacer entre nosotros.

También damos gloria a Dios, como los pastores, por haberle descubierto en nuestras vidas, por haber dejado que Dios nazca, un año más, en nuestros corazones. Ese niño llena nuestros corazones y nuestras vidas de paz, de su paz. “La paz os dejo, mi paz os doy”. Una paz verdadera y para siempre, a pesar de la pandemia que trata de arrebatarnos esta paz que nos trajo el Niño Dios. No lo permitamos.

 En segundo lugar, pedimos en este día que el Señor se fije en nosotros y nos conceda la paz. Es esta una oración que hacía todo buen israelita, y es una oración y un deseo que debemos hacer hoy nuestro todas las personas de buena voluntad.

Queremos que el Señor conceda la paz, su paz, a todos nuestros familiares y amigos, y a todas las personas que quieran recibirla, al mundo entero. Hoy es la jornada mundial de la paz. ¡La paz de Dios! El salmo 84 nos dice que la justicia y la paz se abrazan, se besan.

Queremos una paz que sea fruto de la justicia, no una paz impuesta violentamente por la fuerza de las armas o por la fuerza del dinero. No queremos la paz de personas que viven aplastadas por el poder político, social y económico.

No queremos la paz de los cementerios. Queremos la paz de los cuerpos y de las almas, la paz material y la paz espiritual. Sabemos que esta paz de Dios no la podemos conseguir plenamente mientras vivamos en esta tierra, pero debemos aspirar cada día a acercarnos un poco más a ella.

Tampoco la vamos a conseguir con nuestras solas fuerzas humanas, necesitamos la ayuda de Dios. Por eso, vamos a pedirle hoy a Dios que, por intercesión de su madre, Santa María, se fije en nosotros y nos conceda la paz.

Finalmente, este es un día para dar gracias a Dios. Gracias por todo lo que hemos vivido en este año que terminamos y que ha sido duro y difícil por el coronavirus, gracias por lo que viviremos en el año que comienza, gracias por todo lo nuevo que aparece en nuestra vida.

12/29/20

Una Navidad distinta

JUAN MANUEL DE PRADA


Cuando reflexiona sobre el sentido de la fiesta en la vida humana, Leonardo Castellani escribe: «A medida que se va perdiendo el sentimiento de lo sacro, se han ido multiplicando las fiestas seudosacras sin contenido sacro; a causa de la ley biológica que dice: ‘A medida que disminuye lo vivo, aumenta lo automático’. (…) Toda fiesta verdadera se basa en una necesidad y se cumple en la recepción de un don espiritual, el cual por el hecho de recibirse aúna y unifica todas las voluntades».

Y entre todos los dones espirituales que los hombres pueden recibir no se me ocurre ninguno mayor que el de poder nacer de nuevo, que es precisamente lo que encarna ese Niño nacido en Belén. Hay algo en la Navidad que nos habla de la incesante novedad del mundo, de la posibilidad de estrenarlo de nuevo, cuando ya lo creíamos marchito y extenuado; algo que también nos remoza a los hombres por dentro, que nos lava con su agua lustral, que nos invita a despojarnos del hombre viejo. Se dice con frecuencia que la Navidad es una fiesta triste porque nos recuerda el paraíso abolido de la infancia, o porque agiganta la ausencia de las personas que amamos y ya no están entre nosotros, o porque recrudece el dolor de los desgajamientos y rupturas familiares. Todos, ciertamente, añoramos aquellas fiestas navideñas en que aún éramos candorosos, en que aún las decepciones y los desengaños no nos habían convertido en trastos desportillados; todos tenemos que lamentar alguna pérdida o alguna ruptura que nos ha dejado mutilados. Pero la Navidad nos enseña que, por muy amputados que estemos, el milagro de una refundación de nuestra vida es posible, exactamente como Dios refundó la suya haciéndose niño. Antes de la Navidad, adorar a Dios exigía elevar los ojos hasta un cielo inescrutable e inmenso; después de la Navidad, adorar a Dios exige agacharse, entrar en una cueva y reparar en la fragilidad de un niño recién nacido. El don espiritual de la Navidad es una subversión completa de las categorías mentales, un trastorno radical del universo. Y si el mundo entero cambió cuando nació aquel Niño, también nuestras vidas pueden hacerlo, si tenemos la humildad de agacharnos y entrar en la cueva, para recibir ese don espiritual.

Nuestra época pretende convertir la Navidad en una fiesta ‘laica’. Pero una fiesta que no sea recepción de un don espiritual que unifica las voluntades (un don que hace auténtica comunidad) no podrá ser nunca una verdadera fiesta, sino un aspaviento desesperado, una farra estridente y agónica, un atracón angustiado. Sucedáneos o parodias grotescas de la fiesta, en fin, que tal vez distraigan por unos pocos días el dolor en sordina que martiriza al hombre cuando decide amputarse, escindirse, renegar de un elemento que le es consustancial. No hay felicidad sin una aceptación plena de lo que somos; y lo que somos incluye una dimensión espiritual que no se puede extirpar sin un grave menoscabo de nuestra propia naturaleza. El hombre contemporáneo, al expulsar a Dios de su horizonte vital, se ha convertido en un ser demediado que busca lenitivos euforizantes para el dolor de la amputación. Pero, una vez extinguidos los efectos de tales lenitivos, vuelve a sentir el dolor de la amputación, la reminiscencia de una nostalgia, que a la postre no es sino añoranza de aquel estado originario en que aún no había renegado de los dones espirituales.

Despojada de tales dones, nuestra vida se parece bastante a la del gallo descabezado que corretea sin rumbo mientras se desangra. Son los efectos de una amputación que Chesterton resumió magistralmente: «Quitad lo sobrenatural y no encontraréis lo natural, sino lo antinatural». Pero hete aquí que esta Navidad, con el fantasma del coronavirus merodeando nuestras vidas, los lenitivos con los que solemos anestesiar el dolor producido por esa amputación serán mucho más restringidos, en algunos casos inalcanzables. No habrá juergas nocturnas ni cotillones, no habrá actos multitudinarios, el consumismo desmelenado y bulímico se adelgazará. Y, ciertamente, estaremos más desgajados y desmembrados que nunca, porque no podremos juntarnos toda la familia (y, en muchos casos, algún miembro de nuestra familia habrá sido arrebatado por la plaga). Será una Navidad, ciertamente, con ausencias amargas; pero también una Navidad menos ruidosa, menos agitada, menos empachosa e histérica; una Navidad más recoleta y humilde, que nos permitirá reparar en nuestra fragilidad. Y, al reparar en nuestra fragilidad, tal vez nos atrevamos a agacharnos y entrar en esa cueva donde nos están esperando los dones espirituales. Feliz y sacra Navidad.



Nos va a doler

 Ricardo Calleja


«La ley de eutanasia regula la colaboración médica en actos que atentan contra la vida del paciente, alterando esa otra tarea del profesional sanitario: aliviar y acompañar en el trance del sufrimiento»

No ha habido debate sobre la eutanasia. Pero yo no lo he echado de menos. Ni tampoco voy a intentar contribuir a una supuesta deliberación pública sobre el tema. Porque no la hay, ni la puede haber, y no voy a disimular que la está habiendo. Haría un flaco favor a todos. Pero antes de contar mi experiencia con la enfermedad de mi padre y de ofrecer un comentario final, quizá valga la pena justificar un poco este comienzo un tanto abrupto.

Con quien dice que la eutanasia es una ampliación necesaria de la libertad −frente a la imposición de la moralidad sobre cómo morir− no tengo nada de qué hablar. Sin acritud. Es que no hay por dónde empezar. Solo me queda desearle buena suerte. Me remito a los primeros capítulos de Tras la virtud, de MacIntyre: sobre la base de principios inconmensurables, el razonamiento moral solo puede ser una manipulación, una máscara. Si se trata de un juego simétrico, pueden alcanzarse las ventajas pragmáticas de una convivencia civilizada. Pero si es unidireccional, es mejor proceder al desenmascaramiento.

Aclarado esto, paso a relatar mi historia. Mi padre falleció el pasado mes de julio después de casi un año luchando contra el cáncer. Parecía que íbamos ganando, hasta que el bicho subió a las meninges y entonces el final fue fulminante.

Cuando los opositores a la eutanasia dicen que hoy en día es posible controlar el dolor, mi reacción es muy escéptica. Durante esos meses el dolor fue como un potro salvaje y caprichoso. En varias ocasiones −como en las Navidades pasadas− hubo que ingresarlo porque la situación se nos iba de de las manos. Y eso que estábamos en las mejores manos médicas, con la intervención de una unidad de cuidados paliativos puntera.

Cuando los médicos aún no habían diagnosticado el carcinoma, él ya me advertía de que tenía “síntomas neurológicos”. Comenzaron las dificultades motrices, algunas reacciones de carácter inéditas, y unos dolores insoportables. Las pruebas dibujaron un escenario en el que las probabilidades de éxito del tratamiento eran bajísimas así que finalmente fue ingresado. El carcinoma es muy agresivo, y −nos explicó el médico a él y a mí− podía dejarlo en coma, provocar episodios epilépticos, y en todo caso padecimientos insoportables. Esto último, era innecesario decirlo: junto a las lesiones en el esófago, llevaba días con un gran dolor en la nuca y la cabeza, que no acababan de remitir ante los analgésicos. Mi padre decía al principio de la enfermedad que no había perdido el “sentido del tumor” (luego dejó de decirlo, porque a algunas personas les resultaba molesto). Delante el médico, bromeamos con algo de humor negro: de toda la vida a un Calleja le han hecho bromas dándole “entre oreja y oreja, collejas”.

Mientras se disparaban las últimas balas de un tratamiento de quimioterapia a la desesperada comenzó la sedación. Durante unos días fue como un vuelo rasante que permitiera el mínimo de conciencia evitando en lo posible el dolor. Pero pronto desapareció toda esperanza de curación, mientras seguían las molestias. Así que decidimos proceder progresivamente a la sedación profunda, de la que ya no salió. Se fue apagando, sin más tratamiento ni intervención, aunque aguantó varios días más de lo previsto en una especie de ascenso jadeante a una montaña.

Aclaro: en una clínica del Opus, la familia −de acuerdo con los médicos− decidimos suspender todo tratamiento y proceder a la sedación que duraría hasta el fallecimiento de mi padre. Hacer de esto una complicada decisión moral sería exagerar. De las cosas más abracadabrantes que se mencionan a favor de la eutanasia es el fantasma del encarnizamiento terapéutico. Esos excesos −que pertenecen a otra época− no son sino un precedente de la mentalidad eutanásica sobre la muerte: la pretensión humana de dominar el misterio de la vida sin reconocer nuestros propios límites.

Mi padre fue un hombre de fe, pero no un estoico. Sufrió con desconcierto la montaña rusa de la enfermedad y el tratamiento, pero mantuvo siempre una mirada cristiana ante lo que le sucedía. Decía que el cáncer era un “talento” al que debía sacar rendimiento, que él entendía que se traducía en su intercesión por las intenciones que le confiaban sus amigos y que anotaba en su libreta. A la vez, siguió en lo posible atendiendo alumnos, escribiendo un libro con un colega, y dando algunas clases online. En una de esas clases decía que la enfermedad le había enseñado varias cosas: a él siempre le habían interesado más los aviones, primero, y después las organizaciones, las cosas que hacemos los hombres. Ahora abría más los ojos a la belleza hecha por el Creador. Y, sobre todo, repetía con una canción italiana, “O capito che ti amo”: se sorprendía del amor que sentía en su corazón, y se sonrojaba ante el cariño que le mostraban tantas personas.

Mi padre tuvo la bendición de estar acompañado de cerca por la familia, los amigos, y el cariño en la distancia de muchos alumnos. Algunos íntimos vinieron de Madrid para saludarle una última vez. Le dio los últimos sacramentos un capellán de la clínica, amigo desde la juventud. El equipo médico, el de cuidados paliativos y las enfermeras nos atendieron con una cercanía e implicación conmovedoras. Aunque a mi padre le sacaba de quicio que −recién ingresado− una enfermera navarrica le preguntara por el “dolorico”. “Dolorazo, joder”.

Sin duda −y aquí llega mi consideración− todo esto es un privilegio. A mí me gustaría que fuera lo normal para todos, sin importar su condición socio-económica. Pero claro: eso es imponer la moral, me dicen. Y seguramente tienen razón. Pero ahora son ellos quienes imponen la suya, al menos a quien no se pueda pagar una sanidad privada.

¿Pero sabéis qué? Yo tengo un buen seguro médico, y estoy rodeado de familia y amigos que me acompañarán hasta el final, con el apoyo de profesionales. Incluso si mis proyectos o nuestro sistema colapsaran −y sin duda algunos se empeñarán en que así sea− a mí ya nadie puede quitarme lo aprendido de la sabiduría de los siglos que ahora pretende echarse por la borda sustituido por banalidades, ni una cierta intuición del sentido del sufrimiento, o la esperanza de la vida eterna.

A mí me resulta obvio −pero, como digo, no pretendo argumentarlo− que la legalización de la eutanasia no se refiere principalmente a la “libertad de quitarse la vida”, sino que altera el espacio social en todo lo referido a la muerte, desde los incentivos a las expectativas, rituales y símbolos. Y por lo tanto condiciona cualquier decisión al respecto, tanto del interesado como de los profesionales o la familia. Y el diseño mismo del sistema de salud. Porque, sobre todo, la ley de eutanasia regula la colaboración médica en actos que atentan contra la vida del paciente, alterando esa otra tarea del profesional sanitario: aliviar y acompañar en el trance del sufrimiento. Desde luego, no tiene nada que ver con evitar tratamientos inútiles. Y por supuesto, no conseguirá eliminar el sufrimiento en nuestras vidas. Quizá lo aumente, al agudizar nuestro espejismo de control.

Porque nos va a doler.


Ricardo Calleja, en theobjective.com

12/28/20

Fiesta los santos inocentes

 D. RAFAEL MOSTEYRÍN, Sacerdote.


Todos somos capaces de lo mejor y de lo peor. El Domingo de Ramos la mayoría de Jerusalén celebra la entrada de Jesús. Tres días después, muchos de los que le aclamaban por su llegada, gritan y piden que se le crucifique.

Hace apenas tres días Jesús ha nacido, y ha cambiado la historia del mundo. Hoy día 28, recordamos una matanza de niños inocentes, por odio y envidia a Jesús. Son incoherencias que se pueden repetir en la vida de cada uno de nosotros. El amor que Dios nos tiene, y nuestros pecados incumpliendo sus mandamientos. Pero mientras nos arrepintamos Dios nos perdona siempre.

El rey Herodes tenía miedo de que el Mesías, aunque fuese un recién nacido aún, le fuese a quitar el trono. Como no sabía quién era, para deshacerse de Él, piensa una de las ideas más malvadas de toda la historia de la humanidad. Para que aquel niño, que sabía que estaba indefenso, no pudiera sobrevivir, da la orden a sus soldados de que vayan a Belén.

Les pide que maten a todos los niños menores de dos años que hayan nacido en Belén, y sus alrededores (Mateo 2, 16). Pero Dios quiere salvarnos, y José es avisado –en sueños- por un ángel, que le pide que abandone la ciudad. De nuevo María sube al borriquillo, ahora con Jesús en sus brazos. Y José lleva las riendas, camino de Egipto. San José es un ejemplo de obediencia rápida, que siempre es el mayor acierto.

Herodes tuvo miedo, al descubrir que le había nacido un competidor. Es la envidia de siempre, que no le deja ver el bien de los demás. Herodes manda a los Reyes Magos a Belén, y les pide que le informen, para ir también a adorarlo: ¡qué actitud más falsa!

Sin embargo, así somos nosotros, mentimos, disimulamos, presentamos una falsa cara para conseguir lo que nos interesa.

Hace unos años Jacques Monod, premio Nobel, se declaró partidario de la permisión de  algunos tipos de aborto, durante un debate público. “¿Permitiría usted –le preguntó entonces otro médico- el aborto provocado de una mujer tuberculosa, vejada por su marido brutal y alcohólico, con defectos congénitos graves?” El científico respondió que era un caso claro para permitirlo.

El médico que le había preguntado pidió entonces un minuto de silencio al auditorio. Porque, según ese criterio, el profesor Monod habría asesinado al mismo Beethoven.

Lo más fácil casi nunca es lo conveniente, como el mismo Beethoven demostró luego, con su vida de trabajo incansable, y por eso es un genio. Lo cuento a propósito de su 250 aniversario durante este año 2020, y para que nos demos cuenta de lo que fue la matanza de los santos inocentes. Y la matanza actual de cada niño inocente, nacido o sin nacer.

Los santos inocentes son los niños que fueron asesinados, cuando ya habían nacido, por la envidia de Herodes.

Si ya es muy doloroso saber de la muerte de una persona, antes de que nazca, imagínate lo que supuso ver la muerte de todos los menores de dos años de edad, por decisión de Herodes. ¿Y eso por qué?

Es un misterio que nos lleva a pedir a Dios que el bien siempre triunfe sobre el mal. En primer lugar, en nuestra propia vida. Que el bien es lo que saca lo mejor de cada persona, y el mal lo peor. Dios no es nunca causa del mal, sino que es el hombre el que, utilizando mal su libertad, puede cometer hasta los asesinatos más tremendos.

Hoy es un día en el que tradicionalmente se hacen bromas. Es un modo de recordar la bondad de esos niños, que no tuvieron tiempo de jugar. Que fueron pura inocencia, y que estamos seguros de que fueron directamente al Cielo, al dar su vida inocentemente. Por eso son santos.

El Papa anuncia el Año “Familia ‘Amoris Laetitia’”

 GABRIEL SALES TRIGUERO


El Papa Francisco ha anunciado en un videomensaje que el próximo 19 de marzo de 2021, día del 5º Aniversario de la publicación de la Exhortación Apostólica Amoris Laetitia sobre la belleza y la alegría del amor familiar, inaugurará el Año “Familia Amoris Laetitia”.

Comenzará el día de san José y terminará con el 10º Encuentro Mundial de las Familias en Roma, el 26 de junio del año 2022.

El proyecto

Según refleja la misma página web del proyecto, se trata de una iniciativa del Papa para “llegar a todas las familias del mundo a través de diversas propuestas espirituales, pastorales y culturales que se podrán llevar a cabo en las parroquias, diócesis, universidades, movimientos eclesiales y asociaciones familiares”.

La experiencia de la pandemia, continúa, ha manifestado el “papel central de la familia como Iglesia doméstica y la importancia de los lazos comunitarios entre las familias, que hacen de la Iglesia una ‘familia de familias’”, una realidad que “merece un año de celebraciones para que sea puesta en el centro del compromiso y del cuidado”.

Objetivos

Se han desarrollado la serie de metas propuestas para el Año “Familia Amoris Laetitia”. La primera es “difundir el contenido de la exhortación apostólica” para “hacer experimentar que el Evangelio de la familia es alegría que llena el corazón y la vida entera”. Una familia, prosigue, que “descubre y experimenta la alegría de tener un don y ser a su vez un don para la Iglesia y la sociedad, puede llegar a ser una luz en la oscuridad del mundo”.

Del mismo modo, se propone “anunciar que el sacramento del matrimonio es un don y tiene en sí mismo una fuerza transformadora del amor humano. Para ello es necesario que los pastores y las familias caminen juntos en una corresponsabilidad y complementariedad pastoral, entre las diferentes vocaciones en la Iglesia”.

El tercer objetivo es “hacer a las familias protagonistas de la pastoral familiar. Para ello se requiere un esfuerzo evangelizador y catequístico dirigido a la familia, ya que una familia discípula se convierte también en una familia misionera”.

Igualmente, busca “concienciar a los jóvenes de la importancia de la formación en la verdad del amor y el don de sí mismos, con iniciativas dedicadas a ellos”, y por último “ampliar la mirada y la acción de la pastoral familiar para que se convierta en transversal, para incluir a los esposos, a los niños, a los jóvenes, a las personas mayores y las situaciones de fragilidad familiar”.

Destinatarios

En este apartado se incluyen Conferencias Episcopales, diócesis, parroquias, movimientos eclesiales y asociaciones familiares, pero sobre todo “las familias de todo el mundo”, señala el comunicado.

Esta invitación a “todas las comunidades”, sigue, es a “participar y convertirse en protagonistas con nuevas propuestas a implementar a nivel de la Iglesia local”.

Iniciativas

La estructura programática se fundamentará en distintos pilares como el fórum titulado “¿Dónde estamos con Amoris Laetitia? Estrategias para la aplicación de la exhortación apostólica del Papa Francisco”, que será del 9 al 12 de junio de 2021, con los responsables de las delegaciones de pastoral familiar de las conferencias episcopales, movimientos y asociaciones familiares internacionales.

También se preparará el proyecto “10 vídeos Amoris Laetitia”, en los que el Pontífice explicará los capítulos de su exhortación, junto con las familias que darán testimonio de algunos aspectos de su vida cotidiana. Cada mes se difundirá un vídeo para “despertar el interés pastoral por la familia en las diócesis y parroquias de todo el mundo”.

Asimismo existirá #IamChurch, una difusión de videos testimoniales sobre el protagonismo eclesial y la fe de las personas con discapacidad, y “En camino con las familias”, 12 propuestas pastorales concretas para caminar con las familias inspirándose en el documento apostólico.

Con vistas al 10º Encuentro Mundial de las Familias en Roma del año 2022, el Dicasterio para los laicos, la familia y la vida invita a diócesis y familias de todo el mundo a “difundir y profundizar las catequesis que serán distribuidas por la diócesis de Roma y a comprometerse con iniciativas pastorales en este sentido”. Por último, se celebrará una Jornada para los abuelos y las personas mayores.

Recursos

Tal y como se indica, se difundirán herramientas de espiritualidad familiar, de formación y de acción pastoral sobre la “preparación al matrimonio, la educación en la afectividad de los jóvenes, sobre la santidad de los esposos y de las familias que viven la gracia del sacramento en su vida cotidiana”.

Se organizarán simposios académicos internacionales para “profundizar el contenido y las implicaciones de la exhortación apostólica en relación con temas de gran actualidad que atañen a las familias de todo el mundo”.

12/27/20

Convoca un año especial dedicado a la familia

El Papa antes del Ángelus


Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Pocos días después de la Navidad, la liturgia nos invita a contemplar a la Sagrada Familia de Jesús, María y José. Es hermoso pensar en el hecho de que el Hijo de Dios ha querido tener, como todos los niños, la necesidad del calor de una familia. Precisamente por esto, porque es la familia de Jesús, la de Nazaret es la familia-modelo, en la que todas las familias del mundo pueden hallar su sólido punto de referencia y una firme inspiración. En Nazaret brotó la primavera de la vida humana del Hijo de Dios, en el instante en que fue concebido por obra del Espíritu Santo en el seno virginal de María. Entre las paredes acogedoras de la casa de Nazaret se desarrolló en un ambiente de alegría la infancia de Jesús, rodeado de la solicitud maternal de María y los cuidados de José, en el que Jesús pudo ver la ternura de Dios (cf. Carta apost. Patris corde, 2).

A imitación de la Sagrada Familia, estamos llamados a redescubrir el valor educativo del núcleo familiar, que debe fundamentarse en el amor que siempre regenera las relaciones abriendo horizontes de esperanza. En la familia se podrá experimentar una comunión sincera cuando sea una casa de oración, cuando los afectos sean serios, profundos, puros, cuando el perdón prevalezca sobre las discordias, cuando la dureza cotidiana del vivir sea suavizada por la ternura mutua y por la serena adhesión a la voluntad de Dios. De esta manera, la familia se abre a la alegría que Dios da a todos aquellos que saben dar con alegría. Al mismo tiempo, halla la energía espiritual para abrirse al exterior, a los demás, al servicio de sus hermanos, a la colaboración para la construcción de un mundo siempre nuevo y mejor; capaz, por tanto, de ser portadora de estímulos positivos; la familia evangeliza con el ejemplo de vida. Es cierto, en cada familia hay problemas, y a veces también se discute. “Padre, me he peleado…”; somos humanos, somos débiles, y todos tenemos a veces este hecho de que peleamos en la familia. Os diré una cosa: si nos peleamos en familia, que no termine el día sin hacer las paces. “Sí, he discutido”, pero antes de que termine el día, haz las paces. Y sabes ¿por qué? Porque la guerra fría del día siguiente es muy peligrosa. No ayuda. Y luego, en la familia hay tres palabras, tres palabras que hay que custodiar siempre: “Permiso”, “gracias”, “perdón”. “Permiso”, para no entrometerse en la vida de los demás. Permiso: ¿puedo hacer algo? ¿Te parece bien que haga esto? Permiso. Siempre, no ser entrometidos. Permiso, la primera palabra. “Gracias”: tantas ayudas, tantos servicios que nos hacemos en la familia: dar siempre las gracias. La gratitud es la sangre del alma noble. “Gracias”. Y luego, la más difícil de decir: “Perdón”. Porque siempre hacemos cosas malas y m”chas veces alguien se siente ofendido por esto: “Perdóname”, “perdóname”. No olvidéis las tres palabras: “permiso”, “gracias”, “perdón”. Si en una familia, en el ambiente familiar hay estas tres palabras, la familia está bien.


Después del Ángelus

Queridos hermanos y hermanas:

Os saludo a todos vosotros, familias, grupos y fieles, que seguís la oración del Ángelus a través de los medios de comunicación social. Mi pensamiento va en particular a las familias que en estos meses han perdido a un familiar o han sido puestas a dura prueba por las consecuencias de la pandemia. Pienso también en los médicos, los enfermeros y todo el personal sanitario cuyo gran compromiso en primera línea en la lucha contra la propagación del virus ha tenido repercusiones significativas sobre su vida familiar.

Hoy encomiendo al Señor todas las familias, especialmente las más probadas por las dificultades de la vida y por las heridas del malentendido y la división. Que el Señor, nacido en Belén, les conceda a todas la serenidad y la fuerza para caminar unidas por el camino del bien.

Y no olvidéis estas tres palabras que ayudarán tanto a vivir la unidad en la familia: “permiso” —para no ser entrometidos, respetar a los demás—, “gracias” —agradecernos mutuamente en la familia— y “perdón” cuando hacemos algo malo. Y este “perdón” —o cuando se discute— por favor decirlo antes de que termine el día: hacer las paces antes de que termine el día.

Os deseo a todos un feliz domingo y por favor no os olvidéis de rezar por mí. ¡Buen almuerzo y hasta pronto!

Fiesta de La Sagrada Familia

Domingo de la Octava de Navidad (Ciclo B)

Evangelio (Lc 2,22-40)

Y cumplidos los días de su purificación según la Ley de Moisés, lo llevaron a Jerusalén para presentarlo al Señor, como está mandado en la Ley del Señor: Todo varón primogénito será consagrado al Señor; y para presentar como ofrenda un par de tórtolas o dos pichones, según lo mandado en la Ley del Señor.

Había por entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón. Este hombre, justo y temeroso de Dios, esperaba la consolación de Israel, y el Espíritu Santo estaba en él. Había recibido la revelación del Espíritu Santo de que no moriría antes de ver al Cristo del Señor. Así, vino al Templo movido por el Espíritu. Y al entrar los padres con el niño Jesús, para cumplir lo que prescribía la Ley sobre él, lo tomó en sus brazos y bendijo a Dios diciendo:

Ahora, Señor, puedes dejar a tu siervo irse en paz,
según tu palabra
porque mis ojos han visto
tu salvación,
la que has preparado
ante la faz de todos los pueblos:
luz para iluminar a los gentiles
y gloria de tu pueblo Israel.

Su padre y su madre estaban admirados por las cosas que se decían de él.

Simeón los bendijo y le dijo a María, su madre:

−Mira, éste ha sido puesto para ruina y resurrección de muchos en Israel, y para signo de contradicción −y a tu misma alma la traspasará una espada−, a fin de que se descubran los pensamientos de muchos corazones.

Vivía entonces una profetisa llamada Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser. Era de edad muy avanzada, había vivido con su marido siete años de casada y había permanecido viuda hasta los ochenta y cuatro años, sin apartarse del Templo, sirviendo con ayunos y oraciones noche y día. Y llegando en aquel mismo momento alababa a Dios y hablaba de él a todos los que esperaban la redención de Jerusalén.

Cuando cumplieron todas las cosas mandadas en la Ley del Señor, regresaron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El niño iba creciendo y fortaleciéndose lleno de sabiduría, y la gracia de Dios estaba en él.

Comentario

Varias escenas de la infancia de Jesús recopiladas por san Lucas componen el evangelio de la solemnidad de la Sagrada Familia de este año. En estos pasajes parecen reverberar los amorosos recuerdos de la Virgen María. Cuando Jesús era apenas un recién nacido y cumplidos los días de purificación ritual de la madre, fueron a presentar al Niño al Templo. María y José debían pagar el rescate de Jesús por ser el hijo primogénito y ofrecer el sacrificio de purificación ritual para su madre. La Sagrada Familia es pobre y por eso presenta dos tórtolas.

La narración se enmarca en el ámbito del Templo de Jerusalén, al que la Sagrada Familia solía acudir devotamente, como menciona el propio Lucas un poco después (cfr. Lc 2,41). Al menos dos de esos viajes a Jerusalén y al Templo debieron grabarse especialmente en la memoria de la Sagrada Familia: la escena de la presentación, y cuando María y José perdieron al Niño con 12 años.

En el episodio de hoy, destaca la presencia de la profetisa Ana, que en aquel mismo momento alababa a Dios y hablaba de Él a la gente piadosa que esperaba la redención. También resalta el canto gozoso de Simeón y sus importantes vaticinios acerca del Niño, quien sería signo de contradicción para el mundo, y acerca de la Virgen, a cuya alma pura atravesaría una espada.

El día de la presentación de Jesús estuvo bañado por tanto de un claroscuro de alegría y dolor. En cierto sentido, la sombra de la futura cruz se proyectaba anticipadamente sobre los corazones de María y José; aunque la luz pascual de la salvación también se vislumbraba y era cantada y divulgada por mujeres y hombres de Dios.

En toda la escena la Sagrada Familia aparece como modelo de virtud y vida familiar corriente. Por un lado, Lucas señala hasta tres veces que todo lo hicieron “según la ley del Señor”. Esta expresión subraya la piadosa docilidad de la Sagrada Familia a las disposiciones mosaicas. También la Sagrada Familia acudió a Belén para empadronarse, manifestando su docilidad a la autoridad civil. Son lecciones de humildad y obediencia para cumplir por nuestra parte lo que dispone la autoridad competente y legítima, tanto religiosa como civil.

Después Lucas cuenta, en un breve sumario, lo que puede ser un recuerdo muy propio de unos padres que observan con gozo y asombro cómo un niño crece y madura rápidamente. Todo en la infancia de Jesús y en la vida de la Sagrada Familia discurriría con sencillez y naturalidad. Su manera fiel de cumplir la ley de Dios cuando iban al Templo se reflejaría también en toda su vida ordinaria, en su trato con los demás, en su manera de trabajar y descansar y hasta en su porte externo.

“Jesús, creciendo y viviendo como uno de nosotros, nos revela que la existencia humana, el quehacer corriente y ordinario, tiene un sentido divino −decía san Josemaría−. Por mucho que hayamos considerado estas verdades, debemos llenarnos siempre de admiración al pensar en los treinta años de oscuridad, que constituyen la mayor parte del paso de Jesús entre sus hermanos los hombres. Años de sombra, pero para nosotros claros como la luz del sol. Mejor, resplandor que ilumina nuestros días y les da una auténtica proyección, porque somos cristianos corrientes, que llevamos una vida ordinaria, igual a la de tantos millones de personas en los más diversos lugares del mundo”.


Fuente: opusdei.org

12/26/20

‘El Niño de Belén conceda fraternidad a la tierra que lo vio nacer’

Discurso de Navidad del Papa, ayer antes de la bendición Urbi et Orbi


¡Queridos hermanos y hermanas, feliz Navidad!

Quisiera hacer llegar a todos el mensaje que la Iglesia anuncia en esta fiesta, con las palabras del profeta Isaías: «Un niño nos ha nacido, un hijo se os ha dado» (Is 9,5).

Ha nacido un niño: el nacimiento es siempre fuente de esperanza, es vida que brota, es promesa de futuro. Y este Niño, Jesús, ha “nacido por nosotros”: un nosotros sin límites, sin privilegios ni exclusiones. El Niño que la Virgen María dio a luz en Belén ha nacido para todos: es el “hijo” que Dios ha dado a toda la familia humana.

Gracias a este Niño, todos podemos dirigirnos a Dios llamándolo “Padre”, “Papá”. Jesús es el Unigénito; ningún otro conoce al Padre, si no Él. Pero Él vino al mundo precisamente para revelarnos el rostro del Padre celestial. Y así, gracias a este Niño, todos podemos llamarnos y ser realmente hermanos: de todo continente, de cualquier lengua y cultura, con nuestra identidad y diversidad, pero todos hermanos y hermanas.

En este momento histórico, marcado por la crisis ecológica y graves desequilibrios económicos y sociales, agravados por la pandemia del coronavirus, necesitamos más que nunca fraternidad. Y Dios nos la ofrece dándonos a su Hijo Jesús: no una fraternidad hecha de bonitas palabras, de ideales abstractos, de vagos sentimientos… No. Una fraternidad basada en el amor real, capaz de encontrar al otro distinto de mí, de com-padecer sus sufrimientos, de acercarse y cuidarlos aunque no sea de mi familia, de mi etnia, de mi religión; es diferente de mí pero es mi hermano, es mi hermana. Y esto vale también para las relaciones entre pueblos y naciones: ¡todos hermanos!

En la Navidad celebramos la luz de Cristo que viene al mundo y viene para todos: no solo para algunos. Hoy, en este tiempo de oscuridad e incertidumbres por la pandemia, aparecen diversas luces de esperanza, como el descubrimiento de las vacunas. Pero para que esas luces puedan iluminar y llevar esperanza al mundo entero, deben estar a disposición de todos. No podemos dejar que los nacionalismos cerrados nos impidan vivir como la verdadera familia humana que somos. No podemos tampoco dejar que el virus del individualismo radical nos venza y nos haga vuelva indiferentes al sufrimiento de otros hermanos y hermanas. No puedo ponerme por delante de los demás, poniendo las leyes del mercado y las patentes de invención por encima de las leyes del amor y la salud de la humanidad. Pido a todos, responsables de los Estados, empresas, organismos internacionales, que promuevan la cooperación y no la competencia, y buscar una solución para todos: vacunas para todos, especialmente para los más vulnerables y necesitados de todas las regiones del Planeta. ¡En primer lugar, los más vulnerables y necesitados!

Así pues, que el Niño de Belén nos ayude a estar disponibles, generosos y solidarios, especialmente con las personas más frágiles, los enfermos y cuantos en este tiempo se han encontrado sin trabajo o están en graves dificultades por las consecuencias económicas de la pandemia, así como las mujeres que en estos meses de confinamiento han padecido violencia doméstica.

Ante un reto que no conoce fronteras, no se pueden levantar barreras. Estamos todos en la misma barca. Cada persona es mi hermano. En cada uno veo reflejado el rostro de Dios y en cuantos sufren descubro al Señor que pide mi ayuda. Lo veo en el enfermo, en el pobre, en el desocupado, en el marginado, en el emigrante y en el refugiado: ¡todos hermanos y hermanas!

En el día en que el Verbo de Dio se hace niño, volvamos la mirada a los muchos niños que en todo el mundo, especialmente en Siria, en Irak y en Yemen, aún siguen pagando el alto precio de la guerra. Que sus caras remueven las conciencias de los hombres de buena voluntad, para que se afronten las causas de los conflictos y se dediquen con valentía a construir un futuro de paz.

Que este sea el tiempo propicio para para aliviar las tensiones en todo Oriente Medio y el Mediterráneo Oriental.

Que Jesús Niño cure las heridas del querido pueblo sirio, que durante la última década está agotado por la guerra y sus consecuencias, agravadas aún más por la pandemia. Que pueda brindar consuelo al pueblo iraquí y a todos los que están comprometidos en el camino de la reconciliación, especialmente a los yazidies, gravemente afectados por los últimos años de guerra. Que traiga la paz a Libia y permita que la nueva fase de las negociaciones en curso ponga fin a todas las formas de hostilidad en el país.

Que el Niño de Belén dé fraternidad a la tierra que lo vio nacer. Que israelíes y palestinos puedan recuperar la confianza mutua para buscar una paz justa y duradera a través de un diálogo directo, capaz de vencer la violencia y de superar endémicos resentimientos, para mostrar al mundo la belleza de la fraternidad.

Que la estrella que iluminó la noche de Navidad sea guía y ánimo para el pueblo libanés, para que, en las dificultades que atraviesa, con el apoyo de la comunidad internacional no pierda la esperanza. Que el Príncipe de Paz ayude a los líderes del país a dejar de lado intereses particulares y a comprometerse con seriedad, honestidad y transparencia para que el Líbano pueda seguir un camino de reforma y continuar en su vocación de libertad y convivencia pacífica.

Que el Hijo del Altísimo apoye el compromiso de la comunidad internacional y de los países involucrados de continuar el alto el fuego en Nagorno-Karabaj, así como en las regiones orientales de Ucrania, y favorezca el diálogo como único camino que conduce a la paz y la reconciliación.

Que el Divino Niño alivie el sufrimiento de las poblaciones de Burkina Faso, Mali y Níger, golpeadas por una grave crisis humanitaria, en cuya base hay extremismo y conflictos armados, pero también la pandemia y otros desastres naturales; que cese la violencia en Etiopía, donde, debido a los enfrentamientos, muchas personas se ven obligadas a huir; brinde consuelo a los habitantes de la región de Cabo Delgado en el norte de Mozambique, víctimas de la violencia del terrorismo internacional; animar a los líderes de Sudán del Sur, Nigeria y Camerún a continuar el camino de fraternidad y diálogo emprendido.

Que el Verbo Eterno del Padre sea fuente de esperanza para el continente americano, particularmente afectado por el coronavirus, que ha agravado los múltiples sufrimientos que lo oprimen, agravados muchas veces por las consecuencias de la corrupción y el narcotráfico. Que ayude a superar las recientes tensiones sociales en Chile y a poner fin al sufrimiento del pueblo venezolano.

Que el Rey del Cielo proteja a las poblaciones asoladas por desastres naturales en el sudeste asiático, particularmente en Filipinas y Vietnam, donde numerosas tormentas han provocado inundaciones con devastadoras repercusiones en las familias que viven en esas tierras, en términos de pérdidas de vidas humanas, daños al medio ambiente y consecuencias para las economías locales.

Y pensando en Asia, no puedo olvidar al pueblo rohingya: que Jesús, nacido pobre entre los pobres, traiga esperanza en su sufrimiento.

Queridos hermanos y hermanas, «un niño nos ha nacido» (Is 9,5). ¡Vino a salvarnos! Él nos anuncia que el dolor y el mal no son la última palabra. Resignarse a las violencias e injusticias querría decir rechazar la alegría y la esperanza de la Navidad.

En esta fiesta, dirijo un pensamiento especial a quienes no se dejan agobiar por las circunstancias adversas, sino que se esfuerzan por llevar esperanza, consuelo y ayuda, ayudando a los que sufren y acompañando a los que están solos.

Jesús nació en un establo, pero envuelto en el amor de la Virgen María y San José. Al nacer en la carne, el Hijo de Dios consagró el amor familiar. Mi pensamiento en este momento se dirige a las familias: a quienes no pueden reunirse hoy, así como a quienes se ven obligados a quedarse en casa. Que la Navidad sea una oportunidad para que todos redescubran la familia como cuna de vida y de fe; lugar de amor acogedor, de diálogo, de perdón, de solidaridad fraterna y de alegría compartida, fuente de paz para toda la humanidad.

¡Feliz Navidad a todos!


Palabras del Papa después de la Bendición

Queridos hermanos y hermanas, renuevo mis deseos de una Feliz Navidad a todos, conectados desde todo el mundo, por radio, televisión y otros medios de comunicación. Os agradezco vuestra presencia espiritual en este día caracterizado por la alegría. En estos días, en los que el clima navideño invita a ser mejores y más fraternos, no olvidemos de rezar por las familias y comunidades que viven entre tanto sufrimiento. Por favor, también seguid rezando por mí. ¡Buen almuerzo navideño y adiós!

“Los gestos de amor cambian la historia”

El Papa ayer antes del Ángelus


Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Ayer el Evangelio hablaba de Jesús como “luz verdadera” que viene al mundo, luz que “brilla en las tinieblas” y que “las tinieblas no la vencieron” (Jn 1,9.5). Hoy vemos al testigo de Jesús, san Esteban, que brilla en las tinieblas. Fue acusado falsamente y lapidado brutalmente, pero en las tinieblas del odio hace brillar la luz de Jesús: reza por los que le están matando y los perdona. Es el primer mártir, es decir, testigo, el primero de una gran multitud de hermanos y hermanas que siguen llevando luz a las tinieblas: personas que responden al mal con el bien, que no ceden a la violencia y la mentira, sino que rompen la espiral del odio con la mansedumbre del amor. Estos testigos iluminan el alba de Dios en las noches del mundo.

Pero, ¿cómo se convierte uno en testigo? Imitando a Jesús. Este es el camino para todo cristiano: imitar a Jesús. San Esteban nos da el ejemplo: Jesús había venido para servir y no para ser servido (cf. Mc 10,45), y él vive para servir: se hace diácono, es decir, servidor, y sirve a los pobres en las mesas (cf. Hch 6,2). Trata de imitar al Señor todos los días y lo hace hasta el final: al igual que Jesús es capturado, condenado y asesinado fuera de la ciudad y, como Jesús, reza y perdona. Dice mientras le apedreaban: “Señor, no les tengas en cuenta este pecado” (7,60).

Sin embargo, podría surgir una pregunta: ¿hacen falta realmente estos testimonios de bondad cuando en el mundo se propaga la maldad? ¿Para qué sirve rezar y perdonar? ¿Solo para dar un buen ejemplo? No, es mucho más. Lo descubrimos por un detalle. Entre aquellos por los que Esteban rezaba y a los que perdonaban había, dice el texto, “un joven, llamado Saulo” (v. 58), que “aprobaba su muerte” (8,1). Poco después, por la gracia de Dios, Saulo se convierte y deviene Pablo, el más grande misionero de la historia. Pablo nace por la gracia de Dios, pero a través del perdón de Esteban. Esta es la semilla de su conversión. Es una prueba de que los gestos de amor cambian la historia: incluso los pequeños, ocultos, cotidianos. Porque Dios guía la historia a través del humilde valor de quien reza, ama y perdona

Es válido también para nosotros. El Señor quiere que hagamos de la vida una obra extraordinaria a través de los gestos de todos los días. En el lugar donde vivimos, en familia, en el trabajo, en todas partes, estamos llamados a ser testigos de Jesús, aunque solo sea regalando la luz de una sonrisa y huyendo de las sombras de las habladurías y los chismes. Y, si vemos algo que no va bien, en lugar de criticar, chismorrear y quejarnos, recemos por quienes se equivocaron y por esa difícil situación. Y cuando surja una discusión en casa, en lugar de intentar prevalecer, intentemos resolver; y empezar de nuevo cada vez, perdonando a los que nos han ofendido. San Esteban, mientras recibía las piedras del odio, devolvía palabras de perdón. Así cambió la historia. También nosotros podemos transformar el mal en bien todos los días, como sugiere un hermoso proverbio que dice: “Haz como la palmera, le tiran piedras y deja caer dátiles”.



Recemos hoy por los que sufren persecución por el nombre de Jesús. Lamentablemente son muchos. Encomendamos a la Virgen María estos hermanos y hermanas nuestros, que responden a la opresión con mansedumbre y, como verdaderos testigos de Jesús, vencen el mal con el bien.


Después del Ángelus

Queridos hermanos y hermanas:

Os saludo a todos vosotros, familias, grupos y fieles que seguís este momento de oración a través de los medios de comunicación social. Tenemos que hacerlo así, para evitar que la gente venga a la Plaza. Y de este modo colaborar con las disposiciones que han dado las Autoridades, para ayudarnos a todos a huir de esta pandemia.

Que el clima de alegría navideña, que hoy se prolonga y aún nos llena el corazón, despierte en todos, el deseo de contemplar a Jesús en el pesebre, para luego servirlo y amarlo en las personas que nos rodean. En estos días he recibido felicitaciones de Roma y de otras partes del mundo. Es imposible responder a cada uno, pero aprovecho y expreso ahora mi gratitud, sobre todo por el don de la oración, que hacéis por mí y que correspondo de buen grado.

Feliz día de San Esteban. Por favor seguid rezando por mí.

¡Buen almuerzo y hasta pronto!

12/25/20

Oración por la fraternidad humana

Mensaje Urbi et Orbi del Papa


Queridos hermanos y hermanas: ¡Feliz Navidad!

Deseo hacer llegar a todos el mensaje que la Iglesia anuncia en esta fiesta, con las palabras del profeta Isaías: “Un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado” (Is 9,5).

Ha nacido un niño: el nacimiento es siempre una fuente de esperanza, es la vida que florece, es una promesa de futuro. Y este Niño, Jesús, “ha nacido para nosotros”: un nosotros sin fronteras, sin privilegios ni exclusiones. El Niño que la Virgen María dio a luz en Belén nació para todos: es el “hijo” que Dios ha dado a toda la familia humana.


Gracias a este Niño, todos podemos dirigirnos a Dios llamándolo “Padre”, “Papá”. Jesús es el Unigénito; nadie más conoce al Padre sino Él. Pero Él vino al mundo precisamente para revelarnos el rostro del Padre. Y así, gracias a este Niño, todos podemos llamarnos y ser verdaderamente hermanos: de todos los continentes, de todas las lenguas y culturas, con nuestras identidades y diferencias, sin embargo, todos hermanos y hermanas.

En este momento de la historia, marcado por la crisis ecológica y por los graves desequilibrios económicos y sociales, agravados por la pandemia del coronavirus, necesitamos más que nunca la fraternidad.

Y Dios nos la ofrece dándonos a su Hijo Jesús: no una fraternidad hecha de bellas palabras, de ideales abstractos, de sentimientos vagos… No. Una fraternidad basada en el amor real, capaz de encontrar al otro que es diferente a mí, de compadecerse de su sufrimiento, de acercarse y de cuidarlo, aunque no sea de mi familia, de mi etnia, de mi religión; es diferente a mí pero es mi hermano, es mi hermana. Y esto es válido también para las relaciones entre los pueblos y las naciones: Hermanos todos.


En Navidad celebramos la luz de Cristo que viene al mundo y Él viene para todos, no sólo para algunos. Hoy, en este tiempo de oscuridad y de incertidumbre por la pandemia, aparecen varias luces de esperanza, como el desarrollo de las vacunas.

Pero para que estas luces puedan iluminar y llevar esperanza al mundo entero, deben estar a disposición de todos. No podemos dejar que los nacionalismos cerrados nos impidan vivir como la verdadera familia humana que somos.

No podemos tampoco dejar que el virus del individualismo radical nos venza y nos haga indiferentes al sufrimiento de otros hermanos y hermanas. No puedo ponerme a mí mismo por delante de los demás, colocando las leyes del mercado y de las patentes por encima de las leyes del amor y de la salud de la humanidad.

Pido a todos: a los responsables de los estados, a las empresas, a los organismos internacionales, de promover la cooperación y no la competencia, y de buscar una solución para todos. Vacunas para todos, especialmente para los más vulnerables y necesitados de todas las regiones del planeta. ¡Poner en primer lugar a los más vulnerables y necesitados!

Que el Niño de Belén nos ayude, pues, a ser disponibles, generosos y solidarios, especialmente con las personas más frágiles, los enfermos y todos aquellos que en este momento se encuentran sin trabajo o en graves dificultades por las consecuencias económicas de la pandemia, así como con las mujeres que en estos meses de confinamiento han sufrido violencia doméstica.

Ante un desafío que no conoce fronteras, no se pueden erigir barreras. Estamos todos en la misma barca. Cada persona es mi hermano. En cada persona veo reflejado el rostro de Dios y, en los que sufren, vislumbro al Señor que pide mi ayuda. Lo veo en el enfermo, en el pobre, en el desempleado, en el marginado, en el migrante y en el refugiado: todos hermanos y hermanas.

En el día en que la Palabra de Dios se hace niño, volvamos nuestra mirada a tantos niños que en todo el mundo, especialmente en Siria, Irak y Yemen, están pagando todavía el alto precio de la guerra. Que sus rostros conmuevan las conciencias de las personas de buena voluntad, de modo que se puedan abordar las causas de los conflictos y se trabaje con valentía para construir un futuro de paz.

Que este sea el momento propicio para disolver las tensiones en todo Oriente Medio y en el Mediterráneo oriental.

Que el Niño Jesús cure nuevamente las heridas del amado pueblo de Siria, que desde hace ya un decenio está exhausto por la guerra y sus consecuencias, agravadas aún más por la pandemia. Que lleve consuelo al pueblo iraquí y a todos los que se han comprometido en el camino de la reconciliación, especialmente a los yazidíes, que han sido duramente golpeados en los últimos años de guerra. Que porte paz a Libia y permita que la nueva fase de negociaciones en curso acabe con todas las formas de hostilidad en el país.

Que el Niño de Belén conceda fraternidad a la tierra que lo vio nacer. Que los israelíes y los palestinos puedan recuperar la confianza mutua para buscar una paz justa y duradera a través del diálogo directo, capaz de acabar con la violencia y superar los resentimientos endémicos, para dar testimonio al mundo de la belleza de la fraternidad.

Que la estrella que iluminó la noche de Navidad sirva de guía y aliento al pueblo del Líbano para que, en las dificultades que enfrenta, con el apoyo de la Comunidad internacional no pierda la esperanza. Que el Príncipe de la Paz ayude a los dirigentes del país a dejar de lado los intereses particulares y a comprometerse con seriedad, honestidad y transparencia para que el Líbano siga un camino de reformas y continúe con su vocación de libertad y coexistencia pacífica.


Que el Hijo del Altísimo apoye el compromiso de la comunidad internacional y de los países involucrados de mantener el cese del fuego en el Alto Karabaj, como también en las regiones orientales de Ucrania, y a favorecer el diálogo como única vía que conduce a la paz y a la reconciliación.

Que el Divino Niño alivie el sufrimiento de las poblaciones de Burkina Faso, de Malí y de Níger, laceradas por una grave crisis humanitaria, en cuya base se encuentran extremismos y conflictos armados, pero también la pandemia y otros desastres naturales; que haga cesar la violencia en Etiopía, donde, a causa de los enfrentamientos, muchas personas se ven obligadas a huir; que consuele a los habitantes de la región de Cabo Delgado, en el norte de Mozambique, víctimas de la violencia del terrorismo internacional; y aliente a los responsables de Sudán del Sur, Nigeria y Camerún a que prosigan el camino de fraternidad y diálogo que han emprendido.

Que la Palabra eterna del Padre sea fuente de esperanza para el continente americano, particularmente afectado por el coronavirus, que ha exacerbado los numerosos sufrimientos que lo oprimen, a menudo agravados por las consecuencias de la corrupción y el narcotráfico. Que ayude a superar las recientes tensiones sociales en Chile y a poner fin al sufrimiento del pueblo venezolano.

Que el Rey de los Cielos proteja a los pueblos azotados por los desastres naturales en el sudeste asiático, especialmente en Filipinas y Vietnam, donde numerosas tormentas han causado inundaciones con efectos devastadores para las familias que viven en esas tierras, en términos de pérdida de vidas, daños al medio ambiente y repercusiones para las economías locales.


Y pensando en Asia, no puedo olvidar al pueblo Rohinyá: Que Jesús, nacido pobre entre los pobres, lleve esperanza a su sufrimiento.

Queridos hermanos y hermanas:

“Un niño nos ha nacido” (Is 9,5). ¡Ha venido para salvarnos! Él nos anuncia que el dolor y el mal no tienen la última palabra. Resignarse a la violencia y a la injusticia significaría rechazar la alegría y la esperanza de la Navidad.

En este día de fiesta pienso de modo particular en todos aquellos que no se dejan abrumar por las circunstancias adversas, sino que se esfuerzan por llevar esperanza, consuelo y ayuda, socorriendo a los que sufren y acompañando a los que están solos.

Jesús nació en un establo, pero envuelto en el amor de la Virgen María y san José. Al nacer en la carne, el Hijo de Dios consagró el amor familiar. Mi pensamiento se dirige en este momento a las familias: a las que no pueden reunirse hoy, así como a las que se ven obligadas a quedarse en casa. Que la Navidad sea para todos una oportunidad para redescubrir la familia como cuna de vida y de fe; un lugar de amor que acoge, de diálogo, de perdón, de solidaridad fraterna y de alegría compartida, fuente de paz para toda la humanidad.

A todos, ¡Feliz Navidad!