Padre Antonio Rivero L.C
COMENTARIO A LA LITURGIA DOMINICAL
Solemnidad de la Inmaculada Concepción - Ciclo C
Textos: Gn 3, 9-15.20; Ef 1, 3-6.11-12; Lc 1, 26-38
Idea principal: María Inmaculada es un monumento a la misericordia de Dios.
Síntesis del mensaje: El Papa Francisco dice: “Esta fiesta litúrgica indica el modo de obrar de Dios desde los albores de nuestra historia. Después del pecado de Adán y Eva, Dios no quiso dejar la humanidad en soledad y a merced del mal.
Por esto pensó y quiso a María santa e inmaculada en el amor (cfr Ef 1,4), para que fuese la Madre del Redentor del hombre. Ante la gravedad del pecado, Dios responde con la plenitud del perdón. La misericordia siempre será más grande que cualquier pecado y nadie podrá poner un límite al amor de Dios que perdona.
En la fiesta de la Inmaculada Concepción tendré la alegría de abrir la Puerta Santa. En esta ocasión será una Puerta de la Misericordia, a través de la cual cualquiera que entrará podrá experimentar el amor de Dios que consuela, que perdona y ofrece esperanza” (Bula, Misericordiae Vultus, n. 3).
Puntos de la idea principal:
En primer lugar, las tres personas divinas derramaron su misericordia sobre esta mujer, de la estirpe humana. Primero, Dios Padre al querer asociarla al misterio de la Encarnación y hacerla Madre de su propio Hijo, escoge una mujer a quien, desde el origen de su existencia, adornó de una santidad esplendorosa.
Segundo, Dios Hijo, al elegir a su propia Madre, debía mostrar para ella el amor del mejor de los hijos, de un hijo que quiere hacer a su madre todo el bien posible, admitiéndola a la participación de sus tesoros y de sus riquezas; por eso desde el primer instante de la concepción la adornó con la más alta pureza y santidad, no borrando una mancha ya contraída sino preservándola de todo pecado.
Y tercero, Dios Espíritu Santo, por su parte, para formar en María al Verbo Encarnado y así elevarla a la dignidad de Esposa suya, requería una creatura que siempre hubiera sido perfectamente santa; no bastando para ello los dones correspondientes a los demás hombres, desde toda la eternidad se decidió llevar a cabo este privilegio que enriquecía a María con todas las gracias inimaginables y la elevaría a una santidad muy superior a la de todos los ángeles y santos juntos: “Toda hermosa eres, María, no hay mancha en ti”, canta la Iglesia.
En segundo lugar, ¿qué hizo María delante de este plan maravilloso y misericordioso de Dios? María no puso obstáculos a Dios. Al contrario, se puso a disposición de Él, desde la humildad, y dio el consentimiento de su fe al anuncio de su vocación. Aquí María demostró también su gran misericordia para con el género humano.
Y así aparece como la primicia de la salvación, como la estrella de la mañana que anuncia a Cristo, «sol de justicia» (Cf. Mal 3,20), como la primera creatura surgida del poder redentor de Cristo, como aquella que ha sido redimida de modo eminente y misericordioso por Dios en atención a los méritos de Jesucristo, Salvador del género humano.
El plan del Padre que quería enviar a su Hijo a la humanidad exigía, para la mujer destinada a llevarlo en su seno, una perfecta santidad que fuese reflejo de la santidad divina. Ella que no conoció el pecado, está en el centro de esta enemistad entre el demonio y la estirpe humana redimida por Jesucristo, la estirpe de los hijos de Dios.
Ella aparece en medio de esta singular batalla como la aurora que anuncia la victoria definitiva de la luz sobre la obscuridad. Ella va al frente de ese grande peregrinar de la Iglesia hacia la casa del Padre. En medio de las tempestades que por todas partes nos apremian, ella, Madre llena de misericordia, no abandona a los hombres que peregrinan en el claro oscuro de la fe. Ella es signo de segura esperanza y ardiente caridad.
Finalmente, ¿a qué nos invita esa solemnidad de la Inmaculada Concepción a nosotros? San Pablo nos responde en la segunda lectura de hoy, escrita a los efesios: el Padre nos ha elegido desde la eternidad en Cristo para ser santos e inmaculados en su presencia en el amor.
Esto requiere de nosotros una lucha ascética, que dura toda nuestra vida, contra el pecado. Sabemos que el pecado original, aunque es cancelado por el bautismo, normalmente deja en el interior del hombre un desorden que tiene que ser superado, deja una propensión hacia el pecado, que tiene que ser vencida con la gracia y con el esfuerzo humano (Cf. Conc. Trid. Decretum De iustificatione cap. 10).
El hombre se da cuenta de que en su interior, por ser creatura herida por el pecado, se combaten dos fuerzas antagónicas: el bien y el mal. No todo aquello que nace espontáneamente en el interior del hombre, es bueno por sí mismo. Se requiere un sano y serio discernimiento de los propios pensamientos e intenciones para elegir, a la luz de Dios y de su palabra, aquello que es bueno y santo. En consecuencia, la vida humana y cristiana se revela como una «lucha» contra el mal (Cf. Gaudium et spes 13,15).
Una lucha en la que Dios está de parte del hombre y en la que el hombre debe elegir libremente la parte de Dios. El cristiano, pues, tiene la misión de entablar este combate contra el pecado en sí mismo, pero al mismo tiempo debe luchar para que los demás no caigan en el pecado. Debe luchar para que la buena noticia de la salvación en Jesucristo llegue a todos los hombres.
El cristiano, así, se encuentra con María, en el centro de esa enemistad entre el demonio y la estirpe humana y su responsabilidad no es pequeña en la historia de la salvación. Con su vida y con su muerte debe dar testimonio de que la salvación está presente en Cristo Jesús, camino, verdad y vida, y que el amor de Dios es más fuerte que todo pecado. Somos colaboradores de la misericordia de Dios, luchando contra el pecado en nuestra vida y en la vida de nuestros hermanos.
Para reflexionar: ¿lucho contra el pecado, contra el demonio y sus acechanzas? ¿Vigilo atentamente para rechazar las tentaciones que me ofrece el mundo: el placer desordenado, la avaricia, el desenfreno sexual, las pasiones?
¿Tengo misericordia del mundo ante las amenazas del maligno hoy: la manipulación genética, la corrupción del lenguaje que llega a ser ya guerra semántica, la amenaza de una destrucción total, el eclipse de la razón ante temas fundamentales como son la familia, la defensa de la vida desde su concepción hasta su término natural, el relativismo y el nihilismo que conducen a la pérdida total de los valores?
Para rezar: Meditemos en estos versos: