Enrique García-Máiquez
Con la eutanasia instauraremos dos castas de muertos como ya hay dos castas de fetos
También me espanta del aborto la diferencia que inyecta en el lenguaje. Cualquier pareja que espera se refiere con amor a su hijo como hijo y niño desde el primer predictor, con independencia de lo que piense de la ley del aborto. Salvo si va a realizar o realizó un aborto, que entonces usa apenas un pronombre demostrativo: «Eso». Que no diré qué demuestra, porque se ve.
Con la eutanasia, el lenguaje tendrá que adaptarse paralelamente a la nueva realidad. La muerte dejará de igualar a todos («democracia de ultratumba», fue para los clásicos). Instauraremos dos castas de muertos como ya hay dos castas de fetos. Unos serán los muertos amados hasta el último suspiro y más allá. Otros, no podrán ser nombrados sin una insoportable desazón en la conciencia.
La eutanasia va a cambiar radicalmente nuestra relación con los muertos; y saldremos perdiendo los vivos. Cuando murió mi madre, el mejor consejo que me dieron (el poeta José Mateos) fue que no me resignase a la distancia. Los muertos queridos están deseando sentirnos cerca y que nosotros los sintamos a ellos. A poco que uno ponga de su parte, la intimidad se mantiene intacta. «La muerte no interrumpe nada», escribió Luis Rosales, que ni imaginó la posibilidad de esa interrupción radical que sí es, en cambio, la eutanasia.
Ya veníamos empujando a la muerte fuera de nuestras vidas, como denuncia con más razón que un santo Houellebecq, gran defensor del enterramiento tradicional, y como estudió el gran Philippe Ariès en Historia de la muerte en Occidente. Se han erosionado la memoria en carne viva, las visitas al cementerio, las fotos en casa y las anécdotas de los mayores que se cuentan a los nietos para mantener encendida la llama de la sangre. La eutanasia será (si perdonan el humor negro) la puntilla. Porque no podremos mirar a esos muertos de frente cuando les hemos dado la espalda. La voluntariedad de la eutanasia, que alguno se apresurará a recordarme, no quita que la espalda sin duda se la dimos, independientemente de que la inyección letal fuese por la espalda o por gotero.
La eutanasia rompe la cadena de solidaridad, respeto, duelo y memoria que une a los muertos con los vivos, a los enfermos con los sanos, a los débiles con los fuertes y a los que estuvieron con los que vendrán. Observen, si lo dudan, los extraños tics que empezarán a aparecer en nuestro lenguaje como una subconsciente confesión de culpa.
Enrique García-Máiquez, en diariodecadiz.es