Observatorio de Bioética – Universidad Católica de Valencia
La transmisión aérea del coronavirus en forma de aerosoles, microgotas de menos de 100 micras de tamaño, parece ser la vía fundamental de contagio de la Covid-19, tal como ya hemos documentado previamente desde nuestro Observatorio. El consenso científico al respecto es cada vez mayor, con la escandalosa excepción de la OMS, que, a fecha de hoy, sigue sin recoger en su información oficial, la evidencia de la transmisión por aerosoles como la principal fuente de contagio de la enfermedad.
La falta de agilidad de este organismo para incorporar las evidencias científicas en los protocolos en informes relacionados con la Covid-19resulta muy preocupante, máxime cuando se supone que sus decisiones y comunicados constituyen un referente para epidemiólogos y organismos reguladores a la hora de establecer criterios de prevención y abordaje de las cadenas de contagio.
Se hace urgente una rectificación de las posiciones mantenidas hasta ahora, que sostienen la transmisión por gotículas, con alcance de hasta 2 metros, junto al contacto, como las vías fundamentales de contagio. Fruto de esta posición, surgen errores incomprensibles en las estrategias de prevención adoptadas por las autoridades, como la limitación al acceso a jardines o parques públicos y la posibilidad de confluencia de grupos de personas en espacios cerrados sin la debida ventilación ni protección individual, como fiestas, banquetes o celebraciones de otro tipo.
La confirmación de la transmisión por aerosoles explica la alta transmisibilidad de este virus y las altas tasas de contagio entre personas que guardan la consabida distancia de seguridad, prácticamente inútil si el virus viaja en microgotas que quedan suspendidas en el aire durante horas, desplazándose mucho más de dos metros. La falsa sensación de seguridad que otorga situarse a 2 metros de otra persona ha propiciado la relajación en la adopción de otras medidas de protección, como el uso de mascarillas eficaces (no todas lo son) para evitar el contagio o la ventilación de los espacios cerrados.
Durante meses hemos contemplado colas de personas en las aceras esperando entrar en un supermercado, manteniendo escrupulosamente los dos metros de seguridad, cuando hoy sabemos que es en los espacios abiertos donde la probabilidad de contagio es menor, porque es allí donde los aerosoles se dispersan con rapidez. Lo mismo puede afirmarse de parques y jardines, que han sido rigurosamente clausurados en muchas ocasiones durante este tiempo para evitar que los niños o adultos pudieran contagiarse por tocar objetos contaminados o ser alcanzados por la gotículas de metro y medio de alcance. Nada más alejado de la evidencia. Son los espacios abiertos los lugares más seguros, y el contagio exclusivo por contacto con superficies contaminadas no ha podido ser demostrado hasta hoy ni en un solo caso en todo el mundo.
Por el contrario, los espacios cerrados con pobre ventilación son los sitios con mayor riesgo de contagio, porque es allí donde un supuesto contagiador va emitiendo sus aerosoles conteniendo el virus, mientras respira, habla, canta o grita. Estos aerosoles se irán concentrando más cuanto más tiempo se permanezca en este espacio cerrado, cuanto más reducido sea su volumen y cuanto menos se renueve su atmósfera. Por tanto, a mayor tamaño de la estancia, a menor tiempo de permanencia, y a mayor renovación del aire, menor riesgo de contagio.
En un reciente artículo publicado en Science, el pasado 23 de octubre, se puntualizan algunos aspectos sobre cómo se difunde el virus y lo poco que aún se sabe sobre ello, especialmente en lo que hace referencia a las diversas rutas de transmisión, al papel que juegan los infectados asintomáticos o presintomáticos y a como se puede transmitir el virus en lugares específicos.
Entre las cosas que en él se comentan, a nuestro juicio, la de mayor de interés es lo que hace referencia a un amplio estudio, que incluye 59.000 casos, realizado en Corea del Sur, en el que se determina que los contagios que se producen en los hogares son seis veces mayores que los que se dan en cualquier otro sitio, pues en ese país los contagios en los hogares suponen el 57% de todos los casos.
Otro aspecto importante a destacar es la existencia de lo que los autores denominan “superdispersión (overdispersion)” en la transmisión del virus. La “superdispersión” indica que hay más variación de la que se creía en la homogeneidad de la transmisión del virus, y que, en los contagios, y esto nos parece importante, un pequeño número de contagiadores son responsables de la mayoría de las infecciones, sugiriéndose que menos del 10% de los contagiadores causan más del 80% de dichas infecciones.
Otro hecho a comentar, es que la “superdispersión” implica que la mayoría de los individuos infectados no son, o son poco contagiadores, por lo que en las pautas que se siguen para evitar o reducir las infecciones habrá que tener en consideración especialmente los dos aspectos referidos: la trasmisión en los hogares y la existencia de personas supercontagiadoras.
En otro trabajo, liderado por un equipo de la Universidad de Stanford, se comenta que los autores han puesto a punto un modelo informatizado para estudiar la propagación del virus en diez ciudades importantes de EEUU. En él, determinan que la mayoría de las infecciones ocurren en lugares cerrados, como pueden ser restaurantes, gimnasios y cafeterías, en los que las personas permanecen durante periodos prolongados de tiempo.
El estudio también afirma que los patrones de movilidad condicionan las tasas de infecciones y así mismo que éstas son mayores en los grupos poblacionales minoritarios y de menos ingresos económicos.
Por tanto, mientras que organismos internacionales de referencia en salud pública como la OMS, se muestren titubeantes a reconocer las evidencias científicas y a lamentar sus numerosos y repetidos errores en la gestión de la información sobre esta pandemia, no llegará información verazmente a la población mundial, lo que dificultará promover medidas preventivas eficaces como son: reunirse con otras personas en espacios abiertos, si es posible, ventilar adecuadamente si se hace en espacios cerrados, usar siempre una mascarilla eficaz, y restar importancia -aunque no pueda excluirse como vía de contagio- al contacto y a la obsesión por la desinfección de superficies, dada la escasa o nula evidencia de contagios por contacto.