Monseñor Enrique Díaz Díaz
Isaías 61, 1-2. 10-11: “Me ha enviado para anunciar Buena Nueva a los pobres”
Salmo Responsorial Lc 1: “Mi espíritu se alegra en Dios, mi salvador”
I Tesalonicenses 5, 16-24: “El que los ha llamado es fiel y cumplirá su palabra”
San Juan 1, 6-8. 19-28: “Juan vino como testigo para dar testimonio de la luz”
Testigo de la luz.
Nos dice el Evangelio de San Juan al presentarnos al Bautista que “era enviado por Dios, como testigo para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por medio de él. Él no era la luz, sino testigo de la luz”. Y nos ponemos nosotros a pensar que si algo o alguien no necesita testigos es la luz.
Si la hay, se ve con toda claridad. El sol radiante de medio día no requiere discernimiento ni pide demostración. Pero… la luz, aunque siempre está disponible, no siempre está a nuestro alcance. Muchas veces en la vida nos encontramos como en un túnel de oscuridad y necesitamos el “guía” que nos muestre la pequeña lucecita que nos conduce a la claridad y a la libertad.
Los navegantes en las noches estrelladas necesitan un experimentado maestro que explique las direcciones en ese tachonado cielo estrellado que marca el rumbo para quien lo conoce a la perfección.
Y es que no siempre Dios aparece como la luz resplandeciente, muchas veces aparece apenas como una luz suave y tenue, que no se impone ni con ardor ni con violencia, sino que nos acaricia con dulzura, se manifiesta con paz y se queda esperando nuestra respuesta.
A veces nosotros caminamos de espaldas a la luz y nos ilusionamos con nuestras propias obras, creyendo que nuestras sombras manifiestan nuestra grandeza. Nos olvidamos que hay alguien detrás de cada obra nuestra y nos inflamos de orgullo.
Voz que clama
Hoy la liturgia del Adviento nos conduce a descubrir testigos de la luz y nos invita para que también nosotros mismos nos convirtamos en testigos de la luz, en testigos de Jesús. Para ser testigos se requieren varias condiciones que quedan manifiestas en los pasajes de este día.
Primeramente está un necesario reconocimiento y aceptación de lo que somos y de lo que no somos nosotros. Nunca podremos ocupar el lugar de la luz. Juan manifestó claramente quién era y también lo que no era: “No soy el Mesías, no Elías, no el profeta…”. No vive de apariencias ni de títulos. “Reconoció y no negó quién era: Yo soy la voz que grita en el desierto”.
Parecería nada, parecería un suspiro que se pierde en la inmensidad, pero es una voz y un soplo consciente de esa presencia que está en medio de los hombres. Como la sombra que se proyecta manifestando la luz y no oscureciendo su presencia.
No es la luz
No es Juan la luz, pero conoce a la luz. No con ese conocimiento superficial que nos lleva solamente a engreírnos y creernos superiores. Juan conoce a Jesús y está dispuesto a manifestarlo, con todas sus consecuencias, con su lucha por la verdad y por la justicia, con el riesgo de que sus discípulos lo dejen solo, con las consecuencias de quedarse en las sombras.
Sin embargo Juan viene a presentar la luz y acepta todas las consecuencias. Navidad se presta mucho para decirnos cristianos y manifestar ese conocimiento superficial de Jesús. Se presta para organizar una gran parranda y tener pretextos para nuestras diversiones.
Sin embargo, también es tiempo oportuno para conocer realmente a Jesús. Acercarse así a Jesús y recibirlo con fe equivale a aceptar que su mensaje tenga resonancia en nosotros, que condicione nuestras opciones, que marque nuestra conducta, que ilumine nuestra historia.
No podemos decir que conocemos a Jesús si le damos la espalda; no podemos decir que nos ha iluminado, aunque tengan mil luces artificiales nuestros nacimientos, si nuestro corazón sigue en tinieblas.
En justicia y alegría
Isaías nos ofrece más pistas para saber si somos luz al manifestar su propia vocación y descubrir que su tarea y misión se realizará en acciones muy concretas y reales: anunciar buena nueva a los pobres, curar a los de corazón quebrantado, proclamar el perdón a los cautivos, ofrecer verdadera libertad…
Y además todo esto lo hace con una verdadera alegría porque se siente revestido del Señor. Atención, su vestido no nos dice que sea de lujos y riqueza, sino con vestiduras de salvación y manto de justicia. Fuertes y con mucha claridad son estas indicaciones de Isaías para descubrir si somos testigos de la luz.
Si caminamos en las tinieblas de la corrupción y de la mentira, si nos escondemos en las oscuridades de los negocios chuecos, si nos alegramos en los placeres egoístas, si nos enamoramos de nuestras propias oscuridades, no somos testigos de Jesús.
San Pablo también exige que al testimonio se una la alegría. No la alegría artificial de los vinos y licores, de los ruidos y excesos, sino la que brota de tener luz en el corazón.
Nuestro testimonio
Hoy se necesitan testigos. Testigos de la verdad, de la luz, de la justicia, de la solidaridad, de la paz, de la alegría, del Evangelio, de Cristo, de Dios. Testigos firmes que no se doblen ante las dificultades o ante las promesas y los halagos.
Testigos creíbles y responsables que hablen más con sus obras que con sus palabras. Testigos que sean una voz que anuncia buena nueva en medio de tantas falsedades. Testigos de la luz en medio de tanta oscuridad que nos ahoga y desanima.
Testigos de Cristo. Juan, Isaías, Pablo, son testigos y nos enseñan a ser testigos, coherentes, claros y valientes. Ante las incriminaciones sobre la razón de su bautismo, Juan añade nuevas aclaraciones sobre su persona y su misión: el bautismo de agua es un bautismo purificador, si se quiere externo, pero quien vendrá traerá un bautismo que purificará a todo el ser humano y ante el cual el bautismo de Juan es sólo anticipo.
Ante estas grandes figuras, en este tiempo de Adviento, me saltan mil preguntas sobre mi propia persona y sobre nuestra Iglesia: ¿Quién soy y qué digo de mí mismo? ¿En dónde pongo mis valores? ¿Me enamoro de mis propias sombras? ¿De quién soy testigo y qué estoy proclamando? Es Adviento tiempo de anunciar a Jesús. ¿Cómo lo estoy haciendo? ¿Dónde lo proclamo?
Padre Bueno, mira al pueblo que entre tantas voces y tanto ruido ha perdido la esperanza, concédele descubrir en su dolor y miseria, la luz verdadera de la cual Juan Bautista es testigo y así celebrar el gran misterio de la Navidad con un corazón nuevo y una inmensa alegría. Amén.