Alfonso Aguiló
En todos los tiempos, y en todos los escenarios humanos, se presentan situaciones que ponen a prueba nuestra coherencia personal
Han pasado décadas, pero sigue habiendo curiosos que pasan por Braunau am Inn, pequeña ciudad austriaca al norte de Salzburgo, para visitar la casa donde nació y creció Adolf Hitler. Seguramente pocos saben que muy cerca de allí se encuentra Sankt Radegund, una diminuta aldea en la que vivió una persona muy diferente: Franz Jägerstätter, un campesino que pronto comprendió la enorme perversión del nazismo y fue ejecutado por negarse a servir en sus filas.
Jägerstätter había nacido en 1907, hijo de Rosalía Huber, una madre soltera que más adelante contrajo matrimonio con Heinrich Jägerstätter, de quien Franz tomó el apellido. En 1933, Franz tuvo una hija extramatrimonial, Hildegard, de la que se ocupó siempre. Tres años después se casó con Franziska Schwaninger y tuvo dos hijas más.
En enero de 1938, Franz tiene un sueño: “Vi un hermoso y brillante tren que iba por las montañas de Austria, y al que todo el mundo quería subir. Escuché una voz que decía: ‘Ese tren va al infierno’. Comprendí que se trataba del nacionalsocialismo. Creo que Dios me mostraba que debía tomar una decisión”. “Nunca creeré que tengamos que someternos ante el peor y más peligroso poder anticristiano que ha existido jamás”.
En abril de 1938 es el único en su municipio en votar en contra de la anexión de Austria por parte de Alemania. Le horrorizan las noticias sobre “Aktion T4”, el programa de eugenesia desarrollado por los nazis desde 1939 para eliminar a cientos de miles de enfermos incurables y de discapacitados.
El 23 de febrero de 1943 recibe la orden de incorporarse al ejército nazi en Enns. Franz dice a su mujer que él no puede hacer el juramento de lealtad a Hitler, obligatorio para todo recluta. El dolor de ambos es enorme. Franz rehusa hacer dicho juramento y es trasladado a la prisión de Linz y luego a Berlín. Un consejo de guerra le condena a muerte el 6 de julio.
Las autoridades de la prisión dejan un documento en su celda. Solo tiene que firmarlo para salvar su vida. Muchos le aconsejan ceder. Le dicen que es simplemente “obediencia debida”, como tantos otros millones de personas aprisionadas en la injusticia de esa maldita guerra. Pero él insiste en que no puede vestir ese uniforme, que salvar su vida no justifica cooperar con los nazis: “No puedo hacer esto. Es una mentira. El régimen de Hitler es perverso”.
En sus últimos días de vida, Franz escribe a su mujer y sus hijas pequeñas: “Me gustaría ahorraros todo el sufrimiento que tenéis que soportar por mi culpa, pero (…) ¿creéis que no sufriríais si yo intentara prolongar mi vida con esta mentira?”.
Es un tema recurrente en sus escritos. Su conciencia le impide servir en el ejército nazi. Y se plantea también la pregunta con la que tantos acallan su conciencia: “¿Qué significa el testimonio de una única persona?”. En unas líneas que escribe antes de ser ejecutado en la guillotina, el 9 de agosto de 1943, se hace una última reflexión: “Hoy en día se oye muchas veces decir que no se puede hacer nada, porque quien dice algo es castigado con la cárcel y la muerte. Por supuesto que no voy a cambiar el rumbo de la historia (…). Por supuesto que me doy cuenta de que hoy no sirven de nada las muchas palabras. Se dice que las palabras enseñan, pero los ejemplos arrastran. Y aunque yo calle, puedo hacer mucho bien, porque así se puede ver que hay cristianos que hoy, en plena oscuridad, son capaces de alzarse con toda claridad, serenidad y seguridad, que en medio de tanta angustia y tanta violencia, con tanto egoísmo y tanto odio, se levantan con la más pura paz, alegría y ánimo de servicio”.
Franziska, su esposa, pensaba que su marido quedaría en el olvido para siempre. Pero en 1997 un juzgado de Berlín declara nula aquella sentencia de muerte. Y una década después, en 2007, Franz Jägerstätter es beatificado en la catedral de Linz, y entre los asistentes a la ceremonia se encuentra su esposa Franziska, con 94 años, y sus tres hijas. Sus cartas desde la cárcel son editadas y publicadas aquel año, y una película en 2019 rememora el gesto de coherencia por el que quiso dar su vida.
La figura de Franz Jägerstätter es una valiente reivindicación de las convicciones personales frente al formidable empuje de “lo que todos hacen”. En todos los tiempos, y en todos los escenarios humanos, se presentan situaciones que ponen a prueba nuestra coherencia personal. Nos encontramos con condicionamientos que nos llevan a dilemas que pueden ser llegar a ser muy complejos. La solución no siempre se presenta con claridad, ni antes ni después de tomar nuestras decisiones. Pero debemos ver siempre el modo de actuar de forma consistente, aunque suponga inconvenientes para nuestro interés personal. El tiempo casi siempre da la razón a las personas honestas ante la mirada de los demás, pero siempre ante el tribunal de la propia conciencia.
Alfonso Aguiló, en interrogantes.net.