Mons. Enrique Díaz Díaz
XIII Domingo Ordinario
II Reyes 4, 8-11.14-16: “Este hombre es un hombre de Dios”
Salmo 88: “Proclamaré sin cesar la misericordia del Señor”
Romanos 6, 3-4. 8-11: “El bautismo nos sepultó con Cristo para que llevemos una vida nueva”
San Mateo 10, 37-42: “El que no toma su cruz, no es digno de mí. Quien los recibe a ustedes me recibe a mí”
Al terminar la misa dominical, se acerca un hombre de mediana edad y me suelta la pregunta, así de repente: “¿Se puede vivir realmente el Evangelio? Cuando lo escucho aquí en la misa, me parece tan clarito, tan sencillo… pero después, cuando tengo que llevarlo a la vida diaria me parece exagerado, exigente y difícil de compaginarlo”. Y me explica una serie de situaciones que en su trabajo le cuestionan, sobre todo la corrupción y las injusticias. “Cuando logramos que detengan a un criminal parece que estamos jugando a las puertas giratorias. Por un lado entran y por otro salen. Y todo con complicidades y trampas… Y muchas presiones para quienes no nos prestamos al juego. A veces estoy a punto de tirar la toalla y aprovechar también yo la situación… pero se que a Jesús no le agrada la corrupción. Es difícil ser fiel, pero lo intento sinceramente”. Sólo lo he escuchado. Él ya tiene las respuestas. La propuesta de Jesús es exigente.
Quien quiera encontrarse con un Jesús bonachón está muy equivocado. Es misericordioso y muy cercano pero no bonachón. Para Jesús no hay ambigüedades, todo tiene que ser muy claro y contundente: o se está con Él o no se puede decir que seamos sus discípulos. Nosotros estamos acostumbrados a hacer componendas y a arreglar los problemas por “abajito” o en lo “oscurito”, es decir, sin la claridad ni la verdad necesarias. Hoy nos decimos discípulos de Jesús pero no luchamos por la vida, por la justicia y por la verdad. A veces queremos esconder esta radicalidad del Evangelio de Jesús en estructuras, en costumbres y en apariencias. Sin embargo las palabras de Jesús suenan fuertes y exigentes: “El que no toma su cruz y me sigue, no es digno de mí”. Y recordemos lo que significa la cruz de Jesús: una entrega plena para que todos los hombres tengan vida. Y este sería el parámetro para juzgar si somos verdaderos discípulos de Jesús: si nos afanamos y luchamos porque todos los seres humanos tengan vida en plenitud. Si nuestro esfuerzo es por el cuidado y la construcción de una casa común para todos los hombres, donde cada persona pueda vivir con dignidad, con las garantías suficientes de seguridad, de educación, de alimentación y de salud. Sólo entonces nos podremos decir discípulos de Jesús.
Hay personas que han entendido plenamente la radicalidad del seguimiento de Jesús como San Pablo, que aun en medio de las graves agresiones y amenazas lo vivía con alegría y esperanza. Hoy les descubre a los Romanos la experiencia que lo sostiene y anima: “Por el bautismo fuimos sepultados con Cristo… para que llevemos una vida nueva”. Hay estructuras de muerte y estructuras de vida. San Pablo afirma que tenemos que morir a esas estructuras que en sí mismas encierran la muerte, que no conducen al Reino, sino que llevan el signo del pecado y de la destrucción. Las estructuras del mundo “parecen” dar vida, pero la ofrecen incompleta y solamente para unos cuantos. Sin embargo nos fascinan y se meten en nuestro corazón como ideales y fuerzas opositoras a lo que quiere Jesús. Pablo lo entiende y lo vive de un modo radical a tal grado que se dice muerto para el mundo, pero con una vida de plenitud en Jesús. Y cada uno de nosotros también somos llamados a seguir en este mismo estilo a Jesús. Descubrir lo que Él ha hecho por nosotros, enamorarnos de su ideal y sostenernos a pesar de las dificultades. Las advertencias que hoy nos hace Jesús no tienen la finalidad de destruir la familia o de despreciar el respeto a los padres o a los hijos. Nos quieren mostrar que el amor a la verdad y al reino no puede detenerse en los lazos convencionales, sino se basa en el verdadero amor.
Jesús es el hombre que sabe vivir en medio del conflicto con tal de construir el Reino. Seguir a Jesús exige una renuncia radical y hasta la muerte a nuestros propios instintos y ambiciones. No va en contra de la búsqueda de felicidad y de plenitud de vida, sino en contra de una vida incompleta y de una vida falsa que pone sus cimientos en el poder, en el placer o en los bienes. Y esto nos puede provocar conflictos como lo comprueban claramente quienes optan abiertamente por la defensa de la vida y de la dignidad de toda persona. Parecería sencillo, pero igual que Jesús, tienen que enfrentarse con todos los que cometen tantas agresiones contra la vida, ya sean los poderes comerciales, económicos, políticos o simplemente los agentes del terrorismo que por todos los caminos de nuestra patria pululan impunemente. Defender la vida hoy, al igual que en tiempos de Jesús, puede ofrecer sus peligros, pero el verdadero discípulo está dispuesto a afrontar esos riesgos una y otra vez sin desmayar porque ha puesto su confianza en Jesús. Jesús nos anima asegurándonos su presencia y que quien recibe a sus seguidores a Él mismo lo recibe.
La apertura al otro es el comienzo del camino hacia el reino porque el amor es el fundamento de la misión. Nosotros experimentamos la dificultad de acoger al otro, al extraño o al vecino; al padre anciano o al hijo concebido; al enfermo crónico o al terminal; al que es distinto de nosotros. Acoger al otro es correr un riesgo, como nos dicen los países que tienen que recibir a los miles de expulsados por la guerra y el hambre. Sin embargo también es una oportunidad y un descubrimiento pues el amor crece y el encuentro convierte al “otro” en oportunidad para enriquecerse. Recibir al otro es recibir a Cristo. Así le sucedió a la sunamita que al abrir su corazón y su hogar, encontró la recompensa de una bendición. Así sucede cada vez que logramos descubrir en el rostro del otro, los rasgos del rostro de Jesús. Para construir el Reino necesitamos necesariamente abrir nuestro corazón a los hermanos y pensar cómo lo haría Jesús.
¿Qué “arreglos y componendas” hacemos nosotros que traicionan el Evangelio? ¿Cuál es mi actitud frente a los desconocidos y extraños? ¿Qué me exige hoy el Evangelio de Jesús?
Padre de bondad, que por medio de tu gracia nos has hecho hijos de la luz, concédenos vivir fuera de las tinieblas del error y permanecer siempre en el esplendor de la verdad. Amén.