El Papa antes del Ángelus
El Evangelio de este domingo (cf. Mateo 10, 26-33) recoge la invitación que Jesús dirige a sus discípulos a no tener miedo, a ser fuertes y confiados ante los desafíos de la vida, advirtiéndoles de las adversidades que les esperan. El pasaje de hoy forma parte del discurso misionero con el que el Maestro prepara a los Apóstoles para la primera experiencia de proclamar el Reino de Dios. Les insta con insistencia a “no tener miedo”, y Jesús describe tres situaciones concretas a las que se enfrentarán.
En primer lugar, la hostilidad de los que quieren silenciar la Palabra de Dios, edulcorándola o silenciando a los que la anuncian. En este caso, Jesús anima a los Apóstoles a difundir el mensaje de salvación que Él les ha confiado. Por el momento, Él lo ha transmitido con cautela, casi en secreto al pequeño grupo. Pero tendrán que llevar “a la luz”, es decir, abiertamente, y anunciar “desde las azoteas”, esto es, públicamente, su Evangelio.
La segunda dificultad con la que se encontrarán los misioneros de Cristo es la amenaza física en su contra, o sea, la persecución directa de su pueblo, incluso hasta el punto de que los maten. Esta profecía de Jesús se ha cumplido en todo momento: es una realidad dolorosa, pero atestigua la fidelidad de los testigos. ¡Cuántos cristianos son perseguidos aún hoy en día en todo el mundo! Si sufren por el Evangelio y con amor, son los mártires de nuestro día y podemos decir con seguridad que son más que los mártires de los primeros tiempos, tantos mártires solamente por ser cristianos. A estos discípulos de ayer y de hoy que sufren la persecución, Jesús les recomienda: “no temáis a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma” (v. 28). No hay que temer a los que intentan extinguir el poder de la evangelización mediante la arrogancia y la violencia. De hecho, no pueden hacer nada contra el alma, es decir, contra la comunión con Dios: nadie puede quitársela a los discípulos, porque es un regalo de Dios. El único amor que debe tener el discípulo es el de perder este don divino, renunciando a vivir según el Evangelio y procurándose así la muerte moral, que es el efecto del pecado.
El tercer tipo de desafío al que los Apóstoles deberán enfrentarse lo identifica Jesús en el sentimiento, que algunos experimentarán, de que el mismo Dios los ha abandonado, permaneciendo distante y en silencio. También en este caso nos exhorta a no tener miedo, porque, aunque pasemos por estos y otros escollos, la vida de los discípulos está firmemente en manos de Dios, que nos ama y nos cuida. Son como las tres tentaciones, edulcorar el Evangelio, aguarlo, segunda la persecución y tercera, la sensación de que Dios nos ha dejado solos. Jesús sufrió esta prueba en el huerto de los olivos, en la cruz: “¡Padre, por qué me has abandonado!”, dijo Jesús. Cuantas veces se siente esta aridez espiritual, pero no tenemos que tener miedo. El Padre nos cuida porque nuestro valor es grande a sus ojos. Lo importante es la franqueza del testimonio de fe: “reconocer a Jesús ante los hombres”, seguir adelante haciendo el bien.
Que María Santísima, modelo de confianza y abandono en Dios en momentos de adversidad y peligro, nos ayude a no ceder nunca al desánimo, sino a confiarnos siempre a Él y a su gracia, que siempre es más poderosa que el mal.
Después del Ángelus
Queridos hermanos y hermanas:
Ayer celebraron las Naciones Unidas el Día Mundial de los Refugiados. La crisis que ha provocado el coronavirus ha puesto en relieve la necesidad de asegurar la protección necesaria también a las personas refugiadas, para así garantizar su dignidad y seguridad. Os invito a uniros a mi oración por un empeño renovado y eficaz de todos en favor de la protección efectiva de cada ser humano, en particular los que se han visto obligados a huir debido a situaciones de grave peligro para ellos o sus familias.
Otro aspecto sobre el que la pandemia nos ha hecho reflexionar es la relación entre el hombre y el medio ambiente. La cuarentena ha reducido la contaminación y ha redescubierto la belleza de muchos lugares libres de tráfico y ruido. Ahora, con la reanudación de las actividades, todos deberíamos ser más responsables de cuidar la casa común. Aprecio las muchas iniciativas que, en todas partes del mundo, vienen “desde abajo” y van en esta dirección. Por ejemplo, hoy en Roma hay una dedicada al río Tíber. ¡Pero hay muchas en otras partes! Que fomenten una ciudadanía cada vez más consciente de este bien común esencial.
Hoy en mi patria y en otros lugares se celebra el día dedicado al padre, a los papás. Aseguro mi cercanía y oración a todos los padres. ¡Todos sabemos que ser papá no es un trabajo fácil! Por esto recemos por ellos. Recuerdo de manera especial a nuestros padres que continúan protegiéndonos desde el Cielo.
Os saludo a todos vosotros, queridos fieles romanos y peregrinos venidos de varias partes de Italia – ahora empiezan a verse los peregrinos– y, cada vez más, también de otros países; veo algunos con sus banderas… Os saludo especialmente a vosotros, jóvenes: hoy recordamos a San Luis Gonzaga, un muchacho lleno de amor a Dios y al prójimo; murió muy joven, aquí en Roma, porque se ocupó de los enfermos de la peste. A su intercesión confío a los jóvenes de todo el mundo.
Y a todos os deseo un buen domingo. Por favor, no os olvidéis de rezar por mí. ¡Buen almuerzo y adiós!