P. Antonio Rivero L.C.
Ciclo C - Textos:
Jer 33, 14-16; 1 Tes 3, 12-4,2; Lc 21, 25-28.34-36
INTRODUCCIÓN - EVANGELIO DE LUCAS
Daré algunas pinceladas para entender mejor a san Lucas, evangelista que nos acompañará durante todo este ciclo C.
Cada evangelista tiene su propio estilo y finalidad teológica. Lucas, aunque se ha servido de fuentes anteriores, sobre todo de Marcos, lo hace a su modo, con originalidad, y nos transmite bastantes páginas exclusivas, como los relatos de la infancia de Jesús, las parábolas del buen samaritano y del hijo pródigo, los discípulos de Emaús.
Los rasgos característicos de Lucas los podríamos resumir así:
- Lucas ve la historia de la salvación en tres tiempos: primero, el Antiguo Testamento, hasta la llegada del Bautista; segundo, el tiempo de Jesús; y el tercero, el tiempo de la Iglesia, que continúa la misión de Jesús hasta el final de los tiempos (Hechos de los Apóstoles).
- En esta historia de la salvación, el protagonista invisible es el Espíritu Santo.
- Lucas es el evangelista más universalista: la salvación es para todos, también para romanos y samaritanos.
- Lucas también es el evangelista de la misericordia: Dios perdona y se alegra de la vuelta del pecador.
- La vida cristiana para Lucas consiste en seguir a Cristo.
- Lucas, finalmente, es el evangelista que más nos habla de la Virgen María.
Ahora resumamos el primer domingo de adviento.
Idea principal: Avivar el deseo de salir con confianza al encuentro de Cristo, acompañados por las buenas obras y una vida santa (oración colecta y 2ª lectura).
Síntesis del mensaje: Comenzamos el Adviento, tiempo de espera para rememorar el evento más grande ocurrido en la historia: la venida de Dios al mundo mediante la Encarnación. La primera venida en Belén fue en la sencillez y humildad. La segunda y última se verá precedida por signos y señales. Por eso nos urge prepararnos con buenas obras buenas y como conviene (2ª lectura) para recibir ambas venidas: a Cristo recostado en el pesebre y a Cristo al final de los tiempos. Es verdad, vivimos en tensión entre la venida del pasado y la del futuro, no por huir del hoy, sino porque es de sabios tener en cuenta de dónde venimos y adónde vamos.
Puntos de la idea principal:
En primer lugar, mucho me temo que no nos tocará presenciar sentados en el suelo el grandioso espectáculo de este evangelio de Lucas que nos habla del futuro del mundo. Falta mucho para la función. Antes tienen que ocurrir tres cosas, que llevan ya muchos siglos sin cumplirse: primera, la predicación del Evangelio en todo el mundo (cf. Mt 24, 14); segunda, la apostasía de las naciones evangelizadas (cf. 2 Tes 2, 3) y tercera, la conversión de los judíos al Evangelio (Eccli 48, 1-11; Rm 11, 1-12; 9, 4-5). A continuación, el fin del mundo. ¿Se han cumplido esas tres cosas? No. Tantas naciones que no conocen todavía el evangelio. Es verdad, hay apostasías aquí o allá de individuos, pero no de todas las naciones enteras. Por supuesto, algunos judíos, gracias a Dios, se han convertido, pero no todos. Por tanto, aquellos profetas de desgracias que predican el fin inmediato del mundo no tienen fundamento. Falta, falta. Dios es rico en misericordia y nos da tiempo para prepararnos a fondo para esta su última venida gloriosa con obras buenas y rectas. La intención de Jesús, por tanto, no es catastrófica, sino al contrario, de esperanza: su venida debe producir alegría y confianza, pues se acerca nuestra total liberación.
En segundo lugar, será Jeremías en la segunda lectura quien, siglos antes de Cristo, y en medio de circunstancias trágicas para su pueblo, también anunció palabras de esperanza: “Dios nos enviará un Salvador”. El profeta anuncia la salvación y la paz para todos, que se realizó en Cristo Jesús. ¡Fuera por tanto el miedo! Nos hace bien mirar hacia delante con valentía y seguir caminando con esta esperanza que es Cristo Jesús. Despiertos y en pie (evangelio), porque encontraremos ladrones en el camino que nos querrán asaltar. Despiertos, para que no se nos embote la mente con el vicio, la bebida y la preocupación del dinero. El Adviento es un excelente despertador, porque tendemos a dormirnos, a caer en la pereza, bloqueados por mil preocupaciones de esta vida, y no tenemos enchufado el “wifi” hacia los valores del espíritu para poder crecer en este Adviento en virtudes y obras buenas de caridad, justicia, solidaridad, buscando a nuestro hermano necesitado, descartado, arrinconado, discriminado, herido…y transmitirle la ternura de Dios traída e infundida por Cristo a nuestros corazones desde el día del bautismo.
Finalmente, comencemos el Adviento de la mano de María Santísima, madre de la esperanza. Ella también tuvo su Adviento. Ella guardó durante nueve meses ver con sus propios ojos a Aquel en quien creía y de quien lo esperaba todo. ¡Cuántas obras buenas no hizo María durante ese primer Adviento, sintetizadas en los tres meses en que sirvió a su prima Isabel, que estaba en cinta y necesitada de unas manos disponibles, de unos ojos abiertos, de unos labios piadosos! Por eso, la Iglesia y cada uno de nosotros, debemos mirar a María y unirnos a Ella para aprender a esperar. María es la Madre de la esperanza. No sólo nos ha de disponer convenientemente para aguardar al Niño, sino que también nos ha de preparar adecuadamente de modo que estemos prevenidos para su segunda venida, con el corazón custodiado por esta Madre. Aguardemos todos de la mano de esta Madre la consumación de los siglos y la segunda venida del Señor. Así Cristo nos reconocerá que somos de los suyos porque tenemos la marca de la Madre María, que es su Madre y nuestra Madre.
Para reflexionar: ¿Qué cosas debilitan mi esperanza? ¿Qué hago para superarlas? ¿Qué es lo que habitualmente afirma mi esperanza cristiana? ¿Recurro a ella en mis momentos de dificultad? ¿Cómo puedo prepararme mejor en este Adviento? ¿Qué obras buenas, concretas estoy dispuesto a hacer en este tiempo de gracia?
Para rezar: María, camina cerquita mío en este Adviento. Acompáñame, madre buena, fortalece mi esperanza para que sea el motor de mi entrega, el pozo donde beber para seguir adelante, el refugio donde descansar y retomar fuerzas. Anuda mi esperanza al proyecto del Padre. Dame firmeza y hasta tozudez para seguir adelante. Llena mi corazón de la esperanza que libera para vivir el amor solidario. Lo que se espera se consigue con esfuerzo, con trabajo y con la vida. Me confío en tus manos, Madre del Adviento, para que me hagas fuerte en la fe, comprometido en la solidaridad y firme, muy firme, en la esperanza del Reino. Amén.