Mons. Carlos Osoro
El Papa Francisco ha iniciado un viaje apostólico a África para llevar la Buena Noticia, la que engendra encuentro y no división, paz y no guerra, amor y no odio. Va como el Buen Pastor de la parábola del Evangelio: a buscar a quienes olvidaron que se construye dando vida o que hay muchos hermanos en aquel continente que sufren. El Papa nos hace vivir con la mirada puesta en los últimos y sabiendo que podemos hacer mucho por ellos. Estos días, durante el viaje del Santo Padre, estemos con él acompañándolo en la oración y en la responsabilidad de hacerles llegar nuestra ayuda, para que todos vivan con la dignidad que Dios mismo les dio y que se manifestó plenamente en Jesucristo. Devolvámosles lo que les pertenece; no consintamos que se robe la dignidad de ningún ser humano.
Francisco visitará tres países: Kenia, Uganda y la República Centroafricana. Quiere llevar a estas tierras, que padecen el maltrato de la pobreza y de la guerra, el mensaje del Evangelio; y mostrará que, lo que el Señor pidió a los primeros discípulos, «id y anunciad el Evangelio», lo sigue haciendo hoy Pedro en su persona. Va a dar rostro a Nuestro Señor Jesucristo, llevando y acercando la alegría del Evangelio, que es transformadora de los corazones de los hombres porque les devuelve la esperanza y los fortalece con la fuerza del amor mismo de Dios. Con este viaje, el Papa desea decirles que no están solos. Y, al mismo tiempo, invita a toda la humanidad a viajar con él África desde el corazón y, a aquellos que pueden, a que hagan todo lo que esté de su parte «para que haya paz y prosperidad en esos países», como pedía el domingo pasado en el rezo del Ángelus.
La audacia evangelizadora del Papa le lleva a decir que el mensaje de Jesús es este: la misericordia. Mensaje que va a proclamar en aquel «paisaje humano», pero que nos da a contemplar a todos. Va a estas tierras, por una parte, para que quienes allí viven sientan la cercanía de Cristo a través del Sucesor de Pedro, a quien encomendó el cuidado de la Iglesia y de todos los hombres. Por otra parte, va para hacernos caer en la cuenta de que hemos de ayudar a quienes más padecen. Por eso, encomendémonos a la misericordia de Dios. No es fácil porque es un abismo incomprensible. Pero hay que hacerlo, a Él le gusta que le contemos lo que nos pasa. ¿Por qué no le abrimos el corazón mientras acompañamos con la oración al Papa Francisco? Es bueno que le digamos lo que dejamos de hacer o hacemos mal, que, entre otras cosas, es lo que provoca la pobreza, la guerra, la miseria o el hambre. Y no tengamos miedo. Reconociendo que hemos tenido cerrada la vida a nuestros propios intereses, dejemos que Jesucristo nos bese, nos abrace y nos diga: «tampoco yo te condeno, anda y en adelante no peques más», es decir, no te olvides de tu hermano, de los que más sufren. Él nunca se cansa de darnos su perdón y rehabilitarnos para hacer el bien; lo que ocurre es que, como nos recuerda Francisco, muy a menudo, somos nosotros los que nos cansamos de pedir perdón.
Con su ejemplo, el Santo Padre nos regala la actitud de Jesús, que conmueve: sus palabras son de amor, de misericordia, e invitan a la conversión; nos muestra el rostro de un Dios que siempre tiene paciencia. No tengamos miedo a acoger la ternura de Dios, a ser custodios de la misma. Esta ternura nos lleva a ocuparnos los unos de los otros, a preocuparnos por todos, especialmente por los más frágiles. Así nos lo pidió y nos lo enseñó el Señor: nos confió la custodia del hombre. Estoy convencido de que, en este viaje, el mensaje más fuerte para todos los hombres va a ser precisamente que custodiemos con la ternura de Dios a los que encontramos por el camino de la historia y de la vida, especialmente a los más rotos y tirados, a los desahuciados y descartados. Nos dirá que no nos quedemos solo en ver, sino que también actuemos con la fuerza, la gracia y el amor de Jesús y que este amor llegue a quienes viven en Kenia, Uganda y República Centroafricana.
¡Qué propuesta más audaz la que nos hace el Papa con este viaje! Los cristianos tenemos que hacer una movilización general y proponer la fe con entusiasmo, con hechos y con palabras. Nos está pidiendo, a quienes formamos parte de la Iglesia, que dediquemos nuestras energías a proponer el mensaje del Evangelio, haciéndolo creíble con obras a todos los hombres. Hablar de Dios no es imponer obligaciones a las personas; es compartir una alegría que nos desafía a actuar con la misma bondad con la que actuó Jesús. No se conforma con que denunciemos las situaciones con más y más declaraciones, el Papa busca cambiar las cosas. Esto es lo que nos dice en La alegría del Evangelio cuando pide que la economía esté al servicio de las personas y no al revés, que no convirtamos la sociedad en una dictadura de la economía que al final no tiene rostro ni fin. La persona en el centro de todo, donde la puso Dios mismo cuando nos creó. A todas las personas hay que hacerles llegar la noticia que nos dio Jesús: que el amor es algo concreto. Los cristianos hemos conocido que el amor tiene rostro, es Jesucristo, no es una idea. Y ese Amor que nos ha sido dado como el regalo más grande debe entrar en otros rostros. Porque se ama a las personas. Un mensaje que enciende corazones apagados, da sentido a la vida y nos hace a los hombres más humanos.
Estemos atentos a lo que el Papa Francisco nos dice. En un mundo al que no conseguimos interesar con nuestras palabras, interesémosle con la presencia de un Dios que nos ama y nos salva. Él es un testigo de esta presencia pues, como Jesús, posa la mirada sobre la gente para no ver lo que queremos ver, sino realmente lo que hay, e impregnar a los hombres de lo que nos ha dado Jesucristo: salvación, consolación y amor.
Con gran afecto, os bendice,
+ Carlos, arzobispo de Madrid