4/24/19

“No seas incrédulo, sino ten fe”

Comentario litúrgico 2º Domingo de Pascua

SEGUNDO DOMINGO DE PASCUA - Ciclo C
Textos: Hechos 5, 12-16; Ap 1, 9-11a .12-13.17-19; Jn 20, 19-31
Idea principal: Que los “Tomases” que andan por ahí pidiendo tercamente pruebas y con la fe decaída se encuentren con Jesús misericordioso y que les muestre con cariño sus llagas para que metan su dedo, crean en Él y lo anuncien por todas partes.
Síntesis del mensaje: A este domingo se le llamaba domingo “in albis”, o sea “in albis deponendis”, “el domingo en que se despojan ya de los vestidos blancos” aquellos que antiguamente habían recibido el bautismo en la noche de la Vigilia Pascual. Hoy a este domingo se le llama, por indicación del Papa Juan Pablo II, “Domingo II de Pascua o de la divina misericordia”. Que al pasar junto a nuestros hermanos, nuestra sombra refleje la luz de Cristo que les ilumina y consuela (1ª lectura).  Y así puedan encontrarse con Cristo resucitado y exclamar como Tomás: “Señor mío y Dios mío” (evangelio).
Puntos de la idea principal:
En primer lugar, que muchos están atravesando una crisis de fe, es evidente. Repiten lo que otros han experimentado. Albert Camus en su libro “La Peste” hace decir al ateo Rieux, que no es más que su misma sombra: “Yo vivo en la noche”, pues no podía compaginar la bondad de Dios y el sufrimiento de los inocentes. El mayor místico de los siglos en la Iglesia, san Juan de la Cruz, dice: esto es “la noche oscura del alma”, porque de Dios no sentía ni el consuelo ni la mirada ni el susurro. Santa Teresa de Lisieux: “Me asaltan pensamientos como los que pueden tener los peores materialistas”, porque Dios se le borraba de las pantallas de la creación.
La Beata Teresa de Calcuta también vivió esta crisis: «Hay tanta contradicción en mi alma: un profundo anhelo de Dios, tan hondo que hace daño; un sufrimiento continuo, y con ello el sentimiento de no ser querida por Dios, rechazada, vacía, sin fe, sin amor, sin celo… ¡El cielo no significa nada para mí, me parece un lugar vacío!». Santa Teresa de Jesús, la gran mística de Ávila describe así la suya: «Oh válgame Dios, y qué son los trabajos interiores y exteriores que padece un alma hasta que entre en la séptima morada… Ningún consuelo se admite en esta tempestad …».Y, el colmo, Jesús en la cruz: “¡Dios mío… ¿por qué me has abandonado?!”. O sea que aquí, de “Tomases” por la vida, el que más y el que menos. Pues a estos “Tomases” quiere Jesús mostrarles sus llagas y curarles, como al apóstol Tomás.
En segundo lugar, ¿qué hacer ante estas dudas y crisis de fe? ¿Culpar al ateísmo teórico del marxismo y sus secuaces, al laicismo y escepticismo de intelectuales honrados o baratos, al humanismo ateo de progresistas cavernarios o cavernícolas, que reducen la religión a la corrección ética de la vida o al compromiso social con el proletariado o a la autorrealización de la persona? Pero, a decir verdad, parte de la culpa está en algunos cristianos. Así declararon los 2000 padres conciliares en el Concilio Vaticano II al hablar del ateísmo en 1965: “también los creyentes tienen en esto su parte de responsabilidad…en cuanto que, con el descuido de la educación religiosa, o con la exposición inadecuada de la doctrina o incluso con los defectos de su vida religiosa, moral y social, han velado más bien que revelado el genuino rostro de Dios y de la religión”(Gaudium et spes, 19). También a estos creyentes incoherentes Cristo resucitado quiere mostrarles su costado abierto para invitarles a meter la mano y volver a la fe sencilla que les transmitieron sus abuelos y tal vez la mamá de familia. Y así puedan exclamar de corazón: “Señor mío y Dios mío”.
Finalmente, y ahora nos toca ver el mensaje para cada uno de nosotros. Es el momento de revisar nuestra fe en Cristo resucitado, no sea que haya algún “Tomás” escondido entre alguna rendija de nuestro corazón o de nuestra mente. A todos nos viene la tentación de pedir a Dios un “seguro de felicidad”, o poco menos, ver el rostro de Dios, o recibir pruebas o signos de que vamos por buen camino. ¿Quién de nosotros no ha tenido una crisis de fe, o porque Dios parece haber entrado en eclipse en nuestra vida, o porque se han acumulado las desgracias que nos hacen dudar de su amor, o porque las tentaciones nos han llevado por caminos no rectos o porque nos hemos ido enfriando en nuestro fervor inicial? Jesús misericordioso quiere acercarse.  Nos invita a meter nuestro dedo también en sus llagas para que nuestras dudas se conviertan en certezas, nuestras tristezas en alegrías, nuestras desconfianzas en seguridades, nuestra terquedad en humildad, nuestras tempestades en calma. Aprendamos de Tomás a despojarnos de falsos apoyos, a estar un poco menos seguros de nosotros mismos y aceptar la purificación que suponen esos momentos de oscuridad. Si los santos los tuvieron, ¿quiénes somos nosotros para pedir a Dios que nos los quite? “Señor mío y Dios mío”.
Para reflexionar: ¿Cómo me comporto cuando hay nubarrones en mi vida? ¿Tengo miedos y me alimento de dudas? ¿O, al contrario, esos momentos son ocasión para madurar en mi fe? ¿Cuántas veces al día exclamo: “Señor mío y Dios mío”?
Para rezar: Con san Pablo VI recemos esta oración que dirigió en la Audiencia general del 30 de octubre de 1968:
Señor, yo creo, yo quiero creer en Ti
Señor, haz que mi fe sea pura, sin reservas, y que penetre en mi pensamiento, en mi modo de juzgar las cosas divinas y las cosas humanas.
Señor, haz que mi fe sea libre, es decir, que cuente con la aportación personal de mi opción, que acepte las renuncias y los riesgos que comporta y que exprese el culmen decisivo de mi personalidad: creo en Ti, Señor.
Señor, haz que mi fe sea cierta: cierta por una congruencia exterior de pruebas y por un testimonio interior del Espíritu Santo, cierta por su luz confortadora, por su conclusión pacificadora, por su connaturalidad sosegante.
Señor, haz que mi fe sea fuerte, que no tema las contrariedades de los múltiples problemas que llena nuestra vida crepuscular, que no tema las adversidades de quien la discute, la impugna, la rechaza, la niega, sino que se robustezca en la prueba íntima de tu Verdad, se entrene en el roce de la crítica, se corrobore en la afirmación continua superando las dificultades dialécticas y espirituales entre las cuales se desenvuelve nuestra existencia temporal.
Señor, haz que mi fe sea gozosa y dé paz y alegría a mi espíritu, y lo capacite para la oración con Dios y para la conversación con los hombres, de manera que irradie en el coloquio sagrado y profano la bienaventuranza original de su afortunada posesión.
Señor, haz que mi fe sea activa y dé a la caridad las razones de su expansión moral de modo que sea verdadera amistad contigo y sea tuya en las obras, en los sufrimientos, en la espera de la revelación final, que sea una continua búsqueda, un testimonio continuo, una continua esperanza.
Señor, haz que mi fe sea humilde y no presuma de fundarse sobre la experiencia de mi pensamiento y de mi sentimiento, sino que se rinda al testimonio del Espíritu Santo, y no tenga otra garantía mejor que la docilidad a la autoridad del Magisterio de la Santa Iglesia. Amén.