P. Antonio Rivero, L.C.
DOMINGO DE RAMOS - Ciclo C
Textos: Lc 19, 28-40; Is 50, 4-7; Filp 2, 6-11; Lc 22, 14-23, 56
Idea principal: Tres símbolos nos remiten hoy a realidades profundas: el asno, unos gritos y una cruz.
Síntesis del mensaje: Con este domingo damos inicio a la Semana Santa o Semana Grande, que es mitad Cuaresma (hasta la Eucaristía del Jueves) y mitad Triduo Pascual (desde esa Eucaristía hasta la Vigilia Pascual y luego todo el domingo). Este domingo tiene dos dimensiones: las alabanzas que la multitud dedicó a Jesús en la entrada a Jerusalén, con palmas y Hosannas, y luego la Eucaristía, más adusta, con la lectura de la Pasión del Señor. Y entre los gritos y la cruz, un asno.
Puntos de la idea principal:
En primer lugar, el Señor necesita del asno. Pero del asno desamarrado y adornado ricamente. Ese asno, con todo el respeto, somos cada uno de nosotros. Jesús quiere echar mano de nosotros para entrar a Jerusalén y ser proclamado como Rey. Jesús quiere entrar en la ciudad montado en un burro. Es decir, podría haber entrado solo pero quiso “usar” el burro. Es más, gracias -podríamos decir así- al burro, la profecía fue cumplida. Esto me hace pensar en que Jesús quiere siempre usar un “burro” para entrar a la ciudad de los hombres.
Y ese burro lo inventó él: se llama Iglesia. La construyó con doce cimientos (apóstoles) dentro de los cuales destacó a uno, Pedro. La hizo nacer de su costado abierto por la lanza del soldado y le dio un alma en Pentecostés: el Espíritu Santo. Desde entonces es el “instrumento” a través del cual la salvación de Jesús llega a la humanidad. ¡Qué maravilla la de que estemos, los bautizados, asociados de esa manera a la redención que estamos celebrando en esta Pascua! Eso sí, no olvidarnos nunca que lo hacemos como “simples burros”.
Que no nos pase lo que dice la simpática leyenda, que pone atención en los “sentimientos” del burro. Este animalito estaba tranquilo en su casa. De pronto vienen dos desconocidos y se lo llevan. Lo tratan muy bien y, encima, adornan ricamente. Alguien lo monta, pero el burro no lo nota porque está halagado por todo lo que le está ocurriendo. Y comienza a caminar entre la muchedumbre. La gente se ha hecho ramos de olivos y palmeras y lo vitorea proclamando al rey Mesías. Entonces el burro se da cuenta de lo famoso e importante que es y se para en dos patas para saludar a la gente que lo aplaude. En ese mismo momento… el rey de reyes se le cae al piso. A veces nos ponemos en el centro de la fe: buscamos ser alabados, reconocidos, escuchados. Y en ese momento, Jesús termina en el piso porque somos nosotros el centro.
En segundo lugar, en este día escuchamos dos tipos de gritos. Unos de júbilo. Otros de desprecio. ¡Cuántos a lo largo de los siglos han vitoreado a Cristo como Rey! Repasemos la guerra de los cristeros en México y también la guerra civil española: ¡cuántos morían martirizados gritando con orgullo y decisión: “¡Viva Cristo Rey!”.
San José Luis (así le llamaban sus compañeros cristeros), con apenas 13 años, se había enrolado en las filas del glorioso ejército de los cristeros, que defendían su fe y proclamaban que Cristo era Rey de su patria, por encima de la opresión que el gobierno de Plutarco Elías Calles ejercía sobre todos los católicos mexicanos. Eran los tiempos de la persecución religiosa y de los mártires de Cristo Rey. Lo condujeron a su pueblo natal, Sahuayo, donde los soldados del gobierno intentaron hacerle renegar de su causa cristera e incluso que se pasara a su bando para luchar contra los cristeros. José siempre rechazó indignado todas esas propuestas. Después de los vanos intentos, decidieron acabar con él.
Primero lo torturaron cortándole las plantas de los pies, para después obligarlo a caminar con sus pies sangrantes por las calles empedradas del pueblo hasta el cementerio, donde finalmente lo remataron. Mientras lo conducían los soldados hacia el camposanto, el niño cristero no cesaba de aclamar a Cristo Rey ante el asombro y rabia de los soldados, y la admiración del pueblo que presenció su martirio. Al llegar al lugar, lo colocaron al lado de una zanja, mientras él seguía gritando vivas a Cristo Rey.
Entonces se abalanzaron unos esbirros contra él y lo cosieron a puñaladas y a tiros. Cayó en el hoyo y lo taparon, retirándose después satisfechos de su hazaña. Durante esa Pasión, Cristo tuvo que también escuchar gritos de desprecio, de boca de aquellos que lo odiaban por no conocerle y siempre por instigación de Satanás que quería doblegar la misión de Cristo y detener “la hora” del reloj de la salvación. “¡Crucifícale!”.
Finalmente, la cruz. Y Cristo llegó a la cruz, con ayuda del cireneo, de las santas mujeres, de la Verónica y sobre todo de su Madre Santísima, que le sostuvo siempre, especialmente en este trance durísimo. Y desde esa cruz nos dejó su Testamento. Y a esa cruz Él se dejó clavar voluntariamente para cumplir el plan de salvación que su Padre le había encomendado. Y esa cruz está ahí impertérrita, aunque el mundo dé mil vueltas, como reza el lema de los Cartujos: Stat Crux dum volvitur orbis (La Cruz sigue estable mientras el mundo da vueltas, o, Cruz constante mientras el mundo cambia).
Y es también esa cruz que cada uno de nosotros tiene que coger y llevar, porque somos discípulos de Cristo. Y en esa cruz tenemos que clavar nuestros pecados este Viernes Santo, como le dijo Cristo a san Jerónimo: “Sólo te falta una cosa por entregarme, Jerónimo: dame tus pecados para Yo perdonarlos”. El santo al oír esto se echó a llorar de emoción y exclamaba: “¡Loco tienes que estar de amor, cuando me pides esto!”.
Y con esa cruz, venceremos al enemigo, pues “in hoc signo vinces” (con esta señal, vencerás), como hizo el emperador Constantino, por inspiración divina, contra Majencio al grabar sobre sus banderas esas letras. Y esa cruz será el estandarte que llevaremos al cielo para ser reconocidos como seguidores de Cristo.
Para reflexionar: ¿Me he puesto en las manos de Cristo, como dócil y humilde “asno” para que Él pueda entrar en todos los lugares, o quiero yo recibir los aplausos por mis buenas acciones? ¿Mi vida qué grita: “Viva Cristo Rey”, o, por el contrario, “¡Crucifícale!”? ¿Voy dejando que la cruz de Cristo vaya incorporándose en mi vida, en mi voluntad, en mi afectividad, en mi mente?
Para rezar: Ante ti, oh cruz, aprendo lo que el mundo me esconde: que la vida, sin sacrificio, no tiene valor y que la sabiduría, sin tu ciencia, es incompleta. Eres, oh cruz, un libro en el que siempre se encuentra una sólida respuesta. Eres fortaleza que invita a seguir adelante a sacar pecho ante situaciones inciertas y a ofrecer, el hombro y el rostro, por una humanidad mendiga y necesitada de amor. Ahí te vemos, oh Cristo, abierto en tu costado y derramando, hasta el último instante, sangre de tu sangre hasta la última gota para que nunca a este mundo que vivimos nos falte una transfusión de tu gracia un hálito de tu ternura de tu presencia una palabra que nos incite a levantar nuestra cabeza hacia lo alto. En ti, oh cruz, contemplamos la humildad en extremo la obediencia y el silencio confiado, la fortaleza y la paciencia del Siervo doliente, la comprensión de Aquel que es incomprendido, el perdón de Aquel que es ajusticiado. En ti, oh cruz, el misterio es iluminado, aunque, en ti, Jesús siga siendo un misterio.