Mons. Felipe Arizmendi Esquivel
Obispo Emérito de San Cristóbal de Las Casas
VER
Compartía con mi pueblo natal las celebraciones propias del Viernes Santo, y todo parecía muy piadoso, muy tranquilo, cuando de pronto llegaron tres desconocidos con armas de grueso calibre y a un sobrino le arrebataron violentamente su camioneta. Esto generó un ambiente de angustia, incertidumbre y miedo. A pesar de esto, celebramos con gozo y esperanza las fiestas de la Resurrección.
Mi pueblo es básicamente agrícola, pues se cultivan flor, durazno, aguacate, chile, maíz, habas, etc. Unos trabajan en pequeños negocios, en tiendas y vendimias en la plaza. Ha sido tradicionalmente pacífico, trabajador y unido; todos son católicos. Sin embargo, de unas semanas para acá, llega de cuando en cuando un grupo de unos quince jovenzuelos, casi adolescentes, con armas de alto poder y vehículos costosos, que se pasean libre y ostentosamente en las calles, sin que nadie se atreva a preguntarles quiénes son y qué hacen, pero que han generado temor, preocupación y desconfianza hasta para salir de casa. Quienes son originarios del lugar y viven en ciudades vecinas, ya no quieren llegar. A pesar de esto, la vida sigue, el trabajo continúa, las celebraciones familiares no se han suspendido. La fe en Dios y la confianza en la Virgen de Belén, nuestra patrona, nos sostienen e impulsan.
Hay matrimonios que están en serios conflictos conyugales. Si escuchamos a uno y a otro, ambos tienen razones para quejarse. Siempre se han querido de corazón, pero los caracteres distintos, las incomprensiones mutuas, las faltas de atención y de respeto, los atractivos del mundo y las invitaciones de los mal llamados amigos, han generado situaciones casi insostenibles, a punto de divorcio. A pesar de todo, hay esperanza de reconciliación, no sólo por el buen consejo de terapeutas y la cercanía de las familias, sino por la oración insistente y confiada al Señor de la vida, al vencedor de la muerte y del pecado.
A pesar de tantos escándalos por los casos de pederastia clerical, que han provocado que algunos se alejen de la Iglesia, la mayoría de nuestro pueblo se mantiene fiel, las celebraciones del Triduo Pascual han sido multitudinarias, la gente sigue acercándose al sacramento de la Reconciliación sacramental, sigue habiendo vocaciones consagradas. Es la fuerza del Resucitado la que sostiene a la Iglesia, a pesar de nuestros pecados.
PENSAR
El Papa Francisco dijo en su homilía de la Vigilia Pascual: “Se puede ir deslizando la idea de que la frustración de la esperanza es la oscura ley de la vida. Hoy, sin embargo, descubrimos que nuestro camino no es en vano, que no termina delante de una piedra funeraria. Una frase sacude a las mujeres y cambia la historia: «¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive?»; ¿por qué pensáis que todo es inútil, que nadie puede remover vuestras piedras? ¿Por qué os entregáis a la resignación y al fracaso? La Pascua es la fiesta de la remoción de las piedras. Dios quita las piedras más duras, contra las que se estrellan las esperanzas y las expectativas: la muerte, el pecado, el miedo, la mundanidad. La historia humana no termina ante una piedra sepulcral, porque hoy descubre la «piedra viva»: Jesús resucitado. Nosotros, como Iglesia, estamos fundados en Él, e incluso cuando nos desanimamos, cuando sentimos la tentación de juzgarlo todo en base a nuestros fracasos, Él viene para hacerlo todo nuevo, para remover nuestras decepciones. Esta noche cada uno de nosotros está llamado a descubrir en el que está Vivo a aquél que remueve las piedras más pesadas del corazón. Preguntémonos, antes de nada: ¿cuál es la piedra que tengo que remover en mí, cómo se llama?
A menudo la esperanza se ve obstaculizada por la piedra de la desconfianza. Cuando se afianza la idea de que todo va mal y de que, en el peor de los casos, no termina nunca, llegamos a creer con resignación que la muerte es más fuerte que la vida y nos convertimos en personas cínicas y burlonas, portadoras de un nocivo desaliento. Piedra sobre piedra, construimos dentro de nosotros un monumento a la insatisfacción, el sepulcro de la esperanza. Quejándonos de la vida, hacemos que la vida acabe siendo esclava de las quejas y espiritualmente enferma. Se va abriendo paso así una especie de psicología del sepulcro: todo termina allí, sin esperanza de salir con vida. Esta es, sin embargo, la pregunta hiriente de la Pascua: ¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? El Señor no vive en la resignación. Ha resucitado, no está allí; no lo busquéis donde nunca lo encontraréis: no es Dios de muertos, sino de vivos. ¡No enterréis la esperanza!” (20-IV-2019).
Y en su Mensaje del Domingo de Resurrección expresó: “La resurrección de Cristo es el comienzo de una nueva vida para todos los hombres y mujeres, porque la verdadera resurrección comienza siempre desde el corazón, desde la conciencia. Pero la Pascua es también el comienzo de un mundo nuevo, liberado de la esclavitud del pecado y de la muerte. Cristo vive y se queda con nosotros. Muestra la luz de su rostro de Resucitado y no abandona a los que se encuentran en el momento de la prueba, en el dolor y en el luto” (20-IV-2019).
ACTUAR
A pesar de todo, hay esperanza, hay vida, hay solución a los problemas, pero siempre desde una conversión del corazón, desde familias bien integradas, desde una fe más viva en que con Cristo resucitado, es posible construir una vida mejor.