Jaime Nubiola
Estas generalizaciones son solo aproximadas, pero proporcionan algunas claves interpretativas útiles para poder comprender a los jóvenes, que ya no son “como nosotros” cuando teníamos su edad
Me dicen que la generación Z −la de los jóvenes nacidos después del año 2000− llegan a la universidad sin educación. Lo que «los mayores» quieren decir con eso es casi siempre que estos jóvenes de ahora, aunque hayan estado quince años en el sistema educativo, llegan a los estudios universitarios sin haber aprendido los «buenos modales» que supuestamente caracterizaban a las generaciones precedentes.
Busco en Wikipedia sobre la generación Z y leo que «muchos de ellos son hijos únicos, lo que les convierte en seres muy diferentes de las generaciones anteriores. No significa que sean egoístas, individualistas o retraídos, sino que tienen una perspectiva diferente de la familia y las relaciones interpersonales. Ser hijos de padres que no quisieron más que un hijo les convirtió en personas con una óptica muy distinta del mundo que les rodea». Siempre se ha dicho −quizás injustamente— que los hijos únicos ven el mundo de manera distinta, pero los de esta generación− en buena parte hijos únicos o con un solo hermano− han sufrido además en un porcentaje considerable (quizás un 30%) el divorcio de sus padres: eso les lleva en muchos casos a desconfiar del matrimonio y de la institución familiar. «No quiero que mis hijos pasen por esto», se dicen.
Y en Wikipedia se añaden otros dos puntos que a mí me resultan todavía más inquietantes: «La generación Z da menos importancia a la carrera profesional y a los estudios formales», y unas líneas más abajo: «En su vida personal puede haber falta de comunicación». Sin duda muchas generalizaciones son falsas, pero toda esta caracterización genérica se aplica muy bien −al menos parcialmente− a muchos de mis alumnos. Mi percepción es que los jóvenes son efectivamente distintos y, sobre todo, que están gritando sin palabras que necesitan sentirse queridos por aquellos que aspiran a educarlos, sean sus padres, profesores o quien sea.
Son distintos, no les gustan los estudios formales y tienen problemas de comunicación, dice Wikipedia. Lo que veo, por ejemplo, es que muchos jóvenes de esta generación Z no ven sentido al esfuerzo que supone preparar unos trabajos académicos, unos ensayos o unos exámenes. La vida académica suele aparecérseles como una carrera de obstáculos que han puesto “los mayores” para hacerles más difícil la existencia o incluso para hacerles sufrir. Son cortoplacistas y por eso les parecen inútiles tantos años de estudio. Viene a ser como una montaña insuperable de cuatro largos años del grado y después un máster para finalmente intentar encontrar una difícil inserción laboral. Probablemente sus padres tienen más interés que ellos en que obtengan un título universitario. Me viene a la memoria aquello que decía el Wittgenstein maduro, víctima de la depresión, de que la vida académica le parecía «la muerte en vida». Algo así podrían decir quizá muchos de los jóvenes estudiantes que no ven que merezca la pena tanto esfuerzo.
Las dificultades de comunicación guardan quizás alguna relación con su concentración obsesiva en internet y las redes sociales. Como suele decirse, «te acercan a los que están lejos, te separan de quienes están cerca». ¡Cuántos padres se quejan de que no logran atraer la atención de sus hijos y se sienten siempre derrotados por las máquinas!
Sin duda, este panorama grisáceo cambia radicalmente al caer la tarde del viernes cuando los grupos de jóvenes salen arracimados a la calle para convertirse en los “reyes de la noche”. Muchos viven para el fin de semana. En sus espacios nocturnos apenas hay adultos y, en cierto sentido, cada uno logra allí su identidad mediante su pertenencia a un grupo o tribu urbana. Por así decir −y esto resulta importantísimo desde un punto de vista personal−, necesitan un grupo en el que “encajar” como si cada uno fuera una pieza de un puzle.
Por supuesto, estas generalizaciones son solo aproximadas, pero proporcionan algunas claves interpretativas útiles para poder comprender a los jóvenes, que ya no son “como nosotros” cuando teníamos su edad. De hecho, esta reflexión brota de la presentación que hizo de su blog el pasado miércoles una valiosa alumna de Governance. Lo había titulado “Dare to Zink”, que suena como “Atrévete a pensar”, pero que al estar escrito con la letra zeta venía a decir que los miembros de la Generación Z se atreven a pensar por su cuenta y riesgo. Ojalá sea así.
Pamplona, 29 de marzo 2019.
P.S. Me escribe una sabia profesora: «Sin negar lo que dices, veo también que la generación Z cuenta en su haber con algo que los anteriores no teníamos: mayor sinceridad, frescura y muchos menos respetos humanos y miedo al ridículo, además de mucha más solidaridad que generaciones anteriores. Quizá sea porque siguen siendo, en parte, niños grandes y eso tiene sus inconvenientes y sus ventajas. El reto no es pretender que piensen, pues la capacidad está ahí (como la tenían los anteriores), sino darles herramientas para que lo hagan e intentar, seguramente, entender los parámetros en los que se mueven». Estoy totalmente de acuerdo con ella.