5/04/20

Carta abierta a los sacerdotes de la Iglesia católica

Queridos sacerdotes, queridos hermanos en Cristo:
El Domingo de Pascua por la tarde, recibí un mensaje de texto de uno de vosotros, un amigo cercano cuyo mensaje era breve y sin rodeos: «El día más extraño de mi vida». Estas siete palabras estaba inscritas debajo de una fotografía tomada desde el coro de su iglesia, vacía a excepción de él mismo (procesionando por el pasillo central para la Misa del Domingo de Resurrección) y tres dominicanos de Nashville (socialmente distanciados en los bancos). La conmovedora confesión de mi amigo fue de lo más impactante porque sé lo duro que ha trabajado durante más de una década y media para crear una de las más bellas liturgias parroquiales en el mundo católico, fortaleciendo a su gente para vivir la misión sacerdotal del verdadero culto que se les confirió a cada uno de ellos en el bautismo.
Espero que el lamento de mi amigo no fuera solo suyo. La Pascua del año 2020 ha sido, sin duda, uno de los días más extraños que muchos, quizás la mayoría, de los sacerdotes haya experimentado jamás. Muchas cosas se han escrito en las últimas semanas sobre la privación sacramental experimentada por los laicos. Alguna de ellas ha sido sentida, incluso profunda, llamando a todos los fieles a vivir este actual y prolongado ayuno eucarístico de tal manera que se profundizara nuestra comprensión del privilegio que es realmente la recepción frecuente de la Sagrada Comunión. Los comentaristas perspicaces también han recordado a la Iglesia una verdad antigua durante este tiempo de plaga: la comunión espiritual con el Señor Jesús hace verdaderamente eficaz la comunión sacramental. Otros comentaristas, por desgracia, han sido menos sensibles, algunos incluso sugiriendo que los sacerdotes de hoy están siendo menos heroicos en su respuesta pastoral a la pandemia.
No conozco a ninguno de esos sacerdotes. Pero más concretamente, es importante que todos en la Iglesia se den cuenta de que los sacerdotes sin asambleas presentes en la liturgia, sacerdotes sin penitentes, sacerdotes sin catecúmenos a los que instruir, y los sacerdotes que no pueden visitar a los enfermos y a los confinados también están sintiéndose privados. El hambre para alimentar al rebaño con la Palabra y el sacramento, que anima toda alma verdaderamente sacerdotal, es difícil de satisfacer en el momento. Y así, mientras que eso a menudo no se advierte, los sacerdotes, igual que la gente, están haciendo enormes sacrificios en este tiempo de plaga. Y lo hacen en nombre de la caridad, de la solidaridad, del cuidado del bien común, y de la prudencia.
Así, la primera palabra que quiero deciros, sacerdotes, es una palabra de agradecimiento litúrgico: gracias por mantener el culto público de la Iglesia en estas circunstancias extraordinarias. Vuestro testimonio confirma lo que todo católico debería saber, pero quizás solo lo hace un número insuficiente: no existe algo semejante a lo que se llame una «Misa privada», porque cada Misa se celebra en presencia de la Comunión de los santos. Que este tiempo de ayuno eucarístico del pueblo inspire en todos nosotros un nuevo aprecio de esa verdad de fe: un aprecio que luego enriquezca nuestro culto público re-unido cuando llegue ese feliz día.
Quiero daros las gracias, también, por todo lo que estáis haciendo para ser pastoralmente creativos y estar presentes para vuestro pueblo. Cada día aprendo que otro sacerdote más ha descubierto una nueva manera de mantenerse en contacto con su rebaño. Uno, un viejo amigo, ha recuperado la tradición patrística de la carta pastoral y escribe a su gente con regularidad. Muchos de vosotros estáis trabajando horas extra para mantener abiertas vuestras escuelas católicas mediante el aprendizaje telemático, y no infrecuentemente dando un ejemplo al mismo tiempo a la lenta burocracia de la escuela pública. Otros también están inventando nuevos métodos para guiar la adoración eucarística y nuevas formas de escuchar confesiones. Un sacerdote al que tengo como buen amigo, en sus ochenta, ha visto que su «parroquia» se amplía para incluir un gran hospital provisional; otro está visitando incansablemente a enfermos, permaneciendo cerca de los que están necesitados. Otro también, jubilado, permanece en contacto con sus amigos por correo electrónico, animando a todos y provocando una intensa vida de oración para toda la Iglesia.
Muchos temen que una Iglesia «virtual» va a perder su sentido sobre la solidaridad cuanto mayor sea el confinamiento y dure la cuarentena. La otra posibilidad es que se están desarrollando nuevas formas de elasticidad dentro del Cuerpo de Cristo, cuando tanto sacerdotes como laicos hacen esfuerzos sin precedentes por permanecer en contacto unos con otros y, al mismo tiempo, descubrir nuevas formas de hacerlo.
Muchos de vosotros, lo sé, estáis sintiendo la carga de la reducción de los ingresos para vuestras parroquias. Se dice con frecuencia, generalmente con ignorancia y, en ocasiones, con malicia, que en la Iglesia Católica «hablamos demasiado de dinero». Si por «hablar de dinero» nos referimos a las responsabilidades de administración que todo católico comparte a causa de su incorporación a Cristo en el bautismo, entonces es más probable que no «hablamos de dinero» suficientemente, o en la forma correcta. El apoyo financiero a la Iglesia no debería entenderse como un asunto de cuota de afiliación, o como un pago por los servicios prestados. El apoyo financiero a la Iglesia es un modo crucial por el cual las personas de la Iglesia participan en la misión de la Iglesia: la proclamación del Evangelio, la celebración de los sacramentos, las obras de caridad y servicio.
Así que permitidme decirlo por vosotros, y a mis colegas laicos católicos: el tiempo de plaga no cambia nada, cuando se trata de sentar la responsabilidad financiera para apoyar el trabajo de la Iglesia. Sacerdotes amigos me dicen que muchas de sus gentes están tomando la iniciativa, y eso es ciertamente alentador. Todos, sin embargo, necesitamos hacerlo, no sólo el habitual tercio que llevan la mayor parte de la carga de apoyo financiero en la mayoría de las parroquias. Así que, hermanos laicos: sed generosos con la Iglesia de Dios como la Iglesia de Dios ha sido generosa con vosotros. Sí, la inmensa mayoría de los católicos han tenido golpes financieros personales debido al cierre de la economía y a la volatilidad de los mercados. Pero hay muy pocos de nosotros que no pueda hacer algo, y hay muchos de nosotros que podemos hacer mucho. Por lo tanto, no agravemos las dificultades de nuestros pastores por ser poco generosos en tiempo de plaga.
Como muchos sacerdotes no escatiman ningún esfuerzo para vivir su vocación en circunstancias sin precedentes, también me gustaría sugerir que los laicos hagan de este momento la ocasión para dar las gracias a sus sacerdotes por su servicio.
En la larga Cuaresma de 2020, la Misa Crismal, que tradicionalmente se celebra el Jueves Santo, ha sido otra víctima del virus de Wuhan. Aunque el objetivo principal de la Misa Crismal es bendecir los santos óleos para el año venidero, la Misa Crismal es también una ocasión para que los sacerdotes renueven su fraternidad en comunión con su obispo, y para orar juntos por una profundización de los compromisos contraídos en el día de su ordenación sacerdotal. Y la naturaleza del sacerdocio ordenado, tal como lo entiende la Iglesia católica, raramente se expresa mejor que en el Prefacio de la Misa Crismal:
Que constituiste a tu Unigénito pontífice de la alianza nueva y eterna por la unción del Espíritu Santo, y determinaste, en tu designio salvífico, perpetuar en la Iglesia su único sacerdocio…
Él no solo confiere el honor del sacerdocio real a todo su pueblo santo, sino también, con amor de hermano, elige a hombres de este pueblo, para que, por la imposición de las manos, participen de su sagrada misión.
Ellos renuevan en nombre de Cristo el sacrificio de la redención, preparan a tus hijos el banquete pascual, presiden a tu pueblo santo en el amor, lo alimentan con tu palabra y lo fortalecen con los sacramentos.
Tus sacerdotes, Señor, al entregar su vida por ti y por la salvación de los hermanos, van configurándose a Cristo, y han de darte testimonio constante de fidelidad y amor.
El Jueves Santo, toda la Iglesia da gracias por los dones del Señor de la Eucaristía y el sacerdocio; también debería ser el día en que los fieles de la Iglesia den gracias a sus sacerdotes por su entrega vocacional. Esto no ha sido posible de manera personal este año, pero debería ser posible por correo electrónico, llamada telefónica o mensaje de texto durante la Semana de Pascua.
Por último, queridos sacerdotes, una reflexión sobre el futuro: habrá uno. La Iglesia católica ha sobrevivido, soportado, e incluso prosperado a través de cada vicisitud imaginable de la historia, y los sacerdotes han sido una parte integrante de esa supervivencia, de ese aguante, y de esa prosperidad. En nuestro tiempo, los sacerdotes mantuvieron viva la alegría y la esperanza del Evangelio en las extensiones desoladas y congeladas del Archipiélago Gulag, en los infiernos vivos de los campos de concentración y exterminio nazis, y en los bosques de Ucrania durante cuarenta y cinco años en que la Iglesia greco-católica ucraniana fue la mayor comunidad religiosa subterránea del mundo. Los sacerdotes eran limpiaparabrisas, cargadores de calderas y mecánicos de ascensor en la Checoslovaquia comunista: trabajo manual duro, mal pagado durante el día, ministerio pastoral por la noche. Los sacerdotes en China mantienen hoy viva la llama de la auténtica fe católica. Estos hombres se sobrepusieron. También nosotros lo podemos: juntos.
La octava de Pascua, que es realmente el Domingo de Pascua extendido a lo largo de toda una semana, es el mejor momento posible para recordar que, si una cruz y una tumba no pudieron destruir el amor de Dios encarnado en su Hijo, entonces tampoco lo puede un virus. El Amor trinitario explosivo, transformante, derramado en la historia de la primera Pascua, no puede ser encerrado. Todos nosotros, sacerdotes y pueblo, deberíamos alentarnos mutuamente con esa buena noticia.
Cristo ha resucitado, ha resucitado verdaderamente, y se ha aparecido a las santas mujeres, a Pedro y a los demás Apóstoles, y a dos almas desorientadas caminando hacia Emaús.
Jesús está vivo, en un modo de ser plenísimo y transfigurado que manifiesta el destino que Dios quería para la humanidad desde el principio.
El acontecimiento de la Resurrección y la persona del Resucitado son el núcleo de la fe cristiana. La resurrección y el Resucitado son el Evangelio a pequeña escala. La resurrección y el Resucitado nos convocan a todos nosotros a la misión evangélica.
Felices Pascuas, sacerdotes, hermanos míos en Cristo en la comunión del Señor. Y gracias.

George Weigel, en religionenlibertad.com.
El Autor es un escritor y politólogo católico estadounidense. Fue el Presidente fundador de la Fundación James Madison. Es el autor del best-seller ‘Testigo de la esperanza’, libro biográfico sobre Juan Pablo II
Publicado originariamente en The Catholic World Report.